LA HISTORIA DE LA VIRGEN DE LUJÁN (1885)







JUAN GUILLERMO DURÁN

  


UN LIBRO PROMETIDO EN “APREMIANTE LANCE” “In memoriam” de Mons. Juan Antonio Presas1

RESUMEN

El padre Jorge María Salvaire (1847-1899), escribió su famosa Historia de Nuestra Señora de Luján, luego de la aciaga visita que hiciera a las tolderías del cacique Manuel Namuncurá, a fines de octubre de 1875, situadas más allá de Salinas Grandes (La Pampa), en cumplimiento de un voto. El autor estudia la obra de Salvaire y la metodología histórica utilizada por él, que recoge no sólo los aportes de la escuela román- tica sino los de SS. León XIII.

Palabras Clave: Nuestra Señora de Luján, Salvaire, voto, historiografía

1. Nació en La Plata (Argentina) el 28 de marzo de 1912. De joven ingresó en el Seminario Hispanoamericano de Comillas (España), donde fue ordenado sacerdote el 25 de junio de 1938. Ejerció el ministerio en la Arquidiócesis de La Plata y en la Diócesis de Morón. En esta última se desempeñó por largos años como párroco de la Catedral y Vicario General. Falleció en Buenos Aires el 29 de abril de 2005. Se lo considera, después de Salvaire, el “moderno historiador de la Virgen de Luján”, pues desde 1960 se dedicó a estudiar críticamente la tradición “marino-lujanense”, convirtiéndose en la voz más autorizada al respecto. Entre sus numerosas publicaciones, se destacan por su importancia historiográfica: Nuestra Señora en Luján y Sumampa, Buenos Aires, 1974; La estancia del milagro, Buenos Aires, 1977; Luján ante la ciencia y la fe, Buenos Aires, 1978; Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico, 1630-1730, Buenos Aires, 1980; Nuestra Señora de Luján en el arte, Buenos Aires, 1981; Jorge María Salvaire. El apóstol de la Virgen, Buenos Aires, 1990; El negro Manuel, Buenos Aires, 1997; Luján: el Milagro y su viven- cia, Buenos Aires, 2000; y Anales de Nuestra Señora de Luján (1630-2002), Buenos Aires, 2002.

  Revista Teología • Tomo XLII • N° 87 • Año 2005: 281-329

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  JUAN GUILLERMO DURÁN

ABSTRACT

Father Jorge María Salvaire (1847-1899), wrote a well-known History of Our Lady of Luján, after his visit to the tents of Indian chief Manuel Namuncurá, beyond Salinas Grandes (La Pampa), on October 1875. He did so in order to fulfill a vow taken under such circumstance. The Author studies Salvaire’s work and the historical methods he used: not only romantic historiography but one portrayed by Pope Leo XIII.

Key words: Our Lady of Luján, Salvaire, vow, historiography

“... La expedición al seno de las tribus indómitas de la Pampa, donde me ví condenado a muerte, y, puedo decirlo, salvado por milagro, circunstancia a la que debo el haber escrito la Historia de Nuestra Señora de Luján; y, por fin, el rescate de 14 pobres cautivos, todo esto tuve yo que hacerlo absolutamente solo” (J. M. Salvaire, Informe I).

El padre Jorge María Salvaire (1847-1899), el más ilustre y querido de los capellanes históricos de Luján,2 considerado el hijo predilecto de María bajo esta advocación,3 formó parte del nutrido grupo de sacerdo- tes que en la segunda mitad del siglo XIX llegaron al puerto de Buenos Aires como resultado de las gestiones emprendidas por los Arzobispos Mariano Escalada y León Federico Aneiros, quienes lograron interesar a algunas congregaciones religiosas europeas en abrir un nuevo campo de acción apostólica en la Argentina: lazaristas o vicentinos, bayoneses, sa- lesianos, pasionistas, claretianos, redentoristas, palotinos, etc.

A todos ellos los alentaba el deseo de contribuir con sus esfuerzos a sostener y ampliar el quehacer pastoral en el ámbito de la extensa Arquidiócesis de Buenos Aires que, a causa de la profunda crisis en que la su- mieron por largos años el proceso de la independencia y la organización nacional (situación común a las diócesis del interior del país), carecía to- davía de clero suficiente y debidamente preparado como para afrontar con éxito los nuevos desafíos que le presentaban los acontecimientos presentes: obra parroquial, misionera, hospitalaria, educativa, de promoción social y atención de los inmigrantes, etc.

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2. Este título se lo aplicó su entrañable amigo don VICENTE COMAS, director del diario La Razón de Luján, al escribir la crónica del sepelio de sus restos. Cfr. La Perla del Plata, Febrero 12 de 1899. Nro. 474, 101). En adelante: LPP. Respecto a la decisión de Salvaire de ser conocido, an- te todo, como el “Capellán de la Virgen”, el P. Antonio Brignardelli comenta: “El 25 de Mayo de 1889, día glorioso en que se conmemora el feliz aniversario de nuestra Independencia, recibió- se oficialmente el nuevo Cura de su feligresía, tomando a un tiempo desde entonces el simpáti- co título de Capellán del Santuario de Ntra. Sra. de Luján” (LPP n. 333, 31 de Mayo de 1896, 375). De esta manera Salvaire, quiso retomar para sí el título empleado por los primeros sacer- dotes que sirvieron a la Sagrada Imagen desde la época de Don Pedro de Montalbo (1685-1701), fundador y primer capellán de la Capilla de Nuestra Señora del Río Luján, luego caído en desuso, desplazado por el de cura párroco.

3. Idem, n. 475 (19 de Febrero de 1899), 144.

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El destino de estos sacerdotes fue diverso: unos permanecieron en la gran ciudad, o se radicaron en los pueblos que con pujanza comenzaban despuntar en el interior de la provincia de Buenos Aires; otros se encami- naron a visitar periódicamente las poblaciones de la campaña y las colo- nias de extranjeros (irlandeses, vascos franceses, rusos-alemanes, etc.); y algunos quedaron comprometidos, como clérigos itinerantes, en la predi- cación de misiones en parroquias rurales y poblaciones de frontera, al- canzando con su palabra a alguna tribu de indios mansos o reducidos.

En el caso de Salvaire, la mayor parte de su vida transcurrió en la en- tonces Villa de Luján, de cuyo famoso Santuario se había hecho cargo la Congregación de la Misión, desde comienzos de enero de 1872, por expre- so pedido del entonces Arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Fe- derico Aneiros. Precisamente en este lugar, mientras se desempeñaba co- mo vicario parroquial, escribió su famosa Historia de Nuestra Señora de Luján, obra de la cual nos ocuparemos a lo largo del presente artículo.

1. Salvaire en Luján

El padre Jorge María Salvaire dejó la Francia natal a fines de sep- tiembre de 1871, llegando al puerto de Buenos Aires el 24 de octubre del mismo año: era un joven sacerdote, con tan sólo 24 años, deseoso de cum- plir con sus ensueños de misionero. Muchos años después, el canónigo Juan A. López, director del periódico La Voz de la Iglesia, recordará con estas acertadas palabras el momento de la llegada, destacando los aportes que este hijo de San Vicente de Paul estaba dispuesto a brindarle a aque- lla Iglesia diocesana que esperanzada lo recibía:

“El R.P. Salvaire no había nacido en este suelo; pero en los designios del Altísimo es- taba que aquí, en nuestras playas, encontrará el escenario propio de su vocación. El distinguido religioso de la Misión, muy joven aun, casi apenas sacerdote, vino á esta- blecerse entre sus hermanos de congregación, poniendo sus aptitudes, su clara inteligencia, su seleccionada erudición, y especialmente su gran voluntad para el estudio y su carácter emprendedor, al servicio de la vasta Arquidiócesis de Buenos Aires”.4

El 4 de febrero de 1999 se cumplió el centenario de la muerte del Pa- dre Salvaire, flor de los Lazaristas del Río de la Plata,5 cuya figura ha que- dado indisolublemente ligada a Luján en razón del ejercicio de su minis- terio sacerdotal y de la construcción de la gran Basílica. En 1872 fue nom- brado Teniente Cura del Santuario; y en 1889, Cura y Capellán, cargo que le permitió dedicarse plenamente a concretar su gran sueño: un nuevo templo que albergara la Sagrada Imagen de la Virgen y que pudiera acoger con comodidad a los peregrinos, cada vez más numerosos a causa de la co- modidad que les ofrecía el Ferrocarril del Oeste para visitar el viejo San- tuario de Lezica y Torrezuri, inaugurado el 8 de diciembre de 1763.6

Su paso por Luján es, sin duda alguna, el aspecto de su vida que más se conoce y el que dejó huellas más profundas. De su incansable actividad fueron testigos lo vecinos de la ciudad, las personas que lo ayudaron, los peregrinos que lo conocieron y la prensa de la época que publicó sus emprendimientos e iniciativas. Desde el Santuario se proyectó como sacer- dote ejemplar, orador elocuente, abnegado catequista, infatigable difusor del culto mariano, promotor de grandes peregrinaciones, periodista, his- toriador, impulsor de obras sociales y benéficas; y, por fin, arquitecto que planeó e inició la construcción de la monumental Basílica.

Dos momentos en la vida de Salvaire dieron ocasión a que muchas personas expresaran por escrito su pensamiento sobre la personalidad sa-


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4. Nota necrológica: R.P. Jorge M. Salvaire (De “La Voz de la Iglesia”), en LPP, n. 474, 12 de Febrero de 1899, 107.

5. Así lo llamó el P. Fernando Meister, su antiguo compañero en la misión indígena de Azul, al sa- ber la noticia de su fallecimiento. En carta desde San Juan, donde era Rector del Seminario Diocesa- no, escribe el 5 febrero de 1899, al Padre A. Brignardelli, entonces a cargo del Santuario de Luján: «...¡Qué golpe fuerte, no digo para la Congregación de Lazaristas de esta Provincia, aunque él sin duda, puede llamarse “la flor de los Lazaristas del Río de La Plata”, sino para esta República entera! ¿Dios mío, qué significa esto no estando aún en la mitad de su obra gigantesca, la Basílica, teniendo sin con- cluir bajo sus manos, obras históricas de grande importancia, para las cuales difícilmente se podrá en- contrar un hombre, que tenga la fuerza y el ánimo de terminarlas? Que Uds. y con vosotros todo Luján y Buenos Aires están sumergidos en el dolor se comprende, y siento mucho que el ferro-carril no sale hoy de San Juan, sino habría dejado todo en San Juan para asistir al entierro y compañeros en vues- tro justo dolor» (LPP. n. 475, 19 Febrero de 1899, 135). Algunos ampliaron el título y dijeron de él que era también “la flor de los lazaristas de Sud-América” (Idem, n. 487, 14 de Mayo de 1899, 342).

6. Antonio Scarella sintetiza en estas palabras la benemérita obra de Salvaire en Luján (figu- ran al pie del retrato que reproduce): “Apóstol del Culto de Ntra. Sra. de Luján. Su historiador. Pro- motor de su Coronación. Iniciador del proyecto de su Basílica. Constructor del Colegio de Luján. Fundador de la revista «La Perla del Plata», del primer hospital, del Círculo de Obreros Católicos y de la Conferencia de las Damas de S. Vicente. Trabajó en Luján más de 25 años” (Historia de Nuestra Señora de Luján, 346).

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cerdotal de este ilustre hijo de San Vicente de Paul: la celebración de las bodas de plata sacerdotales, 4 de junio de 1896; y el fallecimiento, 4 de febrero de 1899.

La revista por él creada, La Perla del Plata, recoge en sus páginas abundante información al respecto, a través de la mención de homilías, discursos, adhesiones, artículos, correspondencia, etc. Para percibir en apretada síntesis los rasgos más acentuados que la constituían y expresaban, transcribimos a continuación el comentario que bajo el título Remi- niscencias del Pasado publicó con ocasión del primer aniversario de la muerte el diario La Verdad, cuyo director era el distinguido Julio Jordán, tomándolo, a su vez de un “suelto trascrito” de La Nación del año 1887, con motivo de las fiestas de la coronación pontificia en Luján.

Hemos elegido este testimonio por un triple motivo: expresa el fuer- te impacto que la persona y la obra de Salvaire producía en la prensa del momento (ya no simplemente entre sus colaboradores y amigos); lo pre- senta en el momento de su mayor creatividad pastoral; y vaticina la tras- cendencia que su labor sacerdotal encierra para la Iglesia en la Argentina. El periodista, al referirse a los actos a que dio lugar la coronación de la Imagen, el 8 de mayo de 1887, escribe:

“... La magnificencia con que el templo estaba adornado, sus inscripciones históri- cas cromográficas, el orden y distribución de las funciones, se debe en todas sus par- tes al inspirado historiador de la Virgen de Luján, el Reverendo Padre Salvaire, que con infatigable celo supo llevar a cabo cuatro obras que inmortalizaran su nombre en los fastos de la Iglesia sud-americana: el Santuario Nacional, la Historia de Nues- tra Señora de Luján, la Coronación pontificia de la Imagen y su apostólica predica- ción... Las virtudes son como el perfume de la modesta violeta que aunque oculta de- bajo del follaje lo deja percibir a la distancia. El Padre Salvaire, que es un hombre en cuya fisonomía claramente se manifiesta su inteligencia y la bondad de su carácter, ha sido durante las fiestas de Luján, –y lo será siempre sin duda alguna– el amigo en quien todos, conocidos y extraños, doctos e indoctos, católicos o liberales, periodis- tas o paisanos, encontraban dispuesto a satisfacer cuanto podía exigírsele, animado siempre del espíritu de caridad evangélica sin la menor afectación: jamás se le vio en- fadado ni mucho menos manifestarse contrariado en medio de aquella inmensa con- currencia que quería invadirlo y saberlo todo. El Padre Salvaire realizará sus ensue- ños acerca de la Basílica en la República Argentina y del Santuario nacional de Ntra. Sra. de Luján porque tiene mucha f, que, como dice el Apóstol de las gentes, la f es capaz de transportar los montes de una parte a otra”.

7. LPP, n. 525, 4 de Febrero de 1900, 67-68.



Pero existe otra faceta de su vida, que el ejercicio y difusión del “mi- nisterio lujanense”, por su mismo peso y trascendencia, dejó práctica- mente en la penumbra: el de misionero entre los indios “pampas”, afinca- dos en las cercanías de las actuales ciudades de Azul y Bragado. Experien- cia ésta que, si bien breve en cuanto a su duración, dos años (1874-1876), fue intensa, abnegada y de profunda significación para la obra evangeli- zadora de la época, que ofrecía al Gobierno Nacional la alternativa de in- tegrar a los indígenas a la “vida civilizada” por la vía del sistema pacífico de misiones o reducciones (capilla, escuela, trabajo organizado) con el fin de evitar la instrumentación de una simple “política ofensiva”, que pre- tendiera alcanzar el sometimiento de las tribus mediante el recurso a campañas militares de persecución y toma de prisioneros.

En este sentido, el Padre Salvaire se sumó al grupo de sacerdotes que colaboraron estrechamente con el Arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, para que la vía pacífica de la misión comenzara a tomar cuerpo, primero, entre algunas tolderías de indios mansos o sometidos; para luego, una vez que alcanzara cierta maduración y contando con suficiente personal, se proyectara “Tierra Adentro”, camino de Salinas Grandes y Carmen de Patagones, rumbo a la lejana Patagonia.

Esta dimensión de la vida de Salvaire, tan rica en vivencias y com- promisos evangélicos, de tan profunda raigambre humanitaria, pasó inad- vertida para muchos de sus contemporáneos; y hasta el día de hoy, fuera del ámbito de su congregación y de algunos especialistas, permanece prácticamente ignorada.


2. El “voto” mariano

El epígrafe con el cual encabezamos el presente artículo evoca los sucesos que condujeron al lazarista Jorge María Salvaire a comprometer- se a escribir la Historia de la Virgen de Luján, publicada a fines de 1886 en la prestigiosa imprenta de Pablo E.

Coni. La firme decisión de hacerlo guarda relación directa con la aciaga visita que el misionero hiciera a las tolderías del cacique Manuel Namuncurá, a fines de octubre de 1875, situadas más allá de Salinas Grandes (La Pampa), junto a la laguna y médanos de Chilhué, donde co- rrió serio peligro de muerte en manos de un grupo exaltado de capitane- jos. Circunstancia que lo llevó a escribir este conmovedor párrafo, que fi-

gura en la “dedicatoria” de su futuro libro, donde trasunta toda su tierna y filial de devoción a Virgen de Luján, a quien siempre consideró respon- sable última de haber podido salir vivo y salvo de las tolderías:

“... [Después de recordar el encuentro con la Santa Imagen en su primera visita al Santuario, en 1871, agrega] Más tarde, yo mismo, dulce Madre mía, experimenté de un modo indecible, las maravillosas influencias de vuestra tierna protección, de vuestro poder y bondad sin límites. ¡Ah! quédese yerta y sin movimiento esta ma- no derecha; trábese mi lengua y se haga incapaz de proferir una sola palabra, si ja- más en mi vida, llegara mi corazón a olvidarse de vuestra portentosa mediación en mi favor y de la promesa que, en lance tan apremiante os hice, de consagrar todas mis facultades á haceros conocer, como merecéis, de no perdonar medios para ala- baros y encomiar vuestro poder y maternal ternura, y de esparcir, en cuanto me fuere posible, hasta los últimos confines de esta República, vuestra hermosa y sim- pática leyenda. Este libro, amable Protectora mía, es el cumplimiento de mi inol- vidable promesa; es la flor abierta al calor de vuestra dulce solicitud; es el fruto de muchos años de labores que con tanto cariño os dediqué, es el perfume de mis más íntimos pensamientos, el incienso de mi corazón, el eco sincero de mi alma agra- decida y enamorada de vuestra inmarcesible belleza”.8

No obstante, convendría volver sobre el hecho en orden a presentar en apretado resumen las principales conclusiones sobre el “voto maria- no” formulado por Salvaire en aquella ocasión. Al menos, las que pueden sostenerse como firmes y seguras de acuerdo al estado actual de las inves- tigaciones. Las mismas se refieren fundamentalmente a la existencia del voto y al contenido del mismo.9


3. La firme decisión de escribir

En cuanto a la historicidad del compromiso, ya no es posible soste- ner el juicio terminante de Santiago Copello sobre la no existencia de tes- timonios escritos fehacientes (tradición puramente oral).10 Pues si bien es

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8. Historia de Ntra. Sra. de Luján, Dedicatoria, I, X. En adelante: HNSL.

