DESASIMIENTO

 








Thomas Merton

SEMILLAS DE CONTEMPLACIÓN 



DESASIMIENTO

Me pregunto si existen actualmente en el mundo veinte hombres que vean las cosas como realmente son. Esto significaría la existencia de veinte hombres libres, no dominados ni influidos por ningún apego a ninguna cosa creada ni a si mismos ni a ningún don de Dios, aun al más alto, a la más sobrenaturalmente pura de Sus gracias. No creo que existan veinte hombres así en el mundo. Pero deben de haber uno o dos. Son los que lo mantienen todo e impiden que el universo se deshaga.

Todo lo que amas de por sí, salvo Dios solo, ciega tu entendimiento y arruina tu criterio sobre valores morales y vicia tus elecciones de modo que no puedes distinguir claramente el bien del mal y no conoces verdaderamente la voluntad de Dios. Y cuando aprecias y deseas una cosa por ella misma, aunque quizá comprendas los principios morales generales, no sabes cómo aplicarlos. Aun en el caso de que tu aplicación de los principios sea formalmente correcta, acaso habrá una circunstancia oculta que no advertiste y que echará a perder tus actos más virtuosos con alguna imperfección.

En cuanto a los que se han arrojado enteramente en el desorden del pecado, a menudo se hacen completamente incapaces de comprender los principios más simples; ya no pueden ver la ley moral más simple y más natural. Quizá tengan los dones más brillantes y sepan discutir las cuestiones éticas más sutiles... pero no tienen la más leve estimación de lo que discuten, porque no sienten amor por esas cosas en su calidad de valores, sólo un interés abstracto por ellas en su calidad de conceptos.

Existen aspectos del desapego y detalles de la pureza interior y delicadeza de conciencia que ni los hombres sinceramente santos, en su mayor parte, lograron nunca descubrir. Aun en los monasterios más estrictos y en lugares donde la gente ha consagrado su vida a la búsqueda de la perfección, muchos no lleguen acaso nunca a sospechar hasta qué punto son gobernados por formas inconscientes del egoísmo, hasta qué punto sus actos virtuosos son sugeridos por un estrecho y humano interés egoísta. De hecho, es a menudo la formularia rigidez de esos hombres piadosos lo que les impide lograr el verdadero desasimiento.

Renunciaron a los placeres y ambiciones del mundo, pero han adquirido otros placeres y ambiciones de un carácter más elevado, sutil y espiritual. A veces ni siquiera sueñan que sea posible buscar la perfección con una intensidad de celo consciente que lleva en sí la imperfección. También ellos están apegados a las cosas buenas de su pequeño y cerrado mundo.

A veces, por ejemplo, un monje puede adquirir gran apego a la oración o al ayuno, a una práctica piadosa o devoción, a un libro o un sistema de espiritualidad, a un método de meditación o aun de contemplación, a las más elevadas gracias de oración, a virtudes, a cosas que son de por sí señales de heroísmo y alta santidad. Y hombres que parecían ser santos se han dejado cegar por su excesivo amor a tales cosas y han quedado en casi tanta oscuridad y error como los hermanos del monasterio que parecían mucho menos perfectos que ellos.

A veces los contemplativos piensan que todo el fin y esencia de su vida puede hallarse en el recogimiento y la paz interior y el sentimiento de la presencia do Dios. Se aficionan a estas cosas. Pero el recogimiento es criatura, tanto como un automóvil. El sentimiento de sosiego interior es cosa creada, no menos que. una botella de vino. El experimental “advertimiento” de la presencia de Dios os cosa creada tanto como un vaso de cerveza. La única diferencia está en que el recogimiento el sosiego interior y el sentimiento de la presencia de Dios son placeres espirituales y los otros son materiales. El apego a las cosas espirituales es, pues, igualmente apego, como e] desmesurado amor por cualquier otra cosa. La imperfección puede estar más escondida y ser más sutil; pero, desde cierto punto de vista, esto la hace todavía más dañosa, porque no es tanfácildereconocer. Así, pues, muchos contemplativos nunca llegan a ser grandes santos, nunca entran en íntima amistad con Dios, nunca logran una profunda participación en Sus gozos inmensos; porque se aficionan a los pequeños, miserables consuelos que se dan a los principiantes en la ruta de la contemplación.

¡Cuántos hay que se hallan todavía en peor estado! Ni siquiera consiguen adelantar tanto que lleguen a la contemplación, porque se apegan a actividades y empresas que les parecen importantes. Cegados por su deseo de movimiento incesante, de una constante sensación de logro, ávidos con una ruda avidez de resultados, de éxito visible y tangible, llegan a ponerse en tal estado que no pueden creer que agradan a Dios si no se atarean en doce trabajos simultáneos. A veces llenan el aire de lamentaciones y se quejan de que ya no les queda tiempo para el rezo; pero se han vuelto tan expertos en engañarse a sí mismos que no advierten cuán insinceros son sus lamentos. No sólo permiten que se les arrastre a más y más trabajo, sino que ellos mismos se lo buscan. Y cuanto más atareados están, más yerros cometen. Los accidentes y errores se amontonan en torno suyo. No admiten consejos. Se alejan más y más de la costa. .. y entonces quizá Dios permite que sus errores los alcancen. Entonces despiertan y descubren que su descuido los ha envuelto en algún grosero y evidente pecado contra la justicia, por ejemplo, o contra las obligaciones de su estado. Y así se anegan.

