Ignacio Ellacuría y la teología de la liberación






Ignacio Ellacuría y la teología de la liberación

La teología de la liberación que surge en América Latina en la década de los setenta, bajo la órbita de Medellín (1968) que releyó y recibió el Vaticano II desde un continente pobre y empobrecido, ha tenido numerosos representantes desde que Gustavo Gutiérrez la formuló en 1971. Yo he conocido y participado con la mayor parte de ellos en reuniones, asambleas, escritos, etc. Con Juan Luis Segundo, Hugo Asmann, Leonardo Boff, José Comblin, Juan Bautista Libanio, Pablo Richard, Ivonne Gebara, María Clara Lucchetti Bingemer, Elsa Támez, Jon Sobrino, Enrique Dussel, Segundo Galilea, Carlos Mesters, José Marins, Diego Irarrázaval, Frei Betto, Carlos Palacio, Alfonso Murad, Pedro Trigo, Marcelo Barros, Sergio Torres, Ronaldo Muñoz, Alvaro Quirós, Francisco Taborda, Javier Jiménez Limón, José Luis Caravias, Noé Zevallos, Arturo Paoli, José María Vigil, Clodovis Boff, Julio de Santa Ana, J. Míguez Bonino, Ignacio Ellacuría, etc.

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La teología de la liberación ha sido novedosa y profética en la sociedad y en la Iglesia, precisamente por partir de la realidad de la pobreza y la injusticia de gran mayoría del pueblo latinoamericano y caribeño. Por esto ha sido conflictiva para la sociedad y para la Iglesia jerárquica.

La Congregación de la doctrina de la fe que presidía el Cardenal Josef Ratzinger emitió en 1984 una Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, sumamente crítica que consideraba que la teología de la liberación propiciaba una reducción de la salvación al ámbito socio-político, tenía riesgo de influjos marxistas y fomentaba una Iglesia popular al margen de la jerarquía. Al teólogo Leonardo Boff se le hizo un juicio sobre su obra Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante y se le impuso un año de silencio que él aceptó con humildad franciscana. En 1986 Ratzinger emitió una segunda Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, un documento más conciliador, en el que, sin negar el anterior, afirmaba que la idea de liberación, bien entendida, tenía un fundamento bíblico y teológico.

Los gobiernos neoliberales y dictatoriales de América Latina y el Caribe, alentados por Estados Unidos, tomaron una postura de crítica frontal y violenta contra esta teología y sus representantes, con represióny numerosos asesinatos, en defensa de la «Civilización cristiana occidental» y en contra del comunismo marxista.

Más que exponer de forma teórica y abstracta la historia y pensamiento teológico de la teología de la liberación, me centraré en la persona de Ignacio Ellacuría al que conocía hacía tiempo, tomándolo como figura simbólica de mi encuentro amistoso con los teólogos y la teología de la liberación.

Tampoco pretendo escribir una biografía de Ignacio Ellacuría, sino exponer en forma de teología narrativa mis diversos encuentros con él.

En Innsbruck, bajo el influjo de Karl Rahner

Conocí a Ignacio Ellacuría (Portugalete 1930) en la bella ciudad alpina de Innsbruck, el año 1961, cuando los dos, recién ordenados de pres- bíteros, cursábamos el 4.o año de teología.

Eran los años gloriosos de Innsbruck, con profesores ilustres como

Karl Rahner, Hugo Rahner, Josef Andreas Jungmann, etc. Evidente- 18 mente la figura más destacada y famosa era Karl Rahner, tanto en las clases de la Facultad, como en los seminarios y los coloquios de los viernes por la noche donde respondía a todos los temas teológicos

con gran libertad y lucidez.

Entre los estudiantes jesuitas había un amplio grupo de hispanos, que fueron más tarde famosos: Ignacio Ellacuría, Juan Carlos Scannone, Alfonso Álvarez Bolado, Florencio Segura, Fernando Manresa, Segun- do Montes, Jesús Arroyo, Jesús Vergara, Manuel García Doncel, Julio César Terán, Ricardo Falla, Manuel Cabada, Antonio Vargas-Machuca, etc. Había algunos norteamericanos y en años anteriores había estu- diado en Innsbruck Avery Dulles.

Pero el vasco Ellacuría destacaba por su lucidez, claridad e inteligen- cia. A decir verdad, le veíamos un tanto distante y frío. Algún malicioso lo llamaba «el Rey Sol» y a los que iban a su habitación a preguntarle dudas teológicas, los llamaban «la adoración nocturna».

