Capital e ideologíaSELECCIÓN DE TEXTOS José Ignacio González Faus

 



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ISSN: 2014-6485

Capital e ideología

©Thomas Piketty

© Centro Libros PAPF

Deusto. 2019

Edición: Santi Torres Rocaginé

Revisión del texto: Cristina Illamola

Diseño cubierta: Jordi Pascual Morant

Diseño y maquetación: Pilar Rubio Tugas

Junio 2020

CAPITAL E IDEOLOGÍA. SELECCIÓN DE TEXTOS

José Ignacio González Faus

SUMARIO

05 INTRODUCCIÓN PERSONAL

07 I. VER (DATOS Y HECHOS)

19 II. JUZGAR (UN EXAMEN MÁS ATENTO)

31 III. ACTUAR (HACIA UN SOCIALISMO PARTICIPATIVO Y UN FEDERALISMO

SOCIAL)

54 APÉNDICE. SOBRE EL TÉRMINO POPULISMO

55 COMENTARIO PERSONAL.

HACIA UNA CIVILIZACIÓN DE LA SOBRIEDAD COMPARTIDA

José Ignacio González Faus

Miembro del Área Teológica de Cristianisme i Justícia. Entre sus obras cabe destacar: Acceso a

Jesús (10ª ed. 2018); Proyecto de hermano, Visión creyente del hombre (3ª ed. 2000) y La humanidad nueva. Ensayo de cristología (10ª ed. 2016). Sus últimos libros son: Otro mundo es posible…

desde Jesús (2009), Herejías del catolicismo actual (2013), Confío. Comentario al Credo cristiano

(2014), El rostro humano de Dios (3ª ed. 2015) y ¿El capital contra el siglo XXI? Comentario teológico al libro de Thomas Piketty (2a

 ed. 2015). Es autor de numerosos cuadernos de Cristianisme

i Justícia.

Para saber más: enlace

Capital e ideología.

Selección de textos

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1 Piketty, Thomas (2019).

Capital e ideología. Barcelona: Deusto.

2 El número entre paréntesis

corresponde a la página del

libro original.

INTRODUCCIÓN PERSONAL

El último título de T. Piketty (Capital e ideología1

) me parece de gran importancia, y no simplemente por su volumen (más de 1200 páginas). Aunque queda mucho siglo por delante para hacer profecías, este libro podría ser algo así

como El Capital del siglo xxi. Parece que narre una historia de la economía

desde el punto de vista de las desigualdades, siempre en busca de la justicia

social. Con palabras del propio autor: «Una historia económica, social, intelectual y política de los regímenes desigualitarios, una historia de los sistemas de

justificación y de estructuración de la desigualdad» (p. 1226)2

. Una historia que

intenta «mostrar hasta qué punto es fundamental para comprender el mundo

actual, volver la mirada atrás, a la larga historia de los regímenes desigualitarios» (p. 1230). Y ello para «poner en evidencia el daño causado por el aumento

de las desigualdades socioeconómicas desde 1980-1990».

Reconoce incluso el autor que las fuentes históricas le han llevado «a modificar significativamente mis concepciones iniciales que eran más liberales y

menos socialistas de lo que han llegado a ser» (p. 1231). Hasta llevarle a proclamar: «Estoy convencido de que es posible superar el capitalismo y la propiedad

privada y construir una sociedad justa basada en el socialismo participativo y

en el federalismo social» (p. 1227).

Me resulta inevitable comentar, como me sucedió con el libro de Susan

George sobre otro mundo posible —y como sucede hoy con el drama ecológico— que nadie duda de esa posibilidad, pero el problema radica en que depende de nuestras libertades humanas, y no sé si nosotros estamos dispuestos

a pagar el precio de esa posibilidad. Pero sigamos adelante.

El tamaño impedirá a muchos su lectura, pero puede ser muy útil conocerlo,

porque el autor quiere liberar a la economía del «empoderamiento y empobrecimiento» de las ciencias matemáticas y «contribuir a la reapropiación del conocimiento económico e histórico por parte de la ciudadanía» (p. 1233). Además,

el libro tiene muchas repeticiones, pues el autor sabe que puede no leerse entero,

sino seleccionando los capítulos que más interesen a cada lector. Por todo ello, en

estas páginas intentaré hacer una antología de párrafos de la obra, conservando

las mismas palabras del autor (salvo pequeños cambios para abreviar o juntar

párrafos) y dando la referencia de la página para que el lector con más tiempo y

ganas pueda recuperar cada texto. Por supuesto, las divisiones y subtítulos, así

como las cursivas, son siempre mías. Las comillas suelen ser de Piketty. Pero

pido al lector que se fije en los subtítulos porque le ayudarán a situar la temática 

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Selección de textos

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de cada apartado, empalmando unos con otros y evitando la sensación de párrafos inconexos.

El modo de trabajar de Piketty, buscando siempre leer la historia, analizarla y sacar consecuencias, facilita mucho una clasificación de los textos que he

seleccionado, según el clásico esquema de «ver, juzgar y actuar» que es el que

va a seguir mi selección. Para facilitar más la lectura, he procurado en cada

apartado o subapartado destacar en cursivas unas palabras que resumen o centran las reflexiones que siguen. Cuando los textos de Piketty me lo permitían,

he procurado que esas cursivas queden al comienzo del fragmento en cuestión.

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Selección de textos

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I. VER (DATOS Y HECHOS)

1. Panorama global

1.1. Desigualdad creciente y opaca

a) En todo el mundo se observa un aumento de las desigualdades económicas

desde 1980 […] (p. 12), y una opacidad económica y financiera creciente, en

concreto en lo relativo a la medición y registro de las rentas y los patrimonios

(p. 785). También el ritmo de convergencia económica entre los países pobres

y los países ricos ha cambiado mucho desde los años 1970-80 (p. 829).

En vísperas de la primera guerra mundial, en el Reino Unido el 10% de

los más ricos concentraba más del 92% del patrimonio total, frente al 88% en

Suecia y el 85% en Francia (p. 243). Las élites británicas estaban al tanto de

los acontecimientos y se negaron a tomar las medidas necesarias para evitar la

tragedia de la guerra, en algunos casos con el objetivo casi explícito de regular

de manera maltusiana una población pobre y además rebelde (p. 226).

Según Forbes, las mayores fortunas mundiales han crecido a un ritmo del

6 o 7% anual (en valor real) entre 1987 y 2017; un crecimiento entre tres o cuatro veces más rápido que el crecimiento del patrimonio medio, y unas cinco veces más rápido que en el caso de la renta mundial. Ese crecimiento espectacular

de las grandes fortunas podría responder en gran medida a la privatización de

numerosos activos públicos (p. 819-820), aparte de estrategias de elusión fiscal

particularmente ventajosas, que les han permitido desmarcarse de los patrimonios menores (p. 821).

b) Por otro lado, a comienzos del siglo xxi las diferentes sociedades del

planeta están vinculadas con una intensidad inédita por la globalización. Pero

esta interconexión no impide que exista una gran diversidad de regímenes sociopolíticos y desigualitarios. En Europa el decil superior concentra el 35% de

la riqueza total, mientras que ronda el 70% en Oriente Próximo, en Sudáfrica

y en Catar (p. 776-777). La diferencia entre la renta media del 1% más rico y

el 50% más pobre era (en el 2018) 25 veces más en Europa, 46 en China, 80 en

EE.UU., 72 en la India, 95 en Brasil, 161 en Oriente Próximo, 103 en Sudáfrica

y 154 en Catar (p. 787). En Catar y Emiratos árabes, con unos niveles de desigualdad próximos a los observados en las sociedades esclavistas más desigualitarias de la historia (p. 783).

c) Pero atención: este aumento de las desigualdades sucede a ¡un casi colapso de las desigualdades en la primera mitad del siglo xx!, debido en parte a 

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la emergencia del comunismo y del socialismo, declive del colonialismo y exacerbación de nacionalismo y del racismo (p. 501). Ese desplome de la concentración de la propiedad durante la primera mitad del siglo xx constituye una

novedad histórica cuya importancia no debemos subestimar (p. 510). Incluso

aunque las rentas del trabajo hayan permanecido relativamente estables, una

mirada a la estabilidad en el empleo, los derechos sociales y sindicales y concretamente, el acceso a bienes y servicios básicos como la salud, la formación y

la jubilación permiten concluir que las desigualdades laborales disminuyeron

drásticamente durante el siglo xx (p. 513). Hubo además una serie de expropiaciones y nacionalizaciones y, en general, de políticas dirigidas explícitamente a reducir el valor de la propiedad privada y el poder de los rentistas (p. 518).

1.2. La financiarización de la economía ha alcanzado proporciones gigantescas

en las últimas décadas

El volumen de las participaciones financieras cruzadas entre empresas y entre

países ha aumentado a un ritmo mucho mayor que la economía real y el capital

neto. Una situación así no es sostenible indefinidamente y pone a toda la economía y a la sociedad en una situación de gran fragilidad (p. 838).

Los efectos reales a largo plazo de estas políticas monetarias no convencionales son poco conocidos y es muy posible que contribuyan a aumentar la

desigualdad de los rendimientos financieros y la concentración de la riqueza

(p. 839). Cada país teme ser objeto de pánico financiero: de ahí la sobreabundancia de reservas (p. 840).

1.3. Manipulación del fracaso del comunismo

El desastre comunista ha logrado incluso dejar en un segundo plano los daños

causados por las ideologías esclavistas, colonialistas y racistas, así como los vínculos profundos que relacionan esas ideologías con el propietarismo y el hipercapitalismo (p. 20).

El derrumbe del contramodelo comunista contribuyó a convencer a muchos actores políticos, especialmente en el ámbito socialdemócrata, de que

aquella ambición redistributiva en realidad no era necesaria y que la autorregulación de los mercados y su extensión máxima era suficiente para definir un

nuevo horizonte político (p. 1034). Como consecuencia: antaño no existía con

la magnitud de hoy la culpabilización de los más pobres (p. 12).

Tanto los estados como los actores privados europeos encuentran ventajas

en el statu quo, especialmente en la financiación de sus clubes privados o sus

universidades y en la venta de armas a las petromonarquías (p. 784). 

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1.4. Infidelidad de la izquierda

Los partidos de izquierda sin lugar a dudas han cambiado de naturaleza

(p. 1029) mucho antes de que la fractura migratoria fuera algo apremiante en

la mayoría de los países occidentales (p. 1033).

La coalición socialdemócrata y el sistema izquierda-derecha que permitieron reducir las desigualdades a mediados del siglo xx, se han ido desintegrando paulatinamente en la era de la globalización (p. 868, 1144). Entre 1950-1970

votaban a partidos de izquierda los electores con menor nivel de estudios, de

renta y de riqueza, mientras que en los años 1990-2010 les votan los electores

con mayor nivel de estudios (p. 864, 1032).

1.5. Cambio de la relación entre educación y voto

En las décadas 1950-70 el voto al partido demócrata en EE.UU. y a los partidos

de izquierda en Francia estaba asociado con los electores con menos nivel de

estudios e ingresos; en los años 1980-2000 lo estaba con los electores con mayor

nivel de estudios […]. (p. 57). La participación electoral de los grupos sociales

que disponen del menor nivel de estudios, ingresos y riqueza se ha hundido en

las últimas décadas cuando era la misma que en los demás grupos durante los

años 1950-70 (p. 58)

En Francia, el sistema actual destina casi tres veces más dinero por alumno

al 10% que se beneficia del mayor gasto educativo que al 50% inferior […].

En la mayoría de los países de la OCDE (y esto es preocupante) existe la constante de que los alumnos de familias más favorecidas tienen mayor probabilidad de aprender con profesores titulares y experimentados que los alumnos de

origen desfavorecido que a menudo tienen profesores sustitutos o eventuales

(p. 904-905).

Esa «inversión de la división educativa» es extremadamente significativa

(p. 870): es un fenómeno paradigmático que encontramos en todos los países

occidentales (p. 897), tanto en los obreros como en el sector servicios (p. 898).

Su explicación natural es que las clases populares se sienten menos representadas

por los movimientos políticos y las plataformas programáticas (p. 886). Y eso a

pesar del giro a la izquierda del electorado femenino en el largo plazo (p. 895).

Así, las mayores tasas de participación electoral están relacionadas con

una cierta igualdad social y, al contrario, las menores tasas de participación

corresponden a una elevadísima desigualdad: en Europa (hacia 1950-1970) la

diferencia de voto entre la mitad más rica y la más pobre apenas era del 3%;

en 2020 ha alcanzado ya el 12%, así nos vamos acercando a EE.UU. (p. 885). 

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3 Con esta denominación se

designa a todos los grupos

que buscan una mayor

justicia social, pero limitada de manera exclusiva

a los nativos de cada país

(cfr. 974). Así, por ejemplo,

el partido demócrata (en

EE. UU.) fue durante mucho tiempo segregacionista

hacia los negros e igualitario hacia los blancos («socialnativista») (p. 625).

Se podrá objetar que el número de estudiantes universitarios aumentó un

20% […], pero el problema radica en que los recursos invertidos no han progresado de manera consecuente (p. 909).

1.6. Nacionalismos en alza

Todas estas frustraciones están alimentando la aparición de brechas identitarias y nacionalistas que hoy observamos en casi todas las regiones del mundo

(p. 1145). Mientras la coalición socialdemócrata ha fracasado en la posguerra

(p. 860), surge la formidable trampa socialnativista3

 (p. 861).

2. Características más concretas

2.1. Mal reparto del crecimiento

Los datos indican que este aumento de las desigualdades se ha producido principalmente en detrimento del 50% más pobre, cuya participación en la renta

total estaba en torno al 20-25% en 1980 en Francia, Reino Unido, India, Brasil,

Sudáfrica, frente a un poco más del 10% en Estados Unidos (lo cual es particularmente inquietante) (p. 35-36). La clara mejora del poder adquisitivo de las

clases más pobres, entre 1980 y 2018, se ha hecho a costa de las clases intermedias, mientras que el 1% más rico del mundo ha experimentado un crecimiento todavía mayor (p. 41).

A lo largo del período 1980-2018, la parte del crecimiento mundial captada

por el 1% más rico de la población es del 27%, frente al 13% para el 50% más

pobre […]. Los países en donde las élites económicas se han enriquecido de

forma más notable son aquellos en los que los pobres han prosperado menos

(p. 43).

También las fortunas han crecido más que las rentas […] y alrededor de

3 o 4 veces más deprisa que el crecimiento económico registrado durante ese

período. Esa misma diferencia se prolongó durante la década que siguió a la

crisis financiera del 2008 […] (p. 44).

2.2. Influjos en el voto

Las personas que consiguieron monetizar mejor su formación a través de un

salario más alto […], votan claramente más a menudo a la derecha (p. 913).

Los más ricos casi nunca votan a la izquierda y los más pobres muy raramente votan a la derecha. Esta relación se debilitó en los años 1970-80 pero 

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siguió siendo mucho más pronunciada que en el caso de la renta (p. 915, 978).

A pesar de todo, los electores más acomodados siguen sin fiarse de los partidos

socialdemócratas, laboristas y socialistas, algo que también ocurre con el voto

demócrata en EE.UU. (p. 57).

En cambio en Italia, el Movimiento 5 estrellas (Movimento Cinque Stelle) obtiene sus mejores resultados en los estratos populares del sur del país

(p. 1043). Los partidos y movimientos políticos de izquierda no han sabido renovar su programa ideológico y adaptarlo a los nuevos retos socioeconómicos

que han aparecido en el último medio siglo (p. 1032). Nunca han respondido

a la crítica que ya les dirigió Hannah Arendt en 1951, cuando señalaba que la

regulación de las fuerzas descontroladas de la economía mundial solo podía

conseguirse mediante el desarrollo de formas políticas transnacionales nuevas

(p. 1033).

