EL ‘SINAÍ’ DE MEDELLÍN: LA CONFERENCIA DE 1968 COMO ‘NUEVO PENTECOSTÉS’ PARA LA IGLESIA LATINOAMERICANA1




LOS CLAMORES DE LOS POBRES Y DE LA TIERRA NOS INTERPELAN
50 AÑOS DE LA CONFERENCIA DE MEDELLÍN





EL ‘SINAÍ’ DE MEDELLÍN: LA CONFERENCIA DE 1968 COMO ‘NUEVO PENTECOSTÉS’ PARA LA IGLESIA LATINOAMERICANA1


Silvia Scatena*

1. la coyuntura del 68

En este artículo no me detendré a analizar los contenidos teológico-pastorales de la Conferencia de Medellín3, sobre los que se dispone de gran cantidad de contribuciones, estudios, reflexiones –una literatura muy nutrida y dispersa que se ha incrementado durante el año de su 50 aniversario–.

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1 Conferencia presentada en el III Congreso Continental de Teología, en Belo Hori- zonte, en San Salvador, el 31 de agosto de 2018, a propósito del acontecimiento de Medellín desde la perspectiva histórica. Este texto, traducido del italiano por Pablo Bonavía, cita mucha documentación conservada en diversos archivos privados y pú- blicos consultados en el curso de investigaciones a lo largo de varios años, que han sido publicadas sucesivamente en dos volúmenes monográficos: In populo pauperum. La Iglesia latinoamericana del Concilio a Medellín (1962-1968) y Taizé, una parábola de unidad. Historia de la comunidad desde los orígenes al concilio de los jóvenes. A tales volú- menes (Bologna 2018) remitimos, por tanto, para las referencias puntuales de los textos y archivos de las fuentes utilizadas.
* Historiadora italiana. Se formó en la Universidad de Pisa, en Roma 3, y en la Uni- versidad de Washington. Enseña historia contemporánea en la Universidad de Mó- dena y Reggio Emilia, y desde 1995 colabora con la Fundación para las Ciencias Religiosas de Bologna. Formó parte del equipo de redacción de la revista interna- cional Concilium y dirige actualmente la revista Cristianesimo nella storia. Se ha dedi- cado, en particular, a la historia del Concilio Vaticano II, a su recepción en América Latina y a la historia del ecumenismo.
2 La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que se realizó del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1968, en la ciudad de Medellín (Colombia), ha sido ampliamente conocida como la Conferencia de Medellín (nota de los editores).
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 Tampoco me detendré sobre el contexto histórico más general en el que fue celebrada esta asamblea, expresión sui generis del entrelazamiento entre la dimensión planetaria de un catolicismo posconciliar (cuyos diversos sujetos eclesiales asumen evidentemente como punto de referencia el Vaticano II) y una realidad regional con sus especificidades relativas y problemas propios.

Estamos ante una Conferencia que se sitúa, significativamente, en la coyuntura particular del 68: una coyuntura en la que la Iglesia católica cierra una fase caracterizada por la ilusión de que el aggiornamento conciliar podría realizarse sin contratiempos demasiado fuertes. Aquí apenas la evoco, porque pienso que hay que tenerla presente en una reflexión sobre Medellín y su magisterio, que está profundamente ‘entrelazado’ con el tiempo histórico en el que la Conferencia fue celebrada, y sobre el carácter de ‘divisor de aguas’ que ella asumió cuando ya a finales de 1968 cambia el horizonte global en que se situarán sus consecuencias.

