EL APORTE DE LA TEOLOGÍA DEL PUEBLO A LA CONFIGURACIÓN DE LA IGLESIA EN EL TERCER MILENIO





Prof. Dra. Emilce Cuda, Buenos Aires1

Introducción: Críticas a la Teología del Pueblo, similitudes y diferencias con otras posiciones europeas

A quienes critican a la Teología del Pueblo, acusándola de ser una posición localista con pretensión de universalidad, se les puede señalar que la visión de mundo que tiene el actual pontífice, que parte de esa teología -pero no solamente-, también se encuentra en autores latinoamericanos, norteamericanos y europeos no confesionales, y provenientes de otras disciplinas. Enfocaré solo en los puntos de coincidencia con el pensamiento crítico respecto al análisis social, a sus causas y posibles salidas, tanto en el campo de la teoría política contemporánea y de la economía. No tocaré fundamentos teológicos al margen de la moral social, no porque no los hubiera, sino porque no son pertinentes a mi campo de especialización, solo diré al respecto que parto de la convicción -compartida con otros autores, como Enrique Dussel-, de que la moral es el fundamento de lo político, y no la política funcional a cualquier moral particular y contingente puesta como universal.

Un cambio cultural es la propuesta de salida para el tercer milenio.
 El Papa Francisco habla de la urgencia de una crisis ecológica y pone en el centro al trabajador, impulsando su organización en movimientos sociales, considerando que el cambio cultural viene desde abajo.
La filósofa belga Chantal Mouffe habla de una crisis cultural hegemónica y dice que las organizaciones sociales hoy, ante un escenario despolitizado y apartidario, son las que deben protagonizar el cambio cultural.
El economista francés Thomas Piketty, ante un crecimiento exponencial de la productividad y una concentración sin precedentes de la renta, considera que el problema está en
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 Ph.D. en Teología Moral Social por la Pontificia Universidad Católica Argentina, profesora investigadora de esa universidad, de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, y de la Universidad de Buenos Aires. Profesora invitada en Boston College University, De Paul University y Northwestern University de los Estados Unidos. Último libro: Para leer a Francisco: teología, ética y política, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2016 (en italiano por Bollati Boringhieri, Torino, 2018).
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la percepción de la riqueza como acumulación concentrada de la renta, y sostiene que la salida es un cambio cultural.
Siguiendo el método teológico latinoamericano, hablaré primero de la situación económica, política y religiosa como punto de partida del actual magisterio pontificio.
Luego hablaré de dos conceptos claves para esa teología en el campo de la moral social, es decir el de la pastoral teológica: trabajo y pueblo.
 Por último, hablaré de la organización del pueblo pobre trabajador como camino a la conversión para un cambio cultural; como propuesta misionera para una Iglesia en salida ante una crisis ecológica que amenaza la Casa Común.

1. Situación económica, política y religiosa

1.1. Situación económica: percepción de la riqueza como acumulación concentrada de la renta

Los datos provenientes de las estadísticas económicas no sólo explican, sino también justifican uno de los cuatro principios bergoglianos: “la realidad es superior a la idea” (EV 232-233).
Según el documento publicado el 22 de enero de 2019 por la Comisión Mundial para El Futuro del Trabajo de la OIT (Organización Internacional del Trabajo): 190 millones de personas están desempleadas; 2000 millones sobreviven por la economía informal; 300 millones viven en la pobreza; y casi 3 millones mueren anualmente por enfermedades de trabajo.2
La causa está en que la política económica del Estado de Bienestar, basada en la producción, el pleno empleo y el consumo, fue desplazada por el capital financiero.
Así lo muestra Thomas Piketty en su libro El capital en el siglo XXI,3 comparando a lo largo del siglo XX los índices de crecimiento de la productividad con las tasas de acumulación de la renta. Pone en evidencia la exponencial concentración del capital hacia la segunda mitad del siglo XXI.
De no modificarse las relaciones entre capital y trabajo: el 90% de la renta global se concentrará en el 10% de la población mundial.
Según Piketty, la salida está en modificar culturalmente la percepción de la riqueza como causa directa de la acumulación concentrada de la renta percibida como lo bueno. En ese sentido va el discurso de Francisco, quien, ante el empobrecimiento de todos los sectores sociales, crisis
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2 Cf. https://www.ilo.org/global/topics/future-of-work/lang--en/index.htm 
3 T. El capital en el siglo XXI. Paidós: Buenos Aires, 2018.
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financiera y ambiental, desempleo estructural, despolitización, y crimen organizado como modo de empleo y de Estado paralelo absoluto -en cuanto control centralizado de los bienes y los cuerpos-, no habla de caridad a modo de limosna, ni dice que la solución es económica; dice que “la forma más alta de caridad es la política”, y llama a la organización de los de abajo.