Hay que reconocer que, desde su acceso al poder en 2015 el PiS (Ley y Justicia de Polonia) ha implantado medidas fiscales y sociales favorables a las rentas

más bajas (p. 1037), con una ideología que cabe calificar de social-nacionalista

(p. 1036). En Italia, la Liga y Salvini son peligrosos porque saben relacionar el

discurso nativista con el social, el discurso migratorio con el de la deuda y las

finanzas (p. 1049). Pero sorprende la falta de interés de los socialnativistas del

siglo xxi por la progresividad fiscal (p. 1052).

Finalmente en Brasil, las regiones brasileñas más pobres, en particular en

el noreste del país, votan cada vez más al Partido de los Trabajadores (PT),

mientras que las regiones más ricas se alejan progresivamente […]. Los negros

o mestizos (algo más de la mitad de la población) votan mucho más al PT que

los que se describen como blancos (p. 1131). Pero, a pesar de las victorias presidenciales repetidas y aplastantes […], el PT nunca ha contado con una mayoría

de diputados para desarrollar su política (p. 1133). El PT nunca llegó a abordar

una auténtica reforma fiscal. Las políticas sociales fueron financiadas por las

clases medias y no por los más ricos (p. 1134).

2.3. Capitalismo y patriarcado

El aumento y la concentración de la propiedad privada han tenido consecuencias específicas en la desigualdad entre hombres y mujeres. La diferencia de ingresos medios entre hombres y mujeres sigue siendo muy alta […], lo que se

traduce en grandes desigualdades en términos de pensiones de jubilación […].

La separación de bienes ha beneficiado sobre todo a los hombres […]. Una

parte importante de los hombres que reciben las remuneraciones más altas

pasan buena parte de su vida sin ver a sus hijos, sus familias, y sus amigos […]. 

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Resolver el problema de la desigualdad entre hombres y mujeres incitando a las

mujeres a hacer lo mismo no es necesariamente la mejor solución (p. 826-828).

2.4. Desencanto europeo

La manera como se ha utilizado el tema de Europa y la construcción europea

para justificar las bajadas de impuestos a los más ricos, hace que exista el riesgo

de aparición, en los próximos años, de un frente antieuropeo cada vez más fuerte

entre las clases medias y populares […]. La instrumentación de Europa en beneficio de los más ricos no es nueva (p. 952).

Existe la percepción, ampliamente justificada, de que el gran mercado único europeo beneficia ante todo a los actores económicos más poderosos y a los

grupos sociales más favorecidos. La competencia fiscal entre países europeos

les conduce a distorsionar la estructura de sus impuestos […] en detrimento

de los más modestos. Así se sugiere que los grupos sociales menos favorecidos

serían nacionalistas (incluso racistas), hipótesis que permite a las élites «progresistas» justificar su misión civilizadora y que no concuerda con la realidad

(p. 954). Hay un resentimiento importante frente a las potencias dominantes

de la UE […] (p. 1035).

De hecho, la UE no está al servicio de una política de justicia fiscal clara y

visible (como un impuesto europeo sobre las rentas y las riquezas más elevadas). Así resulta complicado ver qué podría poner fin a este divorcio radical

entre clases populares y construcción europea (p. 955). En Francia, el poder

político (de Macron) se dice proeuropeo mientras instrumentaliza de manera

particularmente descarada, la construcción europea, al servicio de una política

pro-ricos (p. 956).

La insatisfacción social frente a Europa y la incomprensión profunda frente a su incapacidad para desplegar la misma energía y movilizar los mismos

recursos en beneficio de todos que para salvar al sector financiero, no van a

desaparecer como por arte de magia (p. 1048).

Con el fin de atraer capitales muchos países de Europa del Este (entre ellos

Polonia) establecieron en la década de 1990 y comienzos de los 2000 tipos impositivos superreducidos sobre los beneficios empresariales y sobre las rentas

más altas (p. 1035).

2.5. Mala política migratoria

Los países europeos, dispuestos a dar lecciones de generosidad a todo el planeta, sobre todo a Italia, no han querido considerar un reparto del flujo de refugiados sobre una base humanitaria y racional. La actitud de Francia ha sido 

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de hecho especialmente hipócrita […]. Salvini fue hábil denunciando la actitud

del joven Macron que, para él, encarnaba a la perfección la hipocresía de las

élites europeas frente a la cuestión migratoria, y pudo así justificar la dureza

de su política. La acusación de hipocresía forma parte de la postura retórica

clásica de los movimientos antimigración (p. 1047).

3. Origen y causas de esta situación

3.1. Revolución industrial

La revolución industrial se apoyó en sistemas de dominación que eran extremadamente violentos, propietaristas, esclavistas y coloniales, y que adquirieron

una dimensión histórica sin precedentes durante los siglos xviii-xx (p. 34).

3.2. Desigualdades económicas

Con el comienzo del siglo xxi [superado el temor a una guerra nuclear y el

apartheid], el mundo entró en un nuevo letargo: el del calentamiento global y el

repliegue identitario y xenófobo. Todo ello en el marco de un aumento inédito

de las desigualdades socioeconómicas, espoleadas por una ideología neopropietarista singularmente radical (p. 34).

3.3. Desigualdades educativas

Las desigualdades educativas y la ausencia de transparencia democrática son un

factor que afecta a todos los países y que forma parte de los fracasos socialdemócratas (p. 54).

Se insiste mucho en la igualdad de oportunidades. Pero en EE.UU. asisten

a estudios de nivel superior menos de un 30% de las familias del decil más bajo

y más del 90% del decil más alto (p. 53). Hay también un gran abismo entre

las proclamaciones meritocráticas (que tanto insisten en la importancia de la

igualdad de oportunidades, al menos desde un punto de vista teórico y retórico) y la realidad a que se enfrentan las clases más desfavorecidas en términos de

acceso a la educación superior; algo menos en Europa y Japón que en EE.UU.

y Gran Bretaña lo cual puede explicar la gran diferencia entre altos y bajos ingresos (p. 1013).

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3.4. Naturalización de las desigualdades

La incapacidad de la coalición igualitaria socialdemócrata de la posguerra para

profundizar y renovar su programa y su ideología (p. 60).

La opción cómoda fue tomar como dadas las situaciones heredadas y naturalizar las desigualdades producidas a continuación por el «mercado» (p. 158).

La progresividad fiscal a escala transnacional fue arrinconada por los socialdemócratas en la época del estado-nación redistributivo (que triunfó en la posguerra) y no la han hecho propia hasta el momento ni en el marco de la UE ni a

nivel mundial (p. 60). Desde el fracaso comunista, el programa socialdemócrata no ha vuelto a reflexionar sobre qué se puede entender por propiedad justa

[…] (p. 60).

No obstante, el 80 o 90% de electores musulmanes, (algunos de los cuales

son muy conservadores en términos de normas familiares) votan a partidos

de izquierda. La explicación es obvia: se trata de votantes que perciben una

inmensa hostilidad hacia ellos por parte de los partidos de la derecha (p. 931-

933). En Inglaterra entre el 80 y 90% de los musulmanes han votado sistemáticamente por el partido laborista (p. 1013).

3.5. La sociedad propietarista

El mundo entró, a partir de los años 1980-1990, en un período de fe indefinida

en la autorregulación de los mercados y casi de sacralización de la propiedad

(p. 1228). Las antiguas sociedades trifuncionales se transformaron en sociedades propietaristas (p. 62).

3.6. Falta de ambición socialdemócrata

Hasta 1980 socialistas franceses y laboristas británicos favorecieron un programa centrado en las nacionalizaciones, antes de abandonar de forma repentina

cualquier iniciativa de ese tipo tras la caída del muro de Berlín y del comunismo. Esta falta de ambición se explica en gran medida por la ausencia general de

una reflexión global sobre la superación de la propiedad exclusivamente privada

(p. 52).

Aun así, hay que reconocer que donde menos ha aumentado la desigualdad entre 1980 y 2018 ha sido, sin lugar a dudas, en las sociedades socialdemócratas europeas (p. 587).

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4. Esta situación no es inevitable

4.1. Abolición de la esclavitud

Lo prueba el hecho de la abolición de la esclavitud que es la forma más extrema

de régimen desigualitario (p. 251) y un valioso testimonio de la sacralización de

la propiedad privada que está en el origen del mundo moderno (p. 252). Tanto

que la ley de abolición aprobada por el parlamente inglés en 1833, incluía una

indemnización integral a los propietarios de esclavos (p. 257), una opción casi

imposible en EE.UU. por la magnitud de las compensaciones que estaba en

juego (p. 259) equivalentes a toda la renta nacional de EE.UU. en aquel momento (p. 291). La necesidad de esa indemnización era vista como evidente por

las élites británicas de la época. (p. 260).

En EE.UU. hay que resaltar además el enorme beneficio que generaba la

esclavitud sobre todo entre 1800-1860 (p. 281). Brasil es el último país del espacio euroatlántico que abolió la esclavitud en 1888 y que siguió siendo uno

de los espacios más desigualitarios del planeta. Hubo que esperar al final de

la dictadura militar (años 1964-1965) y a la Constitución de 1988 para que el

derecho de voto fuera extendido a todos, sin condición de nivel de estudios

(p. 1129).

4.2. Fin del colonialismo

Lo prueba también el fin de las formas de dominación colonial, menos extremas que la esclavitud pero que afectó a muchas otras regiones del mundo y

siguieron vigentes hasta la década de 1960: las colonias se organizaron en gran

medida en beneficio exclusivo de los colonos, en particular en términos de

inversión social y educativa, en torno a una ideología basada en la dominación

intelectual y civilizadora (p. 308-309), basada en la difusión de la ciencia y el

conocimiento, pero organizadas principalmente en beneficio de los colonos y

de la metrópolis (p. 329-330) y con máxima desigualdad de riqueza y máxima

desigualdad de renta (p. 323) o con casos de trabajo forzoso legal no remunerado ya en pleno siglo xx (p. 353).

Uno de los ejemplos más extremos del colonialismo ha sido el sistema del

apartheid en Sudáfrica (años 1948-1994), donde la desigualdad de la propiedad ha permanecido tras el establecimiento de la igualdad racial de derechos

(p. 367, 369). La esclavitud y las sociedades coloniales han desaparecido aunque han dejado una huella considerable en la estructura de las desigualdades

modernas, tanto entre países como en el interior de estos (p. 361). Y ha desa-

16

4 Y, para el caso portugués,

Mozambique y Angola son

«provincias de ultramar»

(JIGF).

parecido a pesar de los gritos contra toda evidencia como «Argelia es Francia»

(p. 314)4

.

4.3. La memoria igualitaria

Lo prueba igualmente el hecho de que las cinco grandes regiones del mundo

[es decir: India, China, Rusia, EE.UU. y Europa], atravesaron, entre 1950 y

1980, una fase histórica relativamente igualitaria, antes de entrar en un aumento de las desigualdades a partir de 1980 (p. 36-37). Esto ha creado cierta desilusión en un siglo que se caracterizaba sobre todo por la esperanza en un mundo

más justo y en sociedades más igualitarias. Pero esa desilusión puede superarse

(p. 407).

En esos años la desigualdad se situó en niveles históricamente bajos en la

mayoría de los países, debido en parte a los conflictos bélicos pero, sobre todo,

a un cuestionamiento profundo de la ideología propietarista dominante en el

siglo xix y a principios del xx (p. 1041). Suecia fue, hasta 1910, un ejemplo de

sociedad censitaria y propietarista particularmente desigualitaria (p. 582). En

Europa el decil superior participaba de un 50% de la renta social a comienzos

del siglo xx. Entre 1950-1980 esa participación se redujo al 30%. Y en el 2010

ya superaba el 35% (p. 48). Y es que durante parte del siglo xx se produjo un

desarrollo a gran escala de un sistema de impuestos progresivos sobre la renta

y sobre las herencias, para reducir las desigualdades (p. 47). Por ejemplo:

En EE.UU., entre 1900-1932, el tipo máximo del impuesto sobre la renta

era el 23%; entre 1930-1980, llegó al 81% y, entre 1980 y 2010, baja al 39%.

En Gran Bretaña, en las mismas fechas, 30% / 89% y 45%.

En Alemania, 18% / 58% y 50%.

Y en Francia, 23%/ 60% y 57%.

Esa fuerte progresividad fiscal contribuyó a reducir las desigualdades en

el siglo xx (p. 49). También la construcción de un estado social basado en una

relativa igualdad educativa y en un cierto número de innovaciones radicales,

como la cogestión germánica o nórdica o la citada progresividad fiscal anglosajona (p. 1228).

4.4. A mayor igualdad mayor crecimiento

Pero además resulta que el crecimiento económico estadounidense (como

también ocurrió con el europeo), fue más intenso en el periodo igualitario de

1950-80 que durante el período siguiente, caracterizado por un aumento de las

desigualdades (p. 39). De hecho, el crecimiento de la productividad fue sensiJosé I.

González Faus

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Capital

e ideología…

José I.

González Faus

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Capital e ideología.

Selección de textos

17

blemente más elevado en esos países en el período 1950-90 de lo que lo ha sido

durante los años 1990-2020 (p. 51).

Hoy todos deberían estar de acuerdo en que la enorme desigualdad anterior a la primera guerra mundial no era condición necesaria para el crecimiento, como decía el discurso dominante en muchas de las élites de la época

(p. 652).

5. Valoración global

5.1. Desigualdad estructural

El aumento de las desigualdades socioeconómicas observado en la mayoría de

los países y las regiones del planeta desde la década 1980-90 figura entre los

cambios estructurales más inquietantes a los que el mundo se enfrenta a comienzos del siglo xxi (p. 35). Y es un fenómeno actualmente bien documentado y

reconocido (p. 38).

Los grandes rasgos obtenidos de la evolución de la riqueza son relativamente claros: en los países occidentales la concentración de la propiedad

disminuyó bruscamente tras la primera guerra mundial hasta las décadas de

1970-1980, aumentando bruscamente a partir de los años 80-90. El aumento

de las desigualdades de riqueza ha sido mayor en EE.UU. y en la India, que en

Francia y el Reino Unido, al igual que sucede con la desigualdad de rentas. El

aumento de la concentración de la propiedad privada ha sido alarmantemente

fuerte en China y Rusia tras las privatizaciones (p. 804).

5.2. El abandono de las clases medias y populares

La reducción de la progresividad fiscal ha contribuido al aumento sin precedentes de las desigualdades en EE.UU. y Gran Bretaña […], también al sentimiento de abandono de las clases medias y populares y a las actitudes de repliegue identitario y xenófobo (p. 51).

5.3. Una mundialización desigual

La mundialización, además, ha traído consigo deformaciones considerables de

la distribución de la renta que no podemos ignorar con el argumento de que

solo el crecimiento total tiene importancia (p. 44). En general, el progreso alcanzado en términos de sanidad, educación y poder adquisitivo esconde inmensas desigualdades y debilidades (p. 33)

José I.

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18

5.4. La sacralización de la propiedad privada

La sacralización del derecho de propiedad terminó por amenazar la estabilidad

misma del sistema, alimentó la aparición de discursos alternativos a finales del

siglo xix y principios del xx, llevó a un problema de desigualdad exterior y

colonial en el xviii y xix y, por último, topó con un problema nacionalista e

identitario durante el siglo xix, en una fase de competencia exacerbada y de

endurecimiento de las identidades nacionales y de los sistemas fronterizos […]

que contribuyeron considerablemente al ascenso de los nacionalismos y al estallido de la guerra que pondría fin al orden propietarista del siglo xix (p. 246)

[…]. Es posible que las fuertes tensiones sociales y políticas vinculadas a la

deriva desigualitaria contribuyeran a alimentar el avance de los nacionalismos

y, por tanto, la guerra misma (p. 242).