Mi intención es más bien otra. Es la de ofrecer algunos puntos de reflexión y testimonios ‘en directo’ de diversos participantes de aquella asamblea, que puedan ayudar a entender cómo y por qué esa Conferencia representó en muchos aspectos una experiencia innovadora y original que, mirando retrospectivamente, ya no se repetirá ni siquiera en la trayectoria singular y colegial de la Iglesia latinoamericana. De igua forma, me interesa indagar cómo y por qué –en esta experiencia– se impuso en la memoria de muchos de los protagonistas la idea de una efusión palpable del ‘Espíritu de Pentecostés’, como diría más tarde el argentino Eduardo Pironio3.
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3 El cardenal Eduardo Pironio (1920-1998) imprimió a la Iglesia latinoamericana un hálito de revitalización en los años que siguieron al Concilio Vaticano II. Piro- nio, además, ejerció importantes liderazgos, primero como secretario general del CELAM (1968-1972), y luego como presidente del mismo CELAM, entre 1972 y 1974 (nota de los editores).
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Medellín fue el punto de llegada de una larga preparación que había encontrado su perno y su motor en la experiencia de ‘ejercicio colegial’ sistemáticamente promovida por un pequeño grupo de obispos convertidos a un trabajo en equipo en los años conciliares, gracias al impulso de un tándem episcopal de excepción: el de Hélder Câmara y Manuel Larraín4.

A la dynamis singular de aquella asamblea, contribuyó sin duda, de modo decisivo, el sencillo ejercicio colegial –para retomar una expresión de Marcos McGrath5– sistemáticamente promovido por la primera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano posconciliar6, con el objetivo de trasladar las grandes orientaciones del Vaticano II a la vida de las iglesias particulares y de la Iglesia de América Latina en su conjunto.

La peculiar experiencia sinodal vivida en Medellín no puede ser entendida si prescindimos del método, de los análisis, de los contenidos y de la solidaridad maduradas en los años inmediatamente precedentes a la Conferencia, en el seno del pequeño equipo de obispos (y con ellos algunos teólogos y sociólogos religiosos y sacerdotes) que se encontraba al frente del organismo continental del episcopado.

En este sentido pueden evocarse algunos encuentros organizados entre 1966 y 1968, por los departamentos especializados del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de entonces,
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  1. 4  Tanto el brasileño Hélder Câmara como el chileno Manuel Larraín protagonizaron sendos procesos de renovación posconciliar en los episcopados de sus países, pre- conizando la ‘opción por los pobres’ asumida por la Iglesia latinoamericana en el posconcilio (nota de los editores).
  2. 5  Marcos McGrath fue obispo de la diócesis panameña de Santiago de Veraguas. Jugó un papel decisivo en la configuración del CELAM, siendo su segundo secretario general entre 1965 y 1968, es decir, en tiempos del Concilio Vaticano II (nota de los editores).
  3. 6  Si bien es cierto que la primera Conferencia General del Episcopado Latinoameri- cano se realizó en Río de Janeiro (Brasil), en 1955, la de Medellín (1968) constitu- yó, de hecho, la primera que se celebró en el posconcilio (nota de los editores)
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que fungieron de ‘antenas’ e instrumento privilegiado de escucha e interpretación de las expectativas, los clamores y las instancias de cambio que atravesaban importante sectores de la Iglesia latinoamericana: el encuentro de Baños (Ecuador), en junio de 1966; la asamblea extraordinaria de Mar del Plata (Argentina), en octubre del mismo año, sobre el tema de la presencia de la Iglesia en el desarrollo y la integración del continente; el seminario de Buga (Colombia), en febrero de 1967, sobre el rol y la misión de las universidades católicas en América Latina; el encuentro de Melgar (también en Colombia), en abril de 1968, sobre la pastoral misionera; last but not least, el encuentro de Salvador de Bahía (Brasil), organizado en mayo del mismo año, por el Departamento de Acción Social del CELAM, para hacer un balance de las conclusiones de Mar del Plata, poco más de un año después de la Populorum Progressio.

Si esta peculiar experiencia colegial –como decía antes– resultó esencial para la lenta maduración de un consenso general sobre algunas orientaciones generales de la Conferencia de 1968, también lo fue para la efectiva autoridad asumida por Medellín, más allá del frágil valor canónico de sus conclusiones, dado su valor simbólico como momento de unidad eclesial latinoamericana y la lectura de esa experiencia como auténtico ‘Pentecostés’ para la Iglesia latinoamericana.

