El Espíritu sopla desde abajo. Víctor Codina









ESPÍRITU SANTO

 Actualidad del secreto mesiánico1

Los cristianos creemos que Jesucristo, el Hijo del Padre encarnado, muerto y resucitado, es el centro de la fe cristiana: camino, verdad y vida (Jn 14,6); fuera de Él no hay salvación (Jn 15,5; Hch 4,12). La misión propia de la Iglesia es evangelizar (Evangelii nuntiandi); esta es su alegría (Evangelii gaudium).

La cristiandad ha estallado

Pero en el mundo moderno occidental, la cristiandad ha estallado en pedazos y la Iglesia, lejos de ser un signo claro del evangelio, constituye para muchos el mayor obstáculo para acceder al cristianismo: un oscuro pasado (Inqui- sición, cruzadas, poder temporal del papado, colonialismo misionero...) y un ambiguo presente (patriarcalismo, machismo, abusos sexuales y económicos, inmovilismo ante temas como la sexualidad y la vida...). La Iglesia de los países occidentales modernos sufre un claro descenso sacramental, el envejecimiento de sus comunidades y la falta de vocaciones ministeriales y religiosas. A esto hay que sumarle un cisma silencioso y el progresivo aleja- miento y desafección de muchas per- sonas. Es una Iglesia en situación de diáspora: la fe cristiana ha sido excul- turada, se extiende el agnosticismo y la indiferencia religiosa: Dios está en el exilio.

En este contexto de «tierra de misión», podemos preguntarnos si la evangelización a los «nuevos paga- nos» y hacia quienes desean entrar o retornar a la Iglesia debe seguir el modelo tradicional de comenzar por la Iglesia, su doctrina, sus normas y sus sacramentos, o si más bien debería retomar y actualizar hoy el silencio mesiánico y eclesial.

El secreto mesiánico

El evangelio de Marcos subraya la acti- tud de Jesús que impone una consigna de prudencia y silencio respecto a su identidad mesiánica, para no ser con-

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 1. La pneumatología o estudio teológico del Espíritu fue uno de los ejes centrales de la teología de Víctor, una teología, por otro lado, accesible y ejemplarizada en la vida cotidiana. https://blog.cristianismei justicia.net/2021/05/21/actualidad-del-secreto-mesianico (21/05/2021).

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fundido con otros proyectos mesiáni- cos nacionalistas y belicistas presentes en Israel (Mc 1,15; 3,12; 1,44; 5,43; 7,36; 8,26; 8,30; 9,9). Será un centu- rión pagano quien, al pie de la cruz, proclame que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios (Mc 15,39). En exegesis bíblica, a esto se le ha llamado «silencio o secreto mesiánico».

En Lucas 24,23-35, Jesús no comienza explicando a los discípulos de Emaús las Escrituras, ni realizando la fracción del pan, sino que primero les pregunta sobre qué discuten y por qué están tristes.

Pablo, al dirigirse al Areópago de Atenas, antes de anunciarles que hay un hombre que Dios ha resucitado de entre los muertos y que ha sido cons- tituido juez universal, les dice que ha visto un altar dedicado al dios desconocido y les cita algunos de sus poetas que dicen que Dios no está lejos de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,22-31).

En el catecumenado de la Iglesia primitiva, existía la disciplina del arcano: no se anunciaban los misterios de la fe hasta después de una larga preparación; los catecúmenos solo asistían a la liturgia de la Palabra y después de unos años se les entregaban el Credo y el Padre nuestro. En algunas iglesias existían, también, las llamadas «catequesis mistagógicas», que iniciaban al misterio Pascual de Cristo muerto y resucitado solo después de que en la vigilia pascual los fieles hubieran recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, porque creían que hay verdades que solo se pueden entender después de haber sido experimentadas.

La misma historia de salvación incluye un largo proceso: hay un Antiguo o Primer Testamento antes del Nuevo Testamento. El Hijo del Padre no se encarna el primer día de la creación, pues Dios debía acostumbrarse a la humanidad y la humanidad acostumbrarse a Dios (Ireneo).

No se trata de proponer un silencio vergonzante, sino de un silencio pastoral que, en lugar del orden dogmático y descendente del Credo «Padre, Hijo y Espíritu», recorra un camino ascendente: «Espíritu, Jesús y Padre». Nadie puede decir «Jesús es el Señor» si no está movido por el Espíritu (1Cor 12,3).