Estas debilidades se combinaron para desembocar en una crisis de las sociedades propietaristas extremadamente violenta durante el siglo xx, que trajo

consigo dos guerras mundiales, el comunismo, la socialdemocracia y los procesos de independencia de antiguas colonias […]. El mundo del siglo xxi es

el resultado directo de aquellas crisis aunque, a veces, tendamos a olvidar sus

lecciones, sobre todo desde el renacimiento de una ideología neopropietarista

a finales del xx y comienzos del xxi (p. 246-247).

6. En conclusión

Todo esto obliga a plantearse la idea de la justicia social en un marco explícitamente transnacional y mundial […]. (p. 60). Porque nos encontramos frente

a un cambio estructural de gran magnitud cuyo desenlace todavía no hemos

presenciado (p. 44).

Capital e ideología.

Selección de textos

19

5 Al hablar de brecha educativa quiere decir el autor

que los ricos (que antes

eran casi los únicos que

tenían estudios) siguen

votando a la derecha,

mientras que la gente con

más estudios vota ahora a

la izquierda. Pero las clases

populares no tienen cabida

en este reparto.

II. JUZGAR (UN EXAMEN MÁS ATENTO)

1. El núcleo de la cuestión: deformación de la izquierda

La hipótesis más convincente (y de lejos) de todo lo anterior es que las clases

populares se han sentido gradualmente abandonadas por los partidos de izquierda (p. 898), cada vez más interesados en las nuevas clases privilegiadas y cultas

(también en sus hijos) que en los votantes de origen modesto (p. 901).

1.1. La socialdemocracia

A pesar de sus éxitos la socialdemocracia no ha sabido afrontar plenamente el

aumento de las desigualdades por no haber sabido renovar y profundizar sus

reflexiones y su programa de acción sobre la propiedad, la educación y la regulación de la economía global (p. 691). Algunos ejemplos:

• El partido demócrata de EE.UU. ha pasado en medio siglo de una situación

en la que era el partido de los trabajadores más modestos a un nuevo escenario en el que se ha convertido en el partido de la población con mayor

nivel de estudios (p. 967, 991).

• También en Inglaterra, en el último medio siglo el Partido Laborista se

ha convertido en el partido del electorado con mayor nivel de estudios

(p. 1001).

• En todos los países la expansión de la educación ha ido acompañada de una

inversión de la brecha educativa en términos electorales (p. 967)5

.

Así la izquierda electoral ha ido convirtiéndose en una «izquierda brahmánica» (p. 902, 939), por ese sentimiento de menosprecio social de tipo «brahmánico» (p. 998).

1.2. Izquierda brahmánica y derecha de mercado

La izquierda brahmánica se debate entonces entre quienes están a favor de la

redistribución y quienes son más pro-mercado; mientras que la «derecha de

mercado» lo hace entre quienes priman seguir una línea nacionalista o nativista y quienes optan por mantener una orientación principalmente pro negocios

y pro mercado (p. 1010).

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20

Pero tanto la izquierda brahmánica como la derecha de mercado encarnan

valores y experiencias complementarias y comparten muchos elementos comunes, empezando por un cierto conservadurismo […]. La izquierda brahmánica tiene como objetivo la acumulación de títulos académicos, conocimiento

y capital humano; la derecha de mercado se basa sobre todo en la acumulación

de capital financiero (p. 921). Así mientras las élites intelectuales insisten en los

valores de ponderación y apertura y en el papel de la deliberación (B. Obama,

H.  Clinton), las élites empresariales defienden los acuerdos con mentalidad

ejecutiva, la astucia y la eficacia viril (D. Trump) (p. 973).

Por eso pueden alternarse en el poder o gobernar juntas […], dado que

comparten un fuerte apego por el sistema económico actual y por la globalización […]. Un sistema económico que, en lo esencial, beneficia tanto a las elites

intelectuales como a las económicas y financieras (p. 922).

En este contexto, lo que queda de la izquierda electoral está atravesado por

líneas de fractura cada vez más abiertas, entre un centroizquierda pro mercado

y una izquierda pro redistribución, más radical y en busca de nuevas respuestas al aumento de las desigualdades (p. 923). Y el electorado queda dividido

en cuatro partes de tamaño aproximadamente equivalente según las fronteras

y la propiedad: nativista igualitario, nativista desigualitario, internacionalista

igualitario e internacionalista desigualitario (p. 939-940). En Francia, este último obtuvo el 24% de votos en torno a la candidatura de Emmanuel Macron

(p. 943).

1.3. El comunismo

Al margen de la socialdemocracia, el comunismo ha sido el mayor desafío lanzado a la ideología propietarista que defiende que la protección absoluta de

la propiedad privada conduce a la prosperidad y a la armonía social. Pero su

fracaso ha contribuido a reforzar esa ideología (p. 691) y a debilitar la esperanza

en una mayor justicia: el poscomunismo se ha convertido en el mayor aliado

del hipercapitalismo (p. 692).

Y sin embargo, su fracaso se debe a que cuando los bolcheviques tomaron

el poder en 1917 estaban lejos de ser tan «científicos» como afirmaban. No

puede tomarse el poder sin una teoría de la propiedad capaz de describir con

precisión una organización alternativa (p. 692-693). Poco antes de su muerte

en 1934, Lenin defendía la necesidad de una larga fase durante la cual la Nueva

Política Económica (NPE) debía sustentarse en formas reguladas (poco definidas) de mercado y propiedad privada. La nueva dirección conducida por Stalin

decidió poner fin a la NEP y lanzarse a la colectivización de la agricultura y a

una estatalización completa de todas las formas de producción y de posesión 

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(p. 693-694)6

. A la muerte de Stalin, más del 5% de la población adulta soviética estaba en prisión y más de la mitad lo estaba por pequeños «robos de la

propiedad socialista» y otros pequeños hurtos que permiten mejorar la vida

diaria (p. 695).

A pesar de todo eso pudo mantenerse tantos años en el poder por la comparación con el régimen zarista profundamente desigualitario y que terminó

con un balance particularmente negativo en términos de desarrollo económico, social, sanitario y de educación (p. 697). También el nivel de vida medio

que en 1910 estaba en torno al 40% del de Europa occidental, alcanzó aproximadamente el 60% hacia 1950 (p. 701), para estancarse ahí hasta 1990. En

lo cual interviene el peso hipertrofiado del sector militar: 20% del PIB frente

al 5-7% en EE.UU. (p. 702).

Además, si se acepta que las necesidades humanas son poco numerosas y

relativamente homogéneas, entonces la descentralización pierde interés […].

Pero el problema es que la organización económica y social que las sociedades

humanas deben resolver es mucho más compleja: no puede reducirse a un puñado de necesidades fundamentales (p. 709). Por ahí se llega a la brutalización

de lo individual (p. 710).

En el fondo, ambas ideologías (la comunista y la capitalista) son víctimas de

una forma de sacralización, en un caso de la propiedad personal, en el otro de

la propiedad estatal, y en las dos del miedo al vacío (p. 708).

1.4. El poscomunismo

Y sin embargo, para juzgar hay que conocer las dos partes: si el régimen soviético fue una sociedad de pequeños ladrones, puede decirse que el sistema poscomunista supone la entrada en escena de los oligarcas y el saqueo de los activos

públicos (p. 712).

 a) La Rusia poscomunista pasó de ser el país que había reducido las desigualdades monetarias hasta uno de los niveles más bajos observados en la historia, a ser uno de los países más desigualitarios del mundo (p. 714). Ningún

país ha ido tan lejos en la democión de la idea de progresividad fiscal, no existe

ningún impuesto sobre sucesiones, la parte del percentil superior habría pasado de apenas el 5% en 1990 a un 25% en el 2000, un nivel sensiblemente superior al de EE.UU. La particularidad de la Rusia de los años 2000-2020 es que

el país y sus riquezas son, en gran medida, propiedad de un pequeño grupo de

propietarios con grandes fortunas; el grado de evasión del sistema fiscal ruso

ha alcanzado proporciones inéditas como muestran investigaciones jurídicas

recientes; puede estimarse que la fuga de capitales acumulada desde comienzos

de la década de 1990 alcanzó en torno a un año de renta nacional a mediados

6 Me permito añadir que el

comunismo fracasó además por haber puesto la

persecución religiosa por

encima de la lucha por la

justicia. Ello no solo le hizo

perder millones de adeptos, sino que exigió una

enorme dedicación, solo

vislumbrada hoy cuando

conocemos las increíbles

condiciones de clandestinidad y persecución que

vivieron los creyentes en

aquellos años.

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22

de la década del 2010, y se trata de una evaluación de mínimos ya que en realidad podría ser el doble (p. 713-716). La dimensión macroeconómica de la evasión de capitales hace de Rusia un caso aparte: puede estimarse que la fuga de

capitales acumulada desde comienzos de la década de los 90 alcanzó en torno a

un año de la renta nacional a mediados de la década siguiente. Y se trata de una

evaluación de mínimos (p. 716-717) […].

Esta trayectoria no estaba escrita de antemano (p. 722). Rusia podría haber

adoptado instituciones socialdemócratas de tipo nórdico (Gorbachov lo había

intentado sin éxito), pero la ideología dominante entre los economistas que

operaron en la transición estaba mucho más próxima al capitalismo anglosajón de Reagan y Thatcher que a la socialdemocracia europea (p. 721). Y Putin

se mofa de las fantasías igualitarias de Gorbachov y de su obsesión por querer

salvar el socialismo (p. 722).

b) En el proceso chino tenemos: una economía mixta (con un equilibrio

inédito entre propiedad pública y privada), pero bajo la dictadura de un partido único. Con una falta total de transparencia, un fortísimo crecimiento de

las desigualdades y una opacidad extrema. Con la huida adelante del endeudamiento y con la percepción de la imposibilidad de una fiscalidad justa. Comparada con India, más eficaz en términos de crecimiento y algo menos desigualitaria […]. Todo lo cual no obsta para que debamos escuchar las críticas

dirigidas por la China a los modelos políticos occidentales: el control que el

dinero ejerce sobre los medios de comunicación y los partidos políticos, así

como la deriva nacionalista, xenófoba y separatista propia de los países occidentales (p. 725-760).

c) Lo mismo cabe decir del análisis de Europa del Este, como «laboratorio

de la desilusión». La desigualdad era menor allí, por la existencia de sistemas

de educación y de protección social relativamente desarrollados e igualitarios

[…]. Si bien no hubo la explosión rusa, las desigualdades aumentaron en todos los países del Este: en 1990, al 10% más rico le correspondía algo menos

del 25% de la renta total. En 2018 ha subido hasta el 30 o 40% según países

(p. 762-763). Tras el derrumbe del comunismo, los inversores occidentales se

hicieron propietarios gradualmente de una parte considerable del capital de

los países del Este, considerados como reserva de mano de obra barata. Desde

el otro lado se arguye que los países del Este han recibido y reciben generosas

transferencias de los países del Oeste de la Unión: transferencias comprendidas

a veces entre el 2 y el 4 de su PIB.

Es de lamentar que todos esos países no hayan intentado implantar instituciones de tipo socialdemócrata en lugar de seguir una deriva oligárquica y desigualitaria. El conflicto ideológico en sociedades en las que se cierra cualquier

horizonte de reducción de las desigualdades se abre a conflictos identitarios

(p. 761-774).

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23

En resumen: la experiencia comunista y poscomunista rusa ilustra de manera extrema el peso de las dinámicas políticas e ideológicas en la evolución de

los regímenes desigualitarios (p. 723).

1.5. Ampliar el campo de visión

Estrechos lazos unen la cuestión de las fronteras y la cuestión de la redistribución,

la cuestión del régimen político y la cuestión del régimen de propiedad (p. 29).

Por eso, es esencial salir del marco occidental para comprender mejor la

dinámica política en torno a las desigualdades y la redistribución. India y Brasil

lo muestran: en esos países, clases populares con origen e identidades diversas

han podido encontrarse en las mismas coaliciones políticas redistributivas. En

cambio Israel ofrece el ejemplo más extremo de una democracia electoral en la

que el conflicto identitario ha barrido con todo a su paso. No obstante, en todos los casos puede verse una dimensión de tipo identitario (que gira en torno

a las fronteras, los orígenes y las identidades étnico-religiosas) y otra en torno

a las desigualdades socioeconómicas (p. 1135-1137). En la mayor parte de las

sociedades encontramos ambas dimensiones: la identitaria y la desigualitaria

(p. 113).

Pero denunciar el régimen vigente no asegura que el régimen que lo sustituye sea preferible (p. 62): todo depende del origen de las desigualdades y su justificación (p. 43). Por eso parece posible apoyarse en las experiencias relatadas

en este libro para intentar esbozar el contorno de un socialismo participativo e

internacionalista sin caer en lo que llaman populismo (p. 1139). Esto nos lleva

al debate ideológico.

2. Importancia de la ideología

2.1. Qué es la ideología

La ideología no es lo que afirman algunas doctrinas a menudo calificadas de

marxistas: una mera superestructura que brota de la estructura económica, de

manera casi mecánica. Las ideas y las ideologías cuentan en la historia. Lo cual

se distingue también de numerosos discursos conservadores, según los cuales

existen fundamentos «naturales» que explicarían las desigualdades, las cuales,

por eso no pueden ser modificadas sin causar inmensas desgracias. La experiencia histórica demuestra lo contrario: las desigualdades varían considerablemente en el tiempo y en el espacio (p. 19). La desigualdad no es meramente

económica o tecnológica, es ideológica y política (p. 18).

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7 Curiosamente, esto mismo

había afirmado en sus

orígenes la teología de la

liberación, rechazando

también el concepto marxista de ideología.

Utilizamos pues la palabra ideología de una forma positiva y constructiva7

,

como un conjunto de ideas y discursos a priori plausibles y que tienen la finalidad de describir el modo en que debería estructurarse una sociedad (p. 14). Todo

régimen desigualitario, toda ideología desigualitaria reposa sobre una teoría de

las fronteras y una teoría de la propiedad (p. 16). Y se caracteriza por un conjunto de respuestas más o menos coherentes y duraderas a las cuestiones del

régimen político y del régimen de propiedad (p. 17). Porque lo innegable es

que todas las sociedades humanas necesitan dar un sentido a sus desigualdades

(p. 46). Pero los sistemas de justificación de las desigualdades deben tener un

mínimo de plausibilidad para poder perdurar (p. 973).

2.2. La ideología neopropietarista actual

La desigualdad no es solo económica o tecnológica, es también ideológica y

política. Aunque no existe una forma única de ideología propietarista, y todas

ellas conservan una fuerte resonancia en la actualidad (p.  239), sí podemos

hablar del cinismo del dinero (p. 214).

De hecho, la ideología neopropietarista de principios del siglo xxi se apoya

en instituciones sólidas y en grandes narrativas, entre las cuales está el fracaso

del comunismo, el miedo al vacío que genera la posibilidad de redistribuir la

riqueza, y un régimen de libre circulación de capitales sin información compartida y sin una fiscalidad común (p. 844-845).