A esta lectura, propuesta también en la presentación del texto oficial de las conclusiones de la asamblea, publicado después del nu lla osta de la Santa Sede, contribuyeron también otros dos factores:

- Una mecánica de trabajo que permitió trabajar juntos, en un clima de gran libertad que luego no se repitió, a todos los participantes de la Conferencia: obispos, religiosos, laicos, hombres, mujeres y representantes de otras iglesias cristianas.


- Una liturgia cotidiana –como se puede captar en la introducción a la guía de las celebraciones litúrgicas– pensada por los liturgistas del Instituto de Liturgia Pastoral de Medellín (ILP), como elemento verdaderamente integrador de la asamblea. Una liturgia que muchos de los presentes en el seminario de la ciudad antioqueña identificaron como el ver- dadero nervio espiritual de la Conferencia, por el rol estructurador que tuvo en el desarrollo de los trabajos sinodales.

Se trata de dos elementos a los que la abundantísima literatura sobre la Conferencia ha prestado escasa atención, pero que a mi entender resultan esenciales para comprender la configuración de los contenidos y las opciones características de Medellín que luego hicieron de aquella asamblea un ‘divisor de aguas’ –como ya mencioné– que efectivamente significó un antes y un después en la historia de las iglesias latinoamericanas.

Es sobre estos dos elementos que quisiera detenerme ahora, recorriendo el desarrollo cotidiano de las dos semanas que duró la Conferencia, y utilizando o dejando hablar, en lo posible, algunas fuentes escritas, publicadas o no, de aquellos días de hace 50 años: 
la documentación del CELAM –en particular, la guía para las celebraciones litúrgicas cotidianas y algunas homilías–; algunas crónicas de aquellas dos semanas, como las enviadas a Criterio por el argentino Mejía, entonces secretario ejecutivo del nuevo Departamento para el Ecumenismo del mismo CELAM, o la de la hermana brasileña Irany Bastos; algunas cartas como las escritas por Hélder Câmara a su familia mecejanense, recientemente publicadas en Brasil en el cuarto volumen de sus circulares, o también las dirigidas a Roger Schutz por el hermano de Taizé Robert Giscard, uno de los once observadores no católicos presentes en Medellín; algunas anotaciones diarias como las de Leonidas Proaño o de Ramón Bogarín; last but not least algunas páginas de un diario personal del obispo colombiano de Buenaventura, Gerardo Valencia Cano, ‘místico’ presidente del Departamento para las Misiones que cada día anotaba en un cuaderno sus propias oraciones y meditaciones en forma de un coloquio con Dios.



2. “aquí estamos


Tanto para la mecánica de trabajo, minuciosamente estudiada por el marianista español Cecilio de Lora, uno de los principales articuladores de la Conferencia, como para el desarrollo de una liturgia cotidiana concebida como una pieza única al servicio de la rea- lidad latinoamericana, la ubicación de la asamblea en el Seminario Mayor de Medellín, no fue un elemento secundario.

Se trataba de una gran construcción aislada, situada sobre una altura a algunos kilómetros de la ciudad, y rodeada por un enorme bosque. Una infraestructura privilegiadísima, según las palabras de Hélder Câmara, quien se sentía algo molesto con tanta comodidad y decía: “Aquí estamos [...] hospedados todos en el seminario de Medellín que dispone de 300 cuartos [...], todos con baños individuales [...] ¿qué fuerza moral podemos tener para hablar de reforma agraria o reforma urbana? [...]”.

Pero también era una condición ideal para el recogimiento y la concentración. Así como también una defensa ante el asedio de los medios de comunicación, que tenían un servicio de teléfono y fax a más de 5 km de distancia y debían conformarse con las noticias que les proporcionaba la oficina de prensa instalada por los organizadores.

