LIBERTAD EN LA OBEDIENCIA

 






Thomas Merton

SEMILLAS DE CONTEMPLACIÓN



LIBERTAD EN LA OBEDIENCIA

Muy pocos hombres se santifican en el aislamiento. Muy pocos alcanzan la perfección en una soledad absoluta.

El vivir con otros y aprender a ser comprensivos de sus flaquezas y deficiencias puede ayudarnos a llegar a ser verdaderos contemplativos. Pues no hay mejor medio de desembarazarse de la rigidez y aspereza del egoísmo que nos empapa y que es el único obstáculo insuperable opuesto a la luz infusa y a la acción del Espíritu Santo.

Ni la valerosa aceptación de pruebas interiores en soledad completa puede ]legar a igualar la obra de purificación que realizan en nosotros la paciencia y humildad en el amor al prójimo y la simpatía en sus necesidades y exigencias más irrazonables.

Siempre existe el peligro de que el eremita se seque y solidifique en su propia excentricidad. Viviendo sin contacto con otros, tiende a perder el hondo sentimiento de las realidades espirituales, que sólo el puro amor puede dar.

¿Crees que la ruta hacia la santidad se sigue encerrándote con tus rezos, tus libros y las meditaciones que placen e interesan a tu mente y te protegen, con muchos muros, de la gente que consideras necia? ¿Crees que el camino hacia la contemplación se encuentra rehusando actividades y obras que son necesarias para el bien del prójimo, pero que te aburren y turban? ¿Imaginas que descubrirás a Dios envolviéndote en un capullo tus mal ventilados placeres intelectuales, en lugar de renunciar a todos tus gustos, deseos, ambiciones y satisfacciones por el amor de Cristo, que ni querrá vivir en ti si no sabes hallarlo en otros?

Lejos de ser esencialmente opuestas una a otra, la contemplación interior y la actividad externa son dos aspectos del mismo amor a Dios.

Pero la actividad de un contemplativo debe nacer de su contemplación y parecérsele. Todo lo que haga fuera de la contemplación debería reflejar la luminosa tranquilidad de su vida interior.

A este fin, tendrá que buscar. en su actividad lo mismo que encuentra en su contemplación: contacto y unión con Dios.

Por poco que hayas aprendido de Dios en tu oración mental, compara tus actos con ese poco; ordénalos según esa medida. Procura que toda tu actividad dé fruto en el mismo vacío de ti mismo, silencio y desapego que hallaste en la contemplación. En último término, el secreto de todo ello es el perfecto abandono en la voluntad de Dios en cosas que no puedes regular, y la perfecta obediencia a Él en todo lo que dependa de tu propia volición, de modo que en todas las cosas, en tu vida interior y en tus obras externas por Dios, sólo desees una cosa: el cumplimiento de Su voluntad.

Si haces esto, tu actividad participará de la desinteresada paz que encuentras en la oración, y en la simplicidad de lo que hagas los hombres reconocerán tu sosiego y darán gloria a Dios.

Es sobre todo en este callado e inconsciente testimonio del amor a Dios donde el contemplativo ejerce su apostolado. Pues el santo predica sermones en el modo como camina o se para y en el modo como se sienta y toma las cosas y las retiene en su mano.

Los perfectos no han de meditar los detalles de sus actos. Percatándose cada vez menos de sí mismos, dejan finalmente de preocuparse de cómo están obrando, y gradualmente Dios empieza a hacer todo lo que ellos hacen, en ellos y para ellos, por lo menos en el sentido de que el hábito de Su amor ha llegado a ser en ellos una segunda naturaleza e informa todo lo que hacen con Su semejanza.

Las extremas dificultades que encuentran en su camino los que buscan libertad interior y pureza de amor, pronto les enseñan que no pueden avanzar por sí solos, y el Espíritu de Dios les infunde el deseo del medio más simple para vencer su egoísmo y ceguera de inicio. Y esto es la obediencia al juicio y dirección de otro.

Un espíritu que sienta la atracción de Dios en la contemplación aprenderá pronto el valor de la obediencia; las penalidades y angustias que tiene que sufrir cada día bajo la carga de su egoísmo y torpeza, incompetencia y orgullo, le dan ansias de ser conducido, aconsejado y dirigido por otro.

Su propia voluntad se torna fuente de tanta angustia y tanta oscuridad, que no acude a otro solamente en busca de luz, sabiduría o consejo; llega a sentir una pasión por la obediencia misma y por la renuncia a su propia voluntad y sus propias luces.

Por lo tanto, no obedece a su aliado, a su director, meramente porque las órdenes o los consejos que recibe le parezcan buenos, provechosos e inteligentes a su propio entender. No obedece tan sólo porque le parezca que el abad toma admirables decisiones. Por el contrario, a veces las decisiones de su superior parecen menos acertadas; pero esto ya no le atañe, porque acepta al superior como mediador entre él y Dios y descansa sólo en la voluntad de Dios según le llega a través de los hombres colocados por encima de él por las circunstancias de su vocación.

El hombre más peligroso del mundo es el contemplativo a quien nadie guía. Confía en sus propias visiones. Obedece la atracción de una voz interior, pero no quiere escuchar a otros hombres. Identificará la voluntad de Dios con todo lo que le hace sentir, en su corazón, un vivo, dulce calor interno. Cuanto más dulce y cálida es la sensación, tanto más convencido queda de su propia infalibilidad. Y si la pura fuerza de su confianza en sí mismo se comunica a otros y les da la impresión de que es realmente un santo, tal hombre puede arruinar una ciudad entera o una orden religiosa o hasta una nación; y el mundo está cubierto de cicatrices que dejaron en su carne visionarios como éstos.

Sin embargo, muy a menudo esos hombres no son sino inofensivos latosos. Se han perdido en un espiritual callejón sin salida y allí se quedan en cómodo nidito de emociones particulares. Nadie puede realmente decidirse a envidiarlos ni admirarlos, porque aun los que no saben nada de la vida espiritual sienten que esos hombres se engañaron y perdieron la realidad para contentarse con una falsificación.

Parecen felices pero no hay nada inspirador ni contagioso en su felicidad. Parecen estar en paz, pero su paz es hueca e inquieta. Tienen mucho que decir, y todo lo que dicen es un mensaje con “M” mayúscula, y sin embargo no convence a nadie. Por haber preferido el placer y la emoción a los austeros sacrificios impuestos por la fe genuina, sus almas se han estancado. Se apagó la llama de la verdadera contemplación.

Cuando Dios te conduce a la oscuridad donde se encuentra la contemplación, no te es posible descansar en la falsa dulzura de tu propia voluntad. La falsa satisfacción interior de la complacencia en ti mismo y la absoluta confianza en tu propio criterio no podrán nunca engañarte del todo; te dará un leve mareo, y una vaga sensación de náusea interior te obligará a abrirlo en canal para que salga el veneno. Al final ningún acto gratuitamente independiente te dejará la sensación de estar limpio. El ansia de paz te empujará adonde la paz puede encontrarse: hacia alguien a quien las circunstancias de tu vocación te permiten obedecer como representante de Dios. Y entonces, aunque su criterio sea objetivamente necio, el lujo de verte librado de depender de tus propios sentimientos, gustos, emociones y deseos hará que sea un gran alivio el poder obedecer.


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