Hoy el conflicto político es ante todo ideológico y no «clasista» (p. 861); en

las décadas de 1950 a 1980 fue «clasista» en el sentido de que enfrentaba a las

clases sociales más bajas con las más altas. Por el contrario, en los años 1990-

2020 se asemeja más a un sistema de élites múltiples (p. 863). La afirmación

de Marx y Engels en el Manifiesto, de que «la historia es historia de la lucha de

clases», es pertinente pero debe ser completada: es la lucha de las ideologías y

de la búsqueda de la justicia (p. 1226-1227). Pues de un lado y de otro, la historia de la desigualdad se apoya en construcciones intelectuales e institucionales

sofisticadas, que no siempre están exentas de cierta hipocresía y de la voluntad

de perpetuarse por parte de los grupos dominantes (p. 1227).

Defender que las desigualdades son así no significa que podamos hacerlas

desaparecer como por arte de magia […], pero significa que debemos desconfiar de todos los discursos que buscan banalizar las desigualdades y negar la

existencia de alternativas (p. 25).

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3. Aplicaciones a nuestra situación: la meritocracia

La ideología neopropietarista que se desarrolla a finales del xx y a principios del

xxi, está vinculada a una ideología meritocrática exacerbada. El discurso meritocrático tiene por objeto ensalzar a los ganadores y estigmatizar a los perdedores del sistema económico por su supuesta falta de mérito, talento y diligencia

[…]. La culpabilización de los pobres constituye uno de los principales rasgos

distintivos del actual régimen desigualitario (p. 846). Los individuos más ricos

encuentran argumentos para justificar su posición frente a los más pobres en

nombre de su esfuerzo y mérito, así como en nombre de la necesidad de una

estabilidad que beneficia a la sociedad en su conjunto (p. 159). Y las clases altas dejan atrás el ocio e inventan la meritocracia por instinto de supervivencia

(p. 850).

La falta de consistencia de ese relato contemporáneo propietarista, empresarial y meritocrático es evidente (p. 11-12). Esa justificación hipermeritocrática es característica de Occidente e ilustra la necesidad incontenible de las sociedades humanas de dar sentido a sus desigualdades, más allá de lo razonable.

Esa casi beatificación de la fortuna no está exenta de contradicciones, algunas

de ellas abismales […]. Bill Gates y demás ¿habrían podido desarrollar sus negocios sin la ayuda de cientos de miles de millones de dinero público invertidos

en formación e investigación básica desde hace décadas? (p. 45).

Porque hay un gran abismo entre las proclamaciones meritocráticas (que

tanto insisten en la importancia de la igualdad de oportunidades, al menos

desde un punto de vista teórico y retórico) y la realidad a que se enfrentan las

clases más desfavorecidas en términos de acceso a la educación superior: en

EE.UU. asisten a estudios de nivel superior menos de un 30% de las familias

del decil más bajo y más del 90% del decil más alto (p. 53). Algo menos en

Europa y Japón que en EE.UU. y Gran Bretaña lo cual puede explicar la gran

diferencia entre altos y bajos ingresos […]. La cuestión de las desigualdades

educativas y de la ausencia de transparencia democrática en este sentido es un

factor que afecta a todos los países y que forma parte de los fracasos socialdemócratas (p. 54).

El propietarismo es una ideología muy útil para los que se encuentran en

lo más alto de la escala social, tanto en términos de desigualdad entre individuos como en entre países (p. 159). Pero la gran debilidad de la ideología

propietarista reside en que los derechos de propiedad del pasado, a menudo

plantean graves problemas de legitimidad […]. Y además, independientemente del origen violento o ilegítimo de las apropiaciones iniciales, las enormes

desigualdades patrimoniales duraderas y en gran medida arbitrarias, tienden a

reconstituirse de manera permanente, tanto en las sociedades hipercapitalistas

modernas como en las sociedades antiguas (p. 158). 

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8 O también sociedades «ternarias»: Nobleza, clero y

pueblo llano. Esas sociedades conforman la categoría

de regímenes desigualitarios más antigua y han

dejado además una huella

que perdura en el mundo

actual (p. 72). Son sociedades antiguas que preceden

a la formación del Estado

centralizado moderno

(p. 73). Pero sería un error

ver en las sociedades ternarias la encarnación de

un orden inherentemente

injusto y arbitrario en

oposición radical al orden

meritocrático moderno

que consideramos justo y

armonioso (p. 81).

A menudo, y mediante la ilusión filantrópica, los más ricos se benefician

de ventajas fiscales extremadamente importantes. Esto lleva de facto a que las

clases trabajadoras y medias subvencionen las preferencias de los más ricos

a través de sus impuestos, lo que equivale a una forma de confiscación de los

bienes públicos y a una deriva censitaria (p. 855).

En general las sociedades propietaristas siguen lógicas menos evidentes y

más sutiles que las sociedades trifuncionales8

 en las que la división de roles es

muy profunda […], el sistema trifuncional está construido en base a papeles y

funciones muy bien delineadas (p. 213).

En resumen: la desigualdad moderna se caracteriza por un conjunto de

prácticas discriminatorias, ejercidas con una violencia mal descrita en el cuento de hadas meritocrático (p. 12): pues lo que ha permitido el desarrollo económico y el progreso humano es el combate por la igualdad y la educación, no la

sacralización de la propiedad, la estabilidad y la desigualdad (p. 13).

Pero los cambios históricos se producen cuando la evolución de pensamiento colectivo y la lógica de los acontecimientos van de la mano (p. 47). Así

se adivina la tarea de este examen nuestro: aceptando que el curso de los acontecimientos también cuenta en la historia (p. 61) y que los hechos mismos son

construcciones cognitivas (p. 22), intentaremos comprender mejor:

• bajo qué condiciones lograron formarse las coaliciones políticas igualitarias

que redujeron las desigualdades a mediados del siglo xx (y que tenían una

dimensión que no se limitaba al ámbito institucional y de partidos sino que

era sobre todo intelectual e ideológica (p. 54),

• y bajo qué condiciones podrían surgir nuevas coaliciones igualitarias en el

siglo xxi (p. 54).

4. Aplicaciones a nuestra situación: ¿y la socialdemocracia?

4.1. Su fracaso

A pesar de sus éxitos, la socialdemocracia se ha visto con muchas limitaciones

intelectuales e institucionales […], particularmente con respecto al tema de la

propiedad social, la igualdad de acceso a la educación, la superación del Estado-nación y la tributación progresiva del patrimonio (p. 690).

Es posible ver en la evolución de nuestros últimos años la consecuencia

de aquella «revolución conservadora» de la década de 1980 y del movimiento

de desregulación social y financiera consiguiente, al que los socialdemócratas

contribuyeron de manera notable por no haber pensado suficientemente en un

modelo alternativo de organización de la economía global y en la superación

del estado-nación […]. Así fueron abandonando de forma progresiva toda am-

José I.

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Capital e ideología.

Selección de textos

27

bición seria en términos de redistribución y de reducción de las desigualdades,

en parte debido a la competencia fiscal creciente entre países y a la libre circulación de bienes y capitales que ellos mismo fomentaron sin la contrapartida

de nuevas reglas fiscales y sociales comunes. Como consecuencia, perdieron

el apoyo de los electores menos favorecidos, lo que les llevó a concentrar su

atención en el electorado con más estudios, constituido principalmente por

quienes se beneficiaban en primer lugar de la mundialización que estaba teniendo lugar (p. 59).

Los socialdemócratas aceptaron la liberación completa de los flujos de capital […]. La incapacidad para organizar el estado social y fiscal a escala posnacional no es exclusiva de Europa. Eso puede llevar a socavar la progresividad de

todo el sistema tributario como pone de manifiesto la altísima concentración

de la propiedad, especialmente financiera (p. 663-665).

Es lícito pensar que la reducción de la progresividad fiscal decidida en la

década de 1980 ha contribuido, sobre todo, al aumento sin precedentes de las

desigualdades en EE.UU. y en el Reino Unido, y también al hundimiento de

la participación de los hogares más desfavorecidos en la renta nacional y al

aumento del sentimiento de abandono en las clases medias y populares (p. 51).

Ello lleva a preguntar por qué los socialdemócratas de la posguerra han

sido incapaces de abordar a escala internacional tanto la problemática de la

progresividad fiscal como la noción de propiedad privada temporal (p. 51).

Los partidos socialdemócratas, socialistas, etc. […] han tenido inclinación

a descuidar la doctrina fiscal y la cuestión de la fiscalidad justa […]. La fe en la

centralización del estado como única solución para superar el capitalismo ha

llevado a veces a no tomar suficientemente en serio la cuestión de los impuestos, sus tipos y bases imponibles así como la cuestión del reparto del poder y

voto en las empresas […]. Tampoco han logrado desarrollar la cooperación

internacional necesaria para preservar y profundizar la progresividad fiscal

(p. 655-656).

De ahí brota, por ejemplo, una doble valoración de los millonarios tercermundistas (despreciables e inmorales que no merecen realmente su fortuna),

y los «empresarios» europeos y estadounidenses, de quienes es frecuente oír

alabanzas sobre sus infinitas contribuciones al bienestar mundial (p. 45).

Pero ocurre que en este mundo mal globalizado, las distintas opiniones

sobre el régimen político ideal, el régimen de propiedad que sería deseable o lo

que cada sociedad entiende por un sistema legal, fiscal o educativo justo, se forjan a partir de la propia experiencia nacional e ignoran en gran medida las experiencias de otros países (p. 23). Mientras que la libre circulación de capitales

sin control y sin intercambio de información entre administraciones fiscales es

uno de los factores que explican la persistencia y dimensión internacional de la

revolución fiscal conservadora de los 1980-1990 (p. 51).

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28

En cualquier caso, esa incapacidad de los socialdemócratas para convencer

a las clases más desfavorecidas de que realmente se preocupaban por sus hijos y

por su educación tanto como por los suyos propios […]. explica en gran manera por qué se convirtieron en el partido de los electores con estudios (p. 61). La

desigualdad educativa es también uno de los principales factores explicativos

del colapso de la coalición electoral socialdemócrata en las últimas décadas

(p. 851).

4.2. Las razones de ese fracaso

Aun teniendo en cuenta la amplitud y variables del término socialdemocracia,

pueden ser las siguientes:

a) No se explotaron suficientemente los intentos de instaurar nuevas formas

de reparto del poder y de la propiedad social en las empresas (salvo en Alemania

y Suecia) a pesar de que aportan algunas de las respuestas más prometedoras

para superar la propiedad privada y el capitalismo (p. 580).

En este punto cabe la llamada cogestión por la que los administradores y

trabajadores pasan a tener voz y voto en las decisiones estratégicas de la empresa (entre un tercio y la mitad), iniciada por C. Adenauer (hacia 1950) y

desarrollada por Willy Brandt (p. 592) y que fue resultado de la fuerte movilización de los sindicatos alemanes, pero hoy es ampliamente aceptada en

Alemania (p. 593). Pero, en caso de empate, los accionistas tienen la última

palabra (p. 595). Con variantes la encontramos en Suecia, Noruega, Dinamarca

y Austria (p. 596). Este modelo ha permitido un cierto equilibrio de poder entre los empleados y los accionistas, así como un desarrollo económico y social

más armonioso (p. 596). Es el sello distintivo del llamado capitalismo renano

(p. 599).

Los demás países no quisieron seguirlo, quizá por considerar que solamente las nacionalizaciones y la propiedad estatal de las grandes empresas podía

cambiar realmente el equilibrio de poder con el que superar el capitalismo

(p. 602-684). Pero luego, el abandono de las nacionalizaciones tras la caída del

comunismo, no llevó a los socialistas a incorporar la cogestión en su agenda

(p. 603). Y queda como cuestión central saber en qué medida es posible superar la mayoría automática de los accionistas en el sistema de cogestión alemán

(p. 607).

b) En segundo lugar, la socialdemocracia no ha logrado abordar con eficacia la profunda necesidad de igualdad en el acceso a la formación y al conocimiento, especialmente […]. en la transición a la educación superior (p. 580).

Más allá del régimen de la propiedad es necesario destacar el papel central de

la educación en la historia de los regímenes desigualitarios y de la estructura 

José I.

González Faus

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29

de las desigualdades económicas (p. 613). Más allá del sistema legal y fiscal es

el sistema educativo lo que desempeña un papel crucial en la formación de las

desigualdades primarias (p. 639).

EE.UU. disfrutó de una importante ventaja educativa […] que desapareció

a finales del siglo xx, dando paso a una estratificación sin precedentes (p. 614).

La segunda revolución industrial fue mucho más exigente en lo que se refiere

a la cualificación de los trabajadores (p. 622). Pero EE.UU. perdió su liderazgo

educativo en las décadas de 1980 y 1990. Numerosos estudios han demostrado

que la desaceleración de la inversión en educación del país, ha contribuido al

aumento de la desigualdad salarial relacionada con las titulaciones superiores

desde las décadas de 1980-1990 (p. 640). Investigaciones han mostrado que el

acceso a la educación superior en EE.UU. depende sobremanera de la renta

parental […], en flagrante contradicción con los discursos teóricos sobre la

meritocracia y la igualdad de oportunidades (p. 641).

c) Conviene explorar los límites del pensamiento socialdemócrata sobre

la fiscalidad progresiva de la propiedad. La socialdemocracia no ha conseguido sentar las bases de nuevas formas federales y transnacionales de soberanía

compartida y de justicia social y fiscal (p. 581).

EE.UU. […] que hasta principios del siglo xx era un país significativamente más igualitario que Europa en términos de renta y de riqueza, se ha convertido en el Estado más desigualitario del mundo desarrollado desde la década

de 1980, hasta el punto de que actualmente los fundamentos mismos de sus

éxitos pasados se ven amenazados (p. 624-625). El 50% más pobre ha pasado

de aproximadamente el 20% de la renta total de EE.UU. en la década de 1970,

al 13% en la década del 2010 (p. 626). Hasta 1980, la renta media del 1% más

rico era 25 veces mayor que la del 1% más pobre; en 2015 era más de 80 veces

superior (p. 629). Y los impuestos que paga el 50% más pobre (particularmente

en forma de impuestos indirectos) son aproximadamente equivalentes a lo que

percibe en forma de transferencias sociales en efectivo (p. 631). Una política

de transferencias, sean monetarias o en especie, no puede ser suficiente para

abordar de manera satisfactoria una distorsión tan elocuente de la distribución

de la renta primaria (p. 632).

d) Es importante destacar que los diferentes regímenes desigualitarios

observados en la historia se caracterizan principalmente por la forma en que

determinan la distribución primaria de los recursos. Es el caso tanto en las sociedades trifuncionales como en las esclavistas, coloniales o propietaristas. Y lo

mismo ocurre con las diversas sociedades socialdemócratas, comunistas, poscomunistas o neopropietaristas (p. 632). Es pues esencial centrarse al menos

tanto en las políticas de «predistribución» (las que afectan al nivel de desigualdad primaria) como en las de «redistribución» (p. 634). 

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5. Conclusiones

• La fortísima concentración de la propiedad privada sumada a una gran opacidad financiera es una de las principales características del régimen desigualitario neopropietarista mundial, a comienzos del siglo xxi. La distribución

de la propiedad será una cuestión crucial en este siglo (p. 822).

• Es necesario contextualizar la historia de los regímenes e ideologías desigualitarias porque influyen en el régimen desigualitario actual que podemos

calificar de neopropietarista (p. 46).

• También avisar del riesgo de una nueva oleada de competencia exacerbada y

real, con un posible endurecimiento del repliegue nacionalista e identitario,

que es visible tanto en Europa y en EE.UU. como en la India, Brasil o China

(p. 1229).