Ya Juan XXIII había convocado el Vaticano II, reinaba una gran expectati- va, pero al mismo tiempo en algunos, mucha desconfianza. Karl Rahner no podía publicar sus obras sin pasar por la censura previa del Santo Oficio que presidía el Cardenal Ottaviani. El obispo de Innsbruck Rush,


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tampoco simpatizaba con Karl Rahner y no lo nombró asesor del Concilio, sino que fue König, Cardenal de Viena quien lo nombró perito suyo.

A diferencia de su hermano Hugo Rahner, cercano y con sentido del humor, Karl Rahner era un tanto distante y serio, un tanto desconcertante, pues tanto guardaba silencio y hablaba de la inefabilidad de Dios como pedía sellos para los niños de un hogar o buscaba ayuda para un misionero alemán de África al que se le había estropeado la moto.

Rahner influyó mucho en Ellacuría: el ser humano como oyente de la Palabra y abierto al misterio, al Geheimnis, la dimensión histórica de la revelación de Dios, su auto-comunicación (Selbsmitteilung) a la huma- nidad a lo largo de la historia, la importancia de la historia de salvación, los «cristianos anónimos», la dimensión histórica y dinámica de la fe, de la Iglesia y de la teología, etc.

Sin duda Ellacuría también captó de Rahner su dimensión de creyente abierto al Misterio y al silencio de Dios, que obliga a hacer una teología arrodillada, en medio de una fe oscura, contemplativa y en silencio. El Rahner de la teología trascendental es también el Rahner de las pro- fundas y devotas oraciones de cada día.

Años después, volví a encontrarme con Ellacuría varias veces cuando acabada su tesis doctoral sobre Zubiri, con el que tuvo una gran relación intelectual y humana, con un mutuo influjo entre ambos.

Ignacio Ellacuría, profesor y luego Rector de la Universidad Centro Americana José Simeón Cañas de San Salvador, viajaba por USA y Europa para dar a conocer la situación de El Salvador: una pequeña nación, con una gran tensión entre una minoría poseedora de la tierra, con grandes riquezas y un pueblo, mayormente campesino, marginado y pobre. Pero su palabra ardiente y dialéctica no se quedaba en el análisis de la realidad socio-política, sino que iba a sus causas estructurales y al desafío creyente de liberar al pueblo de la opresión, a la luz del evangelio.

Cuando asesinaron a Monseñor Romero, Ellacuría decía que los poderosos no toleran a un profeta por mucho tiempo: solo toleraron tres años a Jesús, y otro tanto a Mons. Romero. No sé si él era consciente de que tampoco iban a soportarle a él por mucho tiempo los podero- sos y el ejército de El Salvador. El Ignacio Ellacuría de aquellos años se había vuelto mucho más humano y cercano, más tierno por dentro. Los pobres lo humanizaron y le evangelizaron.


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Amor de Dios / Amor del hombre / Amor de Dios en el hombre.

Ellacuría se movía en la zona fronteriza entre filosofía y teología y apostaba por una teología latinoamericana liberadora.

En un libro en homenaje a Karl Rahner (Teología y mundo contemporáneo. Homenaje a K. Rahner, Ediciones Cristiandad, Madrid 1975), Ellacuría expone en un cuadro sinóptico las tres versiones del cristianismo, la verticalista conservadora, la horizontalista materialista y la histórica que él defiende. Presento algunos ejemplos:

• Dios / Mundo / Reino de Dios

• Salvación sobrenatural / Salvación meramente histórica / Historia

de salvación

• Cristo de la fe/Jesús histórico/Jesu-Cristo

• Espíritu Santo / Espíritu objetivo / Espíritu de Cristo

• Ortodoxia / Ortopraxis / Seguimiento

• Iglesia / Sociedad / Pueblo de Dios

• Ofensa a Dios / Injusticia / Pecado personal-histórico

• Perdonar / Cambiar la situación / Quitar el pecado del mundo

• Oración / Activismo / Contemplativos en la acción

• Autoridad / Anarquía / Servicio

• Oficial religioso/Organizador político/Testigo de Jesús

No es casual que en este libro en homenaje a Karl Rahner, Ellacuría aborde el tema de la posibilidad, necesidad y sentido de una teología latinoamericana. Este ensayo refleja el influjo tanto de Xabier Zubiri como también de Karl Rahner.

Ejercicios Espirituales con Ellacuría

Esta dimensión a la vez creyente e histórica de la fe y de la teología de Ellacuría, la percibí sobre todo cuando asistí en diciembre de 1984 a los Ejercicios espirituales ignacianos que Ellacuría dirigió a los jóvenes estudiantes jesuitas de Cochabamba (Bolivia). Anoté sus presentaciones y resumo aquí algunos de los aspectos más novedosos e impactantes de su exposición.