Fue en el aislamiento del Seminario Mayor de Medellín (“hay un clima de retiro forzado y vigilado”, escribiría al hermano Roger, en los primeros días de la Conferencia, el hermano de Taizé Robert Guiscard) que a lo largo de dos semanas unos 250 participantes en la asamblea, entre cardenales, obispos, observadores, religiosos y laicos hombres y mujeres, compartirían todo, el trabajo, la mesa y la liturgia: ninguna Conferencia de la Iglesia hubiera podido ser así hace cinco años, anotaría Mejía el 28 de agosto, en una crónica para Criterio, en la cual subrayaba, en particular, el rol esencial de la liturgia para crear un clima de fraternidad:


La mayoría concelebran, no todos por desgracia, un laico lee la epístola, se canta bien y muchos comulgan bajo las dos especies, se usan los nuevos cánones, se da la paz a todos, se ora de veras y nos transformamos. El Instituto de Liturgia del CELAM, responsable de esta obra de arte del culto, demuestra lo que vale y hace una catequesis con los hechos.

Para algunos obispos los primeros días de la Conferencia fueron la ocasión de encontrar nuevas solidaridades y salir de una situación de aislamiento al interior de sus respectivas conferencias episcopales, cómo era el caso de Valencia Cano, que el 28 de agosto anotaba en su diario que se sentía todavía “en una situación que me tiene en la cárcel o en el desierto con tantos hermanos”, y del mismo Leonidas Proaño, al cual los obispos del Ecuador le habían hecho “una mala propaganda”, como anotó en su cuaderno el 22 de agosto, primer día de la visita de Pablo VI a Bogotá, para el Congreso Eucarístico, y de la apertura oficial de la Conferencia.

También para Proaño la experiencia de convivencia vivida en Medellín sería un ‘bálsamo’ importante, como bien se deduce de un eficaz informe de la Conferencia, escrito por él para los colaboradores de Riobamba, al volver de Colombia:

El hecho de vivir todos en la misma casa, de sentarse a comer un mismo pan, de aglomerarse alrededor de la misma cafetería en los momentos de descanso para sorber unos bocados del famoso tinto colombiano, contribuyó desde el primer día a que todos me dieran la fraternidad ya iniciada en otras oportunidades. De la fraternidad se pasó rápidamente y profundamente a la comunión de

ideas, en las actitudes, en el Señor. [...] La comunidad de laudes en la mañana, de vísperas en la tarde, y, sobre todo, la concelebración de la Palabra y de la Eucaristía.

Al logro de una atmósfera considerada casi unánimemente como simple y fraterna –dato que para nada podía darse por descontado considerando la gran diversidad de mentalidades y orientaciones pastorales que caracterizaba al encuentro episcopal en Medellín y la difusa insistencia de los medios de comunicación sobre fuertes polarizaciones dentro de la asamblea–, así como al logro de un clima adecuado a la reflexión y al debate, contribuyó sin duda el hecho de que casi todos los obispos se conocieran ya, debido a la prolongada estadía que compartieron en Roma en los años del Concilio. A a lo cual debemos agregar que varios de ellos se encontraron muchas veces en las reuniones promovidas por el CELAM.

Pero también contribuyó el trabajo de ‘ambientación’ confiado a las ponencias de los relatores y a siete ‘espacios de reflexión’ presididos por los mismos autores de las relaciones con el apoyo de los peritos. El objetivo de esos momentos de reflexión no era llegar a conclusiones sino profundizar los temas expuestos e identificar algunas orientaciones e ideas clave, facilitando de tal manera el logro de una mentalidad común básica como anotaba todavía Proaño, quien agregaría luego en el recordado informe de la Conferencia lo siguiente:


¿Cómo llevar a hombres llegados de todas las latitudes de América Latina a centrar su atención seriamente en un tema de tanta trascendencia? ¿No venía cada cual con sus preocupaciones propias, con su propia manera de ver las cosas? Era preciso empezar dulcemente: sesión para mirar filminas a colores. Desde luego se trataba de filminas que, por los ojos, introducían una visión global de las realidades latinoamericanas: la explosión demográfica, las condiciones de trabajo, de la educación, de la vivienda, de la familia, de la Iglesia. Este conocimiento entraba también por los oídos, pues un sociólogo iba explicando brevemente el significado de cada filmina.


Sesión para dar a conocer con pormenores cómo los participantes iban a ocupar su tiempo durante dos semanas. Algunos discursos de saludos de delegaciones especiales que eran correspondidos con cariñosos aplausos. Así nació un ambiente propicio para la reflexión y el diálogo.