• Y finalmente: a la luz de la historia de los dos últimos siglos, la igualdad y la

educación parecen ser factores de desarrollo mucho más determinantes que

la sacralización de la desigualdad (p. 654).

Capital e ideología.

Selección de textos

31

III. ACTUAR (HACIA UN SOCIALISMO

PARTICIPATIVO Y UN FEDERALISMO SOCIAL)

Razones

Hemos visto hasta ahora la caída del comunismo y el fin del colonialismo. El

primero sembró una cierta desilusión frente a cualquier posibilidad de economía justa. El segundo condujo a nuevas relaciones económicas y migratorias menos desiguales entre las diversas partes del mundo pero con un sistema

mundial que sigue siendo muy jerárquico e insuficientemente social y democrático (p. 775); y que lleva a la aparición de nuevos nacionalismos.

Si no transformamos profundamente el sistema económico actual para

convertirlo en uno menos desigual, más equitativo y sostenible, tanto entre

países como en el interior de cada país, entonces el «populismo» xenófobo y

sus posibles éxitos electorales podrían ser el principio del fin de la mundialización hipercapitalista y digital de los años 1990-2020 (p. 13).

Se teme, no obstante, que el cuestionamiento de la desigualdad podría dar

lugar a un efecto dominó cuyas consecuencias terminarían pagando los más

pobres y la sociedad en su conjunto. Ese argumento no es nuevo (p. 45). Pero es

muy difícil imaginar soluciones a otros desafíos de nuestro tiempo, empezando

por los climáticos y migratorios, si antes no somos capaces de reducir las desigualdades y construir un estándar de justicia económica que sea aceptado por

la mayoría (p. 35).

El aumento de la desigualdad es el principal reto a que se enfrenta el planeta a principios del siglo xxi (p. 1190). Frente a esa urgencia, gobiernos más

recientes, no han tenido de socialistas más que el nombre (p. 1149).

Hay que estudiar pues: a) condiciones para la existencia de una propiedad

justa, de una educación justa y de unas fronteras justas […]. Y b) lecciones

imperfectas, frágiles y provisionales que permitan esbozar el contorno de un

socialismo participativo y un federalismo social (p. 61). Pues se equivocan quienes esperan que podamos un día delegar en una fórmula matemática, algoritmo o modelo econométrico la responsabilidad de elegir el nivel socialmente

óptimo de desigualdad (p. 63).

Necesitamos un modelo basado en la participación igualitaria de los ciudadanos, en la definición colectiva del bien público (similar al modelo igualitario

de financiación de los partidos políticos ya mencionado), junto con la igualdad 

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9 Clasifico aquí los campos

que estudia Piketty en

un orden distinto al suyo

que me resulta más pedagógico. Y añado algunos

campos tomados de otras

partes del libro.

educativa y la distribución de la propiedad. Eso sería un socialismo participativo (p. 855-856).

Para nosotros, el futuro de la UE se está convirtiendo en la cuestión político-ideológica central (p. 1009). Pero la casuística pone de manifiesto la importancia de las motivaciones colectivas y de los cambios políticos e ideológicos en

la transformación de los regímenes desigualitarios (p. 66).

1. Fiscalidad9

1.1. Fiscalidad progresiva en propiedad, herencia y renta

Datos históricos

a) Numerosos estudios han demostrado que el ascenso del Estado fiscal no solo

no impidió el crecimiento económico, sino que, por el contrario, fue un elemento central del proceso de modernización y de la estrategia de desarrollo llevada

a cabo en Europa y en EE.UU. durante el siglo xx. Los nuevos ingresos fiscales

permitieron financiar gastos esenciales para el desarrollo, en particular una inversión masiva y relativamente igualitaria en educación y sanidad (o, al menos

mucho más masiva e igualitaria que todo lo que se había hecho previamente)

así como gastos sociales esenciales para hacer frente al envejecimiento (como

las pensiones) y para estabilizar la economía y la sociedad en casos de recesión

(como el seguro de desempleo) (p. 547-548).

La extrema concentración de la propiedad no es útil desde el punto de vista

del interés general […]. De hecho, la fuerte disminución de las desigualdades

en los años 1914-1945 no impidió que el desarrollo económico siguiera su curso. La desigualdad extrema no es el precio a pagar por la prosperidad (p. 1156).

Conviene destacar aquí el papel central desempeñado por EE.UU. y el Reino Unido en el desarrollo de una fiscalidad progresiva a gran escala, tanto en lo

que concierne a la renta como a las sucesiones (p. 541). A finales del siglo xix

y principios del xx, EE.UU. fue uno de los principales actores de la campaña

internacional que se desarrolló a favor del impuesto sobre la renta (p. 545). La

única vez que Alemania aplicó un tipo del 90% a las rentas más altas fue durante el período 1946-1948 cuando la política fiscal alemana estaba dictada por

el Allied Control Council (en la práctica dominado por EE.UU.). Tan pronto como el país recuperó su soberanía fiscal en 1949 los sucesivos gobiernos

alemanes optaron por reducir ese tipo impositivo y estabilizarlo enseguida en

torno al 50-55%. En el imaginario norteamericano de los años 1946-1948 un

tipo del 90% no significaba en modo alguno un castigo que se imponía a las 

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élites alemanas, ya que el mismo se aplicaba entonces a las élites anglosajonas

(p. 543).

b) Hay que destacar la complementariedad histórica entre el desarrollo de la

fiscalidad progresiva a gran escala y el auge del Estado social durante el siglo xx

(p. 552).

Pero la participación del Estado ha disminuido significativamente en las

últimas décadas e incluso se ha vuelto negativa en muchos países (p. 551). Además, el sistema fiscal en sí mismo puede tener un impacto decisivo en las desigualdades primarias: puede poner fin a las remuneraciones astronómicas de

los cuadros directivos […], ya que de todas formas el 80 y el 90% del aumento

está destinado a terminar directamente en la caja del Tesoro público (p. 638).

Ya al final de la guerra mundial se había intentado imponer gravámenes

excepcionales sobre la propiedad privada para reducir la deuda pública en muchos países europeos. Así hay más flexibilidad para repartir la carga, mientras

que si se recurre a la inflación, esta distribuye ganancias y pérdidas de forma

relativamente arbitraria (p. 528-529). Incluso ya durante la Revolución francesa, se aplicó brevemente, en 1793-1794, un sistema de préstamos forzosos que

alcanzaba el 70% de los ingresos más altos (p. 530).

c) En cambio entre 1815 y 1914 las sociedades europeas entraron en una

larga fase de sacralización de la propiedad privada y de estabilidad monetaria

durante la cual la idea de no reembolsar una deuda se convirtió en tabú, en algo

impensable (p. 531).

Luego, en el siglo xx, se aplicaron diferentes impuestos altamente progresivos sobre los grandes patrimonios financieros, como sucedió por ejemplo en

Alemania, Japón y muchos otros países tras la segunda guerra mundial, lo que

contribuyó a reducir la deuda pública y a restaurar el margen de maniobra para

financiar inversiones de futuro, y todo eso sin las tecnologías de información

que existen en la actualidad (p. 993). En 1900, en EE.UU., Reino Unido, Japón,

Alemania y Francia, los tipos aplicados a las rentas de sucesiones más altas

estaban por debajo del 10%; en 1930 oscilaban entre el 30 y el 70% en el caso

de las deudas más altas y entre el 10 y el 40% en el caso de las sucesiones. Los

tipos elevados se redujeron ligeramente durante la década de 1920 […], pero

entre 1932 y 1980 el tipo aplicable a las rentas más altas en EE.UU. fue el 81%

en promedio (p. 535) y cayó al 28% tras la reforma fiscal de Reagan. Y entonces

el crecimiento de la renta nacional per cápita se redujo a la mitad en las tres

décadas posteriores y se han multiplicado las desigualdades hasta el punto que

el 80% de la población con menores ingresos no ha experimentado ningún

crecimiento desde principios de la década de 1980, algo sin precedentes en la

historia de EE.UU. y poco común en un país en tiempos de paz (p. 993).

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En Francia, con la revolución bolchevique a la que una gran parte del movimiento obrero y socialista acababa de unirse, la fiscalidad progresiva cambió

de naturaleza (p. 538).

Un ejemplo: Warren Buffett pagó un impuesto de 1,8 millones de dólares

sobre la renta en 2015, para una fortuna estimada en 65,000 millones de dólares. O sea: pagó un 0,003% en proporción a sus activos (p. 1157, nota). En otro

sentido, las petromonarquías de golfo Pérsico, junto con la Rusia poscomunista son los países del mundo que utilizan de manera más intensiva los paraísos

fiscales (p. 782). Y en el siglo xix el propietarismo se apoyó durante mucho

tiempo en el sufragio censitario: solo los propietarios más ricos tenían derecho

a votar, por lo que el riesgo de redistribución de la riqueza era muy limitado

(p. 813).

d) Una cuestión extremadamente compleja y delicada es: ¿se habría dado

el aumento extremadamente rápido de la fiscalidad progresiva […], si no hubiese existido la primera guerra mundial? […].

Es imposible responder con certeza a cuestiones históricas «contrafactuales» de este tipo (p. 553-554). En el caso del Reino Unido, el aumento de los

tipos del impuesto de sucesiones y sobre la renta ya estaba muy avanzado tras

la crisis política de 1909-1911 antes de que la guerra estallase (p. 557).

e) Resumiendo: el final de las sociedades propietaristas es, principalmente,

la consecuencia de una transformación política e ideológica. Las reflexiones y los

debates sobre la justicia social, la fiscalidad progresiva y la redistribución de la

renta y de la propiedad, ya muy presentes en el siglo xviii y durante la Revolución francesa, adquirieron una nueva dimensión en la mayoría de los países a

finales del siglo xix y principios del xx (p. 560).

En La gran transformación, Polanyi propone, en 1944, un análisis magistral de como la ideología del mercado autorregulado del siglo xix condujo en

su opinión a la destrucción de las sociedades europeas desde 1914 y, en última

instancia a la muerte del liberalismo económico (p. 561). La caída de las sociedades propietaristas fue el resultado de un doble fracaso: por un lado alcanzaron en 1880-1914 niveles de desigualdad y concentración de la riqueza aún

más extremos que las sociedades del Antiguo Régimen a las que pretendían

superar; por otro lado, los Estados nación europeos se destruyeron a sí mismos

y fueron sustituidos por otros poderes estatales de dimensión continental, organizados en torno a nuevos proyectos políticos e ideológicos (p. 572).

Estado actual de la cuestión

A comienzos del siglo xxi, el hipercapitalismo se caracteriza por una competencia exacerbada entre Estados […]. 

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35

Nada obliga a que las cosas sean así. Es posible y deseable denunciar los

tratados que organizan la libre circulación de capitales y sustituirlos por un

sistema de regulación basado en un registro financiero público, de modo que

los países que lo deseen puedan aplicar impuestos redistributivos sobre los patrimonios transnacionales y sus rentas (p. 1053).

La caída de las sociedades propietaristas plantea esencialmente la cuestión

del nivel político más adecuado para regular y superar el capitalismo y las relaciones de propiedad. Desde el momento en que elegimos que las relaciones

de económicas y comerciales y las relaciones de propiedad se organicen a nivel transnacional, parece obvio que la superación de las sociedades propietaristas y del capitalismo requiere una forma elaborada de superar el estado-nación

(p. 579).

Para evitar una concentración excesiva del capital, los impuestos progresivos sobre las sucesiones y la renta deben seguir desempeñando en el futuro el

papel que desempeñaron en parte del siglo xx (p. 1156), complementados por

un impuesto progresivo sobre el patrimonio. La fiscalidad justa debe construirse histórica y políticamente a partir de mecanismos que permitan compaginar

la capacidad de cada uno a la hora de contribuir a financiar las cargas comunes

[…] y medir y registrar la renta y la riqueza entre categorías sociales que son

muy diferentes (p. 921).

Sin embargo, existe la idea de que es estrictamente imposible someter a

contribución a los activos financieros porque tienen la capacidad de desaparecer y eludir, como por arte de magia, los impuestos. Así no tendríamos más

opción que poner en marcha un impuesto regresivo sobre el patrimonio que

solo sometería a contribución a los activos inmobiliarios de las clases medias

y eximiría a las grandes carteras financieras (p. 957). Pero explicar que no hay

más remedio que exonerar a las grandes fortunas financieras porque se niegan

a pagar impuestos y es demasiado difícil forzarlos a aceptar dicho pago, en un

momento en que la desigualdad creciente y el cambio climático plantean desafíos globales sin parangón, es una forma de inconsciencia […] extremadamente peligrosa. Este nihilismo alimenta el repliegue identitario y agita la trampa

social-nativista (p. 690 y 960) que ha surgido como resultado de un mundo al

mismo tiempo poscomunista y poscolonial (p. 1025).

Estas propuestas de Hayek ponen de manifiesto las contradicciones del

neopropietarismo extremo […]: los propietarios son los únicos que tienen el

conocimiento y la mirada suficientemente larga como para legislar de manera

responsable (p. 847). Trump ha puesto en marcha una reducción del impuesto

sobre la renta destinada especialmente a los empresarios no asalariados (como

él) a cuyos beneficios se les pasa a aplicar un tipo máximo del 29%, que contrasta con el 37% de los salarios más elevados […]. Una política tan similar a la 

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36

de un gobierno internacionalista como el de Macron, que muestra una convergencia considerable de las ideologías (p. 1055).

Pero hoy sabemos que la parte del percentil superior en la propiedad social

puede caer del 70% al 20% sin por ello debilitar el crecimiento; más bien al

contrario (p. 708).

¿Y Europa?

Cuando se asumía que el viejo mundo colonial estaba al borde del colapso y

que la gran depresión del 1929 acababa de demostrar la interdependencia de

las economías y la necesidad de nuevas regulaciones colectivas, y también que

las nuevas conexiones aéreas habían reducido las distancias de forma espectacular, muchas fueron las voces que se sintieron autorizadas para imaginar

formas inéditas de organización para el mundo futuro (p. 577). Estos debates y

ambigüedades en torno al federalismo son fundamentales porque siguen siendo los de nuestro tiempo (p. 579).

Un grupo de académicos británicos y franceses se reunió en París en 1940

para estudiar el funcionamiento de una posible unión federal, primero a escala

franco-británica y más tarde ampliada a escala europea, sin llegar a un acuerdo

(p. 577). En 1945 (se propuso) un proyecto de federación mundial en torno a

una convención elegida por sufragio universal […] (p. 576). La competencia

social y fiscal entre los estados miembros [de la UE] beneficia esencialmente a

los actores más poderosos […]. De ahí la necesidad de una regulación social y

política común que debe acompañar la libertad de circulación (del capital). Si

la UE no logra transformarse en un proyecto alternativo, construido en torno a

medidas sencillas y legibles en lo relativo a la justicia social y fiscal, es poco probable que las clases populares y medias cambien su visión al respecto. Debemos

considerar el riesgo de nuevas salidas de la UE o el peligro de que ideologías

nativistas e identitarias secuestren el proyecto europeo (p. 1023).

Resulta casi insoportable oír a la CDU (alemana) hablar de «emprendedores» para referirse a empresas que casi no pagan impuestos; sobre todo tratándose de un partido político que ha estado a la cabeza del gobierno federal de

Alemania (primera potencia económica europea) a lo largo del período 2005-

2019 y no ha hecho nada por cambiar este estado de cosas (p. 1099). Alejandra

Ocasio-Cortez nueva representante demócrata del estado de Nueva York apoya un tipo superior al 70% para las rentas más altas (p. 1100).