9. He estudiado con detenimiento el tema en mi obra El Padre Jorge María Salvaire y la Fa- milia Lazos de Villa Nueva. En los orígenes de la Basílica de Luján, 415-450. Allí remitimos para mayor información.

10. Gestiones del Arzobispo Aneiros a favor de los Indios. Al respecto escribe: “Ignoramos si el padre Salvaire hizo por escrito la relación detallada de su histórico viaje a Salinas Grandes. Ni en el Archivo del Arzobispado, ni entre los papeles dejados por el intrépido misionero, que se con- servan en la Casa de los Padres Lazaristas de Luján, hemos encontrado el menor indicio de esta posible relación” (83).

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cierto que Salvaire no dejó constancia escrita, explícita y circunstanciada del hecho –al menos conocida hasta el momento–, sus declaraciones tan- to en las páginas preliminares de la Historia de la Virgen de Luján11 y del Manual del Devoto,12 como su informe al P. Fiat (éste de manera particular),13 no dejan margen a duda alguna sobre la historicidad de su formulación.

Por lo cual debe afirmarse sin titubeo alguno que el voto realmente existió. Es decir, no se trató de una piadosa tradición posterior, divulgada sobre todo a partir del relato novelado de Pastor S. Obligado, una vez muerto su protagonista.14 Los peligros pasados en el transcurso de la visita al cacique Manuel Namuncurá –“lance tan apremiante”, “milagrosa- mente salvado”– lo determinaron efectivamente a expresarlo, y a cumplirlo en conciencia, no bien regresó a Luján, a principios de 1876.

Además, estas declaraciones personales fueron reafirmadas constan- temente por diversos testimonios contemporáneos que Salvaire nunca se vio en la necesidad de desautorizar o corregir, ni aún en sus detalles, co- mo son, por ejemplo, los del padre Antonio Brignardelli15 y el doctor Luis V. Varela,16 personas muy cercanas a su vida y a su obra. Por lo cual queda suficientemente comprobado que para la generación de Salvaire el voto fue un hecho real, verídico, formulado y cumplido por él, según lo prometido, y conocido por sus contemporáneos a través de su propia confesión. La existencia del mismo fue comentada públicamente en artí- culos y discursos con motivo de su fallecimiento en 1899, sin que se des-

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11. Dedicatoria, I, X.

12. Primera edición (Luján, 1890), XVII.

13. Informe a los Superiores de París (noviembre de 1886), fol. 4r. Archivo Curia Generalicia

(Roma).

14. Tradiciones Argentinas (Barcelona, 1903), 370-372.

15. Bodas de Plata del R. P. Jorge M. Salvaire, Capellán del Santuario de Na Sa de Luján, en

LPP, No 333 (Luján, 31 de Mayo de 1896), 371-376. El padre Antonio Brignardelli, discípulo, con- fidente y sucesor de Salvaire en el Curato de Luján, en cuyos brazos falleció éste, es el primero en divulgar por el escrito la “promesa formal” de afrontar la redacción de la Historia como conse- cuencia de su permanencia entre los indios, indicando el año preciso de la misma: “En el año de 1875 fue cuando hizo la promesa formal de escribir la Historia de Nuestra Señora de Luján si es- ta poderosa Soberana le libertaba de la muerte a que estaba condenado por los mismos desgra- ciados naturales. No se hizo esperar la protección de María sobre quien ella había elegido para celebrar sus glorias...”.

16. “... Gravemente en peligro en 1875, ofreció a la Virgen escribir su historia si le amparaba, y desde entonces comenzó a reunir materiales para hacer su trabajo” (Breve Historia de la Virgen de Luján, su Santuario y su Culto después de 1630 hasta 1897, 148-150).

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pertaran réplicas, ni rectificaciones al respecto, ni de parte de los lazaristas ni de los amigos más comprometidos en el desarrollo de sus emprendimientos marianos.17

En cambio, en lo referente al contenido, es necesario ser más cautos para no excederse en las conclusiones. Ante todo, hay que dilucidar la vieja cuestión de saber si se trató de un voto parcial (escribir sólo la his- toria) o de un voto total (la historia, el culto y el nuevo templo). Atenién- donos a la estricta prueba documental, procedente del mismo Salvaire, debe sostenerse que la promesa en las tolderías se limitó al compromiso de escribir la historia, y por medio de ella difundir el culto, tal como él lo refiere en forma expresa al P. Fiat, máxima autoridad de los lazaristas, en momentos sumamente críticos respecto al proyecto de edificación de la basílica (“circunstancia a la cual yo debo el haber escrito...”).

En esta comprobación se apoya la opinión que sustenta la lectura restrictiva del voto como la única cierta y posible. O sea, no puede afir- marse bajo ningún punto de vista –siempre hablando de prueba docu- mental personal– que la construcción de un nuevo templo (basílica) haya estado incluido en el propósito de Salvaire al instante de afrontar la “su- prema prueba”.18 A no ser que él mismo se hubiese propuesto silenciar- lo en un primer momento por razones de prudencia y humildad, actitu- des profundas y constantes en él, hasta tanto se crearan a su alrededor las condiciones espirituales y materiales para emprender el estricto cumpli- miento.

Tal cosa es muy probable, sobre todo conociendo la tenacidad de su carácter y el arrojo para emprender obras de gran envergadura, frente a las cuales las dificultades, por más serias que fuesen, no lo hacían retroceder. De ello fueron testigos privilegiados monseñor Federico Aneiros y el presbítero Antonio Espinosa, por entonces vicario general del Arzobispado de Buenos Aires, compañero de andanzas apostólicas en algunas ocasiones. Pero con toda honestidad intelectual debe reconocerse que


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17. LPP, n. 474. Luján, 12 de febrero de 1899.

18. Incluso para algunos hasta podría aventurarse una razón plausible, a modo de simple hi- pótesis, destinada a explicar el hecho. La magnitud misma de la obra y el cúmulo de dificultades para lograr ponerla en marcha, por aquellos años, harían impensable un ofrecimiento de este ti- po. Salvaire, consciente de ello, no se habría aventurado a empeñar su palabra en tamaña em- presa. Por cierto un esfuerzo gigantesco, y al parecer desmedido, para un sacerdote de tan sólo 28 años de edad.


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hasta el momento no consta este propósito en referencia alguna, sea ésta escrita por su mano o salida de su boca. Decir algo más, sería forzar simplemente los testimonios.

Sin embargo, el “silencio prudencial o la humildad” es un argumento a favor del “voto total” que no debe pasarse por alto, dejándolo ligeramente de lado, por considerarlo no probatorio bajo ningún aspecto. También es posible pensar que Salvaire habló sobre el contenido del voto con personas muy allegadas a él, que se encargaron de explicitarlo en forma oral y escrita en su momento, como en el caso de sus colaboradores inmediatos y sus amigos más entrañables –Antonio Brignardelli, Luis Varela, Santiago Scarella, Luis Naón, Antonio Scarella, Santiago Estrada, Nicanor Comas, Carlos R. Achua, etc.–, quienes se pronunciaron a favor del triple contenido de la promesa a Ntra. Sra. de Luján.

Precisamente en el conjunto de estas declaraciones se basa la histo- riografía lazarista para sostener con marcada unanimidad el “voto to- tal”.19 Tradición constante de cuya veracidad no es posible dudar. Razón más que suficiente para que, al momento del dictamen histórico, se la in- corpore como argumento probatorio.

En cuanto a nuestra opinión personal respecto a los alcances de la intención original de Salvaire, debemos decir que después del cuidadoso examen de la documentación existente y de cuanto se ha escrito al respec- to, nos inclinamos a sostener como muy verosímil el “voto total”, según se desprende, no de razones piadosas o afectivas, sino del estricto cotejo y complementación de los testimonios conocidos, sumado el argumento de tradición recién mencionado, decisivo en este asunto. Pero lo hacemos con la siguiente salvedad, a nuestro parecer importante. Una cosa es sus- tentar la opinión que la promesa incluía ya en Chilhué (Salinas Grandes) la construcción de un nuevo templo destinado a reemplazar el existente –el de Lezica y Torrezurri, insuficiente y deteriorado–, y otra muy distin- ta es pensar que Salvaire ofreció en esos momentos la actual basílica en su estilo (gótico lanceolado) y con sus proporciones. Tales cosas fueron de- terminadas posteriormente, de manera particular durante su viaje a Euro- pa (Francia, Italia, España), en 1886, para alcanzar la coronación de la Sa- grada Imagen por parte del papa León XIII.

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19. HORACIO S. PALACIOS, La Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl en la Argen- tina (1859-1880), 277-284.

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4. Acopio de información

Salvaire se reintegró plenamente a la comunidad sacerdotal de Luján a mediados de 1876, tras el regreso de la fracasa misión indígena de Azul. De allí en más, sin descuidar sus múltiples tareas pastorales en el Santua- rio, comenzó a reunir la documentación necesaria para poder redactar el libro prometido. A tal punto avanzaron sus búsquedas que durante los años 1882-1885 pudo dedicarse especialmente a escribirlo; y en este últi- mo año darlo a publicidad en dos gruesos volúmenes, bajo el título His- toria de Ntra. Sra. De Luján. Su origen, su santuario y su culto. Así re- cuerda el hecho, el mismo Salvaire:

“En posesión de tantos y tan preciosos tesoros [documentales], estimulado, por otra parte, por las personas más competentes y autorizadas en el dominio de la historia religiosa y política del país, a quienes comuniqué mi proyecto, me determiné, por úl- timo, no sin temor, en verdad, y recelo de mis cortos alcances, pero sí, con fe y amor, como persona que cumple con toda conciencia un voto hecho, en un supremo con- flicto, a un Ser superior de quien ha recibido evidente protección y amparo, me de- terminé, digo, a poner manos a la obra y escribir la presente «Historia de Nuestra Señora de Luján», que hoy tengo la grata satisfacción de ofrecer al público”.20

La apoyadura documental que utiliza Salvaire a lo largo de la obra es copiosísima y en gran parte inédita, fruto de su paciente trabajo en va- rios archivos de la época, como los correspondientes al viejo Santuario, al Cabildo de Luján, a los Cabildos Secular y Eclesiástico de Buenos Aires, respectivamente, y al Arzobispado de Buenos Aires. En este sentido, via- jaba con frecuencia a la Capital para dedicarse con ahínco a buscar las pruebas testimoniales e históricas que le permitieran redactar los diversos capítulos del libro sobre sólidas bases heurísticas.

Preocupación que lo llevó a extender sus pesquisas a varias bibliote- cas particulares, puestas con particular generosidad a su disposición, en orden a recoger la más amplia bibliografía existente sobre historia argen- tina, colonial e independiente, relacionada con la Villa de Luján y el ori- gen de su célebre Santuario.

Dejemos que el propio Salvaire nos recuerde el itinerario de sus per- manentes pesquisas documentales:

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20. HNSL, I, X.

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* “[En primer término] hojee con suma curiosidad, y hasta con respeto esos libros capitulares y esos legajos polvorientos del extinguido Cabildo de Luján [cuyo pa- radero se desconocía], y las muchas e importantes noticias que, por medio de ese estudio adquirí, al paso que me llenaron de singular satisfacción, me estimularon a emprender semejante trabajo con todos los papeles pertenecientes al Archivo del Santuario, donde encontré nuevas e importantísimas noticias”.

* “[Luego] animado con el inesperado éxito de mis primeras pesquisas, me deter- miné enseguida a indagar en todos los Archivos públicos, eclesiásticos y seculares de la Capital”.

* “Y finalmente facultado, con exquisita generosidad, para hacer prolijas investiga- ciones en el archivo doméstico de varias familias antiguas del país vinculadas con aquellos personajes que figuran en la historia de Luján y son, por decirlo así, co- mo los héroes del prolongado drama que me proponía escribir, en todas partes vi ampliamente recompensado mi empeño con la adquisición de noticias y documen- tos de un valor imponderable para el objeto que perseguía”.

* “[De este modo] en posesión de tantos y tan preciosos tesoros, estimulado, por otra parte, por las personas más competentes y autorizadas en el dominio de la historia re- ligiosa y política de este país, a quines comuniqué mi proyecto, me determiné, por úl- timo, no sin temor, en verdad, y recelo de mis cortos alcances, pero sí, con fe y amor, como persona que cumple con toda conciencia un voto hecho, en un supremo con- flicto, a un Ser superior de quien ha recibido evidente protección y amparo, me de- terminé, digo, a poner manos a la obra y escribir la presente Historia de Nuestra Se- ñora de Luján, que hoy tengo la grata satisfacción de ofrecer al público”.21

Además, para redactar los capítulos dedicados a presentar la moder- na devoción lujanense, desde el arribo de los lazaristas a la Villa, Salvaire utiliza la abundante información recopilada en los Anales del Santuario o Libro de la Virgen, abierto el 22 de noviembre de 1880, donde los pere- grinos consignaban los beneficios recibidos por intercesión de María de Luján, poniendo su nombre o dejando el pensamiento que les sugería la visita al Santuario.22 Valiosos testimonios de peregrinos individuales o de

21. Idem, Prólogo, CVIII-CIX.

22. Sobre el valor informativo de este libro o álbum mariano, Salvaire escribe: “Recorriéndolo encontramos oraciones, cánticos, gemidos y lágrimas. Desde la mujer favorecida con la maternidad, hasta la madre que llora perdido a su hijo bien amado; desde la plegaria del tullido que pi- de conformidad para su noble e infatigable compañera, hasta la confesión franca y espontánea de algún hijo de este tiempo agitado, que cree y busca el reposo del labriego, que no encuentra amargo el pan ni incómoda la almohada; desde el rico que viene cargado de ofrendas, hasta el pobre que recorre a pié leguas y leguas trayendo a la Virgen una vela o un cobre, desde el caci- que araucano [José María Railef], recién convertido, que muere cristianamente en el albergue de los ‘novenantes’ de Luján, hasta el habitante de lejana Provincia que llega al declinar el día, pasa la noche en oración, y, al asomar la aurora, vuelve a montar su caballo fatigado para regresar a su pago; ¡todos, si, todos, grandes y pequeños, felices y desgraciados, tiene en ese libro una página conmovedora!” (HNSL, LXIV-LXV).

pequeños grupos familiares, a los cuales se sumaba la crónica de las gran- des peregrinaciones colectivas, iniciadas desde el año 1871, y mantenidas a lo largo de los últimos años del pontificado del Papa Pío IX.23

Asimismo, para no verse obligado a viajar con tanta frecuencia a Buenos Aires, con la pérdida de tiempo que ello significaba para su recar- gada agenda, no obstante el inestimable servicio del ferrocarril, consiguió formar su propia biblioteca. En ella recogió aquellos ejemplares de ma- yor necesidad de consulta, particularmente fuentes impresas, que pudo conseguir gracias a los buenos servicios de algunos libreros amigos. Esta importante biblioteca –ahora conservada en la Casa Provincial de los Pa- dres de la Misión (Vicentinos), en Buenos Aires–, todavía es posible re- conocerla porque en cada uno de los ejemplares comprados figura el se- llo: Ad usum Salvaire.24

5. Es necesaria una Historia de la Virgen

Como lo señala expresamente el arzobispo de Buenos Aires, León Federico Aneiros, en la carta personal dirigida a Salvaire con motivo de la publicación del erudito trabajo, era de lamentar que hasta ese preciso momento no se contara con un libro que ofreciera una narración seria “de todas las innumerables maravillas que, desde los tiempos más remotos de nuestra historia, la voz del pueblo no cesaba de atribuir a la tierna media-

23. Con relación al testimonio de las grandes peregrinaciones o asambleas católicas, Salvai- re destaca, entre otras, una circunstancia que imprime un lugar particular al Santuario de Luján dentro del orbe católico, precisamente a causa de los numerosos inmigrantes que lo visitan: “En- tre todos los santuarios conocidos –señala–, exceptuando el de Lourdes, el nuestro es el único que ve postrado en sus losas desgastadas centenares de personas que dirigen sus plegarias a la Madre de Dios en todas las lenguas cultas. Debe achacarse esta peculiaridad a que Buenos Aires se ha formado por el aluvión humano de las inmigraciones. Parece que en Luján se renovará el don de lenguas concedido al Colegio Apostólico, para difundir fácilmente el Evangelio en todas partes, contrapuesto a la confusión de hablas producida cuando la soberbia humana pretendió fabricar un refugio elevadísimo, donde no le alcanzaran las aguas de otro Diluvio” (Idem, LXVII). Al tema de los inmigrantes dedica Salvaire el cap. XL de su Historia...