Ya no fue dificil pasar a una segunda etapa más seria. Los obispos encargados de las ponencias las fueron leyendo uno después de otro, por su orden, ante la Asamblea. Pero, luego de escuchar una ponencia, los participantes, divididos en siete grupos, bajo la presidencia de los ponentes, se organizaron en seminarios de profundización.

Los seminarios no pretendieron sacar conclusiones todavía ni llegar a compromiso alguno. Sin embargo, un secretario recogía por escrito los principales acuerdos que, al final debían distribuirse, mimeografiados, entre todos. Además, fueron designados para cada seminario dos expertos asesores. Esta etapa sirvió, como se vio claramente después, para la difusión y aceptación general de las ideas claves.

La decisión de reservar bastante tiempo al conocimiento recíproco y a una libre discusión sobre las temáticas de la asamblea, sin la preocupación de impedir la expresión de tendencias divergentes ni la de llegar rápidamente a resultados textuales, permitiría superar en poco tiempo muchos prejuicios y el difuso escepticismo de quienes habían llegado a Medellín sin particulares expectativas.

“CELAM ¿qué haces? ¿Un encuentro más?”, había escrito alguno irónicamente sobre el pizarrón de una de las aulas del seminario, como recordaba Proaño en el informe acerca de la Conferencia. 
Por otra parte surge de diversos testimonios de los participantes que muchos de ellos, desde religiosos de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) hasta varios peritos, se habían enterado de que tomarían parte de la asamblea apenas unos días antes de su inauguración y no siempre habían podido leer atentamente el Documento de trabajo.


Sólo poco a poco, en el desarrollo concreto de la Conferencia, se comenzó, al menos en muchos casos, a tener una visión más continental de los problemas y a percibir en forma más o menos consciente hasta dónde la transformación conciliar había influido en la conciencia colectiva. Anotaba Hélder Câmara, al final de una carta circular escrita la noche entre el 28 y el 29 de agosto, que “la Conferencia con la gracia de Dios nos va a hacer bien a todos, nos obliga a estudiar, aproxima a hermanos de corrientes distintas, mezcla a obispos con técnicos, eclesiásticos y laicos; ¡reaviva el Concilio!”.

Los trabajos de la Conferencia comenzaron efectivamente en la mañana del 27 de agosto, luego de la celebración comunitaria de las laudes. El tema central de la liturgia del día era, significativa- mente, la Iglesia como luz para las naciones: la Iglesia como comu- nidad de fe en Cristo y signo de esta misma fe ante los hombres del continente. La lectura matutina elegida era el relato del nacimien- to de Moisés, que debía ofrecer el punto de partida para presentar la situación de los pueblos latinoamericanos como una situación de éxodo, signo sin embargo, como en el tiempo de Moisés, de una voluntad salvífica permanente de parte de Dios. Aunque las condi- ciones del continente aparecían como trágicas, la memoria del res- cate de Moisés de las aguas representaba, de hecho, una invitación a volver a tomar conciencia del designio de salvación.
El paralelismo resultaba muy propicio en una jornada que se abrió con un taller, fuera de programa, a cargo del padre Alfonso Gregory del CERIS7 de Río de Janeiro, que presentó una especie de sociografía del continente, poniendo en evidencia el carácter trágico de la situación social de América Latina, y prosiguió luego
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7 Sigla del Centro de Estadística Religiosa e Investigaciones Sociales (nota de los editores).
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con la primera de las siete ponencias introductorias –confiada a McGrath–, sobre los ‘signos de los tiempos’ en el continente. El contexto inducía a pedir comunitariamente en la liturgia que la Palabra de Dios condujera al reconocimiento de lo que la fe im- plicaba en este momento crucial.

El 28 de agosto, memoria litúrgica de san Agustín, el hilo con- ductor de la liturgia del día sería, en cambio, el de la salvación integral. La liturgia debía canalizar sobre todo la reflexión en torno al tema de la casa y el Reino de Dios y acerca de la salvación. El Cristo Salvador anunciado a los pastores en la noche de Belén –el texto del Evangelio de la misa correspondía a Lucas 2,8-14– era el hijo de David que construía verdaderamente el Reino de Dios, su verdadera casa, prefigurada en la profecía de Natan de 2 Sam 7,12-16, leída por la mañana en el oficio de laudes.

