EL PRESENTE QUE (NO) SE VIVE: LAS REDES SOCIALES
LA PLENITUD DEL TIEMPO
EL PRESENTE QUE (NO) SE VIVE: LAS REDES SOCIALES
Hay que decir que, estrictamente hablando, no son sociales; son empresas privadas dedicadas a determinadas prácticas relacionales que han conseguido que les demos una entidad casi autónoma, olvidándonos de que son, antes que nada, productos empresariales. Decimos que “las redes” hacen, dicen, reaccionan, hierven..., como si fueran entes que tienen vida propia. Pero lo más importante es que son redes en un sentido muy distinto a lo habitual. Son redes, efectivamente, pero porque sirven para pescar. ¿Y qué pescan? Nuestros datos y nuestra atención. La primera pesca es el gran problema político de nuestro tiempo, que aún no ha sido suficientemente abordado como tal. La segunda es uno de los retos más relevantes de la vertebración personal, porque tiene un impacto determinante en cómo nos estamos (des) entrenando a vivir la plenitud del tiempo, y en el modo de vivir el presente y situarnos en él.
1. Qué pescan las redes sociales
Analizar la primera pesca nos apartaría de nuestro foco, pues ahora solo nos interesa resaltar un hecho: a cambio de un uso “gratuito” nos espían, y encima estamos contentos y agradecidos de que lo hagan. Continuamente, transferimos nuestros datos gratis para que los procesen y nos los devuelvan en forma de estímulos y propuestas que nosotros mismos asumimos y que, a menudo, operan por debajo de nuestro nivel de consciencia. Deciden entre qué decimos y, a veces, directamente qué decidimos. Cuando Ignacio, en los Ejercicios, para situar la elección dice «Presupongo que hay en mí tres pensamientos, es a saber: uno propio mío, el cual sale de mi propia libertad y querer, y otros dos que vienen de fuera, uno que viene del buen espíritu y otro del malo» [EE 32], no conocía los algoritmos ni su potencia a la hora de influir en la «propia libertad y querer», e incluso configurarla. Hoy, los algoritmos son un ingrediente esencial del buen y mal espíritu ignaciano. Al final todo puede personalizarse selectivamente, desde las ofertas y las informaciones a las que accedemos, hasta las discriminaciones que padecemos. Nuestra huella digital construye nuestra identidad, pero no aquella con la que nosotros nos identificamos, sino aquella con la que se nos identifica y desde la cual modelan, refuerzan y encapsulan nuestra supuesta identidad.
En el mundo que estamos configurando, la tecnología permite que la inteligencia se separe paulatinamente de la conciencia, al menos tal como las hemos conocido hasta ahora. Los sujetos o portadores de las dos eran los humanos, pero ahora estamos transfiriendo cada vez más la inteligencia y tenemos un debate abierto sobre si con la conciencia puede pasar lo mismo. La política y la ética llegan tarde y a remolque, y, sobre todo, no saben cómo empezar, entre otras razones porque ya no tenemos una visión integrada ni del proceso, ni del mundo posible, ni del mundo probable, ni del mundo que queremos. Incluso ponerse apocalíptico y decir que el mundo cada vez va peor o se dirige hacia alguna especie de desastre es pretencioso porque comporta la suposición de saber algo sobre a dónde vamos a parar.
La mejor visualización la tenemos en los nombres de los partidos de creación reciente: hemos pasado de partidos cuya denominación contenía ya alguna propuesta y afirmaba un proyecto y un modelo de sociedad (socialistas, conservadores, liberales, republicanos, socialdemócratas, democristianos...) a partidos cuya denominación pretende interpelarnos pero no (nos) dice nada de lo que quieren ni proponen (Podemos, Ciudadanos, Unidos para Avanzar, Más Madrid, En Marche!, Cinque Stelle...). La irrelevancia insignificante de este tipo de denominaciones se corresponde con la irrelevancia creciente de nuestro voto. Este se legitimaba en la creencia de que era una manera de incidir en las decisiones que nos afectaban globalmente, como país y/o como personas. Hoy los que toman las grandes decisiones que nos afectarán y que definirán nuestro futuro no han sido votados por nadie: las líneas de investigación en inteligencia artificial y en biotecnología dependen –para bien y para mal– de corporaciones y núcleos de poder ajenos a cualquier transparencia y rendición de cuentas públicas. Y son los que inciden e incidirán en nuestros comportamientos y en nosotros mismos como seres vivos, incluidas las consecuencias no previstas o no queridas de las decisiones que hayan tomado. Por ello, las denominaciones políticas sin contenido identificable son idóneas para la tendencia actual hacia democracias autoritarias, en las que se produce, democráticamente, un eclipse progresivo del liberalismo político.
2. La pesca de la atención
Las “redes” no solo pescan nuestros datos, también pescan nuestra atención, la orientan y la configuran, en un contexto en el que el mundo nos desborda de complejidad. Por tanto, “vivir el presente” puede ser muy ambiguo y puede amparar, bajo una misma expresión, muchas cosas a la vez: una huida del mundo VUCA, un carpe diem actualizado, una protección ante lo desconocido, una sustitución de la comunidad por los contactos (cuando, estrictamente, solo se está en contacto con el teclado), un vivir inducido... Recordemos nuevamente a Nietzsche: nuestros utensilios de escritura participan en la formación de nuestros pensamientos. Pues esto es exactamente lo que ocurre, en un grado que Nietzsche no podía ni tan solo imaginar.
