En medio de la tempestad.Introducción






En medio de la tempestad



Introducción

Gerardo Fabert

Para comprender la situación de los años setenta en Argentina y América Latina, hay que ubicarse en el ambiente socioeconómico, religioso, político e histórico de aquel momento. El siglo XX ha sido marcado por grandes momentos: la primera mitad del siglo fue testigo de una de las mayores tragedias que haya conocido la Tierra: dos guerras mundiales dejaron decenas de millones de muertos y una economía exangüe que dejó en ruinas a los países industrializados. La crisis del capitalismo sacudido por el crash de Wall Street en 1929 había mostrado la fragilidad de este sistema económico. Y los países socialistas pretendían presentar al mundo una alternativa a la economía de mercado con un colectivismo a ultranza. Sin embargo, los 20 años “gloriosos”, desde 1950 hasta 1970, vieron relanzado el desafío de una economía mundial. Nunca hasta entonces el mundo había conocido tal crecimiento y prosperidad (de los países ricos, por supuesto). El Plan Marshall ofreció una salida a la economía de Estados Unidos, sobrecalentada por el esfuerzo de guerra, y permitió a Europa y a Japón reconstruir su parque industrial y consolidar una potencia económica mundial nunca antes igualada. Pese a todo ello, dentro de este contexto se produce en 1968 una verdadera explosión cultural y política de dimensión universal. Fue el rechazo a una sociedad fundada sobre el dinero, el consumo, el interés propio y las referencias tradicionales de la moral burguesa: el trabajo, la respetabilidad y la ética familiar. Fue el nacimiento del movimiento hippie y el rechazo de los valores estereotipados de la sociedad capitalista tales como “del trabajo a la casa y de la casa al trabajo”. Se redescubrieron los valores comunitarios. Era la sed por una libertad verdadera que rechazaba todas las sujeciones y hacía temblar los cimientos de la sociedad de posguerra. Por lo menos se acababa de dar una fuerte señal de alerta.

En octubre de 1958 murió el papa Pío XII. Su última audiencia pública en Castel Gandolfo había sido para recibir a la familia y los/as amigos/as del hermano Carlos de Foucauld, que celebraban el centenario de su nacimiento ese mismo año. Juan XXIII, elegido para ser el Pontífice de la “transición”, se transformó en el Papa de la apertura y del “aggiornamento”.

El 1o de octubre de 1962, Juan XXIII inauguró el Concilio Vaticano II que Pablo VI condujo a su clausura en 1965. Durante esa sesión final, entre los diferentes regalos que celebraron el acontecimiento conciliar, había un tractor ofrecido para la comunidad y la Fraternidad en Fortín Olmos de Argentina. Los padres conciliares querían una Iglesia abierta al mundo, adaptada a las condiciones de nuestro tiempo, que mirara y acompañara con una nueva sensibilidad al hombre y a la mujer de hoy en toda su dimensión social, política, económica y religiosa, una Iglesia cuya liturgia pudiera ser comprendida por todos y todas, y que estaba abierta al diálogo con las demás iglesias cristianas. Se cuestionaban incluso prácticas que, según muchos creían, formaban parte esencial del depósito revelado de la fe, tales como el hábito religioso, el celibato de los sacerdotes y una autoridad jerárquica separada del pueblo. Se insistía sobre la presencia de los laicos en el pueblo de Dios, una presencia que devolvería su peso y su valor a la mujer en las comunidades. Se replanteaban la vida religiosa, el sacerdocio ministerial y el lugar tradicional del sacerdote en la sociedad y en la comunidad cristiana. El concepto mismo de la parroquia como la comunidad territorial en la cual una persona vive desde su nacimiento hasta su muerte no resistía la evolución de la sociedad moderna. Las ideas de “consagración” y “votos religiosos” fueron cuestionadas. En pocos años, más de 150.000 sacerdotes y religiosos pidieron la reducción al estado laical. Fue un verdadero terremoto. Sin embargo se hablaba de un nuevo Pentecostés. En 1968 Pablo VI convocó en Medellín, Colombia, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano con el cometido de adaptar el mensaje del Concilio Vaticano II a la realidad latinoamericana. Fue la continuación lógica de la Encíclica Populorum Progressio que Pablo VI había publicado en marzo de 1967. En esta carta el Papa pide al mundo estar atento para evitar la deshumanización de la economía, cuando se la ve como un fin en sí mismo y no como un medio para el bienestar común. Y llama a un desarrollo solidario de la humanidad en favor de los países más pobres y marginados. El episcopado latinoamericano expresó en Medellín su opción preferencial por los pobres como parte esencial de su opción evangélica. Fue el nacimiento de la teología de la liberación. América Latina, que durante mucho tiempo dio la impresión de no tener rostro o expresión propia en una Iglesia latinizada y regida por el Concilio de Trento, descubrió la “inculturación” y reivindicó su propia búsqueda al escuchar a los más pobres.