Para Ellacuría, el Principio y fundamento, con el que se abren los Ejercicios de San Ignacio, no habla directamente de Dios, sino del hombre, de la humanidad, la cual solo puede ser entendida desde Dios. La historia es el lugar donde Dios se dona, la historia es historia de Dios, en la historia no hay nada profano, hay que salvar la historia que es obra de Dios. Pero no sabemos quién es Dios, Dios es un misterio al que solo podemos acceder a través de Jesús. En la creación nada es ajeno al plan de Dios, hay que respetarla, pues la creación es para toda la humanidad, no solo para unos pocos. La mejor manera de comprender el destino de la creación es verla desde los pobres.

Al comenzar la Primera semana de Ejercicios, centrada en el pecado y la conversión, Ellacuría señalaba la gran intuición de Ignacio de co- menzar desde la negatividad, desde el pecado. Una negatividad de la cual hay que alegrarse por la conversión, una conversión que no se limita a pedir y recibir el perdón sino a quitar el pecado del mundo. El pecado del mundo es algo histórico que forma parte del misterio de iniquidad, aunque uno se arrepienta del mal cometido; el pecado, tan- to personal como estructural, mata la vida, la vida trinitaria de Dios en el mundo y esto culmina en la crucifixión de Jesús. El pecado personal ha entrado en nuestra biografía personal, llevamos dentro una cloaca que daña la vida que Jesús trajo al mundo. Destacó la importancia del pecado de omisión, claramente expuesto en Mateo 25: la dura crítica de Jesús en el evangelio de Mateo a las jóvenes necias que no se ha- bían provisto de aceite para sus lámparas; la crítica al siervo perezoso

21 que no negoció con los talentos; y la crítica a todos los que dejaron de ayudar al que sufría hambre, sed, frío, enfermedad y cárcel. Todos ellos son criticados por un pecado de omisión.

Hay que liberar a la historia del pecado, hay que emprender una lucha contra el pecado del mundo, que en cada contexto histórico y social se ha de concretar, hay que enfrentarse a todo lo que niega el Reino de Dios. No podemos caer en un optimismo ingenuo, hay que quitar el pecado del mundo y todo ello pasa por la cruz.

Años más tarde, en una charla en Estados Unidos, actualizó las tres célebres preguntas ignacianas del final de la primera meditación de la Primera semana en el coloquio ante el Cristo crucificado, «¿Qué he hecho, qué hago y qué he de hacer por Cristo?», con estas tres con- creciones históricas: «¿Qué he hecho, qué hago y qué he de hacer por los crucificados de este mundo?».

La célebre contemplación del Reino que Ignacio propone con la pa- rábola del Rey temporal, según Ellacuría, ayuda a comprender, una doble tarea, la temporal y la eterna que son inseparables, hay que transformar el mundo en el Reino de Dios.

El «más» ignaciano (los que querrán «más» afectarse, pedirán pobreza, etc.) responde a una gran intuición ignaciana: hay que seguir a Jesús en pobreza.

Para Ellacuría, la Segunda semana es la más típicamente ignaciana pues se centra en el seguimiento histórico de Jesús. Es un seguimiento por adhesión personal a Jesús, es estar con Él; Jesús no es un mode- lo a imitar, sino una vida que se sigue, que se prosigue. No se puede eliminar el seguimiento histórico de Jesús y pasar directamente a la li- turgia sacramental, sino que lo sacramental ha de situarse dentro del seguimiento, en la historia, somos pro-seguidores de la vida del Jesús histórico y anunciadores de la Resurrección.

El seguimiento de Cristo tiene un carácter público, hay que evitar tan- to el secularismo (de derechas o izquierdas), como el «religiosismo» piadoso. Jesús es secular, su acción es pública, no cae en la huida del mundo (como los esenios), ni en la violencia (como los zelotes), ni en el legalismo religioso (como los sacerdotes, escribas y fariseos), no funda una institución religiosa sino que busca el Reino de Dios. La institución, siempre necesaria, debe someterse al seguimiento, no al revés. El crite- rio del auténtico seguimiento de Cristo es la persecución histórica. Ella-

22 curía habla de la continua conversión de la Iglesia al Reino.

La encarnación de Jesús es la humanización de Dios que asume nues- tra historia para salvarla, pues solo lo que se asume se puede salvar. Jesús, desde su nacimiento choca con los poderes de este mundo (He- rodes), su nacimiento se anuncia a los pobres, a los pastores.