Era entonces Cristo, el Hijo de Dios ungido rey para siempre, el verdadero templo en el cual Dios mismo había habitado entre los hombres, en medio de su pueblo. Como se leía en la pauta para la reflexión matutina, Dios quería entonces vivir en el hombre, y ser amado y servido en el hermano, sobre todo en aquel hermano pobre.

Pero si cada hombre era casa de Dios, el trabajo pastoral debía entonces consistir esencialmente en el esfuerzo de edificar progresivamente esta morada, anunciando la gran noticia del Reino de Dios. En esta perspectiva, trabajar por el progreso humano inte- gral, por la promoción humana, significaba entonces también tra- bajar por el Reino, un Reino que no es de este mundo pero que, sin embargo, se da en el mundo y debe construirse poco a poco.

No es posible verificar hasta qué punto las ideas planteadas en la liturgia fueron efectivamente retomadas y desarrolladas en las homilías –ese día la concelebración eucarística de la tarde fue presidida por el administrador apostólico de Bogotá, Aníbal Muñoz Duque–. Sin embargo no pocas de esas ideas resonaron, aunque en forma evidentemente distinta, en la ponencia matutina de Pironio: una relación teológicamente muy densa y rica en referencias bíblicas, en la que el nuevo secretario del CELAM se detuvo particularmente en la relación entre el Reino de Dios y el progreso humano, para subrayar cómo el primero era distinto del segundo pero estaba íntimamente entrelazado con él.


También en otro punto se registró una cierta coincidencia entre la guía para la liturgia del día y la reflexión desarrollada por Pironio: el tema de los pobres –preferidos de Dios y que en su Reino tienen la precedencia– sobre el consiguiente y necesario testimonio de pobreza por parte de la Iglesia, no por razones de orden sociológico o sólo por solidaridad con los pueblos del continente, sino por una esencial fidelidad al Evangelio anunciado a los pastores de Belén y a la lógica de la kénosis del Cristo.

De igual forma, la liturgia del día siguiente, el 29 de agosto, memoria del martirio de Juan Bautista, y centrada sobre la figura del precursor y del orden nuevo instaurado por Cristo, estuvo estrechamente conectada con el desarrollo de la trabajos. La figura y sobre todo la trayectoria del Bautista, modelo para quienes están llamados a anunciar y preparar un ‘orden nuevo integral’, ponía de manifiesto especialmente toda la distancia que hay entre la debilidad y la dificultad del precursor –y de cualquier auténtico apóstol– y, por otra parte, la fuerza de una Palabra que actúa muchas veces secreta pero eficazmente.

La propuesta para la oración de las celebraciones litúrgicas fue entonces el pedir la audacia necesaria para el anuncio, la osadía propia de los profetas sobre la que insistía la monición introductoria de la liturgia eucarística: una liturgia que presentaba la figura del profeta Jeremías con temor de predicar pero fortalecido por Dios, y el silencio de Juan obtenido solamente con la muerte querida por los poderosos de aquel tiempo, porque la figura del precursor era incómoda y porque inevitablemente el compromiso por ‘un nuevo orden’ exige renuncias y sacrificios. Su silencio – se leía también en la pauta litúrgica preparada por el ILP para la homilía (aquel día celebrada por el venezolano Roa Pérez)– había sido, de este modo, su palabra suprema, que resonaba aún, haciendo suyo el drama de todo profeta.


Siempre de acuerdo con esta pauta, la asamblea debía entonces preguntarse sobre las exigencias del propio ministerio profético ante la situación de América Latina. Se sugería luego, a través de la oración de los fieles, rezar por todos los pastores para que fueran capaces de anunciar el Evangelio de Jesucristo con firmeza y vigor, con la audacia que propuso Proaño en la ponencia del día séptimo y como último de la Conferencia, cuando indicó que era necesaria “para afrontar al Goliat del subdesarrollo, consciente o inconscientemente mantenido por los dominadores de este mundo, extranjeros o nacionales”.