1.2. Situación política: la organización popular antiestablishment

Según Chantal Mouffe, asistimos a un momento de crisis de formación hegemónica liberal, es decir un caos de organización al que denomina momento populista, vulnerable a ser ordenado por cualquiera.4
Por ese motivo, según la autora, los de abajo deben organizarse para restablecer la política partidaria en defensa de las necesidades sociales populares.5
Para Mouffe, el cambio en las relaciones de producción del siglo XXI intervino en la relación contingente entre liberalismo y democracia que garantizaba la unidad política en tensión -es decir, el equilibrio republicano.
El capitalismo financiero modifica la relación entre capital y trabajo, suprimiendo el empleo asalariado, la organización sindical y la partidaria. En consecuencia, la política republicana deviene hoy lucha facciosa entre los de arriba y guerra de pobres contra pobres entre los de abajo.
Los datos económicos y políticos confirman la falta de sensibilidad del capitalismo financiero ante las necesidades sociales y ambientales opuestas a sus intereses, pero también la incapacidad de la izquierda para operar políticamente debido a su posición esencialista de seguir pensando que la clase obrera (trabajador industrial) es el sujeto privilegiado aun cuando el escenario es de desempleo estructural.
Según la Teología del Pueblo, esa supuesta clase obrera no existe más que como categoría -mucho más en los países de la periferia que no han alcanzado un desarrollo industrial avanzado.
Según Francisco, hoy los trabajadores dejaron de ser explotados para ser descartados, por eso su organización no es a través del sindicalismo sino de movimientos populares -invisibilizados por la derecha y descalificados por la izquierda por su falta de tener y saber, respectivamente.
La lucha política partidaria por derechos sociales laborales se tornó resistencia antiestablishment con capacidad de articular la insatisfacción general por demandas de género, anticorrupción, anti-migración y seguridad.
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4 MOUFFE, CH. Por un populismo de izquierda. Siglo veintiuno: Buenos Aires, 2018. pg. 83.
MOUFFE, CH., op. cit. pg. 83.
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1.3. Situación religiosa

El secularismo parece no continuar siendo el modo de la política en el siglo XXI. Estaría comenzando una etapa post-secular de la política.6
La Revolución Industrial produjo capitalismo y obreros explotados, pero también partidos políticos de los trabajadores.
Antes del capitalismo, la política era una guerra horizontal entre distintas fracciones de la burguesía. En ese contexto, los trabajadores luchaban en una guerra que no era suya, luchaban por verdades en una guerra ajena. Luego del capitalismo, la política pasa a ser una guerra vertical entre los de arriba -patrones-, y los de abajo -ahora devenidos obreros-, luchando por derechos sociales, al margen de creencias religiosas o profanas; una guerra que era suya, por derechos sociales, mientras las creencias religiosas actuaban como fundamento moral de su dignidad humana.

En el actual capitalismo financiero, la política vuelve a ser horizontal, ahora entre trabajadores descartados y trabajadores empobrecidos de los sectores medios, envueltos en múltiples luchas de resistencia moral cuasi-religiosa anti-establishment, enmascaradas en luchas de género, antipatriarcales, anticolonialismo, anticorrupción, pero no luchando por derechos sociales, ambientales o civiles.
Mientras gran parte de los pobres están envueltos en la lucha metafísica -y no política-, por una falsa verdad exhibida hegemónicamente como lo bueno y lo bello, un núcleo de resistencia mítico-ético-historia, comienza a organizarse en movimientos populares.