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24. Así figuran, por ejemplo: crónicas de la conquista del Río de la Plata y Tucumán (incluso de México y Perú), legislación colonial e independiente, historiografía jesuítica del Paraguay, cró- nicas religiosas, viajeros, diccionarios y gramáticas de lenguas indígenas (guaraní, quechua, araucano), historias marianas (imágenes y santuarios), próceres y figuras destacadas de la histo- ria del país, historias nacionales, ocupación del desierto pampeano, literatura argentina, censos poblacionales, informes de inmigración, política educacional, etc.

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ción de la poderosa Protectora de todos los hijos” de la inmensa Arqui- diócesis de Buenos Aires”.25

Precisamente la nueva publicación venía a cubrir tan imperiosa ne- cesidad, tanto desde el punto de vista histórico como pastoral. A la fecha se conocían pocas y fragmentadas noticias sobre la Virgen de Luján, ca- rencia informativa encargada de alimentar la creencia generalizada, inclu- so en los círculos cultos, de estar en presencia de una tradición piadosa, de profunda raigambre popular, con más visos de leyenda folklórica que de verdad histórica.

Entre las fuentes se contaba la Crónica o Relación de Pedro Nolasco de Santa María, mercedario, escrita en 1737;26 y la Historia de Felipe Jo- sé Maqueda, publicada en 1812, en la Imprenta de los Niños Expósitos.27 A lo cual se sumaba un artículo de Juan María Gutiérrez;28 el discurso pa- negírico del presbítero Idelfonso García;29 un breve relato de Pastor Ser- vando Obligado;30 y un folleto debido a la pluma de Santiago Estrada.31

Esto era cuanto por entonces se conocía y se leía sobre el tema; y en estas únicas referencias bibliográficas descansaba la tradición y la piedad popular sobre la Virgen de Luján, tanto en lo referente al origen de la Sa- grada Imagen como a la construcción de las sucesivas capillas y templos que la albergaron. Precariedad informativa que el mismo Arzobispo des- taca como grave defecto historiográfico del momento en el saludo que di- rige a Salvaire con motivo de la publicación de la obra, cuya aparición vie- ne precisamente a remediar tales carencias:

25. HNSL, I, XIV.

26. Publicada por primera vez por JUAN ANTONIO PRESAS, Nuestra Señora de Luján (Buenos Ai- res, 1980), 226-229 (manuscrito y trascripción). En adelante: NSLP.

27. Historia verídica del origen, fundación y progresos del Santuario de la Purísima Concep- ción de Na Sa de la Villa de Luján; con la Novena a la Ssma. Virgen. Dispuesta por el R. P. Fr. An- tonio Oliver, Misionero Apostólico de la Orden de San Francisco; y dada a luz por el Presbítero D. Felipe José Maqueda, tierno devoto de María Ssma. en su sagrada imagen de Luján. Buenos Aires. Imprenta de los Niños Expósitos. Año 1812. Texto facsimilar en NSLP, 231-239.

28. Santuarios de América: Guadalupe en México, Copacavana en el Perú, Luján en Buenos Aires, en el periódico “La Religión”, sábado 5 de diciembre de 1857. Texto en NSLP, 358-359.

29. Este sermón pronunciado en el viejo templo de Lézica Torrezuri, se publicó en el periódi- co La Religión en 1859. Fragmentos del mismo en NSLP, 359-360.

30. Nuestra Señora de Luján, en “Revista de Buenos Aires”, tomo V, 83 y ss. Fragmentos en NSLP, 360-361.

31. El Santuario de Luján. Buenos Aires, 1867. Folleto de 42 páginas, relata el hecho de Lu- ján y presenta algunos documentos, entre ellos la crónica de Santa María. Véase, NSLP, 361- 362.

“Pero el público pensaba generalmente que esas fuentes eran harto escasas y que ya se hacía necesaria una historia más circunstanciada, donde se leyeran los oríge- nes de esa célebre Imagen, la erección de su Santuario y la descripción de sus pro- digios y del culto intenso que, en todo tiempo, María recibiera en ese lugar prefe- rido. La luminosa historia que acabáis de publicar viene a llenar debidamente este deseo del público; y ella es tan completa y ordenada que satisface plenamente las ansias de la más tierna devoción y de la más legítima curiosidad; y, por ello, sois benemérito hijo de María no menos que de vuestra ilustre Congregación que, no en vano, fue elegida para cuidar del ilustre Santuario de Luján [... Con este libro] dais un gran ejemplo a los hijos de Buenos Aires, haciendo un verdadero servicio a su Iglesia, que aún no ha podido presentar trabajos de esta clase. El Pueblo de Nuestra Señora de Luján os deberá eterna gratitud”.32

En síntesis, según el pensamiento de Salvaire tres razones funda- mentales reclamaban escribir una historia formal sobre la Virgen y el San- tuario: 1o) la falta de una crónica minuciosa sobre los prodigios realiza- dos por su intermedio en la Villa de Luján, quien la reconocía como pa- trona y fundadora, para así desvirtuar terminantemente ciertas impugna- ciones del momento, aparecidas en artículos o folletos carentes de base documental seria; 2o) satisfacer la curiosidad comprensible de los devotos que aspiraban a conocer hasta los más mínimos detalles sobre la secular tradición lujanense; y 3o) ofrecer un libro que sirviera para estimular y di- fundir la devoción mariana bajo este entrañable título en el seno de las pa- rroquias y de las familias cristianas, a nivel del país entero.

6. Una impugnación gratuita

Asimismo, Salvaire con la publicación del libro –amén de cumplir con su “voto mariano”, fin primordial de tal inquietud–, quiso ofrecer ex- presamente a la opinión pública una respuesta contundente a un ácido ar- tículo publicado por Juan María Gutiérrez33 con motivo de la segunda

32. HVLS, XIV-XV, XIX.

33. Poeta, prosista, funcionario público, ejerció cargos políticos de relevancia. Nació en Bue- nos Aires el 6 de mayo de 1809. Hijo de Juan Matías Gutiérrez, español, y de María de la Con- cepción Granados Chiclana, argentina de familia patricia. Estudió en la Universidad de San Car- los latinidad, filosofía y matemáticas. Fue agrimensor y posteriormente doctor en derecho. En 1837 participa en la fundación del Salón Literario, en la librería de Marcos Sastre. Al año siguien- te, con sus amigos personales Juan Bautista Alberdi y Esteban Echeverría, se incorpora a la co- misión que redacta el Credo de la joven generación argentina. En 1840 en encarcelado en Bue- nos Aires por la policía de Rosas. Recupera la libertad y se traslada sucesivamente a Montevideo gran peregrinación masiva a Luján, llevada a cabo el 10 de junio de 1877, como adhesión a la celebración el quincuagésimo aniversario de la consa- gración episcopal del papa Pío IX.34

En dicho artículo, Gutiérrez, olvidándose de cuanto antes había es- crito a favor de la tradición lujanense, unos veinte años antes,35 expresó una crítica punzante e infundada sobre la misma, de corte volteriano, de- sautorizando como actitud oscurantista y obsecuente con la religión, ra- yana en la cerrazón mental, la presencia entre los peregrinos de numero- sos universitarios, entre los que se contaban profesores y estudiantes.36 Cosa incomprensible para él en razón de su firme militancia en las filas del positivismo liberal y del laicismo imperantes por entonces en el país, cuya influencia ideológica se hacía sentir en el amplio campo de la cien- cia, la técnica y la educación.37

Europa, Brasil y Chile. Después de Caseros regresa al país, pasando a desempeñar varios cargos públicos: ministro en el gobierno de Vicente López y Planes, diputado por la provincia de Entre Ríos al Congreso Constituyente de Santa Fe, miembro de la comisión redactora de la Carta Mag- na de 1853 (hace triunfar las doctrinas constitucionales de las Bases de Alberdi) y ministro de Re- laciones Exteriores del Gobierno de la Confederación con asiento en Paraná, cargo al que renun- cia en 1856. De regreso a Buenos Aires se dedica por entero a las letras y a la docencia, asumien- do las funciones de miembro del Consejo de Instrucción Pública, jefe del Departamento de Es- cuelas y rector de la Universidad de Buenos Aires hasta 1873, en que se jubila. La aceptación in- condicional del positivismo y del laicismo liberal terminaron por apartarlo de sus convicciones cristianas, asumiendo posturas fuertemente críticas y combativas contra el catolicismo. Murió en Buenos Aires a los 69 años, el 26 de febrero de 1878. Un completo panorama bio-bibliográ- fico en RAFAEL ALBERTO ARRIETA, Historia de la Literatura Argentina, Buenos Aires, 1960, II, 271- 307; y VI, 212-217, 312-316.

34. En esos momentos el Arzobispo Aneiros se encontraba en Roma para participar en las ceremonias centrales. Con tal motivo los católicos argentinos quisieron unirse a la celebración del aniversario, nombrándose al efecto una comisión compuesta por distinguidas personalida- des para organizar una peregrinación al Santuario de Luján, donde en enero de 1824 orara devo- tamente el mismo Pío IX, entonces sólo conocido como Canónigo Mastai Ferreti, secretario de la misión del Arzobispo Muzzi con destino a Chile. El gobierno de la provincia de Buenos Aires, a pe- sar de la oposición de la Cámara de Diputados, dio a la manifestación un carácter nacional, acor- dando pasajes en el ferrocarril del Oeste a las personas que quisieran participar en el acto. La pe- regrinación fue presidida por el entonces gobernador del Arzobispado, monseñor Juan Agustín Boneo. El mismo Salvaire ofrece una crónica detallada de la peregrinación en HNSL, II, 452-462. Véase también JUAN A. PRESAS, Anales de Ntra. Sra. de Luján, 248.

35. Ver nota 28.

36. Periódico La Libertad, 22 y 23 de junio de 1877.

37. A juicio de Ricardo Saenz Hayes, Gutiérrez además de deísta era un panteísta a la mane-

ra de Spinosa, que a semejanza del geómetra de la Ética descubre a Dios en la naturaleza y la na- turaleza en Dios, convencido que los verdaderos templos de la divinidad suprema son el cielo, la tierra y el mar. Sin necesitar para creer en Dios el recurso a ninguna de las iglesias de Oriente ni de Occidente, pues lo percibe en su propia conciencia y en cuanto lo circunda (R. A. ARRIETA, His- toria de la Literatura Argentina, op. cit., II, 297-298).

La lectura de aquella nota provocó de inmediato en Salvaire perple- jidad y preocupación. Sobre todo por provenir de un hombre que por su pensamiento y actuación pública se había ganado amplio reconocimiento y estima dentro del mundo político y literario de la época. Sus juicios, en este caso infundados y carentes de toda veracidad, venían a herir y cues- tionar la base histórica de uno de los sentimientos más profundos de la po- blación en general, como era la Virgen de Luján, reduciendo su tradición al género de simple y piadosa leyenda, incapaz de resistir el mínimo cues- tionamiento crítico. En este sentido, era de pensar que la rápida difusión de tales apreciaciones despertaría muchísimas dudas y confusiones injus- tificadas, tanto entre las personas cultas como entre las gentes más senci- llas, quienes tenían por verídica “a pie juntillas” la secular devoción maria- na lujanense, tan entrelazada con la historia misma de los argentinos.38

La primera contestación vino de parte de Santiago Estrada, quien de inmediato le replicó por el mismo medio, la prensa escrita, defendiendo la creencia secular con aquellos argumentos que el historiador podía es- grimir a tenor del estado actual de tan delicada cuestión historiográfica. Poniendo de manifiesto, a su vez, la postura prejuiciosa de Gutiérrez en el tema, no exenta de una buena dosis de fastidio infundado y de burla ofensiva hacia personas que simplemente se habían limitado a manifestar en público sus convicciones religiosas, sin ver en ello oposición alguna entre su condición de creyentes y sus opciones de vida ciudadana, dentro del amplísimo campo de la cultura y las profesiones, sin caer por ello en anacronismos censurables.39

Desde este punto de vista el libro de Salvaire trajo consigo una res- puesta esclarecedora y decisiva sobre la cuestión ventilada por Gutiérrez,

38. Así recuerda Salvaire las mordientes impugnaciones de Gutiérrez: “Desde entonces [oc- tubre de 1871, primera vez que el misionero visitó el Santuario] muchas veces dimos público tes- timonio de nuestro amor a Nuestra Señora de Luján, pero principalmente con motivo de la segun- da peregrinación que en grupo numeroso visitó el Santuario el 10 de junio de 1877. Un escritor de merecida fama puso la mano sobre la tradición hermosa de Luján, pretendiendo secarla con el sarcasmo, contando que nadie recordaría que esa misma mano, en tiempo no muy remoto, ha- bía ofrecido flores e incienso al histórico Altar del Santuario. Cúpole a la literatura pillada en con- tradicción, iniciar con desventaja una contienda que no ha tenido eco sino en algún inmigrante envenenado por la filosofía barata de los diarujos o el ajenjo caro de las tabernas, rozando a pe- nas la dura epidermis de algún mozalbete silvestre, que por echarla de mono selecto y a la moda, expulsa las necedades ajenas y las propias en presencia de los pacíficos tertulios de las barberías de la Villa” (HNSL, I, LIII).

39. Periódico La América del Sur, 27 de junio y 7 de julio de 1877. Igualmente, La Tribuna trata el tema los días 2 y 3 de julio. Si bien reproduce en parte el artículo de Estrada días antes: 30 de junio y 1o de julio.

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elaborada ahora con criterios historiográficos incuestionables, a partir del acopio de abundante documentación de época, prácticamente desconoci- da, que no hacía más que confirmar la estricta historicidad de la tradición por entonces controvertida, asentando sobre sólidos fundamentos la de- voción mariana más entrañable para el pueblo argentino.

No obstante ello, las opiniones vertidas por Gutiérrez dejaron una profunda amargura en el corazón de Salvaire en razón de constituir un in- fundio gratuito, lanzado irresponsablemente, al compás de la prédica po- sitivista anticlerical de entonces. Preocupación que lo llevó a volver sobre el tema muchos años después, desde las páginas de La Perla del Plata, con la clara intención de advertir a los lectores la equivocación cometida por el polemista, sin que esto fuera óbice para reconocerle la estatura intelec- tual y los méritos literario indiscutibles que poseía.

En este sentido Gutiérrez, tras perder las convicciones cristianas de otrora, no hizo más que expresar de manera virulenta su postura agnós- tica frente a un hecho religioso incuestionable, cuya veracidad histórica Salvaire terminaba de comprobar con sobrados argumentos:

“Un escritor de muchísimo talento, el Dr. Don Juan María Gutiérrez, había escri- to años anteriores en el periódico La Religión un interesante artículo lleno de fe y tierna piedad sobre la dulce y popular leyenda de Nuestra Señora de Luján. Pero el mundo, la política y la soberbia de la vida, de que habla el Apóstol del puro amor, bien pronto desecan la fuente de las inspiraciones espiritualistas y marchitan las flores de la fe y de la piedad; y con esa pluma con la que trazara poco antes la graciosa tradición de la Virgen de Luján, el ilustre escritor argentino, en el año de 1877 y con motivo de una memorable peregrinación a este Santuario, vertía el ací- bar de la burla contra esta misma tradición y contra los numerosos, distinguidos y piadosos peregrinos a Luján. Santiago Estrada dirigía entonces el diario católico La América del Sur, y en sus columnas defendió con admirable denuedo la creencia secular del pueblo argentino y redujo al silencio al célebre literato que con la ma- yor frescura quemaba hoy lo que ayer había adorado”.40

7. Modelo historiográfico

Puede decirse con toda propiedad que el libro de Salvaire sobre la Virgen de Luján constituye en sí mismo y en primer lugar la gran “cróni-

40. LP, 26 de julio de 1891.

ca religiosa de la familia argentina” de fines del siglo XIX.41 La cual a tra- vés de este secular título mariano no hacía más que expresar por aquellos años la fe cristiana recibida de los mayores y las convicciones más pro- fundas de su propia memoria histórica, renovadas constantemente en el seno mismo de los hogares o en el transcurso de las peregrinaciones a la Villa –fueran éstas individuales, familiares o colectivas–, cada vez más fre- cuentes gracias a las comodidades que ofrecía el ferrocarril, quien se en- cargaba de depositar a los innumerables peregrinos en las inmediaciones mismas del viejo Santuario.