Una propuesta

La propuesta es: un impuesto anual progresivo sobre la propiedad (o patrimonio) que financie una dotación de capital para cada joven de 25 años. Más un

impuesto progresivo sobre las herencias y un impuesto progresivo sobre la renta 

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37

(p.  1162). Sin impuestos indirectos (excepto cuando se trata de corregir una

externalidad, como en el caso del impuesto sobre el carbono). En general los

impuestos indirectos (como el IVA) son extremadamente regresivos y, en mi

opinión, es preferible que a largo plazo sean reemplazados por impuestos progresivos sobre propiedad, herencia y renta (p. 1164). Los impuestos indirectos

no permiten que la carga fiscal se distribuya en función del nivel de renta o de

patrimonio (p. 1186).

Esta propuesta supondría la puesta en marcha de una forma de herencia

para todos […] equivalente al 60% del patrimonio medio (en la actualidad,

el patrimonio medio a los 25 años, apenas llega al 30% del patrimonio medio

por adulto y, además, distribuido de forma muy desigual). Y permite que los

jóvenes dispongan de un capital a la edad de 25 años, mientras que la herencia

privada conlleva una gran incertidumbre acerca del momento en que se percibe. Este sistema está basado en una larga tradición. Ya en 1795 Thomas Paine

defendía algo así en su libro Justice agraire (p. 1165-1166).

En lo referente a los tipos marginales aplicables a las sucesiones y a las rentas más elevadas, propongo que lleguen a niveles de entre el 60 y el 70% si se

sobrepasa más de diez veces el patrimonio de la renta media respectivamente;

y entre el 80 y 90% cuando sobrepasen más de cien veces la media. Son niveles

conformes a los que se aplicaron en numerosos países durante varias décadas

en el siglo xx, en períodos que hoy resultan haber sido los más dinámicos jamás observados en términos de crecimiento económico (p. 1167-1168).

Por lo que hace al impuesto sobre la propiedad, el tipo impositivo propuesto es del 0,1% para los patrimonios inferiores a la media; aumenta gradualmente hasta el 2% en los patrimonios que dupliquen el patrimonio medio; el

10% para los patrimonios que multipliquen por cien el patrimonio medio, el

60% para los que lo multipliquen por mil y el 90% para aquellos patrimonios

diez mil veces superiores al patrimonio medio. Eso daría lugar a una reducción

fiscal sustancial para el 80 o 90% de la población con menos patrimonio y facilitaría el acceso a la propiedad (p. 1169-1170). Pero es esencial que tanto el

impuesto sobre la propiedad como el de sucesiones […] afecten al patrimonio

global; es decir, a todos los activos inmobiliarios, profesionales y financieros

que posea cada individuo (p. 1171).

Por una percepción errónea de su peso real, el impuesto sobre sucesiones

es el más impopular. Y parece justificado que el impuesto sobre el patrimonio

tenga un rol más importante que el impuesto sobre sucesiones (en términos de

ingresos fiscales), a condición, no obstante, de que dicho impuesto sea progresivo (p. 1159).

En mi opinión este sistema debe aplicarse junto con las normas sobre el

reparto y la limitación de los derechos de voto en las empresas mencionadas

anteriormente. La difusión y el rejuvenecimiento de la propiedad tendrían un 

José I.

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efecto amplificado sobre la distribución real del poder económico y su renovación (p. 1167). En cualquier caso, en un contexto de crecientes desigualdades

de acceso a la propiedad para la mayoría de las personas, la necesidad de desarrollar un sistema más progresivo de tributación de la riqueza se hace notar

con independencia de las afiliaciones políticas partidistas. (El Reino Unido es

indicativo de ello cuando, en 2011 los conservadores subieron del 5 al 7% una

tasa para la compraventa de bienes que ellos mismos habían criticado cuando

la implantó un gobierno laborista).

El obstáculo a ello son razones relacionadas con la competencia fiscal entre

países (p. 686-688).

Además, los impuestos sirven para ampliar el conocimiento que se tiene

sobre la sociedad, no solo para obtener ingresos fiscales y alimentar el descontento (p. 26). Y el asunto de la fiscalidad justa nos conduce a la vez a la superación del estado nación (p. 655) que veremos luego.

1.2. Justicia fiscal ya en la Constitución

El desarrollo de esas nuevas fórmulas de progresividad fiscal y de superación

de la propiedad privada por la propiedad social y temporal, podría requerir

cambios constitucionales. Pues en general, las Constituciones y declaraciones

de derechos establecidas a finales del siglo xviii estaban profundamente impregnadas de la ideología propietarista de la época. No se trata de algo que no

hayamos visto antes: en 1913, la Constitución de EE.UU. tuvo que ser enmendada para permitir la creación de un impuesto federal sobre la renta y, posteriormente, un impuesto federal sobre las sucesiones (p. 1179).

Por tanto, la Constitución o las leyes fundamentales deberían obligar al Estado a publicar anualmente estimaciones incontestables de los impuestos pagados por los distintos grupos de renta y riqueza. Pero las cortes supremas y otros

tribunales constitucionales […] son extremadamente conservadores. Desde el

siglo xix múltiples episodios de la historia demuestran lo justificada que está

la cautela y la desconfianza hacia el poder judicial en cuestiones económicas y

sociales (p. 1180-1181): en Alemania, en 1995, el tribunal constitucional dictaminó que cualquier impuesto sobre la renta superior al 50% era inconstitucional […]. Pero, en 2006, los jueces constitucionales dictaminaron que establecer

límites cuantitativos a los tipos impositivos no forma parte de sus competencias (p. 1183).

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2. Propiedad

2.1. Superación del capitalismo y propiedad privada

El grado de concentración de la propiedad privada y del poder que deriva de ella

debe ser rigurosamente debatido y controlado, no debe ir más allá de lo estrictamente necesario, en especial mediante un impuesto marcadamente progresivo

sobre la propiedad, más una dotación universal de capital y un equilibrio entre

los derechos de voto de los trabajadores y los de los accionistas (p. 711).

Capitalismo y propiedad privada son dos pilares fundamentales. Definimos el propietarismo como la ideología política basada en la defensa absoluta

de la propiedad privada. Y el capitalismo como la extensión del propietarismo

en la era de la gran industria, de las finanzas internacionales y, actualmente, de

la economía digital […]. Tiene su fundamento en la concentración del poder

económico en manos de quienes poseen el capital (p. 1150).

De hecho, la progresión del valor total de las propiedades privadas traduce

a menudo solo un aumento del poder otorgado a la propiedad privada en tanto

que institución social, y no un aumento del «capital de la humanidad» en sentido general (p. 795).

La propiedad privada puede superarse de tres formas: propiedad pública

del Estado, propiedad social (en la gestión de la empresa) y propiedad temporal (p. 690). Desde este principio, hay que introducir un principio de propiedad

temporal del capital, en el marco de un impuesto altamente progresivo sobre

los grandes patrimonios, que permita la financiación de una dotación universal

de capital y circulación permanente de la riqueza […]. Una forma de propiedad temporal puede ser el impuesto progresivo sobre sucesiones: cada generación puede acumular activos de manera considerable; pero solo si devuelve una

parte significativa de los mismos a la comunidad cuando estos se transfieren a

la generación siguiente (p. 1151).

2.2. Propiedad social y temporal

El socialismo participativo está basado en dos pilares esenciales que tienen por

finalidad superar el actual sistema de propiedad privada: por una parte la propiedad social y el reparto de los derechos de voto en las empresas; por otra la

propiedad temporal y la circulación del capital. Estamos ante una verdadera

superación del capitalismo […]. Como ya dijimos, el dramático fracaso del

comunismo soviético ha conducido al mundo a una fase de desregulación ilimitada y de renuncia a cualquier ambición igualitaria […]. El resto lo hizo la

habilidad con que los promotores de la revolución conservadora y neopropie-

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Selección de textos

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tarista, partidarios de la línea nacionalista y antiinmigrantes, lograron llenar el

vacío político e ideológico. Pero desde la crisis del 2008, las bases de un nuevo

movimiento parecen en marcha (p. 1172).

Es perfectamente lógico que las personas que hayan acumulado un patrimonio significativo devuelvan a la comunidad una fracción cada año, de modo

que la propiedad deje de ser permanente y pase a ser temporal (p. 1179).

2.3. Dotación de capital universal (difusión de la propiedad)

Por importantes que sean algunos momentos históricos no debemos olvidar

que la riqueza nunca ha dejado de estar extremadamente concentrada. Desde

1980 la proporción de la propiedad privada en manos de las clases trabajadoras

(el 50% más pobre) y de las clases medias (si llamamos así al siguiente 40% de

la distribución), ha disminuido en casi todos los países. La distribución de la

riqueza nunca ha llegado realmente a alcanzar al 50% más pobre de la población cuya participación en la riqueza privada total, siempre ha girado en torno

al 5-10% (o incluso por debajo) en todos los países y en todos los períodos para

los que disponemos de datos (p. 1160).

En los últimos siglos se han llevado a cabo reformas agrarias ambiciosas

en muchos países (Irlanda, España, México…) que han desempeñado un papel

importante. Sin embargo estos mecanismos han tenido que confrontar dificultades estructurales: las diferentes formas de capital son complementarias entre

sí, de manera que la hiperconcentración de otros tipos de activos (equipos, herramientas, almacenes, oficinas, edificios, liquidez, activos financieros de todo

tipo) plantea el mismo problema que la propiedad de la tierra (p. 1161-1162).

Si realmente se quiere distribuir la tierra y permitir que el 50% más pobre

posea una parte significativa del capital y participe plenamente de la vida económica y social, parece indiscutible la necesidad de generalizar la noción de

reforma agraria transformándola en un proceso permanente que concierna a

la totalidad del capital privado. La forma más lógica de proceder consistiría en

establecer un sistema de dotación de capital asignada a cada joven adulto (por

ejemplo a los 25 años de edad), y financiada a cargo de un impuesto progresivo

sobre la propiedad privada. Este sistema permitiría difundir la propiedad en la

base y limitar su concentración en la cúspide (p. 1162). Sería de hecho similar

a una reforma agraria permanente (p. 672).

2.4. Transparencia patrimonial en un solo país

Los estados tienen un considerable margen de maniobra para avanzar en la

reducción de las desigualdades y en la instauración de una propiedad justa 

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sin necesidad de esperar a que la cooperación internacional se produzca. Pero

sería ideal una gran cooperación internacional. Por ejemplo: crear un registro

financiero público, capaz de permitir a los Estados y a las administraciones fiscales intercambiar toda la información necesaria sobre los titulares de los activos

financieros emitidos en cada país. Estos registros ya existen pero, en gran medida, están en manos de intermediarios privados (p. 1174).

De hecho los bienes financieros también están sujetos a diversas formas de

registro que permiten su identificación. Pero los Estados han abandonado en

gran medida esta función en beneficio de intermediarios financieros privados.

El que esas funciones sean desempeñadas por instituciones privadas, que han

sido objeto de quejas sobe su opacidad en el pasado reciente, plantea muchos

problemas (p. 807). A partir de la información proporcionada por las instituciones financieras y el catastro inmobiliario, las administraciones públicas

podrían perfectamente elaborar borradores de declaración de patrimonio, de

la misma manera que hacen en el caso de las rentas (p.  809). Pero estamos

asistiendo al empobrecimiento de las estadísticas oficiales en la era de la información […], por un cierto temor político a la transparencia y a las potenciales

demandas de redistribución (p. 810-811).

Por eso, la gestión de ese impuesto sobre la propiedad siempre ha sido muy

deficiente, el control fiscal nunca ha sido suficiente, y todos los gobiernos que

se han ido sucediendo en el poder han optado por dejar que sean los particulares quienes declaren sus activos sin una verificación sistemática (p. 1176).

2.5. Renta básica y salario justo

Una sociedad justa debe basarse en una lógica de acceso universal a los bienes fundamentales: la salud, la educación, el empleo, las relaciones salariales y

los salarios «diferidos» (pensiones de jubilación o prestaciones de desempleo

(p. 1188).

Como ya dijimos, la experiencia histórica muestra que los tipos marginales del orden del 70-90% sobre las rentas más altas han permitido poner

fin a remuneraciones astronómicas e innecesarias, en beneficio sobre todo de

los salarios más bajos y de la eficiencia económica y social del conjunto […].

En ausencia de estos sistemas públicos, los trabajadores tendrían que afrontar importantes pagos a fondos de pensiones y seguros médicos privados que,

en la práctica pueden resultar mucho más costosos que los sistemas públicos

(p. 1189).

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3. Necesidad de un federalismo global

3.1. Federalismo mundial

Una de las contradicciones más evidentes del sistema actual es que la libre circulación de bienes y capitales está organizada de manera que reduce considerablemente la capacidad de los estados a la hora de elegir sus políticas fiscales y sociales […], normas que de hecho impiden a los Estados combatir las estrategias

de evasión fiscal (p. 1211-1212).

La organización actual del mundo se basa en supuestos a los que estamos

tan acostumbrados que a veces nos parecen inamovibles pero que en realidad

corresponden a un régimen político e ideológico muy específico. Por una parte

consideramos que las relaciones entre países deben organizarse sobre la base

de la libre circulación absoluta de bienes, servicios y capitales y que los países que rechazan estas normas casi se excluyen del mundo civilizado. Por otra

parte consideramos que las opciones políticas dentro de los países, en particular en términos de sistemas fiscales, sociales o jurídicos, solo afectan a estos

países y deben estar sujetas a una soberanía estrictamente nacional […]. Estos

supuestos conducen inmediatamente a contradicciones cuya magnitud no ha

cesado de aumentar en las últimas décadas y que amenazan con hacer explotar

el curso actual de la globalización (p. 1211).

La solución consiste en organizar de forma diferente, sustituyendo los

acuerdos comerciales actuales por tratados mucho más ambiciosos, destinados

a promover un modelo de desarrollo justo y sostenible, que incluya objetivos

comunes verificables (p. 1211). Una mayor transparencia sobre los activos financieros y los beneficios de las multinacionales permitirían a los países más

pobres desarrollar en mejores condiciones su capacidad fiscal y estatal (p. 830),

La idea de justicia es transnacional. Y la contradicción más chocante entre

el modo actual de organizar la globalización y la idea de justica transnacional

afecta a la libre circulación de personas. Los estados están obligados a cumplir

con la libre circulación absoluta de bienes, servicios y capitales, pero son perfectamente libres de oponerse a la libre circulación de personas tanto como

deseen (p. 1214).

3.2. Justicia transnacional

Las asambleas transnacionales antes propuestas, podrían pactar acuerdos que

permitiesen avanzar hacia la libre circulación de personas […]. Es evidente que

no existe ninguna razón natural para que haya más solidaridad entre los bávaros y los bajasajones o entre los parisinos y los bretones que entre estos últimos 

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y los piamonteses o los catalanes. Ninguna de estas solidaridades existe de forma espontánea. Se han construido histórica y políticamente (p. 1215-1216).

No obstante, el gobierno francés decidió en 2019 que solo los estudiantes

de la Unión Europea seguirán pagando las tasas en vigor que son relativamente

modestas (170 € en grado, 240 € en máster), mientras que los estudiantes no

europeos deberán, de ahora en adelante, pagar cantidades muchos más altas

(2800 € en grado, 3800 € en máster) […]. Los estudiantes malienses o sudaneses

tendrán que pagar entre diez y veinte veces más que los estudiantes luxemburgueses o noruegos (p. 1219).

Ese caso ilustra la necesidad de vincular la libre circulación (de personas)

a la puesta en común de la financiación de los servicios públicos y, por tanto, a

la puesta en marcha de los impuestos comunes. Crear derechos sin ocuparse de

su financiación no parece ser la mejor manera de conseguir que estos derechos

sean sostenibles (p. 1220).