2. Dos conceptos centrales de la Teología del Pueblo: Trabajo y Pueblo

2.1. Trabajo

A fines del siglo XIX, la primera encíclica social de la Iglesia, Rerum Novarum, ante el avance del liberalismo económico y la desprotección en que quedaban los trabajadores frente a un sistema de producción industrial que los colocaba en situación de opresión y explotación sin protección institucional alguna, declara que la cuestión social era miserable, calamitosa y urgente (RN 1). En el siglo XXI, la última encíclica social de la Iglesia, Laudato Si, sigue considerando que el tema es la cuestión de los trabajadores (LS 17-61). Sin embargo, toma en cuenta el nuevo estado de las
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6 Cf. MARRAMAO, G. Poder y secularismo. Península: Barcelona: 1989. 4
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relaciones entre capital y trabajo -descripto anteriormente-, para decir: que “esa economía mata” (EG 53); que el trabajador explotado ha devenido “persona descartable” (LS 158); y que la crisis social devino ecológica, o mejor dicho que las causas de la crisis ecológica son sociales (LS 15; 119).

Mientras la primera encíclica social ponía la responsabilidad en la inmoralidad de la persona de los empresarios, hoy la última encíclica social deposita la responsabilidad en las relaciones económicas impersonales del sistema capitalista.
 Esto último es un gran giro.
Se denuncia al sistema de relaciones, y no a la persona que queda determinada por ese sistema.
 Por eso, para una Cultura del Encuentro, la conversión es un cambio cultural.
La novedad es que ese proceso de conversión no comienza por arriba ni por abajo, sino que -dado el escenario político y económico real-, va a desde los bordes hacia el centro.

Se trata de intervenir en el sistema de relaciones egoístas que no puede sustentar la vida en el planeta. El camino, según el obispo de Roma -de origen argentino, pero pontífice de toda la Iglesia Católica-, es “trabajo digno” para todos, porque el trabajo no es solo un medio para conseguir dinero, es también la condición de la organización política de los sectores descartados como única posibilidad para que sus necesidades -y las de la Casa Común, que los afecta de manera directa e inmediata-, sean primero reclamadas y luego reconocidas por el Estado como derechos.
 El trabajo, como actividad cotidiana, garantiza el espacio público donde la palabra política de los pobres aparece, inicia los procesos de organización de esa comunidad, y la constituye en su identidad como sujeto político.
Históricamente, los cambios culturales siempre han seguido ese camino.
Los derechos sociales no son el resultado de una institución caritativa de arriba hacia abajo, sino de la constitución de identidades populares colectivas desde la periferia reclamando al centro de poder por necesidades -eso fue la República Romana, la Revolución Francesa y la democracia universal.

Para la Teología del Pueblo no existe una clase obrera en el sentido que le da la izquierda socialista, ni tampoco individuos atomizados en sentido liberal.
Para esa corriente teológica existen trabajadores -ya sean empleados asalariados, desempleados, precarizados o descartados. Gran parte de los trabajadores que en el siglo XX estaban organizados en sindicatos y partidos políticos, hoy están descartados y desorganizados. En el mejor de los casos se encuentran organizados en movimientos sociales populares.
Por eso, aquello que, en contextos de desarrollo industrial avanzado con pleno empleo y democracias representativas, la lucha social es por “trabajo decente” -es decir, mejores condiciones de trabajo para quienes ya están empleados. Pero en contextos
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desindustrializados y democracias meramente formales con el desempleo estructural, la lucha social es por “trabajo digno” -es decir, Tierra-Techo-Trabajo, siendo estos reclamos los principios concretos sobre los que discierne moralmente la Doctrina Social de la Iglesia para decidir qué hacer. El bien común, en la Rerum Novarum, estaba en las condiciones sociales que garantizaban una vida digna. Hoy, desde la pastoral de Francisco, ese bien común tiene contenido; paz social - y no augusta-, se entiende como diálogo social -en tanto leyes como realidad efectiva de ese diálogo- que garanticen las tres “T” de manera permanente y universal.