El mismo Salvaire, al momento de señalar los marcados límites de la primitiva producción historiográfica sobre Luján, mencionada más arri- ba (Nolasco, Maqueda, Gutiérrez, García, Obligado, Estrada), establece la opción metodológica básica de su trabajo, a la cual se sujetará escrupu- losamente desde la primera a la última página. Al respecto, escribe con firme convencimiento:

“Pero, sobre ser esos trabajos muy incompletos, eran además escritos según el an- tiguo método, que se contentaba con describir los personajes, los acontecimientos y las cosas, sin presentar al lector el testimonio de la autenticidad de las aseveracio- nes que formulara el autor; método que, en las historias de la índole de la que nos ocupa, podía sin duda satisfacer las inclinaciones de una piedad ingenua, pero que ya no basta para llenar las aspiraciones de la moderna crítica, que no se contenta con introducir su implacable escalpelo en las materias científicas, sino que reclama el de- recho de ejercer su acción, hasta en el dominio de la historia, y con mucha razón, según mi humilde manera de ver, siempre que no se pretenda llevar este método ex- perimental, hasta los extremos del racionalismo y del abyecto materialismo”.42

Con esta declaración de principios, Salvaire asume como propios los postulados básicos de la “historiografía romántica”, contemporánea a los años de su formación intelectual en Francia, cuyos representantes más conspicuos fueron Leopold von Ranke (1795-1886)43 y Johann Gustav Droysen (1808-1884).44 Quienes se encargaron de esbozar los pasos fun- damentales del método histórico-científico: hallazgo de las fuentes (heu-

41. HNSL, I, LIV.

42. Idem, Prólogo, I, CVII.

43. Geschichte der romanischen und germanische Völker, 1494 bis 1535 (“Historia de los

pueblos romanos y germanos, entre 1494 y 1535”; Die römischen Papste, ihre Kirche un ihr Staat im 16 und 17 (“Historia de los Papas...”); y Deutsche Geschichte im Zeitaler der Reforma- tion (“Historia de Alemania en la época de la Reforma”).

44. Grundriss der Historik (“Esquema de lo histórico”), 1858; y Grundlagen der Historik (“Fundamentos de los Histórico”), 1882.

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rística), análisis de las mismas (crítica), interpretación (hermenéutica), or- denamiento y comprensión (síntesis), y, por último, presentación riguro- sa de los resultados obtenido (exposición).

Por lo tanto, ya no se trata de impartir consejos a los historiadores sobre el modo de encarar sus trabajos, como en otra época lo había hecho el célebre tratadista francés Jean Bodin o Bodinus (1530-1596),45 sino de una fundamentación teórica de la preceptiva, señalando en cada caso las posibilidades y límites de la investigación. Advirtiéndose, en cuanto a la manera de presentar los resultados de la misma (exposición), que la mi- sión del historiador es, a la vez, literaria y erudita. Motivo por el cual es preciso tener en cuenta que una obra historiográfica de calidad tiene que llenar todas las exigencias de la crítica y de la erudición, pero simultánea- mente debe dar al espíritu culto el mismo goce que la más acabada pro- ducción literaria.46

Asimismo, con relación al panorama historiográfico argentino del momento, Salvaire se identifica en buena medida con la postura renovado- ra expresada por Bartolomé Mitre en el ámbito de los estudios referidos al movimiento emancipador americano, dando lugar así a la formación de la “escuela histórica erudita”, preocupada fundamentalmente por documen- tar sus aseveraciones y someter a riguroso examen las conclusiones de las anteriores investigaciones sobre el tema.47 Como lo señala Rómulo Car- bia, el credo historiográfico con que Mitre realizó sus dos obras cumbres, Historia de Belgrano (1887) e Historia de San Martín (1887-1888-1890), puede sintetizarse diciendo “que era aquel que proclamaba que la correla- ción, la armonía, el significado, el movimiento y hasta el colorido de los hechos históricos, debía fluir directa y exclusivamente de la construcción erudita, hecha utilizando los documentos inéditos, la bibliografía depura- da por la crítica y los elementos testimoniales de la tradición”.48

Es de advertir que Mitre bajo la aplicación de esta novedosa meto- dología histórica optó por focalizar sus investigaciones en los hitos claves de la época independiente (guerras de emancipación, grandes próceres, luchas intestinas, estabilidad constitucional, etc.), prestando escasa aten-

45. Methodus ad facilem historiarum cognitionem, 1566.

46. Véase, F. WAGNER, La ciencia de la historia, México, UNAM, 1958.

47. Véase, A. ACUÑA, Mitre historiador, Buenos Aires, 1936.

48. Historia crítica de la Historiografía Argentina desde su orígenes en el siglo XVI, Buenos

Aires, 1940, 151.

ción personal al período de la dominación española, ciclo donde más tar- de se destacaron algunos de sus continuadores. Sin embargo, esta orien- tación que el avezado historiador le imprimió a los estudios sobre el pa- sado nacional, señalándole el derrotero de la constante y minuciosa inves- tigación en los archivos, redundó de inmediato en el ámbito de lo colo- nial, acrecentándose en forma notable el interés por cultivar la crítica de las fuentes editas y el conocimiento documentado de aquellos siglos, dan- do lugar a la permanente revisión de cuanto se había escrito sobre deter- minados temas.

Precisamente dentro del marco de los esfuerzo bibliográficos desple- gados por aquellos años con la intención de contribuir a la renovación de los estudios relacionados con lo colonial, debe ubicarse la obra de Salvai- re, que por su temática específica corresponde catalogarla dentro de la “crónica religiosa” de época preocupada por fundamentar, en este caso, las tradiciones de un santuario particular de larga data, el de la Villa de Luján, cuyos orígenes se remontan a 1630, tan sólo cincuenta años después de la segunda fundación de Buenos Aires por parte de Juan de Garay.49

Para poner de manifiesto la seriedad y trascendencia de esta volumi- nosa crónica es suficiente con recordar que la misma ha sido incluida en- tre “los libros que tipifican un momento capital de la historiografía ar- gentina”, al punto de iniciar una “escuela” propiamente dicha, tal como lo señala Rómulo Carbia al pasar revista al pasado bibliográfico de fines del siglo XIX, cuanto señala:

“La obra que concreta y sintetiza esa etapa es la Historia de Nuestra Señora de Lu- ján [...], resultado de una tarea larga, prolija y sin precedentes en nuestro país, rea- lizada en los archivos civiles y eclesiásticos de Buenos Aires, en el antiguo Cabil- do y en el particular de varias familias porteñas. Publicada en forma anónima, por

49. Conviene tener presente que cuando Salvaire escribe no existía una historia general de la Iglesia en la Argentina, semejante a las escritas por entonces en otros países americanos. Incluso sólo varios años después de su muerte se pudo contar con algunas historias eclesiásticas por re- giones (del norte: Toscano y Cabrera; Río de La Plata: Carbia; Cuyo: Verdaguer), que vinieron a su- marse a las historias de santuarios particulares (Luján, Valle de Catamarca), de monasterios y de asuntos religiosos puntuales; y a los estudios biográficos de misioneros o prelados destacados. Tampoco estaban escritas aún las crónicas de las órdenes religiosas de mayor tradición en el país (franciscanos, dominicos, mercedarios, etc.), a no ser algunos intentos dentro de la Compañía de Jesús. En este sentido, para la mayor parte de las regiones del país, cada vez que se intentaba co- nocer su vida religiosa, había que recurrir a los viejos cronistas coloniales, en especial a la Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán del jesuita Pedro Lozano (mediados del siglo XVIII). Véase: G. FURLONG, “La historiografía eclesiástica argentina desde 1536 a 1943”, en Ar- chivum I (Buenos Aires, Enero-Junio, 1943), 72-92; C. BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argenti- na, I, 28-37; N. T. AUZA, La Iglesia en la Argentina, Buenos Aires, 1999, cap. V.

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modestia de su autor, se sabe, sin embargo, que él fue el sacerdote de la Congrega- ción de la Misión, don Jorge María Salvaire. Aunque su tendencia es visiblemente pragmática, y no tiene más interés que la de la crónica, la obra del Padre Salvaire, no obstante, orientada como está dicho, hacia el rumbo que señalara Mitre, supe- ra a todos los trabajos de su género, hasta entonces aparecido. Ello reside, sobre todo, en la armonía de su conjunto y en lo orgánico de su contenido. La propaga- ción de la escuela de Salvaire, sin el aditamento de su pragmatismo, y en muchos casos bajo la égida titular de [Antonio] Zinny, se halla en muchas crónicas regionales y particulares, posteriores al año 1885. [...] Hurgando en el pasado bibliográfico, es fácil advertir que hasta la publicación del libro del padre Salvaire, Historia de Nues- tra Señora de Luján, en 1885, la crónica religiosa argentina no tuvo representación co- mo tal. Y esto digo porque cuando vio luz antes de este año, no pasó, o de simples no- ticias sueltas, o de reunión de documentos, más o menos bien coordinados”.50

8. Presupuestos metodológicos

Para escribir esta “crónica” Salvaire tuvo necesidad de adoptar algu- nos presupuestos metodológicos, cuya constante observancia vinieran a asegurarle el buen éxito del proyecto que emprendía, sobre todo en lo re- ferente a la seriedad científica del mismo. En este sentido creyó oportu- no seguir los consejos de monseñor Félix Dupanloup (1802-1878), obis- po de Orleáns (Francia), experimentado escritor y figura clave en el Con- cilio Vaticano I; y las recientes enseñanzas del papa León XIII contenidas en su Carta Saepenumero considerantes, publicada en 1883.

En lo concerniente a los consejos de Dupanloup, éste recomendaba a cuantos intentaran escribir la vida de los santos la aplicación de tres re- glas básicas al discurso narrativo: 1o) ante todo, es indispensable amarlos; 2o) conocer a fondo su manera de sentir y pensar, sacrificando toda posi- ble retórica a la expresión auténtica de sus personalidades; y 3o) estable- cer cuidadosamente el enlace natural y lógico de esas vidas extraordina- rias con la época, los acontecimientos y el medio en que actuaron.51

En el caso presente de la Virgen de Luján estas reglas adquieren tam- bién importancia decisiva. En cuanto a la primera y la segunda, Salvaire escribe:

50. Historia crítica de la historiografía..., 154-155; 213-214.

51. Prólogo a la Vida de Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal de E. BOUGAUD (“Sainte Jeanne Frémyot de Chantal, sa vie et ses oeuvres”), Paris, 1874.

“[Resulta indispensable] un conocimiento exacto de lo que conviene para esta cla- se de materias; un amor sincero e intenso del Santo de quien se quiere escribir la historia; el estudio profundo de su alma y de su vida, hecho sobre las fuentes y do- cumentos contemporáneos, tomándose para esto el tiempo y el trabajo necesario; y todo esto trazarlo con sencillez, verdad, nobleza, profunda penetración y vivos detalles, de tal modo que se retrate fielmente al Santo y su época, cuidando siem- pre de que no desaparezca el héroe, bajo el montón de hechos accesorios de la his- toria, sino que aparezca en primera línea. Hechos verídicos, auténticos, exactos, numerosos, pero agrupados con gusto y hábilmente dispuestos, con un orden jui- cioso que prepare e ilumine todo; en fin, un estilo sencillo, grave, tierno y pene- trante. Esta es, sucintamente expresada, la idea del verdadero mérito y de las gran- des dificultades que ofrece el escribir la vida de un Santo. Tal ha sido, en todo lo que había de aplicable a la materia de mi libro, el ideal que me he propuesto reali- zar al escribir la historia de la Virgen de Luján”.52

A su vez, la aplicación de la tercera regla le permitió a Salvaire abar- car en su investigación la mayor parte de los acontecimientos de la histo- ria argentina comprendidos entre los siglos XVII y XIX, tanto individua- les como colectivos. Destacándose en ese derrotero histórico el perma- nente patrocinio de María de Luján, que se aparece al lector dominando hombres y sucesos, entre la paulatina decadencia de la colonia y la con- solidación de la emancipación, todavía incompleta y trágica. Cuya bendi- ta Imagen, desde el Camarín del Santuario de Lézica y Torrezuri, ha con- templado con permanente solicitud maternal el devenir del siglo XIX, ba- jo tantos aspectos decisivo para el futuro del joven país.

Años donde se han dado cita las miserias morales y las grandezas materiales del pueblo argentino, las ansias de libertad e independencia, las luchas fratricidas, la organización nacional, las nuevas corrientes de pen- samiento, la conquista del desierto, el aprovechamiento de la tierra por parte de los inmigrantes, la supresión de las distancias por el vapor, el fe- rrocarril y el telégrafo, la anulación del espacio por la electricidad; y tan- to otros acontecimientos emblemáticos de la época.

52. HNSL, Prólogo, CIX-CX. Esta misma idea la expresa Santiago Estrada, en su Introducción, a la HNSL: “María de Luján ha tenido su cronista en el Capellán Maqueda, y debía tener su historiador en otro de sus capellanes, porque para escribir sobre ella dignamente es necesario conocerla y amarla de cerca, contemplando hora a hora sus mercedes, viéndola realizar, por así decirlo, de su propia mano, los sorprendentes prodigios de su inefable misericordia. No importa que nosotros ca- llemos aquí el nombre del flamante historiador de Nuestra Señora de Luján. Ella ha de llamarlo por su nombre en presencia de su Hijo, y de los ángeles que rodean su trono en el cielo y su morada en la tierra. Abramos y leamos el libro que se nos ha entregado a sabiendas de que los hijos afectuosos encuentran suavidad y alegría para el alma en la enumeración de las virtudes de sus antepasados. La Historia de Nuestra Señora de Luján contiene la crónica religiosa de la familia argentina” (I, LIV).

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Pero un tema, sobre todo, atrajo la atención de Salvaire durante el desarrollo de sus investigaciones; y a él le dedicó buena parte de sus des- velos y esfuerzos: el pago de Luján, paraje elegido por la Virgen para que- darse definitivamente allí, al correr del año 1630. En este sentido entre las intenciones primordiales que lo impulsaron a escribir, siempre dentro del marco del cumplimiento del “voto”, figura la de hacer comprender al lec- tor, no bien éste da comienzo al relato, la importancia decisiva que el “pa- go” tendrá de allí en más para la historia civil y religiosa del país. Motivo por el cual pasa a convertirse en el cronista moderno que más atención prestó al tema “lujanense” y el que logra presentarlo con mayor profun- didad y acopio de información. Demostrando en el intento las capacida- des propias del agudo historiador, dotado a la vez de excelentes recursos narrativos al momento de volcar al papel cuanto le habían permitido con- firmar las pacientes pesquisas documentales. Aptitud ésta última que po- ne de manifiesto, por otra parte, el excelente dominio del castellano que por entonces había alcanzado, no obstante su condición de misionero francés con pocos años de residencia en el país.

Respecto a los alcances de esta inquietud de Salvaire por dar a cono- cer los orígenes y desarrollo de su querida Villa de Luján, nos servimos de las apreciaciones vertidas por Santiago Estrada en el prólogo de la obra, quien en apretada síntesis pone de manifiesto las contribuciones más notables en tal sentido:

“La tarea de dibujar hombres y lugares correspondía al historiador de Luján, pago desconocido al comenzar su narración, acechado por los salvajes y los animales de la pampa, enclavado en el desierto, árido en tiempos de sequía, fecundo cuando las nu- bes lo regaban, con la casa de la posta y la cabaña del pastor de vacas, circundadas de foso, que más que posada y albergue parecían improvisadas fortalezas, en las cuales comían poco y dormían menor, sobresaltados por el peligro, los estantes y viandan- tes, que no separaban por un instante el arcabuz del alcance de la mano. La óptica de la imaginación, como la de los gabinetes de física recreativa, tiene sus cuadros disol- ventes. Por eso recorriendo las páginas de este libro, hemos contemplado el inmen- so cuadro de la llanura pampeana, con sus ombúes escuetos, retostados por el sol, alumbrado en toda su extensión por la luz espectral de la mística aureola que circun- daba a la sazón una cabaña de Luján. Los indios retroceden; la civilización avanza; y gradualmente surgen el rancho, el caserío, el pueblo, como si brotaran de semillas que dejara caer al pasar esa fila interminable de peregrinos que va desde el Plata has- ta Luján, donde la América derrama sus ofrendas y el cielo abre sus tesoros”.53

53. Idem, I, LVI-LVII.

9. El magisterio de León XIII

La otra fuente de inspiración metodológica la constituye el reciente magisterio del papa León XIII sobre los estudios históricos. Nos referi- mos a la carta apostólica Saepenumero considerantes,54 que Salvaire cono- ce al momento de disponer y ordenar los elementos de su trabajo. En dos oportunidades hace expresa mención de este documento:

* “El sabio León XIII [...] recomienda con sumo encarecimiento [a los historiado- res] estudiar, con ánimo sereno y libre de prevenciones, los incorruptibles monu- mentos de la historia; pues su sola inspección no puede menos que ser una magní- fica y espontánea apología de los tiempos en que florecieron la fe y la religión. Es- tos tan oportunos consejos del Jefe Supremo de la Iglesia Católica, avivaron en mi alma el deseo de hacer del libro que estaba escribiendo, una obra que respondiera, lo mejor que fuera posible, a las sabias indicaciones del Soberano Pontífice, y que fuese al propio tiempo contundente para los adversarios de nuestra fe, provechosa para los creyentes e interesante para todos”.55

* “He seguido, pues, en todo el curso de mi trabajo y según las medidas de mis fuer- zas, el método tan justamente encomiado por S. S. León XIII, método adoptado, por otra parte por la moderna, o mejor dicho, resucitada escuela historiográfica, desde al- gún tiempo a esta parte tan altamente conceptuada en el público erudito, merced a los importantes trabajos históricos de los señores León Gautier e Hipólito Taine, por no citar más que dos nombres universalmente conocidos, de la pléyade de los discí- pulos que siguen con entusiasmo y bien merecido éxito el mencionado inmejorable método. Éste [...] consiste en poner al público en presencia de las verdaderas fuen- tes originales del pasado, de modo que se vean vivir, hablar y moverse los autores mismos de los sucesos que figuran en aquella página de la historia que se quiere es- cribir; así que parecen volver un momento a la escena para recomenzar, ante noso- tros y para nosotros, el papel que desempeñaron en otro tiempo”.56

El Papa promulga esta carta, del 18 de agosto de 1883, en ocasión del anuncio oficial de la apertura del Archivo Secreto Vaticano y de la Biblio- teca Apostólica a la consulta de los investigadores de todos los credos y naciones que lo solicitasen debidamente.57 Esta decisión personal de León

54. Acta Sanctae Sedis (ASS)16 (1883-1884), 49-57. Conviene tener presente que esta car- ta inaugura las intervenciones magisteriales sobre los estudios históricos de parte del papado. El mismo León XIII retomó el tema en su carta al clero francés Depuis le jour, del 8 de septiembre de 1899, donde aborda la cuestión de la enseñanza de la historia de la Iglesia y el perfil del histo- riador que se dedica a su cultivo. Texto en Leonis XIII... Acta, 19 (Graz, 1971), 157-190.