Las tentaciones de Jesús en el desierto después de su bautismo son tentaciones mesiánicas sobre el tipo de mesianismo que ha de asumir: un mesianismo de poder, de gloria y de prestigio o un mesianismo de pobreza y humildad. Escoge este último camino como se manifiesta en su proclamación en Nazaret (Lc 4), donde reconoce que el Espíritu le ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres y liberar a los cautivos.

La meditación ignaciana de las Dos Banderas se reduce a elegir entre la riqueza que significa dominar a los demás y no ser dominado, y la pobreza, pues el pobre es el dominado. Para instaurar el Reino hoy se requiere optar por la pobreza actual, lo cual siempre supone estar con los pobres sin pretender hacerles como los ricos.

La Tercera semana sobre la pasión de Cristo es la respuesta que el mundo de pecado da a Jesús: es consecuencia de su enfrentamien-

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to religioso (sacerdotes, escribas, saduceos y fariseos,) y con el poder romano (Pilato). Le matan no por el deseo del Padre de satisfacer y reparar su honor con la sangre de Jesús, sino por motivos históricos, por la vida que lleva Jesús, por ser fiel al proyecto del Padre, es una muerte histórica, política, es una pasión histórica. No basta compa- decerse psicológicamente de Jesús, sino que hay que vivir la pasión en la historia de hoy, existe una dimensión permanente de la Tercera semana en nuestra historia.

Según Ellacuría en la Cuarta semana se da el paso del Jesús histórico al Cristo de la fe, por la experiencia del Resucitado y el don del Espíritu. La Resurrección tiene un carácter histórico, se ha de hacer presente en nuestra historia por la realización del Reino.

La Contemplación para alcanzar amor con la que se cierran los ejerci- cios es una invitación a ser contemplativos en la historia, en la acción histórica, porque el amor es histórico, activo, la comunión es dar vida, Dios se seculariza en las cosas, nada es profano. La mediación privilegiada para ver a Dios es la vida de Jesús. En el gemido de los opri- midos se hace presente Dios y en toda acción histórica liberadora de pecado, Dios está ahí.

Ellacuría durante los Ejercicios nos dio diversas pláticas o charlas so- bre temas diversos: los Ejercicios como un método que ayuda a dis- cernir los signos de los tiempos; la teología de la liberación como un hecho eclesial de América Latina, que según Ratzinger fue tan impor- tante como la Reforma; sobre la relación cristianismo y marxismo: hay que desmitificar el marxismo, el marxismo no puede ser sacralizado, pero tampoco puede ser demonizado.

Habló sobre Monseñor Romero asesinado hacía cuatro años; sobre la necesidad de consolidar las organizaciones populares; sobre la im- portancia en El Salvador de la presencia cristiana en el mundo uni- versitario, algo más importante que el hecho de crear una universidad católica.

Ellacuría no cree en «la fuerza histórica de los pobres» ni que sean «el sujeto histórico de la historia», ya que la historia requiere de otras estructuras, pero sí que son una fuerza teológica, con un gran rol, li- gado al ser voz profética de la conciencia oprimida del pueblo, el ser negación de la negación, algo así como lo que era Jesús en su tiempo. Los pobres, más que un lugar histórico son un lugar teológico, un lugar donde Dios se nos revela.

Es importante destacar que esta dimensión creyente y profundamente espiritual de Ellacuría constituye la raíz última de su reflexión filosófica y política, de su postura universitaria.

Una visita a El Salvador en 1986

Al acabar los Ejercicios en Cochabamba, Ellacuría me invitó a dar un semestre clases en la UCA de El Salvador. Fui en 1986 a dar clases sobre sacramentos de iniciación y eucaristía.

Ellacuría como Rector de la UCA (Universidad Centroamericana José Siméon Cañas de San Salvador), puso su gran lucidez intelectual y su extraordinaria dialéctica al servicio de los derechos humanos, convirtió la UCA en un centro de investigación y de formación al servicio de la justicia. Ellacuría era la persona clave no solo de la universidad sino también del país. Continuamente recibía consultas y visitas de los más diversos lugares.

Conviví en la comunidad con los jesuitas que luego fueron asesina-

dos. Trabajadores infatigables, su único descanso era jugar al frontón 24 una mañana a la semana. Visité también la casita donde vivía Mons. Romero y el templo donde fue asesinado. El sepulcro de Romero en la catedral estaba lleno de flores y de exvotos del pueblo salvadoreño.