2.2. Pueblo

Partiré del supuesto teórico de que un pueblo está/se manifiesta en la organización de una comunidad cuya identidad como sujeto político se constituye en el momento de la unidad de sus demandas articuladas bajo la forma de representación. Por un lado, tenemos que el fin de la política es la búsqueda de la unidad perdida, que para algunos es originaria es sustancial, y para otros es imaginaria. Por otro lado, tenemos que la representación política hegemónica -si se admite la posibilidad de una hegemonía cultural en sentido gramschiano y no solo militar como plantea Perry Anderson-,7 para algunos recae sobre una persona como en la política de masas del siglo XX, para otros en el partido, y para la teoría del discurso en la demanda social del siglo XXI desorganizado y despolitizado. Por lo tanto, pensar un pueblo implica al mismo tiempo pensar la unidad y la representación.
Para los padres fundadores de la Teología del Pueblo no se trataba de definir qué es el pueblo, sino de saber dónde está el pueblo.8 No se hablaba del pueblo sino de un pueblo que, en ese momento, en Argentina, estaba en las organizaciones sindicales. Ese pueblo hoy, por lo dicho anteriormente -es decir, la falta de trabajo digno para todos-, está desorganizado sindical y partidariamente, y articulado discursivamente en el movimiento anti-establishment de resistencia, tal como lo explican Mouffe y Laclau,9 y no en la búsqueda de la unidad nacional. Ante este nuevo escenario meramente casual y discursivo, el cardenal Bergoglio reclama la organización política
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  7 ANDERSON, P. El Estado absolutista. Siglo XXI: México, 2016.
 8 Cf. CUDA, E., Para leer a Francisco: teología, ética y política. Manantial: Buenos Aires, 2016 (en italiano por Bollati Boringhieri: Torino, 2018); FRESIA, A., Estar con lo sagrado. Ed. Académica Española, Madrid, 2019.
  9 Cf. LACLAU, E. La razón populista. Fondo de Cultura Económica: México, 2006.
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de un pueblo como sujeto, y dice, según cita Antonio Spadaro: “No sirve un proyecto de pocos y por pocos, de una minoría iluminada o de testimonios que se apropian de un sentido colectivo.
Se trata de un acuerdo sobre el vivir juntos.
 Es la voluntad expresa de querer ser pueblo nación”.10 Dejo de lado, en este artículo, por cuestión de espacio, la discusión sobre el concepto de nación.
Los primeros teólogos del pueblo, como Lucio Gera, hablaban de pueblo y antipueblo.
Partían de una concepción simbólica de pueblo, en tanto unidad de partes que supuestamente en el pasado estaban unidas y habían sido separadas -symbolon.
De ese modo, el antipueblo sería la parte traidora del pueblo a la cual debe redimirse y llegar así a la plenitud del pueblo como nación.
Con esto se intentaron diferenciar del pensamiento marxista de lucha de clases. Luego de casi cincuenta años se observa internacionalmente, y de acuerdo a los resultados electorales presidenciales de las últimas décadas, que un pueblo hoy está en la articulación discursiva de las demandas -no siempre por necesidades populares- antes que un proyecto de nación. La demanda inmediata de los bordes al centro, y no la idea de nación, es lo que pasa a adquirir el carácter universal de la representación -muchas veces, como articulación momentánea, al margen de un líder, de una ideología, de un programa político o de un proyecto nacional. Por eso la demanda popular, y no la idea, pasa a ser la unidad de análisis político, porque allí, en la demanda, hoy aparece un pueblo como unidad contingente. Para la Teología del Pueblo -como para el pensamiento nacional y popular argentino, de los sesenta y setenta, y de la actualidad-, la comunidad del pueblo pobre y trabajador, cuando se organiza, se constituye en sujeto político, y no en masa -siendo esta la diferencia con los nacionalismos europeos. Es decir, cuando la organización histórica de sus demandas por necesidades y aspiraciones es la que constituye su identidad al tomar posición en el discurso público -populismo en sentido latinoamericano-, y no la demanda hegemónica del poder opresor replicada por sugestión de manera masiva -populismo en sentido europeo o norteamericano.
Para entender la noción de pueblo de los teólogos del pueblo es preciso situarse en la coyuntura, y no reflexionar sobre la coyuntura como lo haría otra corriente teológica, ya que para estos la realidad es superior a la idea, el tiempo al espacio y el todo a la parte, y por eso acuerdan con Bergoglio en que la unidad será superior al conflicto (EG 217-237). Pero qué entienden por unidad. Para eso debe señalarse una diferencia en el punto de partida al interior mismo del pensamiento nacional y popular argentino, donde se distinguen el peronismo por un lado, y el postmarxismo