55. HNSL, Prólogo, CX-CXI.

56. Idem, CXVIII.

57. La carta está dirigida a los cardenales Hergenröther (prefecto del Archivo), Juan Bautista

Pitra (protector de la Biblioteca Vaticana) y Antonio de Luca (vice-canciller de la Santa Iglesia Ro-

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XIII pasó a convertirse en uno de los gestos más significativos de su pon- tificado, deseoso de promover una auténtica política cultural de la Iglesia respecto del mundo moderno, donde las cuestiones históricas en torno al papado ocupaban lugar destacadísimo. Sobre todo en razón de los cons- tantes cuestionamientos del cual era objeto por parte de intelectuales y po- líticos, sobre todo italianos, incluyendo ácidas y encarnizadas campañas de desprestigio a través de ensayos, periódicos, revistas y panfletos.

Al mismo tiempo, se creaba una comisión de cardenales para fomen- tar los estudios históricos,58 cuyo cometido fundamental consistía en plasmar el deseo del Papa de alcanzar la edición de una historia general de la Iglesia en base a documentación abundante y confiable, proyecto que por diversos motivos no llegó a concretarse por aquel entonces.59

Este documento, más allá de las preocupaciones apologéticas por defender y ensalzar los méritos del pontificado para con el Occidente, contiene a su vez una serie de valiosísimas premisas y recomendaciones metodológicas, vigentes hasta el día de hoy, que en su momento ilumina- ron el trabajo de Salvaire, como él mismo lo termina de recordar. Entre ellas figura la así llamada regla de oro del historiador: “la primera ley es no atreverse a mentir y la segunda no temer decir toda la verdad”.

Espiguemos por un momento en el contendido de la carta, dejando a un lado las preocupaciones estrictamente apologéticas, que no vienen al caso, y rescatando de la misma las afirmaciones fundamentales sobre el cometido del historiador.60 León XIII deja clara constancia de la existen- cia por entonces de una cultura extraña a los auténticos valores cristianos, particularmente hostil a la Iglesia y al Papado, que se vale de la historia

mana). La apertura del Archivo Vaticano trajo consigo, entre otras, dos consecuencias de impor- tancia capital para el desarrollo de los estudios históricos. Por una parte, la creación de una serie de “institutos históricos” en Roma destinado a promover las investigaciones en este sentido (aus- triaco, prusiano, francés, húngaro, alemán, belga, etc.); y por otra, la rica proliferación de edicio- nes de fuentes, estudios y revistas concernientes a la historia de la Iglesia, muchos de ellos ver- daderos monumentos de erudición, entre cuyos promotores se cuentan: J. Janssen, L. von Pas- tor, S. Merkle, J. Hergenröther, H. Denifle, H. Grisar, L. Duchesne, F. Lanzón, etc. Véase: H. JEDIN, Introduzione alla Storia dellla Chiesa, Brescia, Morcelliana, 1979, 107-126.

58. Dicha comisión constituye el antecedente lejano de lo que es hoy el “Pontificio Comité para las Ciencias Histórica”, creado por Pío XII en 1954.

59. Al respecto, véase: G. MARTINA, “L ́apertura dell ́Archivo Vaticano: Il significado di un cen- tenario”, en AHP 19 (1981), 273-280; y S. CASAS, “León XIII y la apertura del Archivo Secreto Va- ticano”, en Anuario de Historia de la Iglesia, XII, Pamplona, 2003, 91-106.

60. H. J. MARROU, “Philologie et histoire dans la période du Pontificat de Léon XIII”, en Aspet- ti della cultura cattolica nell ́età di Leone XIII, Roma, 1961, 71 ss.; y P. CHIOCCHETTA, Teologia e Sto- riografia della Chiesa, Roma, 1969, 65-82.

para lanzar el descrédito sobre personas e instituciones eclesiásticas (con- texto inmediato de la carta).

Entonces, ¿qué hacer ante estos constantes embates? No queda otro camino que alentar a los intelectuales católicos, sobre todo a los historia- dores, para que superando todo complejo de inferioridad se dediquen a la investigación seria, sujeta a las exigencias de la moderna crítica históri- ca, con el fin de publicar trabajos de carácter verdaderamente científico, capaces de esclarecer la verdad en torno a los temas históricos más con- trovertidos en el momento.61 Razón por la cual el Papa recomienda a los historiadores tener muy en cuenta las siguientes premisas metodológicas:

1a La historia debe ser estudiada en su verdaderas fuentes con es- píritu despojado de pasiones y de prejuicios. Oponiendo a las narraciones fantasiosas o débiles, la investigación fatigosa y pa- ciente; a las sentencias temerarias, el juicio maduro; y a las opi- niones frívolas, la crítica inteligente.

2a Es deber del verdadero historiador reconocer que “la primera ley de la historia es no mentir; la segunda no temer decir la ver- dad. Sabiendo, además, que el historiador no debe alimentar ningún tipo de suspicacias ni adulaciones ni animosidades que redunde en beneficio de sus propios intereses.62

3a El imperativo indeclinable del historiógrafo, conciente y explí- cito, es la “imparcialidad” que debe llevarlo a evitar escrupulo- samente los favoritismos y las aversiones preconcebidas.

4a El desarrollo de la erudición científica requiere contar, entre otros medios, con catalogación de fuentes, edición de docu- mentos, publicación de crónicas y compilación de registros que

61. De hecho en el tratamiento de tales temas o cuestiones las posturas contestatarias y las impugnaciones más frecuentes se inspiraban por lo general en la exhumación de viejas leyendas o fábulas, refutadas cien veces y cien veces puestas de nuevo en circulación; y en aquellos casos donde el discurso intentaba apoyarse en documentos o en hechos recientes, éstos por lo gene- ral eran manipulados con habilidad o interpretados en forma tendenciosa, hasta caer en silencios no exentos de malicia. Al respecto, se mencionan en la carta algunos ejemplos recientes: si se ha- bla del poder temporal o civil del Papa; o si se rememora, como recientemente en Palermo, el sex- to centenario de las “Vísperas Sicilianas” contra la tiranía mantenida por Clemente IV; o si en Brescia se inaugura el monumento a Arnaldo, todo sirve para avalar una tesis indiscutible: “La Iglesia ha sido siempre enemiga de la civilización de los pueblos y del progreso de la humanidad. Por lo cual –concluye el Papa– hoy se puede decir, mejor que en ningún otro tiempo, que el arte de la historia parece una conspiración de los hombres contra la verdad”.

62. Frase emblemática, tomada en préstamo de Cicerón, De Oratote, II, 15.

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hagan posible la elaboración de novedosas investigaciones cien- tíficas, acorde con la moderna crítica histórica.

5a Es obligación de los especialistas, versados profundamente en sus respectivas disciplinas, poner manos a la obra, en orden a pu- blicar trabajos de reconocida erudición, destinados a divulgar la verdad genuina y refutar las deformaciones más frecuentes. En este sentido, resulta beneficioso retomar el método histórico es- tablecido por el sabio oratoriano César Baronio († 1607), autor de los “Annales ecclesiastici” y difundido por el incomparable editor de fuentes L. A. Muratori († 1750); amén de asumir el marco reflexivo general de la filosofía de la historia elaborada por San Agustín de Hipona, la cual lejos de tener miedo a la ver- dad lleva de suyo al pensamiento humano a buscarla con afán.

10. Aplicación de las premisas “leonianas”

Indudablemente estas recomendaciones “leonianas” gravitaron en Salvaire al momento de fijar las pautas metodológicas sobre las cuales descansaría su investigación. De hecho el apremiante llamado lanzado por la carta a procurar el rápido desarrollo de la erudición histórica, lo convencieron aún más de la importancia decisiva de avocarse al estudio de las “fuentes” para extraer de ellas el máximo caudal informativo en re- lación a los orígenes del Santuario de Luján y al consiguiente desarrollo de la piedad mariana en torno a la secular Imagen, cuya veneración se re- montaba a los orígenes del pueblo argentino. En este sentido tal preocu- pación se convirtió para él una prioridad metodológica absoluta, a la cual supeditó cuanto pudiera escribir al respecto, tal como lo consigna expre- samente en un pasaje de la introducción, cuando recuerda los comienzos de las tareas investigativas:

“Así dispuesto, me dediqué animosamente al estudio de todo lo que pudiera rela- cionarse con la historia del Santuario y de la Villa de Luján, consultando, como lo dije ya, todos los archivos de la época colonial, porque estaba plenamente persua- dido que si, como lo decía Carlos XII, la historia debe ser un testigo y no un adu- lador, solamente en los documentos originales depositados en los archivos descu- briría, juntamente con la verdad, aquel colorido que revela una época y manifiesta una edad, mejor todavía que la más perfecta narración o descripción. La ingenui- dad, en efecto, que en tales documentos generalmente resplandece y es su carácter

distintivo, hace siempre preciosas las relaciones de los antepasados, destituidas por lo demás de todo mérito, o mejor diré, de todo aparato literario, por parecer aque- lla, acento del testimonio verídico, que es, al fin y al cabo, el único objeto que en sus investigaciones ha de pretender el historiador sincero”.63

Tarea por cierto nada fácil para un investigador de entonces, quien veía multiplicarse las dificultades en grado sumo en torno al desarrollo de sus actividades debido al desorden existente en los repositorios documen- tales a los cuales acudía en busca de información (todavía carentes de ca- talogación adecuada), al deterioro de muchos documentos de proceden- cia colonial y a los escollos inherentes a la lectura de los mismos en razón de la defectuosa caligrafía de época. Inconvenientes de los cuales también deja expresa constancia, junto con la férrea voluntad de superarlos en la medida de sus posibilidades:

“Es cierto –señala– que el trabajo de consultar nuestros archivos es sumamente pe- sado, para muchos poco menos que imposible, así por la dificultad de llegar a ellos como por la forma ininteligible de la letra y el desgreño irreparable de los antiguos papeles, y también «por la confusión, desorden y revoltijo de documentos» de que ya, por los años de 1781, se quejaban los individuos del Cabildo de Buenos Aires; desorden que se ha perpetuado hasta estos últimos años”.64

Complicaciones que no sólo le dificultaron grandemente la consul- ta de los archivos capitalinos, sino también su principal manantial infor- mativo, los libros y papeles del antiguo archivo de la Villa de Luján, los cuales adolecían de los mismos defectos. Incluso en este caso particular

63. HNSL, CXII.

64. A título ilustrativo Salvaire refiere el informe que por esos años el Procurador General de la Ciudad, don Gregorio de Ramos Mexia, presentó al Cabildo y al Virrey sobre el arreglo del ar- chivo de la Ciudad, donde se quejaba “de la letra de mala forma, hecha de prisa y por distintos su- jetos, que sólo a fuerza de aplicación ha podido ir comprendiendo”; y que asimismo “ había ya muchos folios que estaba comido el papel de ellos, que sólo la inteligencia y lectura de unas le- tras tan encadenadas, escabrosas y difíciles de entenderse, era asunto capaz de ocupar un tiem- po muy considerable”. A lo cual debía sumarse, para colmo, “la enorme deterioración que pade- cen los libros y papeles antiguos, porque con los muchos años corridos se han puesto blanquísi- mas las letras, o por los caracteres enredosos de éstas, se hacen difíciles de entender, exigiendo indispensablemente el que se traduzcan, cuya operación demanda tiempo, prolijidad y una ince- sante tarea”. Con el fin de subsanar estos inconvenientes el Cabildo ordenó confeccionar cuader- nos de índices (particulares y general), con buena letra y muy clara, hechos en buen papel y con tinta de la mejor calidad, para asegurar su conservación y fácil lectura. Lamentablemente el tra- bajo no se realizó por entonces ni en los años venideros, por lo cual no se alcanzó a poner orden alguno en el ese mare magnum de documentos coloniales. Sin embargo, Salvaire deja constan- cia “que desde algún tiempo a esta parte, la administración ha introducido notables mejoras en la generalidad de los archivos públicos” (idem, CXVI-CXVII).

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incrementados en razón que los “acuerdos” del Cabildo se encontraban, en cuanto a la redacción, sumamente compendiados, por no haber conta- do esa corporación con un escribano como tal, ni siquiera una “secreta- rio plumario, que estuviese hecho a correr la pluma en semejantes nego- cios, teniendo forzosamente los Cabildantes el gravamen de extender los acuerdos, sobrellevando estas tareas que los retraían de sus atenciones personales y los recargaban en sus empleos”.65

De este modo podemos afirmar que Salvaire se convirtió en un ver- dadero pionero en cuanto a las investigaciones archivísticas locales en lo referente al pasado colonial de la Villa de Luján. Mérito indiscutible que lo ubica dentro de los representantes más notables de la “escuela históri- ca erudita” decimonónica, dentro del campo específico de la “crónica re- ligiosa”, preocupada por fundamental en copiosa documentación sus ase- veraciones y someter a riguroso examen crítico los elementos provenien- tes de la tradición oral o escrita sobre determinados episodios o devocio- nes populares.66

11. En archivos y bibliotecas

Más arriba mencionamos en general las fuentes informativas de las cuales se valió Salvaire para escribir su obra: archivos oficiales, eclesiásti- cos y privados, junto con un número representativo de bibliotecas de idéntica índole. Ahora nos parece conveniente individualizarlos sirvién- donos de los datos que el mismo suministra al momento de expresar los correspondientes reconocimientos a las personas e instituciones que lo ayudaron en la tarea investigativa, sin cuya estrecha colaboración le hu- biese sido imposible emprender y concluir el proyecto de escribir la His- toria de la Virgen de Luján.67

A la cabeza de la lista figura el nombre del Arzobispo de Buenos Ai- res, monseñor León Federico Aneiros, quien con total confianza y gene- rosidad le franqueó las puertas del antiguo “Archivo de la Curia Metro- politana”, custodio de inestimables documentos, autorizándolo a exami- nar, investigar y extractar todo lo necesario, según las necesidades o con-

65. Idem, CXVII.

66. Véase nota 293. 67. HNSL, CXXIV-CXXV.

veniencias de sus propósitos.68 Idéntica actitud asumieron los canónigos del Cabildo Metropolitano, quienes le permitieron cosechar abundantes noticias en su reducido pero interesantísimo “Archivo Capitular”.

Para la consulta de los fondos del “Archivo del Extinguido Cabildo de Buenos Aires”, Salvaire se sirvió de las informaciones que le propor- cionó su íntimo amigo Narciso de Estrada, merced al prolijo conocimien- to que éste poseía de los libros Capitulares, de donde obtuvo “un sinnú- mero de noticias peregrinas y oportunas”, incorporadas a la obra. En cambio, tuvo que aventurarse sin guía alguna por el “mare magnum” de información que encerraban los libros del “Cabildo de Luján” y los del “Antiguo Santuario de la Virgen”. Obra verdaderamente ciclópea a tenor de los recursos de los cuales disponía.

A su vez, un grupo de intelectuales de la época, entre quienes se con- taban historiadores de oficio y personas interesadas en el pasado nacio- nal, conocedores ellos de la seriedad del emprendimiento de Salvaire, pu- sieron a su disposición la consulta de sus propios archivos y bibliotecas con el fin de facilitarle la consulta de los temas referidos a la fundación y desarrollo de la Villa de Luján y a temas conexos con ella. En la lista fi- guran: D. Andrés Lamas, Dr. Ángel Carranza, Fray Abraham Argañaraz (franciscano), Gral. Bartolomé Mitre, D. Manuel R. Trelles, D. Carlos Guido Spano, D. Antonio Zinny, D. Carlos Casavalle, D. Santiago Oli- vera y Dr. José M. Real.

Para todos ellos guarda un especial agradecimiento, pues no cesaron de prestarle “la valiosa cooperación de sus consejos y de su experiencia”, para no desmayar en la tarea, al paso que le facilitaron, “sin la menor re- serva, antes bien con la mayor liberalidad y con esa fina complacencia que distingue a tan cumplidos señores, los libros, papeles y periódicos de to- do género de sus importantes y variados archivos”.

Evidentemente estos asiduos contactos con personalidades tan desta- cadas del momento contribuyeron a realzar la estatura intelectual y la per- sonalidad sacerdotal del propio Salvaire, quien pasó a convertirse en una fi- gura cada vez más conocida y estimada dentro del ámbito cultural capitali-

68. Conviene tener presente que este Archivo desapareció en su totalidad a raíz del incen- dio provocado intencionalmente el 10 de junio de 1955 en el contexto del enfrentamiento del en- tonces presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón, con la Iglesia. He aquí otro de los méritos que encierra el libro de Salvaire: sus páginas conservan fragmentos importantísimos de aquella documentación perdida irremediablemente.