4. Mejorar la democracia

4.1. Justicia en participación y deliberación

La participación política, la educación o la renta no pueden proporcionarse de

forma más amplia a determinados grupos, privando a otros del derecho al voto

o de acceso a la participación política, a la educación o a la salud. Una sociedad

justa es la que permite a todos sus miembros acceder a los bienes más fundamentales de la manera más amplia posible y de modo que los miembros menos favorecidos puedan disfrutar de las mejores condiciones de vida posibles

(p. 1147-1146).

4.2. Compartir poder en las empresas

Cogestión. Como ya vimos, los representantes de los trabajadores cuentan con

la mitad de los votos en los consejos de administración de las empresas en Alemania y con un tercio de los votos en Suecia […]. Eso elimina el cortoplacismo, a menudo tan perjudicial, de los accionistas y de los intereses financieros

(p. 1152).

La desconcentración del capital y la limitación de los derechos de voto de los

grandes accionistas son las dos formas más naturales de ir más allá de esa cogestión […]. La idea según la cual el modelo de sociedad por acciones y la regla de

«una acción un voto», como forma insuperable de organización económica, no

resiste el análisis ni un instante (p. 1155).

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4.3. Bonos para igualdad democrática

La estructura de las desigualdades está íntimamente ligada al tipo de régimen

político en vigor. El modelo actual que imaginamos como una especie de perfección inmejorable, es altamente mejorable. La más obvia de sus limitaciones es su incapacidad actual para hacer frente a las crecientes desigualdades

(p.  1204). La transformación del sistema político y la estructura de las desigualdades seguirán yendo de la mano […]. Deberíamos interesarnos por la financiación de la vida política y la democracia electoral. La financiación política

directa, por motivos obvios, puede sesgar las prioridades de los partidos y movimientos políticos, complicando considerablemente la adopción de medidas

adecuadas para reducir las desigualdades (dada la hostilidad a menudo radical

de las personas acomodadas a la introducción de una fiscalidad progresiva)

(p. 1205-1206).

Un sistema particularmente prometedor sería el de los «bonos para la

igualdad democrática». Consiste en entregar a cada ciudadano un bono anual

del mismo valor, por ejemplo cinco euros, que destinaría al partido o movimiento político de su elección (por ejemplo en el momento de presentar la

declaración de renta y del patrimonio). Este sistema iría acompañado de una

prohibición total de las donaciones de empresas y otras entidades jurídicas a

los partidos (como ya ocurre en muchos países europeos) y de una limitación

radical a las donaciones y contribuciones de particulares (p. 1206-1207).

4.4. Hacia una democracia participativa e igualitaria

El objetivo de la medida anterior es promover una democracia participativa

e igualitaria. Las normas vigentes (en EE.UU., Europa, India o Brasil) son insatisfactorias y, a veces, completamente escandalosas. Y no es de extrañar que

sean principalmente los contribuyentes muy ricos, especialmente en el percentil superior de la distribución de rentas los que se aproximan a los límites

legales. El espíritu de los bonos para la igualdad democrática consiste en hacer

que la democracia parlamentaria sea más dinámica y participativa, permitiendo que todos los ciudadanos, independientemente de su origen y de sus medios,

participen de manera permanente en la renovación de los movimientos y organizaciones políticas cuyos programas serían más tarde objeto de deliberación y

decisión dentro del parlamento. Mientras que el sistema actual de incentivos

fiscales a las donaciones políticas y filantrópicas viene a dar más peso a los

más ricos en la definición del bien público y se asemeja a un sistema censitario

(p. 1208-1211).

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5. Educación

5.1. Justicia educativa

Quizá dentro de algunos años nos demos cuenta de que no era muy creíble

pretender promover la justicia educativa sin evaluar si las clases sociales más

desfavorecidas se benefician de los recursos públicos en la misma o en mayor proporción que las clases más favorecidas (o si reciben claramente menos recursos

como ocurre en la actualidad prácticamente en todas partes) (p. 65).

Algunos ejemplos

En EE.UU. las desigualdades en el acceso a la educación superior son particularmente altas, y también son significativas en Europa (p. 647). En EE.UU., las

universidades privadas se niegan a hacer públicas sus reglas y algoritmos de admisión, al mismo tiempo que exigen que se les crea de palabra cuando afirman

que utilizan con moderación sus derechos de admisión […]. Las universidades

más ricas ya no saben cómo gastar su dinero mientras que las universidades

privadas y los colleges accesibles a las categorías socialmente más desfavorecidas, sufren una importante carencia de medios (p. 1203).

En Francia, la generación que cumple 20 años en 2018 recibe un promedio de 120.000 € aproximadamente (quince años con un coste medio anual

de 8000 €). De ellos, el 10% inferior de la distribución recibe unos 70.000 €,

mientras que el 10% superior recibe entre 200.000 y 300.000 € (p. 1195). Y los

datos indican que la relación entre la renta parental y el acceso a la educación

superior es menos extrema en Francia que en EE.UU.: de modo que, en muchos casos, los efectos de la inversión pública en educación se acumulan a los

de la herencia privada (p.  1197). Además, son las instituciones socialmente

privilegiadas las que se benefician de los profesores más experimentados, formados y mejor remunerados, factores mucho más determinantes que el efecto

de las exiguas primas asignadas a los enseñantes […] que trabajan en zonas

desfavorecidas (p. 1199).

Existen situaciones en las que la remuneración media de los docentes es

tanto más elevada cuanto más favorecidos socialmente son los centros educativos en los que enseñan; o en las que la inversión pública en educación es cuatro

veces superior para unos estudiantes (que resultan ser los más favorecidos)

que para otros (p.  1200). El estancamiento de la inversión en educación en

los países ricos desde los años 1980-1990 puede contribuir a explicar no solo

el aumento de la desigualdad sino también el debilitamiento del crecimiento

económico (p. 650). 

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La educación superior siempre había estado reservada a una fracción privilegiada de la población (menos del 1% hasta principios del siglo xix y menos

del 10% hasta la década de 1960); actualmente afecta a la mayoría de las generaciones más jóvenes en los países ricos, en los que está a punto de alcanzar

gradualmente a la mayoría de la población. Este proceso aún está en curso

[…], todavía se necesitarán varias décadas antes de que se alcance el 50-60%)

(p. 640). Pero la apropiación privada de conocimientos comunes aún podría

multiplicarse a lo largo del siglo xxi (p. 797).

Este nuevo desafío educativo fue uno de los principales factores que llevaron al colapso de la coalición electoral «socialdemócrata» de la posguerra

(p. 648).

Principios importantes

En la práctica general, la atención a las diferencias legítimas entre las aspiraciones de cada individuo ha sido utilizada frecuentemente como estrategia para

justificar desigualdades. Por ejemplo: las preferencias de los progenitores por

determinados tipos de escuelas y de formación se utiliza a menudo para justificar formas de desigualdad escolar y de competición entre escuelas que, en la

práctica, permiten a los más favorecidos separar a sus hijos de aquellos cuyos

padres no están en la misma disposición que otros […], y elegir los mejores

centros e itinerarios de estudios. En este caso parece razonable considerar que

una buena parte de la solución consiste en sacar a la educación del juego del

mercado y en procurar financiación pública adecuada e igualitaria, como se ha

hecho en buena medida en la mayor parte de los países al menos en los niveles

de enseñanza primaria o secundaria (p. 711).

Las instituciones privadas contribuyen a un servicio público esencial: el

derecho de todos a la educación y al conocimiento. Es esencial que sean objeto

de una regulación común a las instituciones públicas, tanto en lo relativo a los

recursos disponibles como a los procedimientos de admisión. De lo contrario

todos los esfuerzos por establecer normas aceptables de justicia en el sector

público se verán inmediatamente superados por los vasos comunicantes con el

sector privado […] (p. 1203). Así es muy difícil imaginar un sistema que conduzca a un sistema educativo justo (p. 1204).

Es necesario promover una mayor transparencia en la asignación de recursos. En la mayoría de los países, los procedimientos que regulan el gasto en

educación son relativamente opacos y no permiten una apropiación ciudadana

(p. 1200). 

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10 O «competencia desleal».

Piketty usa siempre esta

palabra en inglés. El ejemplo más clásico es el que

vende las cosas por debajo

de su precio real, para

eliminar así a todos los

competidores. En el caso

de Europa, es lo que hizo

Juncker en Luxemburgo, y

proponen los independentistas catalanes de derechas: quitar los impuestos

a todas las empresas para

que así vengan a invertir a

nuestro país.

11 Escuela económica nacida

en Friburgo en la década

de los 30-40 que intentaba

oponerse al poder del Estado (tanto del comunista

como del nazista), acercándose a la llamada economía

social de mercado, pero

cayendo en un individualismo excesivo.

6. Europa

6.1. Europa: Federalismo social o justicia transnacional

La deficiente organización colectiva y la incapacidad de los países europeos para

crear un título de deuda común explican en gran medida el pésimo desempeño

macroeconómico de los países de la zona euro desde 2008 (p. 1074). Desde esta

tesis podemos examinar:

La situación actual

Las instancias europeas actuales han sido concebidas para regular un gran mercado y para alcanzar acuerdos intergubernamentales. No para adoptar políticas

fiscales y sociales (p. 1062). Por todo ello, el divorcio entre Europa y las clases

populares ha alcanzado una proporción considerable (p. 1067).

Además, en las últimas décadas se ha extendido el sentimiento de que la

construcción europea al estilo Bruselas, opera en detrimento de las clases populares y medias, en beneficio principalmente de los más favorecidos y de las

grandes empresas […]. Desde las décadas de 1980 y 1990, los gobiernos europeos no han sido capaces de hacer frente a la combinación de aumento de la

desigualdad y disminución del crecimiento […]. Tal y como se ha desarrollado

hasta el presente, la construcción europea reposa en gran medida sobre la hipótesis de que la libre competencia y la libre circulación de bienes y capitales

es suficiente para aportar prosperidad colectiva y alcanzar la armonía social

(p. 658). Resulta especialmente sorprendente que la socialdemocracia europea

nunca haya hecho una propuesta precisa para sustituir la regla de la unanimidad en materia fiscal […]. Esa regla y la competencia fiscal entre los estados europeos han llevado al continente a una dinámica de dumping10 social (p. 659).

La UE se asocia a menudo al ordoliberalismo11, doctrina según la cual

el papel esencial del Estado consiste en garantizar las condiciones para una

competencia «libre» y no distorsionada. De hecho, la elusión de la democracia parlamentaria, el gobierno a través de reglas automáticas y el principio de

unanimidad de los estados en materia fiscal (impidiendo de hecho cualquier

impuesto común) expresan un evidente parentesco con las ideas ordoliberales y de F. Hayek que son quizá la expresión más clara de un propietarismo

triunfante y asumido. Hayek ya había propuesto que se incluyera en las Constituciones una prohibición intangible del principio mismo de la tributación

progresiva (p. 844-845).

Por sus propios errores la zona del euro ha terminado transformando una

crisis que inicialmente procedía del sector financiero privado estadounidense, en una crisis europea de la deuda pública que además es persistente. Las 

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consecuencias para los países europeos han sido terribles, en particular por el

aumento del desempleo y de los movimientos antiinmigración, siendo así que

con anterioridad a la crisis del 2008, la UE se caracterizaba por una capacidad

de integración importante (p. 1074).

En estas condiciones, la ausencia de transparencia sobre la riqueza, así

como de impuestos democráticos comunes en la zona del euro es tanto más

peligrosa cuando que implica que el propio BCE se ve obligado a ejecutar su

política monetaria sobre una base incierta debido a la falta de información de

calidad suficiente sobre los activos europeos, su distribución y su evolución

(p. 814). El Luxemburgo de J. C. Juncker buscó una estrategia de desarrollo

para su país, basada en última instancia en el sector bancario, el dumping fiscal,

la opacidad financiera y el desvío de los ingresos fiscales de sus vecinos. También se ha podido demostrar que la evasión fiscal en Noruega era insignificante

en el caso de los pequeños y medianos patrimonios, pero promediaba casi un

30% de los impuestos adeudados en el caso del 0,01% de los patrimonios más

elevados (p. 815-816).

Los intereses de la deuda suponen el pago de más de 200.000 millones de

euros anuales que contrastan, por ejemplo, con los tristes 2.000 millones anuales invertidos en el programa Erasmus para la movilidad de estudiantes […].

Decisiones así podrían haberse debatido en un marco democrático (p. 1078).

La lucha por la justicia y el aumento de la fiscalidad de los agentes económicos dominantes no ha sido verdaderamente la prioridad de la UE. Una

evolución peligrosa a mi entender, que solo puede fomentar un profundo sentimiento antieuropeo entre las clases medias y populares, empujando hacia el

repliegue nacionalista e identitario que es un callejón sin salida (p. 817).

La inexistencia de un verdadero presupuesto común hace que la UE parezca más una unión comercial o una organización internacional que un auténtico gobierno federal […]. La primera propuesta sería extender a las cuestiones

fiscales y presupuestarias la regla de la mayoría cualificada […], pero el consejo

de ministros de finanzas (o el de jefes de estado y de gobierno) es una instancia

totalmente inadaptada para desarrollar una verdadera democracia parlamentaria europea (p. 1060-1061).

En 2015 la decisión política fue claramente la de humillar a Grecia que a

los ojos de las autoridades europeas (alemanas y francesas particularmente) era

culpable de haber elegido un gobierno de izquierda radical […]. Habría sido

más sensato apoyarse en estos movimientos para desarrollar políticas fiscales

más justas en Europa, entre ellas gravar mejor a los griegos ricos al igual que

a los alemanes y a los franceses ricos […]. Tres años más tarde, en 2018, un

gobierno socialnativista llegó al poder en Italia, basado en una coalición que

cuenta entre sus principales pilares la persecución de los extranjeros, pero con 

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12 Piketty dedica un largo

apartado al problema

catalán: «La trampa separatista y el problema catalán»

(p. 1089-1094).

la que no hay más remedio que ser conciliador habida cuenta del tamaño del

país (p. 1077-1078).

El auténtico desafío

En Europa el auténtico desafío no es jurídico o institucional, es ante todo político

e ideológico (p. 1086). Durante mucho tiempo la construcción europea se ha

sustentado en el derecho sacrosanto de los Estados a enriquecerse, en primera

instancia, por medio del comercio y de la libre circulación de bienes capitales y

personas y, en segunda instancia, a hacerlo a costa de la base fiscal de sus vecinos […]. Estar dispuesto a abandonar los Tratados es probablemente una condición necesaria para establecer otros (p. 1087). Sería útil, por ejemplo, que la

izquierda republicana catalana (independentista) precisase que está a favor de

un impuesto progresivo común a las rentas altas y a los grandes patrimonios,

recaudado a nivel europeo (p. 1098)12.

En Europa, cuyas instituciones federales son todavía más disfuncionales

que en EE.UU. la incapacidad de la UE para actuar (en el neopropietarismo)

es aún más evidente […]. El presupuesto de la UE es aprobado por unanimidad

por los Estados miembros para un período de 7 años, con la confirmación por

mayoría de votos del Parlamento europeo. El presupuesto de la UE ejecutado

durante el período 2014-20 equivale, anualmente, a tan solo el 1% del PIB de la

UE (p. 841). La UE es un enano financiero paralizado por la regla de la unanimidad en materia fiscal y presupuestaria. El BCE parece ser la única institución

federal poderosa […]. La hipertrofia monetaria se alimenta del miedo a la democracia y a una fiscalidad justa (p. 842).