Emilio Mignone, en su libro Iglesia y dictadura4 (Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1986, pp. 192), cita el testimonio del recientemente fallecido presbítero Orlando Yorio (detenido-desaparecido, encapuchado y maniatado en la Escuela de Mecánica de la Armada –ESMA– a mediados de 1976). Un oficial le dijo durante su cautiverio: “Vos no sos un guerrillero. No estás en la violencia. Pero no te das cuenta que al vivir allí en una villa miseria, unís a la gente, unís a los pobres; y unir a los pobres es subversión”. Otro oficial le dijo: “Usted tiene un error, que es haber interpretado demasiado literalmente la doctrina de Cristo. Cristo habla de los pobres pero de los pobres de espíritu y usted se ha ido a vivir con los pobres. En la Argentina los pobres de espíritu son los ricos y usted en adelante deberá ayudar más a los ricos que son los que están necesitados espiritualmente”.

El motivo de la detención-desaparición del hermano Mauricio Silva está allí, como también el de la persecución de los hermanitos durante la dictadura militar. Había dieciséis hermanitos en Argentina durante los años  ́70, y 6 Fraternidades. Ahora no hay ninguna. Vivir con los pobres, como los pobres, es parte especial de nuestra vocación como Hermanitos del Evangelio para seguir a Jesús de Nazaret y el ideal del hermano Carlos de Foucauld. Pero esa presencia en medio de los pobres era “subversión”, más aún cuando se consideraba el compromiso sindical como un compromiso político subversivo. Entre 1974 y 1980 fueron asesinados y desaparecidos más de veinte sacerdotes y religiosos/as en Argentina, además del obispo Enrique Angelelli de La Rioja, quien murió asesinado en un presunto accidente automovilístico cuando transportaba hacia su obispado pruebas de la complicidad de las Fuerzas Armadas en los asesinatos con torturas de sacerdotes y laicos de su diócesis, con el propósito de llevar estos documentos a la Nunciatura. El ex oficial de la Policía Federal Rodolfo Peregrino Fernández afirmó en 1983 “haber visto un maletín” en el escritorio del ministro del Interior, general Alvaro Harguindeguy, que era el que llevaba el obispo Angelelli en el momento de su muerte con pruebas sobre los asesinatos de los sacerdotes Gabriel de Longueville y Carlos de Dios Murias (ver Mignone, ob. cit.). Un año después, el obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León, también murió en un extraño accidente de automóvil donde hay serios indicios de una activa complicidad militar. Millares de jóvenes, incluyendo muchos militantes cristianos, fueron apresados, torturados, desaparecidos y asesinados. Fue la mayor persecución jamás sufrida en la historia de Argentina, tanto por laicos como por pastores (sacerdotes, religiosos/as, seminaristas) de la Iglesia Católica. ¡Pero no hubo ni siquiera una carta pastoral del Episcopado para condenar a los responsables! El 30 de agosto de 1980 en una alocución en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II volvió sobre el tema de los desaparecidos y la falta de respeto a los derechos humanos en América Latina. Nombró varios países y, entre ellos, a Argentina. Haciendo referencia al “martirologio de los cristianos de nuestro tiempo”, concluyó “que no se los puede olvidar”.

¡Mantengamos la memoria de nuestros mártires! Para los primeros cristianos, la sangre del martirio fue considerada un “nuevo bautismo” que purificaba las intenciones y perdonaba las faltas. Creemos que los que entregaron su vida están cerca de Dios. ¡Hoy y siempre que nos sea posible, celebraremos su memoria y su sacrificio! Este trabajo de investigación quiere simplemente, después de 30 años, recordar su nombre y su memoria con profundo respeto hacia las libertades y las opciones de cada uno. Ellos eran de la Fraternidad. Lo que es seguro es que han dado su vida por sus hermanos, y Jesús nos dijo que eso es la mayor prueba del amor (Juan 15, 13). Y pedimos a Dios tener también nosotros el coraje de arriesgar nuestras vidas hasta el final por nuestros hermanos y hermanas, para apresurar la llegada del Reino donde no existirá más la opresión, la tortura ni la explotación.

Gerardo Fabert 5

5 Nacido en Francia, es miembro de la Fraternidad de los Hermanitos del Evangelio desde sus comienzos, trabajó muchos años en Sardeña, Italia, y Brasil.


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