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no, que comenzaba a proyectarse más allá del estrecho ámbito de la Villa de Luján, hasta llegar a resonar su nombre en el interior del país. Sin duda alguna la publicación de la Historia de la Virgen y las tareas que posterior- mente le confió el Arzobispo Aneiros hicieron de él uno de los sacerdotes de mayor prestigio intelectual y pastoral de su tiempo a nivel nacional.

A su vez, Salvaire expresa un especial gesto de gratitud a un “respe- table y generoso” vecino de Luján, don Domingo Fernández,69 a quien reconoce como la persona que más lo ayudó a lo largo de la elaboración y publicación del libro: el “que con mayor liberalidad que ninguno –se- ñala– se ha dignado ayudarme”. Y al redactar de propia mano la nota ne- crológica, tras el deceso del íntimo y fiel amigo, agrega:

“Cuando tuvo conocimiento de que se trataba de escribir la historia de Ntra. Sra. de Luján, él fue el primero en alentar al autor de esta obra, no solamente con sus palabras y sus consejos, siempre marcados con el sello de la experiencia y de la fe, sino también con sus generosas dádivas que facilitaron el acopio de los documen- tos y la nítida impresión del libro”.70

Asimismo la profunda amistad que ligó por casi veinte años a ambos personajes, en muchos aspectos almas gemelas, le permitió a Salvaire in- troducirse con excelente aval en el mundo de los intelectuales y políticos

69. Nació en Buenos Aires en 1822. Hijo de un antiguo comerciante español del mismo nombre y de Apolinaria Amoedo, tucumana, de la ilustre familia Arauz de Lamadrid. Cursó estu- dios preparatorios en el célebre colegio porteño de Juan Peña, donde se formó gran parte de la generación de hombres públicos que tomaron parte activa en los acontecimientos nacionales de la segunda mitad del siglo XIX. Más adelante estudio en el Colegio de San Ignacio de los jesuitas, juntamente con monseñor Aneiros. Se graduó de médico en la Facultad de Buenos Aires; y se de- sempeño como cirujano del ejército en las batallas posteriores a la caída de Rosas (Caseros, Ce- peda, Pavón). Fijo residencia en Luján hacia 1853, primero en su estancia “San Enrique” y luego en la misma Villa, auxiliando también a los enfermos y desvalidos de las poblaciones vecinas (Pi- lar, Capilla del Señor, Giles, Areco). Contrajo matrimonio con Irene Béschtedt, hija de un inmi- grante alemán afincado en Luján, unión de la cual nacieron tres hijos: Enrique, Irene y Domingo. A él se le debe la primera siembra de trigo en la Villa (1869), la extensión del alambrado (que po- sibilitó el arrendamiento de fracciones menores para dedicarlas a la agricultura) y la mecaniza- ción de las tareas del campo. Luján lo cuenta entre sus grandes benefactores, particularmente la construcción de la Basílica. Por su hombría de bien y su profundo espíritu cristiano se convirtió en el más estrecho colaborador de Salvaire en la ejecución de todos sus emprendimientos. Falle- ció en Luján, tras larga enfermedad, el 31 de diciembre de 1892. A modo de homenaje póstumo La Perla del Plata le dedicó a su semblanza tres editoriales, redactados por el propio Salvaire: nros. 157 (8 de enero de 1893), 17-21; 158 (15 de enero), 33-36; y 159 (22 de enero), 49-53. Meses antes, cuando ya se encontraba gravemente enfermo, la revista le había dedicado otro, bajo el título Un insigne bienhechor del Santuario de Ntra. Sra. de Luján, en orden a poner de ma- nifiesto su amplia y generosa colaboración en todo lo atinente a la edificación del nuevo Santua- rio (n. 137, 21 de agosto de 1892, 541-544).

70. LPP, n. 159 (22 de enero de 1893), 51.

porteños, muchos de ellos condiscípulos del doctor Fernández en los prestigiosos colegios de Juan Peña y de San Ignacio, o en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Las múltiples relaciones capitalinas del apre- ciado médico, cultivadas desde la juventud y mediante el ejercicio de la misma profesión, le facilitaron al lazarista una serie de contactos sociales de suma importancia que redundaron en beneficio del presente proyecto y de otros futuros. A su vez, el carácter afable del sacerdote, su entusias- mo contagioso, su bastísima cultura y su providencial capacidad para re- lacionarse, contribuyeron indudablemente para que muchas puertas se abrieran y muchas personas decidieran apoyarlo tanto en sus investiga- ciones históricas como en sus grandes proyectos pastorales, en particular la construcción de la magnífica Basílica.

En cuanto al resultado final de las pesquisas documentales en este selecto conjunto de archivos y bibliotecas, Salvaire se fijó como meta ideal la redacción de un libro cuyo signo distintivo fuese la mayor “per- fección” posible en lo referente al contenido y a la expresión literaria. En este sentido, concebido ya en la mente el plan constructivo, tenía que dar- le forma externa por medio de la escritura. Momento crucial donde el la- zarista demostró su perfecto dominio del castellano, tanto en la sintaxis como en la propiedad y elegancia del discurso.

Éste debía responder –según la metodología adoptada– a las ideas que emergían de los documentos mismos y en último término a la reali- dad, evitando cuidadosamente caer en tergiversaciones, exageraciones y expresiones artificiales, fabricadas ad hoc, que terminaran por matar lo más valioso para un historiador: todo lo que de personal y característico existiese en los hechos, en los individuos y en las diversas épocas estudia- das, desde los orígenes mismo del Santuario hasta la actualidad.

En cuanto a este aspecto particular de la indagación, la preceptiva “leoniana” –a la cual nos referimos hace un momento–, le indicaba que el material histórico recogido no se debía acomodar a las frases, sino las fra- ses al material histórico. Es decir, que corresponde al historiador adoptar un estilo de expresarse conforme a las reglas de la retórica y la estética, pero sin que sufra detrimento la verdad. Recursos literarios o estilísticos que le permita decir lo que se quiere y se debe, y como se quiere y se de- be, de manera clara y objetiva, o sea acomodada a la realidad de lo que efectivamente ocurrió.

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Según propias palabras de Salvaire aquella “perfección” a la que pre- tendía llegar al enfrentar la síntesis y exposición de la investigación, con- sistiría “en saber hermanar a la erudición de la escuela benedictina, el mé- todo analítico de los alemanes, el arte y la gracia de los escritores france- ses y la gravedad de los autores místicos españoles, con esa íntima ternu- ra y unción de una alma sacerdotal que atraen más que el mismo genio”.71 Indudablemente se trataba de un modelo o aspiración puramente ideal que él mismo se fijó –consciente de la imposibilidad de alcanzarlo en ple- nitud–, con el sólo fin de sentirse permanentemente acicateado a dar lo mejor de sí al escribir cada capítulo o apartado del libro en gestación.

Motivo suficiente para experimentar la necesidad de señalarle a los lectores –no bien decidió entregar los originales a la imprenta–, las dife- rencias existentes entre el ideal perseguido y el resultado alcanzado, evi- denciándose así los límites y las virtudes que caracterizan a los dos grue- sos tomos resultantes de la paciente y ardua investigación, en cuyo desa- rrollo invirtió más de cuatro años.72 Si bien a su modesto juicio el balan- ce final podía considerarse altamente positivo en razón del ingente es- fuerzo desplegado y la seriedad científica puesta de manifiesto. Conven- cimiento que, lejos de caer en falsa modestia, le permite escribir con ínti- ma satisfacción:

“Entre tanto las almas sencillas y piadosas y los amantes de la historia nacional, a quienes va más particularmente dedicado este libro, juzgarán como les parezca [...] Pero, a falta de este ideal de perfección, puedo al menos asegurar, que he consagra- do a la concepción de esta historia todos los recursos de mi fe y los afectos de un corazón grato hacia mi dulce Protectora; he observado en su composición una la- boriosa paciencia en la investigación de los hechos que forman su tejido, una es- crupulosa exactitud en las citas, y un verdadero amor al bien público en los juicios que he abierto y en las reflexiones morales que me ha inspirado, siguiendo los su- cesos que relato, la comparación de los tiempos pasados con los tiempos presentes; y estas circunstancias me permiten esperar imparcialidad en la crítica e indulgencia de los lectores...”.73

71. HNSL, CXXII. Salvaire inspira su pensamiento en lo expresado por el escritor francés Montalembert, en su introducción a la “Historia de Santa Isabel”.

72. Salvaire fecha el prólogo en la Villa de Luján, el 8 de septiembre de 1885, fiesta de la Na- tividad de la Santísima Virgen.

73. HNSL, CXXIII.

12. Plan general de la obra

Como lo indicamos en su momento la obra fue publicada en los prestigiosos talleres de Pablo E. Coni, de Buenos Aires, en los últimos meses de 1885, en dos gruesos tomos, debidamente encuadernados, con cantos de cuero y letras doradas: el primero de 584 páginas; y el segundo de 783. En cuanto al contenido es suficiente prestar atención al índice pa- ra percibir la amplitud de los temas tratados por Salvaire a lo largo de 44 capítulos, a los cuales se suman varios apéndices documentales, agrupa- dos por orden alfabético (de la letra A a la W).

Desde el punto de vista del desarrollo cronológico de los aconteci- mientos tratados, la obra se divide en dos grandes partes, aunque Salvaire no lo formule así a nivel de enunciados o títulos, si bien responde estric- tamente a su intención: época colonial (capítulos I-XXXIII) y época inde- pendiente (capítulos XXXIV-XLIV). En este sentido el lector queda fren- te a un panorama completo de los orígenes y evolución de la piedad ma- riana lujanense desde 1630, año del milagro (detención misteriosa de la ca- rreta que portaba las imágenes), a 1885, año de impresión del libro.

Sin pretender repetir el enunciado de cada uno de los capítulos –ta- rea por cierto tediosa en razón de la extensión–, el contenido fundamen- tal de los mismos se puede compendiar, a título simplemente informati- vo, en la siguiente secuencia temática: la descripción del pago de Luján; el origen de la Santa Imagen y el inicio del culto en el lugar del milagro (Ca- ñada de la Cruz); el negro Manuel; la intervención de Ana de Matos y el traslado de la Imagen a Luján; el primer capellán, Pedro Montalvo; los comienzos de la Villa de Luján y la creación del curato; las sucesivas ca- pillas y templos (proyectos); el Santuario de Juan de Lézica y Torrezurri (el anterior a la actual Basílica) y el nuevo Camarín de la Virgen; descrip- ción de la Santa Imagen y del nuevo Santuario; relación de milagros obra- dos por intercesión de Nuestra Señora de Luján; la protección maternal de la Virgen sobre su Villa (malones, sequías, epidemias, tormentas, revo- luciones, etc.); donativos y ofrendas de los peregrinos; fiestas y regocijos populares; visitas ilustres al Santuario (gobernadores, virreyes, prelados, patriotas); demostraciones de amor y confianza a la Santísima Virgen; y difusión del culto a Ntra. Sra. de Luján en los tiempos modernos (inte- rior del país, peregrinaciones generales, colectividades extranjeras, cofra- días parroquiales, capillas, altares, etc.).

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En cuanto a los apéndices (287 pp. del tomo segundo) –soporte do- cumental básico de cuanto Salvaire escribe–, se trata de una valiosa colec- ción de documentos, provenientes en buena parte de los dos archivos existentes por entonces en la Villa: el del Santuario y el del Cabildo. Si bien para la época moderna, el Libro de la Virgen o Anales del Santuario, donde se registraban los agradecimientos y beneficios recibidos por los devotos, constituye la fuente primordial de información.

A título ilustrativo mencionamos algunos de estos escritos, agrupán- dolos áreas temáticas: crónicas de Fray Pedro Nolasco (1737) y de Felipe Maqueda (1812); documentos relativos al testamento del Licenciado Pe- dro Montalbo (primer capellán); autos episcopales referidos a la Imagen y a su Santuario (fábrica, donaciones, visitas, privilegios, etc.); providencia sobre la donación del terreno que ocupa la Iglesia; relación de Juan José de Lézica y Alquiza, hijo de Juan Lézica y Torrezuri; nombramientos de ca- pellanes y párrocos; documentos relativos a la erección de la Villa; instala- ción y organización del Cabildo de Luján; documentos relativos a la es- tancia de la Virgen (donada por Ana de Matos); inventarios de bienes per- tenecientes al Santuario; nóminas de capellanes y curas; nómina de cabil- dantes; breves y privilegios pontificios acordados al Santuario, etc.

Desde el punto de vista tipográfico cabe destacar la cuidadosa edi- ción, que convierte al libro en uno de los más importantes de cuantos sa- lieron de la imprenta de Pablo Coni;74 y la profusa ilustración, consisten- te en: primorosas viñetas al comienzo de cada capítulo; junto con mono- gramas, escudos, motivos florales o geométricos al cerrarse cada uno de los mismos; y cinco láminas alusivas a circunstancias y personajes claves dentro de la historia lujanense. Todo ello sugerido por el delicado gusto artístico de Salvaire, experto dibujante, y llevados a la plancha por el acre- ditado grabador H. C. Woodwell.

Las mencionadas ilustraciones llevan por título: Don Juan Lézica y Torrezuri, el gran benefactor del Santuario; el Templo de Luján, inaugu- rado el 8 de diciembre de 1763; Ntra. Sra. de Luján. El milagro a orillas del Río Luján (1630); Visita de Juan Mastai Ferreti al Santuario de Luján,

74. Al respecto, Salvaire expresa en el prólogo su cálido reconocimiento a la familia Coni: “Sea mi última palabra, expresión de agradecimiento hacia el inteligente y laborioso impresor de esta Historia, el justamente apreciado D. Pablo Coni y a sus dignos y simpáticos hijos, que unien- do a su bien reconocida habilidad y experiencia en su noble oficio y a esa nunca tachada honra- dez que los caracteriza, una culta atención y exquisita distinción de modales, saben desde un principio establecer entre autor e impresor un trato fácil y unas relaciones sumamente cordiales” (HNSL, CXXV).

futuro papa Pío IX (17 y 18 de enero de 1824); y la Villa de Luján se sal- va de una invasión de indios de la pampa (27 y 28 de agosto de 1780).75

13. Una finalidad complementaria

Con la publicación de su crónica Salvaire perseguía otra finalidad, amén de cumplir con la parte esencial del “voto mariano” pronunciado en Chilhué, diez años antes, en las tolderías del cacique Manuel Namuncu- rá. No olvidemos que el mismo contemplaba el compromiso de trabajar sin desmayo por difundir la devoción a Ntra. Sra. de Luján en todo el país y contemplar la posibilidad de iniciar la construcción de un nuevo San- tuario, más importante y amplio que el edificio colonial. Precisamente para poder concretar estos otros dos aspectos del “voto”, Salvaire juzgó indispensable hacer conocer primero la verdadera historia de la Virgen de Luján para despertar por este medio un amplio y fervoroso espíritu de colaboración de parte de la feligresía católica del país, sin cuya generosa ayuda económica resultaría imposible pensar la construcción de un nue- vo Santuario de las proporciones y magnitud soñadas por él.

En cuanto a la edificación del nuevo templo se conjugaron providencial- mente los anhelos y la fuerza de voluntad de dos personalidades que unidas por los fuertes lazos de la amistad y la profunda devoción a Ntra. Sra. de Lu- ján, resolvieron apoyarse mutuamente para concretar el ambicioso proyecto: el arzobispo de Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros y el padre Jorge María Salvaire. Sin el encuentro de estos dos grandes hombres –cuyos corazones sacerdotales latían al unísono en todo lo atinente a la Villa de Lu- ján y su progreso–, aquello no hubiese pasado de ser la laudable expresión de una utopía, fruto del sueño piadoso de dos almas profundamente marianas, deseosas de ensalzar la secular presencia de la Virgen en el lugar.

75. Solamente en uno de los grabados se encuentra el nombre de H. D. Woodwell (“Ntra. Sra. de Luján”: dos escenas del milagro, tomo I, entre pp. 344-345). No obstante, Salvaire le atribuye a éste la totalidad de las ilustraciones: “De igual modo –señala–, encomiaré aquí con particular satis- facción, la competencia y concienzudo esmero del Señor Don H. D. Woodwell, acreditado graba- dor que ha ejecutado con raro éxito las láminas y viñetas alusivas al texto que adornan este libro” (Idem, CXXV-VI). A nuestro entender, sólo la ilustración recién mencionada pertenece a la pluma de Woodwell y por tal razón figura su nombre; el resto, junto con las viñetas y demás adornos, son fruto de la propia mano de Salvaire, quien por modestia silencia la procedencia. En el Archivo de la Casa Provincial de la Congregación de la Misión se conserva un precioso cuaderno con dibujos suyos (muchos de ellos firmados) que confirman esta certeza. En este sentido, creemos que Wood- well confeccionó las planchas en base a los modelos ejecutados por el propio Salvaire.