Llegaron de noche

Para comprender el contexto del asesinato de Ellacuría y de sus com- pañeros jesuitas, junto con dos mujeres del pueblo, hay que situar esta masacre dentro de la explosiva tensión social y económica de El Sal- vador entre una minoría poderosa y la mayoría de un pueblo suma- mente empobrecido, presente desde 1970, pero que explotó en una guerra civil que duró de 1980 a 1992 entre las Fuerzas Armadas de El Salvador (FAES) apoyadas por USA y la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMNL).

En esta guerra que produjo 70.000 muertos y 15.000 desaparecidos, los gobiernos salvadoreños de derechas querían mantener la situa- ción social capitalista neoliberal y tildaban de comunistas a todos los que hablaban de justicia y deseaban un mundo más justo. Esto explica el asesinato de muchos campesinos, mujeres y niños, de sacerdotes, de Rutilo Grande y de sus dos catequistas, del arzobispo Oscar Romero en 1980 y de los jesuitas de la UCA en 1989.

Ellacuría veía necesaria la negociación entre el ejército y la guerrilla, pues si ganaba la derecha, continuaría la represión y la falta de dere- chos humanos, continuaría la explotación y la pobreza. Si ganaba la izquierda, habría graves problemas por falta de capacidad para gober- nar, tanto desde el punto de vista político como técnico y con el riesgo de una intervención de Reagan como la que hizo con la «contra» de Nicaragua. Por esto Ellacuría propiciaba el cese de la violencia y el diá- logo entre los dos frentes contendientes, para salvar vidas y construir un país más justo. Pero el gobierno no aceptaba mediaciones y quería derrotar por las armas a la guerrilla.

Ellacuría conocía el peligro que corría, ya que los jesuitas habían su- frido varios atentados en su casa. Ellacuría incluso afirmó que si los mataban de día eran los de la guerrilla del FMLN, pero si llegaban de noche sería el ejército nacional. Por esto los soldados llegaron de no- che para matarlos. Este es el título de la película de Imanol Uribe sobre la matanza de los jesuitas: Llegaron de noche.

25 El 6 de noviembre de 1989 Ignacio Ellacuría había recibido en Barcelo- na el premio Alfonso Comín. Y en su discurso habló de revertir el curso de la historia y construir una civilización basada en el trabajo y la so- briedad compartida. Ellacuría pensaba que el ejército no se atrevería a matarlo. En esto fue demasiado confiado e ingenuo.

Diez días después de recibir el premio Comín, regresó a El Salvador, y el 16 de noviembre de 1989, Ellacuría fue asesinado junto con cin- co compañeros jesuitas de la Universidad José Simeón Cañas: Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López; con ellos también fueron asesinadas Julia Alba, trabajadora doméstica, y su hija Celina Ramos, que pidieron hos- pedaje aquella noche en la residencia de los jesuitas pensando que estarían más protegidas.

Se escaparon de la masacre Jon Sobrino que estaba dando un retiro en Tailandia y Rodolfo Cardenal que, ante la posibilidad de un atenta- do, se había ido a la comunidad vecina de Santa Tecla.

El asesinato de los seis jesuitas dio la vuelta al mundo y desveló la crueldad de la guerra y la responsabilidad del gobierno de USA en estas muertes, por su gran apoyo político y económico al ejército salvadoreño. Fruto en gran parte de este asesinato fueron los Acuerdos de paz del Salvador en 1992 en Chapultepec.

Nueva visita a El Salvador

No volví a visitar El Salvador hasta el año 2000. Todos mis antiguos compañeros jesuitas ahora yacían enterrados en la capilla de la UCA. En el jardín de la UCA, el jardinero, Don Obdulio, el esposo de Alba y padre de Celina, plantó seis rosas rojas en memoria de los jesuitas y dos rosas blancas en memoria de su mujer y de su hija.

Sobre este jardín martirial, el obispo poeta Pere Casaldàliga escribió:

El juramento cumplido, la UCA y el pueblo herido dictan la misma lección desde las cátedras fosas. Y Obdulio cuida las rosas de nuestra liberación.

26 Como dijo Ellacuría en Barcelona diez días antes de su asesinato, «he- mos de revertir el curso de la historia».

Ignacio Ellacuría simboliza el origen, sentido y líneas de fondo de la teología de la liberación latinoamericana y caribeña, una teología que, aunque tendrá a lo largo de la historia diversos acentos y versiones, posee unas intuiciones comunes y por ser profética, muchas veces se ha convertido en una teología martirial.




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