Prioridad pastoral del Espíritu

Este silencio pastoral mesiánico y eclesial frente a la preeminencia del Espíritu se fundamenta en la teología del Espíritu. Lo vemos a lo largo de la historia de la salvación. Junto al Dios creador del cielo y la tierra (Gn 1,1), está el Espíritu dando vida en medio del caos primigenio (Gn 1,2); el Espíritu prepara la venida de Jesús al Pueblo de Dios: suscita jueces y profetas, llama a Juan Bautista para preparar los caminos del Señor; el Espíritu acontece en la encarnación de Jesús, cubriendo con su sombra el seno de María (Lc 1,35); el Espíritu unge a Jesús en su bautismo, mientras una voz del cielo lo proclama Hijo del Padre; el Espíritu acompaña toda la vida de Jesús (tentaciones, predicación, milagros, elección de los discípulos, oración) hasta su pasión y su muerte. Es, también, el Espíritu quien le resucita de entre los muertos (Rm 8,11) y es Él quien constituye el gran don pascual del Resucitado (Jn 20,22); finalmente, en Pentecostés el Espíritu desciende sobre la primera comunidad eclesial (Hch 2,1-47) y se abre al mundo.

El Espíritu, pues, está activo en toda la historia de salvación hasta el final de los tiempos: llena la creación; engendra sabiduría, bondad, justicia, belleza, respeto a la creación y a las diferencias; suscita carismas; inspira culturas y religiones; todo lo renueva desde dentro; fomenta la justicia y la paz (Is 11,1-9). El Espíritu es dinamismo y movimiento, es vida plena y nuca está en huelga.

Sin Espíritu, Dios queda lejos, Cristo se reduce a un personaje del pasado, la Iglesia es una simple institución y la misión se convierte en propaganda. En el Espíritu, Cristo resucitado está aquí, la Iglesia significa la comunidad trinitaria y la misión es un pentecostés (Patriarca Ignacio IV de Antioquía).

Comenzar por el Espíritu significa partir de la realidad personal y social, ayudar a comprender todo el trabajo que se realiza por la justicia, la verdad, la solidaridad con los últimos, valorar todo lo positivo que hay en las diferentes culturas y religiones. Es Él quien nos ayuda a abrirnos a la trascendencia y a la religión, al Misterio último que da sentido a la vida y a la muerte.

El cristiano del siglo xxi o será místico, o no será cristiano (Karl Rahner)

Solo en este contexto de apertura a la experiencia del Espíritu se puede anunciar al mundo de hoy el Misterio de Jesús, el Hijo de Dios, muerto y resucitado. Solo después de una iniciación vivencial al misterio de Jesús, podemos abrirnos a la Iglesia como comunidad de Jesús, santa y pecadora, que bajo la fuerza del Espíritu da testimonio de Jesús al mundo, que es hogar de la Palabra y de los sacramentos; una comunidad que comunica la vida plena, colabora al Reino de Dios y promueve un mundo más humano y justo, respetuoso con la naturaleza (Laudato si’), donde todos podamos vivir como hermanos, hijos e hijas del Padre (Fratelli tutti).

Estamos en tiempo de adviento, un tiempo en el que el Espíritu del Señor, lentamente y desde abajo, nos conduce a Cristo y al misterio de Dios Padre, y nos dispone a abrirnos al misterio de la Iglesia, una comunidad que es imagen de la Trinidad y que, aun en medio de la noche oscura, vive un permanente Pentecostés.

Recuperar el espíritu2

Los que hemos padecido el COVID-19 en su forma grave, hemos experimentado no solo el aislamiento y la soledad, sino también la necesidad de mascarillas de oxígeno para evitar la asfixia. Pero no solo existe la asfixia vital, física, pulmonar, sino que también hoy experimentamos situaciones de asfixia colectiva y ambiental. Vivimos una asfixiante situación global: un cambio de época y de paradigma, el cambio climático, la pandemia, las guerras, los migrantes que mueren en el cementerio del Mediterráneo, la creciente pobreza de grandes masas del Sur, la corrupción, el machismo, la destrucción de la Amazonía y de la naturaleza...

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 2. Víctor sufrió mucho a causa del COVID-19. Estuvo ingresado durante varias semanas en cuidados intensivos y su vida corrió serio peligro. La enfermedad se convierte para él en oportunidad para reflexionar sobre una de sus pasiones como teólogo: el papel del Espíritu en la vida del creyente y la Iglesia. https://blog.cristianismeijusticia.net/2021/10/01/recuperar-el-espiritu (01/10/2021).

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Son los jóvenes los que más sufren las consecuencias de esta asfixiante situación. Lo demuestran los recientes arrebatos de miles de estudiantes y adolescentes en Madrid y en Barcelona, en noches de botellones y música, sin medidas de seguridad, que finalizaron con destrozos y violencia, en una sensación de desesperación. No es el Mayo francés del 68 ni el 15M, que abrían caminos de esperanza. Ahora hay una sensación con sabor a ceniza de fracaso, de nihilismo y de desánimo ante el mal. No es solo una cuestión de orden público o policial, el mal es más profundo.