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En este sentido, el Arzobispo guardaba entre sus deseos más íntimos dos aspiraciones referidas a la Imagen de Luján: alcanzar del Papa la co- ronación pontificia de la misma, favor que la convertiría en la primera Imagen del continente americano en contar con este privilegio pontificio; y concretar cuanto antes el proyecto del nuevo templo, que viniera a reemplazar al ya vetusto de Lezica Torrezuri, con la intención de conver- tirlo en Santuario Nacional en cuanto a la proyección pastoral. Precisa- mente estas íntimas aspiraciones toman pleno estado público en la carta dirigida a Salvaire en ocasión de la publicación del esperado libro:

* “Es asimismo un vivo deseo, que desde tiempo acaricio en mi corazón, solicitar del Soberano Pontífice, el Señor León XIII, tan amante de la Virgen María, alguno de esos privilegios u honores que acostumbra la Santa Iglesia discernir a imágenes distinguidas de la cristiandad [coronación pontificia]. La muy oportuna publica- ción de vuestro libro, en el que consagráis unas páginas tiernas a la visita que allí hizo el inmortal Pío IX, no podrá menos, así lo espero, de inclinar favorablemen- te hacia el objeto de mi solicitud el piadoso ánimo de Su Santidad”.

* “Cuán grato sería para mi corazón, si antes de cerrar los ojos a la luz de este mun- do, me fuera dada ver ya realizado el grandioso proyecto que tantos a argentinos acarician con predilección y del cual os hacéis, en vuestro libro, celoso y entusias- ta prosélito: se entiende que aludo aquí al proyecto de la erección, en ese bendito paraje de Luján, de un hermoso Santuario Nacional que, en días luctuosos como los que atravesamos, sería para todos los patriotas cristianos, como el faro radian- te que a todos indicara el puerto de la salvación social”.76

De lo dicho se desprende que en la mente del Arzobispo el libro en cuestión estaba “destinado a despertar poderosamente en el corazón del pueblo un sincero amor a la Virgen”, que con su propio dinamismo en- causaría y facilitaría las ayudas morales y económicas para lograr la con- creción eficaz de ambos proyectos. Así también lo creyó y asumió el pro- pio Salvaire al recibir las primeras confidencias del Prelado sobre el asun- to. Como bien lo señala el lazarista Antonio Scarella, uno de los estrechos colaboradores de Salvaire en Luján, “mucho podría escribirse a favor de este monumento intelectual y concienzudo, pero basta decir que fue la poderosa palanca de que se sirvió el piadoso escritor para levantar el mo- numento moral de la coronación Pontificia de María de Luján, y el otro monumento físico de la magna Basílica”.77

76. HNSL, XVII-XVIII.

77. Historia de Nuestra Señora de Lujan, 304.

Prueba palmaria de la verdad que encierra este juicio, lo constituye el acto de entrega del libro al papa León XIII por parte del propio autor. En el año 1886, al año siguiente de la edición, Salvaire resolvió ir a Roma comisionado por el episcopado argentino de entonces y los obispos de Uruguay y Paraguay, y en nombre de los fieles católicos de las tres Repú- blicas Rioplatenses, para presentar al Papa la ya famosa y ponderada his- toria de la Virgen y solicitar la especial gracia de la coronación pontificia de la Sagrada Imagen de Luján.78 Acto éste último que, a la vez de avivar el espíritu cristiano y la devoción mariana en las tres naciones menciona- das, sumergidas en una profunda crisis religiosa y moral a causa del lai- cismo reinante, otorgaría a la Villa de Luján un novedoso y potente mo- tivo de convocación para el pueblo católico del país, cuya proverbial ge- nerosidad contribuiría a levantar el nuevo Santuario, generándose cuan- tiosas donaciones y limosnas entre todas las clases sociales, incluidos los inmigrantes europeos que ya acudían en buen número a venerar la mila- grosa Imagen.

El jueves 30 de septiembre de 1886 se produjo el anhelado encuentro con el Sumo Pontífice. Salvaire, tras cumplir con las pautas del protocolo papal, quedó a los pies de León XIII, dispuesto a expresarle el cometido de su misión. Conocemos los entretelones de la audiencia a través del re- lato escrito por el mismo Salvare que remitió al Arzobispo para imponer- lo del resultado satisfactorio de la misión; y publicado, meses más tarde, con motivo de los actos previstos para celebrar la coronación de la Ima- gen. Dejemos que sea el mismo Salvaire quien recuerde el preciso momen- to en que puso en manos del Papa el precioso tesoro de su crónica:

“Santísimo Padre –dije entonces– vengo hasta los sagrados pies de Vuestra Santi- dad, en nombre del Excelentísimo Arzobispo de Buenos Aires, de los Obispos sus sufragáneos, y del Ilustrísimo Señor Obispo de Montevideo en la República del Uruguay, y de Asunción, en la del Paraguay, a implorar de su benevolencia algu-

78. En la súplica episcopal que Salvaire portaba se lee: “... De esta Sagrada Imagen que se venera en Luján, el R. P. don Jorge María Salvare, sacerdote de la Congregación de la Misión, aca- ba de escribir la preciosa historia, que hemos determinado con sumo agrado depositar a los píes de Vuestra Santidad, por conducto del mismo autor. En este libro encontrará Vuestra Santidad muchas relaciones que llevarán una grande alegría a su piadoso corazón. Entre ellas, es dable leer y se prueba claramente que el inmortal antecesor de Vuestra Santidad Pío IX, al ir a Chile co- mo secretario de la legación pontificia, visitó dicho Santuario, y allí postrado ante la Imagen de la Inmaculada Virgen de Luján, derramó sus oraciones junto con sus lágrimas....”. Creemos que es- te antecedente histórico fue decisivo para que el Papa otorgara con amplísima magnanimidad to- das las solicitudes que Salvaire le presentó en aquella memorable oportunidad (Texto completo en L. V. VARELA, Breve Historia de la Virgen de Luján, Buenos Aires, 1897, 153-154).

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nas importantes gracias a favor del antiguo Santuario de Nuestra Señora de Luján del que, con auxilio del Cielo me ha sido dado escribir la Historia con que tengo, en este momento, el sumo honor de obsequiar a Vuestra Beatitud. Ofrecí entonces al Santo Padre el ejemplar ricamente encuadernado de la Historia, en tres volúme- nes, que le tenía reservado, y su Santidad, tomando uno, considerólo hojeándolo un momento. Mientras tanto, dije al Sumo Pontífice: –Santo Padre, este Santuario de Luján es el único de América que haya sido honrado con la visita del glorioso antecesor de Vuestra Santidad, el inmortal Pío IX. –Es cierto, explicó León XIII, ya me habían informado de ello... y luego añadió: ¿Y es usted, hijo mío, quien ha escrito esta voluminosa obra? –Así es Santísimo Padre. – ¡Ah! Pero es esta una obra magnífica. Felicito a usted; le felicito muchísimo y le agradezco con todo mi corazón este precioso ofrecimiento. –Y entregó la obra a uno de sus camareros”.79

14. Juicio de los contemporáneos

Por cierto que una obra tan llena de méritos y sacrificios, mereció elogiosos comentarios de parte de los episcopados de Argentina, Uru- guay y Paraguay,80 al igual que de varios historiadores argentinos y de otros sinceros admiradores de Salvaire. En orden a una valoración crítica de la obra nos interesa en este momento transcribir las opiniones de algu- nos de tales historiadores contemporáneos, cuyo conceptuoso juicio po- ne de manifiesto los valores intrínsecos de la investigación, más allá de las apreciaciones puramente piadosas a que dio lugar su publicación.

Comencemos por conocer la opinión al respecto de Santiago Estra- da, quien en dos oportunidades se refiere expresamente al tema. En el fo- lleto La Coronación. Recuerdo del 8 de mayo de 1887, aparecido a los po- cos meses de publicado el libro, comenta:

“Dominado por estos sentimientos [la profunda devoción a la Virgen], por el con- vencimiento de los milagros operados, por la gratitud a los favores recibidos, el Pa-

79. J. M. SALVAIRE, Coronación de Nuestra Señora de Luján. Documentos, Ceremonial, Misa y Oficio propios de esta Festividad, Buenos Aires, 1887, 42.

80. En el primer tomo, al comienzo, figuran algunas cartas episcopales de salutación que así lo demuestra: León F. Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires; José Wenceslao Achával, Obispo de San Juan de Cuyo; Juan C. Ticera y Capdevila, Obispo de Córdoba; José María Gelabert, Obispo de Paraná; Inocencio María Yereguí, Obispo de Montevideo; Juan Pedro Aponte, Obispo de Asunción del Paraguay; y José Salvador de la Reta, Obispo Auxiliar de Cuto. A ellas se suman las cartas de Jorge E. Révellière, Visitador de la Congregación de la Misión; Carlos D ́Amico, Gober- nador de la Provincia de Buenos Aires; José M. Estrada, Presidente del Comité Nacional de la Unión Católica; y Mariano Soler, Vicario General de Montevideo.

dre Jorge M. Salvaire había hecho voto de escribir la historia del Santuario de Nuestra Señora de Luján. Hasta que él realizó su proyecto, no eran conocidas si- no las relaciones concretas de Maqueda, del Dr. D. Idelfondo García, y del que es- to escribe, que tuvo el valor de singularizarse entre los escritores de su generación, difundiendo la piadosa leyenda de Luján [...] El Padre Salvaire es el único verda- dero historiador de la Virgen de Luján, porque con la piedad esforzada por la la- boriosidad, ha llevado a cabo una obra que puede considerarse única en la crónica y en la literatura de estos países. Casi se puede asegurar, si se reflexiona en los me- dios de información de que han podido valerse los historiadores de otros santua- rios, que el de Luján los aventaja. Además de las gracias concedidas por la Santa Sede al Templo de Luján, y de las informaciones del Ordinario Argentino [monse- ñor Aneiros], el libro del Padre Salvare ha contribuido eficazmente a allanar las di- ficultades con que la prudencia de León XIII, habría tropezado antes de conceder la Coronación de la Imagen de María de Luján. Apenas terminó el Padre Salvare la impresión de su obra, monumental en el Río de la Plata, por la nitidez, la correc- ción, los adornos y las viñetas, concebidos y dibujados por él mismo, se preocupó de que la corona que ambicionaba para su querida imagen, fuera, hasta cierto pun- to, digna de ella, y costeada por el pueblo...”.81

A su vez, en la presentación del libro, bajo el título El Santuario de Luján, tras adelantar a los lectores los principales hechos que jalonan la historia de la Virgen y su Santuario –desde la detención de la carreta en la Cañada de la Cruz, lugar del milagro, allá por 1630, hasta la llegada de los lazaristas a Luján, en 1872–, deja expresa constancia del mérito funda- mental que sus páginas atesoran. El cual consiste en probar, “con la más completa prueba testimonial e histórica”, la estricta historicidad de los elementos contenidos en la pretendida “leyenda” sobre la Virgen de Lu- ján, hasta esos momentos desconocidos en muchos aspectos o cuestiona- dos por algunas interpretaciones interesadas en desvirtuarlos. Dice así:

“Entre los Padres de aquella ilustre Comunidad –señala– se cuenta el autor de la Historia de Nuestra Señora de Luján, cuyo estudio y cuya ciencia, ora se les enca- re desde el objetivo de lo sagrado, ora desde el punto de mira de lo profano, re- cuerdan las labores intelectuales de los antiguos monjes. Adelantándose el propio deseo a la curiosidad o a la desconfianza del indiferente, él ha producido la más completa prueba testimonial e histórica que se pudiera desear para comprobar he- chos del orden sobrenatural”.82

81. El folleto o suelto está dedicado “A los huéspedes de Luján”, o sea a los numerosos pere- grinos que asistieron al acto de la Coronación.

82. HNSL, I, LXIV.

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Por su parte, Pedro Goyena, en la introducción que escribió como pórtico de la obra, señala con particular detenimiento los principales lo- gros de la misma, tanto desde el punto de vista histórico como literario y artístico:

* “El presente libro contiene el relato exacto y fidedigno del portentoso origen de tan venerado Santuario, del culto tributado allí a María, de las maravillas operadas en las ermitas, oratorios y templos levantados en su honor, merced a la intercesión de aquella criatura incomparable de quien he dicho con verdad un santo doctor de la Iglesia (San Buenaventura), que el Creador, al formarla, llegó a lo sublime de su poder, pues ninguna madre puede concebirse mayor que la Madre de Dios [...] El libro mismo a que sirven de introducción estas breves páginas, es un monumento histórico y religioso: expresa la devoción y la gratitud populares en las formas de la palabra impresa, más duradera todavía que el bronce y el mármol en que la pie- dad argentina sabrá algún día honrar debidamente a su Bienhechora [...] El histo- riador del Santuario se ha propuesto, en los dos nutridos y extensos volúmenes que ven ahora la luz pública, estimular el sentimiento religioso de los fieles...

* Digamos ahora algo sobre la presente Historia, apreciándola como trabajo de in- vestigación erudita y también como trabajo literario [...] El presente libro no es un producto de la fantasía, no es la creación antojadiza de una imaginación en delirio; es la obra de un erudito, de un teólogo, de un crítico, de un artista, porque todas esas calidades reúne su autor [...] ¿Qué falta en este libro? ¿Datos geográficos y cronológicos? ¿Noticias sobre la sociabilidad argentina en los tiempos en que se produjeron los sucesos narrados? ¿Noticias sobre la administración civil, sobre la eclesiástica, sobre los recursos de que se echó mano para construir el templo, so- bre la construcción misma del Santuario? Nada de eso. Este libro tiene la proliji- dad de un inventario, sin tener su virtud dormitiva. Ninguna cosa se afirma en él a la ventura. Documentos fidedignos abonan las aserciones del historiador, cuando la tradición recogida con toda prudencia no es el fundamento en que sólidamente se apoya [...] Así, en este libro, nada se avanza sin pruebas; nada se asegura como cierto sino en cuanto exhibe el fundamento de la aseveración...”

* “Este cuidado exquisito en no aventurar nada ligeramente, esta diligencia espe- cial en procurar cuantos datos pudieran recogerse para aclarar el asunto de que se trata, no ha transformado esta historia en una crónica indigesta, no ha hecho de ella uno de esos trabajos que sólo pueden leer los eruditos. Un soplo de vida circula por todo el libro [...] El estilo en que está escrito este libro corresponde a la mate- ria de que trata; es abundante en la narración, animado en las descripciones [...] La Historia del Santuario de Nuestra Señora de Luján es ante todo lo que debía ser: un libro piadoso; pero es además un libro de erudición y de arte, –erudición de buena ley, diligente, perspicaz, expuesta en formas que no riñen con la amenidad, sin la cual aquella no es tolerable sino para los iniciados,– arte noble, inspirado en un ideal sublime, que anhela por traducir en formas materiales conceptos elevados, por dar expresión en la palabra a sentimientos generosos”.

“La competencia del escritor se revela, sin jactancia y con la mayor naturalidad, en los capítulos de la Historia que conciernen a la arquitectura y a la pintura. En cuan- to es posible que la palabra supla al pincel para la reproducción artística de los ob- jetos, el autor lo consigue: él sabe agrupar diestramente los detalles, expresar fiel- mente lo que podría llamarse la fisonomía de las cosas, aptitud rara y tanto más digna de notarse en persona dedicada, por su carácter sacerdotal, a estudios de otro género. Dotes naturales poco comunes, una estudiosidad infatigable, el celo por la gloria y el esplendor del Santuario, han hecho posible una obra como la que moti- va estas líneas, una obra de aspectos variados e interesantes y en todos los cuales el autor se muestra igualmente informado. Nacido en Francia [...] y entregado a las tareas del apostolado, se dedicó, hace tiempo, a estudiar la lengua castellana, con éxito que raros compatriotas suyos han alcanzado entre nosotros; y este libro es una prueba de la facilidad adquirida por él en el uso de nuestro idioma. Más toda- vía. Sus estudios del castellano hechos en escritores de antigua data y la lectura abundantísima de documentos antiguos, han influido para dar una sabor arcaico a muchas de las páginas que van a leerse; lo cual, como no excede ciertos límites y no se produce sino en cuanto lo permite el genio francés, es un atractivo y contri- buye eficazmente al más genuino y fiel relato de lo sucesos ya lejanos”.83

Por su parte, Luis V. Varela, comenta:

“Gravemente en peligro en 1875, ofreció a la Virgen escribir su historia si le ampa- raba, y desde entonces comenzó a reunir materiales para hacer su trabajo. Duran- te los años de 1882 y 1883 se dedicó especialmente a esa obra científica y literaria, y en 1885 daba a la estampa los dos gruesos volúmenes que, con el título de His- toria de Nuestra Señora de Luján, puede considerarse el más importante monu- mento y la más trascendental obra hecha por un creyente a favor de la Virgen de Luján [...] Su Historia servía para justificar sus aspiraciones. Allí estaba documen- tada toda la progresiva marcha del culto tributado a esta Imagen, y allí podrían los Prelados de América y el Pontífice Romano, estudiar los prodigios y los milagros de la nueva advocación de la Madre de Jesús, para la que se pedía corona y altar. Trabajando con constancia y con fe, el éxito coronó sus esfuerzos”.84

15. Historiadores posteriores

En cuanto al juicio de los historiadores posteriores al fallecimiento del Salvaire, rescatamos el nombre de cuatro de ellos, todos de fuste, que se ocuparon expresamente del tema: Rómulo Carbia, Guillermo Furlong,

83. HNSL, LXXIV-CI.

84. L. V. VARELA, Breve Historia de la Virgen de Luján, Buenos Aires, 1897, 150-151.

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Raúl Molina y Juan Antonio Presas. El comentario crítico del primero, el doctor Rómulo Carbia, ya lo hemos adelantado al comienzo del presen- te capítulo; allí remitimos al lector.85 El padre Guillermo Furlong, por su parte, menciona expresamente a Salvaire en un artículo dedicado a estu- diar el desarrollo de la historiográfica eclesiástica en el país desde la épo- ca colonial hasta mediados del siglo pasado. Allí señala que las monogra- fías históricas relacionadas con santuarios o imágenes marianas constitu- yen un aporte apreciable a la historia eclesiástica de cada período, pues en general no se reducen a presentar una reseña escueta de la imagen, su ori- gen y sus prodigios, sino que se trata de visiones históricas de positivo va- lor que refieren los hechos culminantes de épocas enteras y de regiones importantes del país.86 Al respecto, escribe:

“Tres son los grandes cultores de nuestra historia eclesiástica en las postrimerías del pasado siglo: Monseñor Zenón Bustos [...],87 Baltasar Olaechea y Alcorta [...]88 y el Padre Jorge María Salvare [...] cuya monografía se levanta inconmensu- rablemente sobre todas las de su género, que no hacinó sin discreción y crítica los materiales que pudo reunir, antes los estudió y valorizó cuidadosamente, separan- do la paja del grano, y dando jerarquía a los documentos y a las fuentes de infor- mación. Nada tiene que ver la Historia de Nuestra Señora de Luján con los libros de esa índole aparecidos con anterioridad a 1885, y ninguno de esa índole desde en- tonces hasta acá, le ha superado en sentido crítico”.89

Pero Furlong, al mismo tiempo de resaltar los aportes positivos y trascendentes, para su momento, del emprendimiento historiográfico de Salvaire, pone a la vez de manifiesto con particular claridad los límites del mismo, a la luz de las investigaciones posteriores realizadas por Raúl A.