3. El ‘Sinaíde Medellín


Una vez concluida la etapa de ambientación, el 30 de agosto, al inicio de la segunda parte de los trabajos de la asamblea, fue también la liturgia la que articuló una fase de reflexión y las decisiones más exigentes en las comisiones pastorales. Nueve comisiones, algunas de las cuales fueron divididas, a su vez, en subcomisiones, que de hecho trabajaron como grupos autónomos repartidos en tres grandes áreas pastorales: la de la promoción humana, la de la evangelización y la de la Iglesia visible y sus estructuras.

Ese día la liturgia eucarística, que se celebró en la mañana para dejar algunas horas libres por la tarde (antes de la celebración pública de la Palabra en el estadio de la ciudad), recordaba a Santa Rosa de Lima, patrona de América. Ese viernes, tanto las laudes como la misa fueron presididas por el cardenal de Lima, Juan Landázuri Ricketts, quien para la preparación de la homilía había pedido ayuda a Gustavo Gutiérrez.


El hilo conductor de la jornada era, en concreto, el tema de la Iglesia creadora de un mundo nuevo. El tema de lo nuevo en la Biblia y de la progresiva afirmación de una nueva realidad, a través del compromiso y el esfuerzo de los cristianos que, con la ofrenda a Dios de su trabajo, se asocian a la obra redentora de Cristo. Las lecturas propuestas por el ILP para las laudes eran el anuncio de la felicidad mesiánica (Is 65, 15.25), y para la misa eran los pasajes paulinos sobre el primado de Cristo en la carta a los colosenses y la respuesta de Jesús a los discípulos de Juan Bautista. Este, a la luz de la imagen del siervo sufriente de Yahvé, presentaba su obra como portadora de dones típicamente mesianicos e indicaba la verdadera naturaleza de su misión: un servicio a Dios mediante la proclamación del Evangelio y un servicio al hombre mediante la realización de los milagros (Lc7,21-23).

La Iglesia –se leía en la pauta para la homilía y luego en el rezo sobre las ofrendas inspiradas en la oración eucarística de san Basilio– debía ser fermento de una nueva y definitiva creación, una anticipación y proyección en el mundo de esa nueva creación. Prolongación de la encarnación salvífica, ella tenía la responsabilidad de ‘fermentar’ este mundo, ayudarlo a transformarse en lo que Dios esperaba de él, siguiendo el ejemplo de Cristo que sanando y liberando a los prisioneros había abierto un mundo nuevo llevando a la creación a su pureza originaria.

Todos estos puntos fueron retomados y desarrollados amplia- mente en la homilía del cardenal de Lima, un texto muy fecundo que luego le pidieron que retomara para el discurso conclusivo de la asamblea. La homilía –en este caso afortunadamente conservada– se abrió en particular con la acentuación de la importancia de la liturgia eucarística en los días de la Conferencia: ella representaba no sólo el momento “más hermoso sino también el fundamento y el complemento de nuestro trabajo de reflexión y estudio sobre los problemas pastorales de América Latina”.


A partir de esta observación se desarrollaba luego una compa- ración entre el seminario de Medellín, aislado en una altura, y el monte Sinaí, ambos lugares de escucha de la Palabra y también de una estadía provisoria: como Moisés era esperado por su pueblo, también los pastores reunidos en la asamblea general eran espera- dos por los pueblos del continente y por sus iglesias y tenían por tanto la grave responsabilidad de descender al valle con “decisión y coraje”. Lugar de escucha, el seminario de Medellín, en el que se desarrollaba la Conferencia, era también un lugar de alegría y de fraternidad, era también un Tabor donde se respiraba un “clima eucarístico, de compromiso y de amor”.