Para entender lo que hay en juego en este nuevo ecosistema, es imprescindible recordar que lo que se opone a la vida contemplativa no es la vida activa, sino la vida dispersa. Las redes son el símbolo y la apoteosis de una época en la que la verdadera lucha hobbesiana de todos contra todos es la lucha por conquistar nuestra atención, aunque sea episódica y fragmentariamente. En consecuencia, en nuestra época, apelar a la plenitud del tiempo se convierte cada vez más en algo incomprensible, a causa del déficit creciente de una infraestructura antropológica que le resulta imprescindible: la calidad de la atención. Porque esta es otra posible definición de los ordenadores, las tabletas y los móviles: son tecnologías de la interrupción y trabajan a su servicio, porque no solo provocan interrupciones constantes, sino que su verdadero triunfo es el lograr que una de nuestras actividades más habituales sean las autointerrupciones, lo que se manifiesta, entre otros despropósitos, en esta ficción autoengañosa que denominamos multitarea. La multitarea no existe. Lo que existe es el salto continuo de microtarea en microtarea, a menudo tan aceleradas y sucesivas en el tiempo que confundimos esta sucesión con la simultaneidad, donde la única constante es la dispersión de la atención.
No somos lo suficientemente conscientes de cómo esto modela los patrones desde los cuales nos situamos en el tiempo: desde la lógica de los enlaces (que propicia una atención saltarina, incapaz de sostener un proceso lineal y sucesivo hasta el final); pasando por la dificultad de vivir la espera –de lo que sea– como espera (sin caer en el recurso compulsivo a la conexión); y acabando por la sumisión a la inmediatez, que con frecuencia se confunde con la actualidad (al fin y al cabo, no nos hacía falta la neurociencia para concluir que el uso compulsivo de las redes activa los mecanismos propios de las adicciones...). Quizás la necesidad más propia de nuestros tiempos no sea una dieta baja en calorías, sino baja en estímulos. Si no fuera por nuestros prejuicios triviales y anacrónicos, sería bueno reconstruir a la altura de nuestro tiempo la recomendación de tantas tradiciones de sabiduría según la cual hacer ayuno y abstinencia es indispensable para la salud personal, del cuerpo y del espíritu.
3. Reconstruir el camino hacia una mirada atenta
Todo ello no es una impugnación de las redes ni una exquisitez antitecnológica. Es simplemente tomar nota de que hacer inteligible cualquier consideración sobre la plenitud del tiempo remite a una cuestión previa: la calidad del tiempo vivido y la atención en el tiempo. Porque no solo la reflexión y la conciencia requieren una mente y un corazón atentos, también lo requieren la compasión y la empatía. Por ello, me parece muy necesario entender la conexión íntima que existe entre dos ex- presiones que circulan en paralelo, una del papa Francisco y otra del P . Adolfo Nicolás. El primero ha hablado –y ha alertado– de la globalización de la indiferencia; el segundo, de la globalización de la superficialidad. Lo que hay que añadir es que se necesitan y se refuerzan mutuamente. Como es patente que, por las razones que sean, estos papeles me encuentran sintonizando a Nietzsche, digamos que lo que estoy haciendo no es denigrar las tecnologías, sino recordar lo que él dijo: «Hay cuatro tareas para las cuales se requieren educadores: mirar, hablar, escribir y pensar» (y yo añadiría escuchar, pero ahora no le vamos a enmendar la página). La cuestión es –más allá de los debates sobre reformas educativas de base tecnológica– dónde se aprende a conjugar vitalmente estos cinco verbos, porque el problema no son las tecnologías; el problema es crecer como persona a través de estos cinco verbos y, a partir de esta perspectiva, plantearnos las preguntas sobre el impacto de las condiciones de vida actuales. Amparémonos en Nietzsche por última vez: aprender a mirar es la enseñanza preliminar para la espiritualidad. Activar y desarrollar la capacidad de una mirada atenta es una condición de posibilidad previa a toda apertura a la plenitud del tiempo (como lenguaje y como experiencia, si es que hay alguna diferencia entre uno y otra). La mirada atenta es lo que permite ir transformado, a lo largo del tiempo, una manera de proceder que vaya más allá de una vida autocentrada (indiferencia) y una vida dispersa (superficialidad).
Pero, para llevar a cabo esta transformación, tenemos que deshacer el camino de los versos que nos legó T. S. Eliot:
¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?
Este recorrido no consiste en hacer jeremiadas sobre las tecnologías y las redes sociales.
El tema es cómo restablecemos personal y colectivamente el recorrido inverso:
información-conocimiento-sabiduría-viviendo-Vida, hasta el final, sin detenernos en ninguno de ellos.
Y esto únicamente podremos hacerlo respondiendo con lucidez a las condiciones de nuestro tiempo, no vituperándolas desde la nostalgia de no-se-sabe-muy-bien-qué.
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