¡Cuántos habrá que han sofocado las primeras chispas de la contemplación apilando leña sobre el fuego antes de estar éste bien encendido! El estimulo de la oración interior los excita tanto que se lanzan a ambiciosos proyectos de enseñar y convertir al mundo entero, cuando todo lo que Dios les pide es que se mantengan quietos y en paz, atentos a la obra secreta que Él está comenzando en sus almas.

Sin embargo, si intentas explicarles que acaso haya considerable imperfección en su celo por actividades que Dios no desea de ellos, te tratarán como a hereje. Están de que te equivocas, por el intenso apetito que sienten resultados que imaginan van a obtener.

El secreto del sosiego interior es el desapego. El recogimiento es imposible para el hombre dominado por todos los confusos y cambiantes deseos de su voluntad. Y aun en el caso de que esos deseos tiendan a lo bueno de la vida al recogimiento, al sosiego, a los placeres de la oración son más que deseos naturales y egoístas, harán difícil, imposible, el recogimiento.

Nunca podrás alcanzar el perfecto sosiego interior y recogimiento, a no ser que tu desapego lo sea también respecto al deseo de sosiego y recogimiento. Nunca podrás orar perfectamente hasta que estés desasido de los placeres de la plegaria.

Si renuncias a todos esos deseos y buscas sólo una voluntad de Dios, Él te dará sosiego y recogimiento el de tus trabajos, conflictos y pruebas.

Hay en la vida religiosa una especie de grosero materialismo que hace que ciertos hombres santos crean que la abnegación consiste simplemente en renunciar a lo que place a los cinco sentidos externos.

Mas esto es apenas el comienzo de la abnegación.

Cierto que debemos sentir desasimiento hacia las cosas groseras y sensuales antes de que la vida interior pueda iniciarse. Pero una vez empezada haremos pocos progresos aun para con los bienes de la razón, el intelecto y el espíritu.

El que espera llegar a ser contemplativo despegándose sólo de lo que le prohibe la razón, ni siquiera empezará a conocer el significado de la contemplación. Pues el camino hacia Dios pasa por una profunda oscuridad en la que el conocimiento y la ciencia creada, todo placer y prudencia, todo gozo y esperanza humanos son vencidos y anulados por la abrumadora pureza de la luz y la presencia de Dios. Nada de lo que conocemos, nada de lo que podamos gozar puede ser otra cosa que un obstáculo a la pura posesión de Dios como es en Sí mismo y, por tanto, si aun puede satisfacernos alguna de esas cosas, permaneceremos infinitamente lejos de Él.

Por esto debemos sentirnos desapegados y librados de ellas para llegar a Él. No basta con poseer y gozar cosas materiales y espirituales dentro de los limites de una racional moderación: debemos ser capaces de elevarnos sobre todo gozo e ir más allá de toda posesión si queremos llegar a la pura posesión y goce de Dios.

Así, pues, la verdadera vida contemplativa no consiste en el goce de interiores placeres espirituales. La contemplación es algo más que una refinada y santa estética del entendimiento y la voluntad, en el amor y la fe. Descansar en la belleza de Dios como puro concepto, sin accidentes de imagen o especie sensible ni ninguna otra representación, es un placer que todavía pertenece al orden natural. Es quizá el placer más elevado a que la naturaleza tiene acceso, y muchos no llegan a él por sus solas fuerzas naturales: necesitan el auxilio de la gracia antes de poder experimentar esta satisfacción que se halla de por sí dentro del alcance de la naturaleza. Sin embargo, puesto que es natural y puede ser deseada por la naturaleza y obtenida mediante disciplinas naturales, poco puedo tener que ver con la contemplación sobrenatural.

La verdadera contemplación es obra de un amor que trasciende toda satisfacción y toda experiencia para descansar en la noche de la fe pura y desnuda. Esta fe nos conduce tan cerca de Dios, que puede decirse que lo toca y lo alcanza tal como SI es, aunque en la oscuridad. Y el efecto de ese contacto es a menudo una profunda paz que rebosa y se vierte en la facultades inferiores del alma y así constituye una ‘experiencia”. Sin embargo, esta experiencia o sentimiento de paz es siempre sólo un accidente de la contemplación, de modo que la falta de ese ‘sentimiento’ no quiere decir que haya cesado nuestro contacto con Dios.

Aficionarse a la “experiencia” de esa paz es amenazar la verdadera, esencial y vital unión de nuestra alma con Dios, por encima del sentimiento y la experiencia, en la oscuridad de un amor puro y perfecto.

Así, pues, aunque este sentimiento de paz puede ser un signo de que estamos unidos a Dios, es tan sólo un signo... un accidente. La sustancia de la unión puede tenerse sin tal sentimiento, y a veces cuando no tenemos ninguna sensación de paz ni de la presencia de Dios, El está más verdaderamente presente para con nosotros de lo que nunca lo estuvo antes.

Si concedemos excesiva importancia a esos accidentes, corremos el riesgo de perder lo esencial, que es la perfecta aceptación de la voluntad de Dios, cualesquiera que puedan ser nuestros sentimientos.

Pero si pienso que lo más importante en la vida es el sentimiento de paz interior, tanto más me perturbará el notar que no lo poseo. Y como yo no puedo producir ese sentimiento en mí mismo siempre que lo deseo, la perturbación aumentará con el fracaso de mis esfuerzos. Finalmente perderé la paciencia al negarme a aceptar esa situación que no puedo dominar y así perderé la única realidad importante, la unión con la voluntad de Dios, sin la cual la verdadera paz es completamente imposible.


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