85. Apartado 6. Historia crítica de la historiografía.., 154-155; 213-214.

86. Así, por ejemplo: La milagrosa Imagen de N. Sra. del Milagro (Uladislao Castellano, 1891); La Virgen del Valle y la conquista del Tucumán (Pascual Soprano, 1889); Historia de las Imágenes del Señor del Milagro y N. Sra. la Virgen del Milagro (Julián Toscano, 1901); La Virgen de Itatí (Simón Berticioli y Esteban Bajac, 1900); Breve reseña histórica de la imagen y santua- rio de Nuestra Señora de Guadalupe (Ramón Lassaga, 1900), etc.

87. Anales de la Universidad de Córdoba (Córdoba 1901-1902), obra voluminosa y docu- mentada referida a la actuación de los Franciscanos en dicha Universidad, desde 1767 has 1807, tras la expulsión de los jesuitas.

88. Autor de múltiples monografías de índole eclesiástica referidas a la provincia Santiago de Estero, entre ellas, La vida religiosa en Santiago de Estero,1791-1904, Santiago del Estero, 1904.

89. La Historiografía Eclesiástica Argentina desde 1536 a 1943, en “Archivum”, Tomo I, Cua- derno I, Buenos Aires, 1943, 76-77.

Molina y Juan Antonio Presas, quienes dispusieron de nuevos aportes documentales desconocidos por aquél. El jesuita sintetiza así su juicio crítico:

“La lectura de la magna obra del padre Jorge María Salvare sobre Nuestra Señora de Luján, no nos infundió tanta seguridad [respecto al sudor milagroso de Ntra. Sra. de los Milagros de Santa Fe], aunque no había argumento alguno negativo. Veíamos los hechos y su fuerza probativa, pero envueltos en una neblina londinen- se, veíamos a los actores que se movían en el escenario lujanense, pero lo veíamos algo desdibujados, así como fuera de foco. En Salvare, y antes de él en la Historia de Nuestra Señora de Luján, que escribió el padre mercedario Nolasco de Santa María, en la primera mitad del siglo XVIII, y en la que publicó en 1812 el presbí- tero Felipe José Maqueda, estaba toda la necesaria prueba, pero segmentada, frac- cionada, y no era fácil ver cómo esas partes formaban un todo rigurosamente pro- bativo. El diligentísimo Salvare mucho hizo para mostrar la continuidad y univo- cidad de la prueba, y cuando publicó, en 1885, su magna Historia, la crítica aceptó complacida las pruebas por el aducidas. Pero lo que bastaba en esa lejana fecha, no basta treinta años más tarde. Teodoro Mommsen, premio Nobel en 1902 y falleci- do en 1903, había llevado tal rigor a las pruebas históricas, que historiadores de las prestancia de un Macaulay, en Inglaterra, de un Thiers, en Francia, apenas mere- cían ser considerados como reconstructores del pasado”.90

A su vez, el recién mencionado doctor Raúl A. Molina, allá por 1962, emprendió una minuciosa investigación sobre el culto a la Virgen de Luján, alentado de cerca por el padre Guillermo Furlong, su amigo y colega en la Academia Nacional de la Historia. Pero antes de referir las trascendentes comprobaciones efectuadas por este talentoso historiador, conviene conocer su juicio acerca de la obra de Salvaire, paso previo que pondrá de manifiesto los límites de la misma antes señalados por Furlong. De ello se ocupó en una conferencia pronunciada a fines de 1967, donde dio a publicidad los novedosos alcances de las nuevas pesquisas docu- mentales. Pero previamente, se detuvo a recordar la figura de Salvaire y los indiscutidos méritos que el viejo libro aún atesoraba, no obstante el paso de los años:

“[Al investigar el tema –escribe– experimenté] el mismo proceso, el mismo estado de ánimo que conmovió hace ya ochenta años al ilustre sacerdote, que se dedicó con sin igual entusiasmo a esta misma obra, dando a luz un hermoso libro en dos tomos,

90. Prólogo a Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico, 1630-1730, Buenos Aires, 1980, 17-18.

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[LA HISTORIA DE LA VIRGEN DE LUJÁN (1885) UN LIBRO PROMETIDO...]

  

donde recopiló todo cuento pudo, para destruir “en tiempos de poca fe, la creencia vulgar, muy extendida entonces, de que se trataba de una simple leyenda. Nosotros esta tarde, trataremos de ayudarle en su propósito tan piadoso, al reconstruir ese marco histórico, que tanto preocupó al ilustre sacerdote ¿Quién no ha leído alguna vez el libro de Salvare sobre la Virgen de Luján, la imagen más venerada del país? [...] Esta obra fue publicada en nuestra ciudad en el año 1885, y conserva aún, des- pués de sus muchos años de su andar histórico, toda la autoridad del libro sólida- mente fundado, y continua siendo hoy, el libro preferido entre las obras notables y la fuente de todos los opúsculos menores encargados de la difusión del milagro”.91

No obstante ello, la obra con el correr del tiempo, al encontrarse nueva documentación experimentó una marcada desactualización respec- to a algunas cuestiones particulares, referidas de modo particular al lugar preciso del milagro y a los personajes relacionados con el hecho, cuya his- toricidad en algún caso todavía no se había podido comprobar plenamen- te. He aquí precisamente el mérito fundamental de las investigaciones de Molina, tal como lo señalaremos un poco más adelante.

En este sentido, Salvaire utilizó como fuentes primarias las crónicas de Nolasco (1737) y Maqueda (1812), que constituían las noticias más an- tiguas sobre la Virgen de Luján. Instrumentos informativos fundamenta- les, sobre los cuales descansa y descansará siempre la tradición de la Vir- gen, hasta tanto aparezca alguna otra referencia más cercana que se ocu- pe del suceso. Y no obstante la nueva y abundante documentación que el esforzado lazarista pudo incorporar al tratamiento de la cuestión, ésta no pudo solucionar en forma satisfactoria –como él hubiera deseado– la to- talidad del marco histórico primitivo, por carecer precisamente de aque- lla apoyatura documental que lo pusiera de manifiesto. Cosa que Molina sí pudo hacer, debido a sus nuevos hallazgos en varios archivos: General de la Nación, del Antiguo Cabildo y del Arzobispado de Buenos Aires. Motivo por el cual, éste puedo decir con sobrada razón:

“Los otros documentos agregados por el P. Salvaire, aunque de mucha importan- cia, en el fondo no resuelven los hechos primitivos, sino simplemente los posterio- res. De tal manera que Salvare, a nuestro juicio no resolvió el problema histórico del milagro de la Virgen, como fue su propósito, y pese a su buena voluntad y em- peño, apenas si lo esbozó en sus lineamientos generales, y que por otra parte, eran documentos bien conocidos y publicados ya por Santiago Estrada en 1867, en el

91. Conferencia del Académico de Número Dr. Raúl A. Molina, “Leyenda e Historia de la Vir- gen de Luján”, Sesión del 31 de octubre de 1967, en Boletín de la Academia Nacional de la His- toria, 40 (1967), 152-153.

apéndice de su importante libro, El Santuario de Luján. [Y advierte con suma de- licadeza]: No es nuestro objeto destruir o menoscabar la obra que comentamos, ni mucho menos, sino poner las cosas en su lugar, para que el auditorio comprenda y valore lo que nosotros hemos de agregar, que sino rectifican para nada la leyenda tradicional, va a proporcionarle ese matiz histórico que le faltaba”.92

¿Y qué es lo que en el fondo “agrega” Molina a la vieja cuestión, que Salvaire no pudo resolver, no por incapacidad sino por falta de instru- mentos adecuados? Sin pretender entrar en engorrosos detalles, propios de un estudio pormenorizado del tema –cosa que escapa a nuestro inte- rés actual–, podemos decir que los hallazgos de Molina fueron principal- mente dos, pero de importancia capital, pues los mismos han cimentado para siempre la verdad crítico-histórica del origen de esta antigua devo- ción mariana. Pero dejemos que lo exprese en apretada síntesis la voz au- torizada de Guillermo Furlong:

“Primero, gracias a sus estudios en los distintos repositorios locales y de España para reunir noticias de todos los vecinos de Buenos Aires que vivieron en aquel pretérito siglo XVII, con el fin de llevar al éxito un índice biográfico de sus pobla- dores,93 logró probar y evidenciar que los protagonistas que rodearon el hecho mi- lagroso, fueron verdaderamente sujetos históricos. Segundo, tuvo la suerte inmen- sa de encontrar dos documentos que mencionan y localizan la estancia de Rosen- do, propietario de las tierras donde la tradición había ubicado hasta el presente el suceso del hecho milagroso lujanense. Es éste, sobre todo, un descubrimiento de primera magnitud; y sin él hubiese sido siempre problemático dar solución satis- factoria a ese hecho milagroso lujanense, tan trascendental en la vida religiosa, po- lítica y social de nuestro pueblo argentino”.94

92. Idem, 153.

93. Se trata de Diccionario biográfico de Buenos Aires, verdadero padrón de vecinos, obra monumental, de 145.000 fichas consultadas y más de treinta años de trabajo sobre la época comprendida entre los años de 1580 y 1725 principalmente. Hasta ahora representa el mayor esfuerzo intentado en la materia. Lamentablemente aún permanece inédito.

94. Prólogo (o.c), 18-19. En cuanto a los mencionados personajes, el apéndice que figura al fi- nal del texto de la conferencia, Molina ofrece novedosa información, sobre: Diego de Trigueros y Ca- ro (el abuelo); Tomás de Rosende y Francisco Trigueros, los padres de Diego de Rosende y Trigue- ros, única persona conocida hasta el momento del milagro de la Virgen de Luján; Lázaro Matos de Silveyra y Francisca de Encinas, los padres de Ana de Matos; Marcos de Sequeyra, esposo de Ana de Matos, etc. En el apéndice también figura el texto de “la mensura de las estancias del Río de Lu- ján por la parte sud hacia Buenos Aires”; y la nómina de navíos que entraron en el puerto de Buenos Aires en el quinquenio comprendido entre 1645 y 1650, entre los cuales podía figurar la nave que trajo las dos imágenes de la Virgen (Luján-Sumampa). Al respecto, Molina, por eliminación, cree que se trató del llamado “Santísima Trinidad”, que arribó el 18 de enero de 1648. Argumento que utiliza (entre otros) para fechar el milagro en ese mismo año; y no en 1630, como sostiene Salvaire, junto con la tradición. Un cuidadoso e ilustrativo resumen de las investigaciones realizadas por Molina, en CAYETANO BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, III, 135-139.

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Finalmente nos resta ocuparnos del cuarto investigador menciona- do, monseñor Juan Antonio Presas, el sucesor de Salvaire en cuanto a la divulgación de la historia de la devoción lujanense. Profundo admirador del abnegado lazarista y autor de una obra “magnífica, definitiva y enci- clopédica”,95 que contiene en sus páginas cuanto la ciencia y la historia pueden exigir en la actualidad sobre los orígenes y culto de la Virgen en su imagen de Luján en sus primeros cien años. La misma, citada ya varias veces por nosotros, lleva por título, Nuestra Señora de Luján. Estudio crítico-histórico, 1630-1730.96

¿Qué valoración hace Presas del libro de Salvaire? Veamos. Tras consignar los datos biográficos fundamentales del lazarista y precisar el motivo primario que lo impulsó a escribir, Presas se detiene a enjuiciar el contenido de la obra. Y lo hace desde la óptica específica de las conse- cuencias que se siguieron de los hallazgos alcanzados en su momento por Molina; como, asimismo, desde las importantes novedades que con posterioridad él mismo pudo sumar a la presente cuestión historiográfica, a través de un novedoso y fundamental replanteo crítico de las fuentes disponibles en torno a la devoción lujanense.97 Conjunción de notables aportes que le permite a Presas expresar con encomiable agudeza y ecuanimidad:

“Nosotros suscribimos totalmente y reafirmamos estos juicios [los de Federico Aneiros, Santiago Estrada, Pedro Goyena], que aún hoy la crítica respeta en su integridad. Sin embargo, debemos hacer a su Historia algunas observaciones. Abar- ca un período que va desde el año 1630 hasta el de 1885, fecha de su impresión. Y aún cuando todavía hoy la obra conserva la gravedad de un libro bien documenta- do, no todas sus partes tienen el mismo peso ni gozan de igual autoridad. Así los primeros capítulos que tratan del origen y culto de Nuestra Señora de Luján, por

95. Expresiones empleadas por G. Furlong.

96. En la novena parte de la obra, se incorpora, a modo de complemento, la historia de la ima- gen compañera de la de Luján: “Nuestra Señora de Sumampa” (459- 509). En primer adelanto de su investigación, Presas hermanó a las dos imágenes mediante el empleo de otro título: Nuestra Señora en Luján y Sumampa (1630-1730). Estudio crítico-histórico, Buenos Aires, 1974.

97. En este sentido, Presas se confiesa discípulo agradecido del doctor Molina, quien mediante el frecuente diálogo le amplió considerablemente el horizonte de la propia investigación, dotándolo con total desinterés del instrumental necesario en orden a escribir y publicar la mag- na obra que nos ocupa, quedando así en inmejorables condiciones para hacerlo con todo éxito. Al respecto, se puede afirmar que la contribución más notable y decisiva de Presas consiste en puntualizar y esclarecer aún más las indagaciones de su maestro en cuestiones capitales, como ser: los primitivos escritores lujanenses, los puntos quiciales y las bases de la historia, el lugar y año del milagro, los personajes intervinientes en los primeros cien años, los temas fundamenta- les del culto, la crónica mariana y la cartografía de época.

haberle faltado al padre Salvaire la documentación primaria contemporánea de los hechos, carecen de aquella vivencia que imprimen al relato la impronta de la auten- ticidad. La parte más valiosa es la que corre de los años 1730 a 1815, pues para ello disponía de todo un arsenal de documentación de primera mano en el mismo San- tuario y en el Municipio de Luján. La que va desde los años 1815 hasta su publica- ción asombra por la cantidad de datos que refieren mercedes y gracias de la Virgen de Luján, lo mismo que de actos de culto cumplidos por sus devotos; pero por fal- tarle al autor la perspectiva del tiempo muchos otros hechos de aquella época han quedado en el olvido, al no ser registrados”.

* “Hoy nosotros sabemos mucho más de Nuestra Señora de Luján de lo que sabía el religioso Salvaire, pues el tiempo no corre en vano. Pero esa ciencia y conocimiento que al presente tenemos de los hechos lujanenses son fruto y gracia de la inquietud, estudio, empeño y celo que animaban el espíritu de Salvare. Su obra en aquella época fue la labor de un gigante: un himno colosal de amor y gratitud a la Madre de Dios; un toque de clarín que resonó hasta los confines de la Patria y del orbe, en el afán de hacer conocer y estimar cada vez más a esa Virgencita, Madre y Reina de Luján”.98

De nuestra parte no podemos menos que suscribir también estas apreciaciones críticas, pues las investigaciones de Molina y Presas constituyen en la actualidad los únicos motivos de peso que autorizan al histo- riador a señalar en el trabajo de Salvaire omisiones y deficiencias, bajo al- gunos aspectos medulares, sobre todo en lo atinente a los orígenes mis- mos de la devoción. Éstas, por cierto, exigen introducir pertinentes com- plementos o necesarias correcciones con el único y loable fin de comple- tar y enriquecer el libro, a fin de brindarle aquel matiz histórico del cual en ciertos aspectos carecía, no por impericia o descuido del autor sino por limitaciones involuntarias de orden documental.

Razón por la cual éstas dos ultimas y definitivas contribuciones historiográficas, constituyen en sí mismas un sorprendente afianzamiento de cuanto se sabía, mediante el aporte de noticias desconocidas que, lejos de invalidar, refuerzan y vigorizan las intuiciones del propio Salvaire en torno a la secular tradición lujanense.


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