Otra Europa es posible

Una ambición de justicia fiscal, social y ecológica: el internacionalismo puede

ponerse al servicio de políticas más justas que la competencia ilimitada, que beneficia a los actores económicos con mayor movilidad (p. 1073).

La hipótesis de una refundación armoniosa de Europa no es la más probable y, seguramente, lo más realista sea prepararnos para cambios caóticos, con

crisis políticas, sociales y financieras de todo tipo con el consiguiente riesgo

de fragmentación de la EU o de la zona del euro (p. 1058). La mayoría de las

decisiones exigen la unanimidad del consejo de ministros en especial en todo

lo relativo a la fiscalidad, al presupuesto de la UE y a los sistemas de protección

social […]. Para implantar políticas sociales, presupuestarias o sociales se exige

la unanimidad […]. Se dan todas las condiciones para un dumping fiscal que

favorece a los actores más móviles (p. 1084) […].

El hecho de implicar de manera importante a los Partidos nacionales en

la composición de la Asamblea europea permitiría transformar de hecho las 

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elecciones legislativas nacionales en elecciones europeas […], sería un modo

de constituir un federalismo europeo más ambicioso que el de eludir a los Parlamentos nacionales y apoyarse únicamente en un Parlamento Europeo independiente de estos últimos (p. 1068-1069). A diferencia de esto, en la India

las castas bajas hindúes y la minoría musulmana votan a los mismos partidos

(p. 1126). En un momento en que las sociedades occidentales se interrogan

sobre la escasa presencia de las clases populares en las especialidades educativas más selectivas, en las asambleas parlamentarias y en las funciones políticas

y administrativas más altas, conviene prestar atención al caso de la India, sin

idealizarlo ni subestimarlo excesivamente (p. 1128).

En el estado actual de desconfianza entre los países europeos, después de

diez años de crisis económica en los que todos creen haber sido maltratados

por los demás, no parece muy probable que un gobernó alemán (o francés o de

otro país) pueda convencer a su opinión pública de la conveniencia de transferir competencias fiscales y presupuestarias a una asamblea europea sin limitar

previamente las transferencias que de ellas podrían resultar (p. 1072).

Es hora de replantearse una idea equivocada del Tratado de Maastricht

de 1992 (potenciada en el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de 2012), según la cual podía crearse una moneda común sin democracia

parlamentaria, sin deuda ni impuestos comunes, limitándose a aplicar normas

presupuestarias automáticas (p. 1079).

La Asamblea podría acelerar la reabsorción de las deudas aprobando, por

ejemplo, un impuesto progresivo (puntual, no periódico) sobre el patrimonio.

Medidas de este tipo desempeñaron un papel importante tras la segunda guerra mundial (p. 1081).

Como conclusión: la falta de acuerdo sobre impuestos comunes, sobre unos

verdaderos presupuestos comunes, una deuda común y un tipo de interés común,

conduce a una huida hacia la herramienta monetaria. Al hacerlo se pide al BCE

y a su Consejo de gobierno que resuelvan problemas para los que no están preparados. Esta deriva es preocupante y no podrá durar mucho tiempo (p. 842).

7. Algunos casos particulares

7.1. Emisiones de carbono

Junto con la desigualdad, como ya dijimos, el calentamiento global es el principal reto a comienzos del siglo xxi. Por eso conviene abordarlos de manera conjunta (p.  1190). Pero es imperativo tener en cuenta las desigualdades

medioambientales tanto desde el punto de vista de los daños causados como de

los daños sufridos (p. 796). Si examinamos las emisiones superiores a la media 

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mundial, América del Norte (básicamente EE.UU.) representa el 57% del total, frente al 15% de Europa, el 6% de China y el 22% del resto del mundo. La

concentración tan fuerte en EE.UU. es el resultado de la enorme desigualdad

de rentas y formas de vida (hábitats más espaciados, vehículos contaminantes,

etc.). No sería ilógico que EE.UU. compensara al resto del planeta por el perjuicio infligido al bienestar mundial (p. 798).

Las emisiones de carbono están muy concentradas en un pequeño grupo

constituido principalmente por personas con alto nivel de renta y riqueza, que

viven principalmente en los países más ricos del mundo. Es tal la magnitud de

los cambios en el estilo de vida que son necesarios para hacer frente al cambio

climático que su aceptación social y política debe implicar necesariamente la

construcción de normas de justicia, exigentes y verificables. Cuesta imaginar

que las categorías sociales bajas y medias están dispuestas a hacer esfuerzos significativos si sienten que las categorías sociales más altas siguen contemplándolas tranquilamente desde lo alto de su nivel de vida y emisiones (p. 1190). Es

necesario gravar con tipos más altos las emisiones más contaminantes (p. 800).

Otra condición para que el cambio sea aceptado es que se destine la recaudación generada a compensar a los hogares de rentas bajas y medias más

afectados por el aumento de la presión fiscal, así como a financiar la transición energética. Pero la estrategia seguida en Francia en 2017-2018, consistió

en utilizar el aumento de los impuestos sobre el carbono que pesan sobre los

más modestos para financiar una reducción de impuestos al patrimonio y a las

rentas más altas. Lo que ha conducido a la crisis de los chalecos amarillos y al

bloqueo de todo el sistema impositivo (p. 1191).

Hay que considerar, pues, la introducción de un impuesto progresivo sobre

las emisiones de carbono. Hasta la fecha, el objetivo ha sido gravar todas las

emisiones al mismo tipo impositivo, ya sean las de quienes emiten cinco o diez

toneladas de carbono por año (en torno a la media mundial) o las de quienes

emiten 100 o 150 toneladas por año, que corresponde al 1% más contaminador

del mundo (p. 1192).

7.2. Conflictos identitarios

En EE.UU. la minoría negra tiene sus raíces en la esclavitud y la minoría latina en la inmigración (de México y el resto de América Latina). En Francia la

minoría musulmana proviene de la inmigración poscolonial, principalmente

del norte de África y, en menor medida, del África subsahariana. Sin lugar a

dudas existe un punto en común importante en ambos casos: se trata de una

situación en la que una población mayoritariamente blanca de origen europeo

que durante mucho tiempo ha ejercido una dominación innegable sobre po-

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blaciones de otras partes del mundo (a través de la esclavitud, la segregación o

la dominación colonial), se encuentra de repente cohabitando con ellas dentro

de una misma sociedad y de una mima comunidad política, tratando de resolver sus diferencias a través de procesos electorales, en principio sobre la base de

la igualdad de derechos, al menos desde un punto de vista formal. Se trata sin

duda de una innovación radical (p. 983). Tan radical que vale la pena recordar

este ejemplo de un presunto derecho a decidir: S. Thurmond senador de Carolina del Sur, gran defensor de la causa de los states’ rights, es decir: el derecho

de los estados del sur a seguir practicando la segregación y no aplicar los mandatos del gobierno federal en lo referente a políticas sociales que consideraban

demasiado favorables a los negros […] (p. 979).

Es necesario dar respuesta a este tipo de discursos. En primer lugar, existen

numerosos estudios que muestran que la insinuación de que los inmigrantes

son un lastre para las cuentas públicas no tiene fundamento. Por otro lado, diversas investigaciones han puesto en evidencia la discriminación profesional a

la que se ven sometidos los inmigrantes de origen no europeo, que complican

considerablemente el acceso al empleo a igual nivel de cualificación (p. 988).

Es evidente también que el aumento de los conflictos identitarios se ve

alimentado por un sentimiento de desilusión y fatalismo hacia cualquier posibilidad de una economía justa y una auténtica justicia social (p. 989). La huida

hacia delante de la creación monetaria y la hipertrofia del sector financiero

genera otra desilusión semejante (p. 843).

7.3. Un aviso a los feminismos

Las reivindicaciones feministas manifestadas durante la Revolución francesa

fueron rápidamente acalladas y olvidadas. La diferencia de ingresos medios

entre hombres y mujeres sigue siendo muy alta: en 2015 es «solo» del 25% en

el momento de incorporarse a la vida activa; pero […] supera el 40% a los cuarenta años de edad y el 65% a los sesenta y cinco años de edad, lo que se traduce

en grandes desigualdades en términos de pensiones y jubilación. Resolver el

problema de la desigualdad incitando a las mujeres a hacer lo mismo que los

hombres no es necesariamente la mejor solución. Por otra parte, el aumento y

la concentración de la propiedad privada, han tenido consecuencias específicas

en la desigualdad entre hombres y mujeres […]. Debido a la interrupción de

las carreras femeninas a causa de la maternidad y la crianza, el aumento de la

separación de bienes ha beneficiado sobre todo a los hombres. Todo ello muestra hasta qué punto es falso considerar que la tendencia hacia la igualdad entre

hombres y mujeres es algo «natural» e irreversible (p. 823-829). 

José I.

González Faus

CJ

Capital e ideología.

Selección de textos

53

8. En resumen

a) Acabo de describir un régimen cooperativo ideal (que puede parecer hasta

idílico) que permitiría conducirnos a una vasta democracia transnacional, y

que supondría en último término la puesta en marcha de impuestos comunes

y justos, el desarrollo de un derecho universal a la educación, a la dotación de

capital, a la generalización de la libre circulación y, de hecho, a la abolición casi

total de todas las fronteras (p. 1221).

No es seguro que los estados de la UE lleguen a ponerse de acuerdo […].

Mientras tanto la Unión India (y sus 1300 millones de habitantes) logra adoptar un impuesto progresivo sobre la renta que aplica a todos sus miembros, así

como normas comunes que permitan a las clases desfavorecidas acceder a la

universidad […]. Ese camino de la cooperación ideal, conduce al federalismo

mundial (p. 1221). Y el caso indio muestra que es posible recurrir a las herramientas del Estado de derecho para superar, o al menos intentarlo, una pesada

herencia desigualitaria que, si bien tiene sus raíces en una antigua sociedad

de castas, se endureció durante el peligro colonial británico (p. 1229). Es una

experiencia rica en información para el resto del mundo, en particular para las

democracias occidentales que tendrán que enfrentarse a enormes (y largamente eludidas) desigualdades educativas (p. 1230).

b) La solución sería que todos los estados, tanto en Europa como en el resto

del mundo, dejasen de ejercer una nefasta competencia entre ellos y actuasen de

manera cooperativa. La carrera hacia la no imposición en los beneficios empresariales es sin duda el riesgo más grave al que se enfrenta actualmente el

sistema fiscal mundial (p. 1223).

c) La ideología actual de la mundialización, tal como se ha desarrollado a

partir de las décadas de 1980 y 1990, se encuentra actualmente en crisis y en

proceso de redefinición. Las frustraciones que ha creado el aumento de la desigualdad han llevado poco a poco a las clases trabajadoras y medias de los países

ricos a desconfiar de la integración internacional y del liberalismo económico

sin límites. Y estas tensiones han contribuido a la aparición de movimientos

nacionalistas e identitarios que podrían alimentar un cuestionamiento generalizado y desorganizado de las relaciones económicas internacionales (p. 1224).

Capital e ideología.

Selección de textos

54

APÉNDICE. SOBRE EL TÉRMINO POPULISMO

(Aun a costa de alargar un poco este resumen, no me resisto a transcribir lo

que escribe Piketty sobre esta palabra hoy de moda, que se ha convertido en un

arma tan arrojadiza como roma y vacía)

POPULISMO: término comodín, a menudo utilizado por las élites para descalificar movimientos políticos sobre los que no logran ejercer suficiente poder

(p. 58). La noción de populismo tal como se utiliza en el debate público, en ocasiones hasta la saciedad, a menudo equivale a mezclar todo en una especie de

sopa indigesta. Los actores políticos instrumentalizan esta noción para designar todo aquello que les desagrada y de lo que quieren desmarcarse […]. Este

término se ha convertido en el arma suprema con la que los estratos sociales

objetivamente favorecidos descalifican por anticipado cualquier crítica hacia

sus opciones políticas y programáticas. En Francia, EE.UU., Brasil, India…

se aplica a extremos opuestos (Le Pen-Mélenchon; Trump-Sanders; Bolsonaro-Lula; Modi y loso movimientos de castas bajas) […]. El principal problema

del debate en torno al populismo es su vacuidad: el término autoriza a no hablar de nada en concreto […]. Tratar de populistas a aquellos que abren un

debate necesario e ineludible, partiendo de una situación de ignorancia histórica que roza la inconsciencia, es de todo punto insoportable […]. Un debate,

por ejemplo, sobre si la tentativa de anular las deudas ha de recaer sobre los

más ricos (por ejemplo mediante un impuesto progresivo al patrimonio) o al

contrario sobre los más pobres […]. También es empleado el término populista por los movimientos antinmigración para mostrar que se preocupan por

el «pueblo» (que se supone unánimemente hostil a la inmigración) […]. Hace

falta algo más que una palabra afilada, totémica y peligrosamente polisémica

(porque) el término populismo equivale a negar la importancia de la ideología: implícitamente se entiende que las relaciones de poder son lo único que

importa y que los detalles institucionales se arreglarán por sí solos cuando las

relaciones de poder estén establecidas y el «pueblo» haya triunfado.

El término en sí mimo no es ni necesario ni suficiente. Es preferible centrarse en las cuestiones de contenido, especialmente en la reflexión en torno al

régimen de propiedad, el sistema fiscal, el social y el educativo, es decir, centrarse en las instituciones sociales, fiscales y políticas que pueden contribuir a

desarrollar una sociedad más justa y a que las divisiones de clase se impongan

sobre las identitarias (p. 1139-1143).

Creo que el término «populismo» debe evitarse por completo.

Capital e ideología.

Selección de textos

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COMENTARIO PERSONAL.

HACIA UNA CIVILIZACIÓN DE LA SOBRIEDAD

COMPARTIDA

Para cerrar esta selección de textos, quisiera señalar la convergencia que se

apunta entre las tesis de Piketty y la afirmación de Ignacio Ellacuría de que

nuestro mundo solo puede tener salida en una «civilización de la pobreza»

(que es mejor formular como hemos hecho arriba para dejar claro que «pobreza» no significa aquí ‘carencia’ ni ‘necesidad’, sino simplemente ‘sobriedad’).

También, la convergencia entre sus tesis sobre la propiedad y la enseñanza

cristiana de que la propiedad no es un derecho absoluto, sino secundario, subordinado al derecho primario que es el acceso de todos a los bienes de la

tierra13. Una tesis tan radicalmente cristiana como negada por muchos que se

profesan católicos.

Por larga y cansada que resulte, esa metodología universalista es muy útil

en el tiempo y el espacio: de cualquier lugar y momento puede surgir una lección. Personalmente, hubiese deseado alguna propuesta más concreta sobre

cómo acabar con el comercio de armas (que es quizás el pecado más grave de

nuestra incivilización) y los paraísos fiscales, aunque es fácil percibir que el tipo

de federalismo global que Piketty sugiere tendría que ver con esas dos lacras.

También sobre el tema del llamado «salario máximo» del que algunos hablan

hoy y, sobre todo, otro estudio histórico sobre el tema de la usura y el interés

que no está ni mucho menos resuelto.

En cualquier caso, quiero concluir afirmando que este resumen de ningún

modo pretende sustituir la lectura del libro. Para aquellos que de ningún modo

lo leerían puede servir como un medicamento «genérico» para aquellos que no

pueden permitirse las patentes. Pero quienes puedan leerlo deben mirar estas

páginas más bien como un aperitivo: faltan muchas informaciones, muchos

datos y muchas reflexiones que no cabían en estas pocas páginas.

13 Ver despacio el n.º 22 de

la encíclica de Pablo VI,

Populorum progressio.


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