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10 SPADARO, A. “Tornare a essere popolari”, Civilta Cattolica, Diciembre 2018. Pg. 2. (traducción de la
 autora).
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por el otro. Mientras que para el primero la unidad del pueblo es originaria y sustancial, para el otro es representativa y simbólica. Los primeros buscan la unidad del pueblo como nación, la cual ha sido traicionada por una parte del pueblo, el antipueblo. Los segundos consideran que esa unidad originaria es imaginaria y regulativa -en el sentido del objeto petit a lacaniano-, y buscan la unidad contingente y momentáneo que se constituye en una demanda capaz de vaciarse de significado adquiriendo así la representación universal de todas las demandas insatisfechas.
Sin embargo, en ambos casos, no se trata de unidad como identidad totalitarista, sino de la unidad en la diferencia a partir del momento en que las necesidades de los descartados pasan a ser equivalentes en un momento histórico, constituyendo un pueblo donde, en el conflicto, dos partes se disputan esa identidad resistiendo en sus particularidades sin ser absorbidas en una síntesis totalizadora -lo que Scannone llama lógica analectica. En el campo de lo política, la unidad de un pueblo es considerada por estas corrientes como contingente y abierta, es decir: posfundacional. En el campo de lo teológico, la unidad del Pueblo fiel de Dios, santo y pecador, tentado y misericordioso, supera el conflicto, el espacio y la parte, y sigue en el tiempo, caminando en la unidad del Espíritu Santo como historia de la salvación. Pero se trata del mismo pueblo.
La Teología del Pueblo emerge en ese contexto de diferencias conceptuales siendo también ella atravesada por ese debate, pero sostiene, además, que un pueblo no se equivoca. El problema, no está solo en saber quién juzga -como lo planteó Carl Schmitt-, sino en saber quién exhibe a la razón lo bueno como bello y verdadero -en el sentido del juicio estético kantiano. Hasta la Revolución Industrial, los teólogos ocupaban el lugar de la razón para el pueblo, luego lo ocupan los científicos, y en el s XXI la opinión pública replicada en los medios masivos de comunicación mediante categorizaciones algorítmicas aleatorias que exhiben la verdad sobre la que el pueblo juzga -en el sentido que lo explica Spadaro en su Ciber teología. Por ese motivo el Papa Francisco habla del poder de los medios de comunicación asociados al poder judicial en contra de los intereses genuinos del pueblo trabajador (Francisco, 4 de junio de 2019).
Cuando lo que se exhibe como bueno, bello y verdadero es el capital, el dinero adquiere la capacidad de representación universal desplazando a la representación política. Esa capacidad de representación universal del dinero lo sacraliza y, en consecuencia, legitima la corrupción, lo cual lleva a Francisco a decir que “corrupción” no es lo mismo que pecado. Mientras que el pecador es consciente del acto malo -es decir que se avergüenza, lo esconde, y trata de no repetirlo, aunque
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cae en la tentación-, el corrupto cree que su acto malo es bueno, se enorgullece de este, lo exhibe, y busca reconocimiento.11

3. Aportes de la Teología del Pueblo a la Iglesia del tercer milenio: la organización de un pueblo como Pueblo fiel de Dios.

