LA ETAPA POSTSECULAR DEL NEOLIBERALISMO



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Emilce Cuda

Cuando lo económico es juzgado en términos religiosos, una época ha llegado a su fin. Al contrario

de lo que sostienen algunos pensadores contemporáneos, diré que no estoy de acuerdo con eso

de que entramos en la época de la posverdad. En mi opinión, estamos entrando en la etapa

postsecular del neoliberalismo. Lo religioso, que en la modernidad desplazó a lo teológico, y que

luego fue desplazado por lo político, hoy vuelve a la escena del sano antagonismo republicano

para suspenderlo metafísicamente en función de una guerra de dioses donde, al estilo homérico,

los mortales son victimas del destino, que no es otra cosa que el capricho egoísta de los gigantes

del Olimpo devenido mercado global.

La política moderna, a partir del siglo XIX, es el campo de la lucha por derechos civiles y sociales, y

no de la guerra por verdades metafísicas. Sin embargo, en el siglo XXI, el debate publico vuelve a

girar en torno a la verdad como lo hiciera al comienzo de la modernidad, olvidando de ese modo

la lucha por derechos. El pueblo pobre trabajador quiere saber la verdad sobre la corrupción,

aunque en esa cruzada pierda todas las conquistas sociales que ha sabido conseguir al precio de

la sangre durante más de cien años. Brasil es un ejemplo de eso. El presidente Temer derogó a

comienzo de 2017 los derechos sindicales, aun así, los trabajadores llevaron al gobierno a

Bolsonaro como justiciero de una verdad que no era la suya. Dicho de otro modo, cuando la

demanda social es por verdades, y no por derechos, salimos del campo de lo político y entramos

en el campo de lo religioso. La política es el campo de lo secular, donde no debe importar quién

dice la verdad sino que democráticamente se tomen decisiones justas. Eso fue la secularización

del Estado como consecuencia buena de la Revolución Industrial, donde la guerra horizontal entre

burgueses por conquistas económicas -aunque enmascarada por una supuesta guerra de

religiones-, devino en lucha vertical entre patrones y trabajadores por derechos sociales.


La denominada Teología de la Prosperidad, que se encuentra hoy a la base de los argumentos

populares en contra de gobiernos populares y a favor de políticas neoliberales, habla de riqueza en

lugar de pobreza, poniendo de ese modo en peligro al Estado de derecho, y hasta la estructura

misma del pontificado. Cuando un papa comienza a hablar en términos de derechos sociales es

acusado en términos morales. Frente a la interpelación del Papa Francisco al compromiso social en

favor de los más pobres, diciendo que la política es la forma más alta de caridad, y que hay que

escuchar a los pueblos marginados antes que a los iluminados, el sistema le responde con

acusaciones del orden de la moral sexual. ¿Qué esconde esto? Muy simple: el pontificado es la

única institución global que queda en pie con autoridad moral social transversal a las fronteras

geopolíticas, y se manifiesta en contra del sistema. Esto explica por qué, a la Teología de la

Liberación -ahora Teología del Pueblo-, se la pretende liquidar con Teología de la Prosperidad.

Por lo dicho hasta acá es importante, para salud del Estado de derecho, que la teología retome su

rol profético y desenmascare falsos dioses. La supuesta Teología de la Prosperidad, ni es teología ni

es de la prosperidad. Es religión de Estado camuflada de teología, que no busca la prosperidad de

los pobres sino la aceptación de la pobreza por esto como aniquilamiento moral de lo político. El

cristianismo nace, en el Imperio Romano, como religión teológica, es decir como critica a la religión

de Estado. Retomar la dimensión social del cristianismo como teología, implica tomar conciencia de

que esta es esencial al evangelio. La crítica social es constitutiva, y no parte integrante, del

cristianismo. Eso implica que, si no se lo toma en cuenta, la teología cristiana se reduce a culto. El

culto es esencial a la religión, pero no al cristianismo el cual nace como critica a la religión del culto

que era el sostén del modelo imperial. El cristianismo en la sacristía es una idea liberal. El

liberalismo debió correr al espacio de lo privado, es decir el de las religiones, a la teología cristiana

que es palabra publica -eso significa Iglesia, asamblea permanente del pueblo. Pero cuando en el

siglo XXI este retoma su función teológica criticando el intimismo religioso, se vuelve una amenaza.

Ante una Teología del Pueblo que condena la riqueza, esta nueva religión de Estado ve en ella la

bendición, y en la pobreza una maldición. En América Latina llega a justificar el estancamiento

económico en la inmoralidad de sus anteriores gobernantes populista. Los pobres han sido

convencidos de que, si en los últimos anos salieron de la miseria, eso ni fue consecuencia de las

políticas públicas de los gobiernos anteriores, sino de que los pobres piadosos supieron pedir al

señor riqueza, y este se lo concedió. El dinero, como locus sagrado donde dios se manifiesta, no

puede profanarse en las manos de los dirigentes de origen trabajador. Por el contrario, debe volver

a las manos sacras de la burguesía.


Por derecha, se acusa de hacer política, y no religión, a todo aquel que desde lo teológico y en

términos de derechos sociales, alza su voz en defensa de los pobres. Por izquierda, se confunde

religión de Estado con teología liquidándose al único antídoto contra el opio de los pueblos.

La republica moderna liberal, que secularizo el Estado, no hizo lo mismo con la cultura, ya que vio

en la religión un buen colaborador de sus fines, capaz de disciplinar tanto al empresariado como a

la masa trabajadora. Esto lo percibieron pensadores de derecha y de izquierda. Alexis de

Tocqueville en La democracia en América dedica un considerable espacio al rol de la religión en las

costumbres de la nueva sociedad democrática. E.P. Thompson en La organización del movimiento

obrero en Inglaterra muestra como los evangélicos ofrecieron sus servicios a la nueva sociedad

industrial. Incluso anticiparon que, cuando el modo de relaciones económicas no pudiera satisfacer

más las necesidades básicas de la mayoría de la población ya democratizada -es decir conscientes

de derecho a la dignidad-, discursos autoritarios entrarían en juego de la mano de la religión,

allende de la razón.

* Doctora en Teología (UCA). Directora del Programa de Estudios de la Cultura (UNAJ). Docente en la UBA

y en la UNAJ

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