Desde instancias cívicas y eclesiales, se exhorta a superar el individualismo, a dialogar, a tener esperanza, a cuidar la casa común (Laudato si’), pues todos somos hermanos (Fratelli tutti). Se anima a mantener la utopía, a vivir el principio esperanza, a soñar en un mundo diferente y mejor. Pero muchos jóvenes no tienen hoy ningún punto último de referencia, están en búsqueda; muchos jóvenes, pero también mayores, de cultura y tradición cristianas, abandonaron hace tiempo la Iglesia institucional, escandalizados por sus abusos económicos y sexuales, y se sienten muy lejos de los dogmas, de las enseñanzas y de los ritos litúrgicos de esta.

El olvido del Espíritu

Para muchos de nuestros contemporáneos, tanto Dios como Cristo quedan muy lejos, y el Espíritu ha desaparecido. En un conocido texto del patriarca oriental Ignacio IV de Antioquía en el Consejo Ecuménico de Upsala 1968, lo expresaba con gran lucidez:

Sin Espíritu, Dios está lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad un dominio, la misión una propaganda, el culto una evocación y el actuar cristiano una moral de esclavos.

Pero en el Espíritu, Cristo resucitado está aquí, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un servicio liberador, la misión es un pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, el actuar humano queda divinizado.

En el mundo cristiano latino, por diversos motivos culturales, históricos y políticos, hemos marginado y olvidado al Espíritu Santo, por más que recitemos el Credo o el Gloria. Muchos cristianos latinos respiramos solo con el pulmón cristológico, pero nos falta respirar también con el pulmón del Espíritu. Si queremos superar la asfixia actual que nos destruye por dentro, hemos de respirar con los dos pulmones.

Rostros del Espíritu

A diferencia del Hijo que se encarna en Jesús de Nazaret, el Espíritu no se encarna en nadie ni está en un solo lugar de la historia. Bíblicamente, el Espíritu se expresa a través de símbolos: aire, viento, agua, fuego, paloma... Su expresión hebrea es Ruaj, una expresión femenina que significa ‘hálito vital’, soplo de vida presente en el caos originario de la creación que engendra vida (Gn 1,2) e incuba las aguas pri- mordiales.

El soplo del Espíritu hace de la persona humana una imagen de Dios (Gn 1,27); el Espíritu habló por los profetas, hizo posible la encarnación de Jesús en el seno de María de Nazaret; el Espíritu descendió sobre Jesús en el bautismo y guio toda su vida: le dio fuerza en la pasión y la cruz, le resucitó de entre los muertos, como primicia de nuestra futura resurrección. Jesús resucitado sopla sobre los apóstoles para comunicarles su Espíritu (Jn 20) y, en Pentecostés, el Espíritu desciende sobre el pequeño grupo apostólico en forma de viento impetuoso y lenguas de fuego (Hch 2), y los transforma en evangelizadores y mártires. El Espíritu no tiene mensaje propio, no es palabra externa; es silencio y actúa desde dentro y desde abajo a través de personas y comunidades. Su misión, en definitiva, es conducirnos a Jesús (1Cor 12,3).

Pero el Espíritu no es solo intraeclesial, sino que desborda los muros de la Iglesia y se derrama sobre toda la creación: suscita amor y bondad, siembra culturas y religiones, genera belleza, arte, sabiduría, carismas y santidad; promueve movimientos sociales y políticos en defensa de la justicia y de los derechos humanos en favor de los pobres y descartados; libera a la creación, todavía en dolores de parto (Rm 8,22-25). Y todo para ir engendrando una tierra nueva y unos cielos nuevos, un mundo transfigurado: el Reino de Dios.

Necesitamos recuperar el soplo del Espíritu

¿Es extraño que este olvido teórico y vital del Espíritu engendre, tanto en jóvenes como en mayores, la sensación de asfixia? Los que hemos experimentado en la pandemia del COVID-19 que sin oxígeno nos asfixiábamos, también lo experimentamos en lo humano y espiritual: sin Espíritu no podemos respirar, nos asfixiamos, nos falta hálito, nos falta vida, nos falta esperanza, nos falta alegría y no tenemos futuro. El Espíritu es vivificante, es Señor y dador de vida, es novedad, siempre desborda límites conocidos, rompe esquemas, sorprende, nunca nos abandona, nunca entra en huelga.

Este Espíritu nos lleva a Jesús y nos mueve por dentro para que sigamos su estilo basado en el amor, el perdón, la entrega, la predilección por los pobres, por los enfermos, por las mujeres y por los extranjeros. El Espíritu nos da confianza en el Padre, nos inspira las bienaventuranzas, nos da esperanza en la resurrección y nos permite participar de la vida nueva de Jesús resucitado.

En estos momentos de asfixia universal, hemos de respirar el Espíritu, tanto tiempo olvidado, hemos de recuperar su hálito, pedir su soplo de vida. Él está presente precisamente en momentos de caos y muerte, cuando parecía que todo estaba perdido. Respiremos hoy profundamente el Espíritu, recuperemos su soplo suave. Es nuestro auténtico oxígeno vital.

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