Francisco habla de la “política como la forma más alta de caridad”.12 La Teología del Pueblo siempre reivindicó la participación política de los sectores trabajadores como modo eficaz para garantizar una vida digna. En la actualidad, los teólogos del pueblo -y no los historiadores de la Teología del Pueblo-, en continuidad con la “opción preferencial por los pobres” de la Teología de Liberación Latinoamericana, y con la noción de comunidad organizada proveniente de la herencia política popular argentina, interviene en lo político, no partidariamente, sino a favor de los más pobres, acompañando la organización popular para reclamar por necesidad y felicidad. Ellos son los curas villeros (slum priest) y los laicos, trabajando en la de pastoral social, o en la militancia política de los sindicatos y los movimientos populares.
La Teología del Pueblo no es una práctica religiosa intimista, ni tampoco una posición intelectual academicista -ambas criticadas por Francisco.13 Siempre fue “Iglesia en Salida” incomprendida por esa práctica teológica desde la incapacidad de reconocer la posibilidad de una teología constituida en, y a posteriori, del contacto inmediato con el pobre y los descartados. Por derecha se la acusa de no hacer uso de la mediación filosófica; por izquierda se la acusa de no hacer uso de la mediación sociológica. Sin embargo, la mediación que utiliza para la construcción su saber teológico es la cultura popular. Allí reconoce la inculturación del evangelio y por eso mismo atribuye a ese modo de conocimiento sapiencial el carácter de teologal -el sensus fidei del pueblo pobre. La explicación está en observar que los sectores descartas, cuando usan el lenguaje de la palabra repiten el discurso del amo o hegemónico, y si se quiere saber cuáles son sus necesidades y anhelos reales hay que aprender a leer su lenguaje simbólico que se manifiesta en la cultura popular: su música, sus rituales, su poesía, su fiesta, su pintura. Los teólogos del pueblo no
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11 Cf. D’AMBROSIO, R. “Redimere corruptie”, en: Rocco D'Ambrosio (ed), Corruption. Il malfare in un
 commune italiano, Molfetta: Edizioni la Meridiana, 2014, p. 71.

12 https://www.lastampa.it/vatican-insider/es/2013/04/02/news/el-papa-la-politica-es-la-forma-mas-alta-de-caridad-1.36100542
13 Cf. FRANCISCO, Gaudete et exultate, Roma, 2018.

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están en las bibliotecas solamente, también están entre el pueblo pobre trabajador descartado, “con un oído en el pueblo y otro en el evangelio”, como decía el recientemente Beato Mons. Angelelli. A partir de esa realidad, con los principios evangélicos como fundamento y en consonancia con el magisterio episcopal, pontificio y conciliar, recategorizan la realidad calamitosa y urgente de la que hablaba la Rerum Novarum, y habla Laudato Si.
La teología del Papa Francisco no se explica solamente mediante su biografía intelectual en sentido bibliográfico -es decir de autores leídos. Hay que buscar también las raíces de su pensamiento en el contacto con los pobres trabajadores en las villas miserias, en los sindicatos y en los movimientos sociales populares. Al igual que el resto de los teólogos del pueblo, Francisco reconoce en esa parte del pueblo, en su cultura, la semilla del verbo, hasta decir: “en tus ojos mi palabra”.14 Ese nosotros-pueblo ha cambiado su composición desde que lo pensaran Gera, Tello, Kusch y Cullen. Ya no son solo trabajadores explotados, sino trabajadores descartados, migrantes esclavizados, sectores medios empobrecidos, y jóvenes vulnerables a las organizaciones internacionales criminales. Por eso mismo, para pensar el aporte de la Teología del Pueblo se debe mirar también el trabajo de las nuevas generaciones de teólogos del pueblo como Gustavo Carrara, Pepe Di Paola o Nicolás Angelotti, sin olvidar al sistematizador y articulador generacional Juan Carlos Scannone.
El aporte de la actual Teología del Pueblo, representada por Francisco, consiste en iniciar una “conversión comunitaria” (LS 219), mediante la organización en los movimientos populares (Papa Francisco, 4 de junio 2019), cuyo fundamento teológico está en Laudato Si: la teología de la creación y su modelo antropológico trinitario. Pensar una transición ecológica, implica intervenir en los fundamentos culturales (LS 229, 238); allí se genera y sustenta tanto la falsa percepción de la realidad actual como justa, como también la falsa percepción de la lucha pastoral y política por la justicia como amenaza setentista y localista.

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 14 Cf. FRANCISCO, Prólogo, en: SPADARO, A. En tus ojos mi palabra. Ed, Vaticana: Roa, 2017.

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„Federatividad – descentralidad – sinodalidad. Centenario de la Fundación de la Federación Apostólica de Schoenstatt“ - Congreso dal 2 al 4 de octubre de 2019, Vallendar-Schoenstatt

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