Luego de esta doble comparación, Landázuri Ricketts entró más directamente a comentar las lecturas, deteniéndose ante todo en el anuncio a los pobres de la buena noticia evangélica sugerido por el fragmento de Lucas: la liberación de los prisioneros y la redención de los pobres eran un signo de la cercanía del Señor. Esta constatación, subrayó, conducía al corazón del proceso histórico del continente latinoamericano que, guiado por el Espíritu, se encontraba nuevamente como en el tiempo de Rosa de Lima, en “un momento providencial” luego de un largo tiempo de espera y de preparación.

En los grandes problemas que estaban viviendo los pueblos de América Latina parecían abrirse nuevas posibilidades, una nueva oportunidad de encuentro con el Señor, un nuevo camino para la pastoral. Interpelados por la honda “miseria de nuestros pueblos”, los pastores debían estar a la altura de la hora, no buscando resolver los problemas con soluciones aparentes, sino comenzando a trabajar efectivamente por la realización de un “orden nuevo” identificado –según la expresión del número 20 de Populorum Progressio– con el pasaje de cada uno y de todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas.


Y luego el primado peruano proseguía diciendo que, en la medida en que como pastores se tuviera la lucidez de interpretar la actual crisis de América Latina, se viviría plenamente nuestra colegialidad dando al mundo una fe renovada y dinámica. Volvió al final sobre el tema de la novedad y de la audacia, trazo distintivo del Cristo, capaz de la audacia de la cruz y de la Eucaristía, Landázuri Ricketts invitó a todos los presentes a ser “dóciles al soplo del Espíritu que renueva la faz de la tierra”, así como santamente audaces en la reflexión y las conclusiones pastorales, precisamente para colaborar con Cristo en la creación de un mundo nuevo.

Fue inmediatamente después de esta liturgia eucarística que se formaron, como ya dijimos, las comisiones pastorales de trabajo. A diferencia de los grupos de reflexión más espontáneos de los primeros días, se trataba ahora de comisiones estructuradas con un presidente nombrado por la presidencia de la Conferencia pero para cuya composición se dejó una notable libertad. Los participantes podían indicar un tema de preferencia que luego, en general, la secretaría logró tener en cuenta, con la única excepción de la comisión que debía ocuparse de los problemas demo- gráficos y de la familia, en la que pocos querían trabajar luego de la reciente Humanae Vitae.

La elección de los presidentes, que debía considerar una cierta representatividad geográfica, fue evidentemente bastante estratégica. La mitad de las comisiones fueron presididas por obispos del CELAM, entre estos Araujo Sales, Bogarín, McGrath, Botero Salazar, Dammert Bellido. Para otras comisiones la elección cayó sobre obispos con sintonías diversas en relación a las orientaciones de los organizadores de la Conferencia. Fue este en particular el caso de Carlos Parteli, arzobispo coadjutor de Montevideo, quien desarrolló un rol fundamental en la comisión para la paz, en la que trabajó junto a Câmara, Gutiérrez, el jesuita Pierre Bigó, y José Gremillon, del Pontificio Consejo Justicia y Paz.


La distribución oficial de los peritos fue, por otra parte, bas- tante indicativa, aún sin tener en cuenta el trabajo también nocturno de muchos de ellos en grupos más pequeños y transversales. Fue este en particular el caso de Gutiérrez, quien dio una contri- bución fundamental en la elaboración del texto sobre la pobreza, aún trabajando oficialmente en la comisión sobre la paz.

Tanto entre los peritos como entre los obispos hubo, además, algunas colaboraciones nacionales, como sucedió sobre todo entre los brasileros que en muchos casos recurrieron, por ejemplo, al consejo del joven obispo de Santo Angelo, Aloisio Lorscheider, miembro de la comisión teológica de la CNBB8.

Por otra parte, aún en su fragmentariedad, los testimonios orales y escritos sobre el trabajo de las diversas comisiones dan cuenta unánimemente de un clima de intensa participación. A di- ferencia de lo que sucedió en análogas experiencias posteriores9, todos, obispos, laicos, observadores, participaron sustancialmente en todo y fueron involucrados en la discusión y en la elaboración de los textos. “Yo estoy en la comisión que trata de la pobreza en la Iglesia y trabajo activamente”, escribió por ejemplo el observador de Taizé, en una carta a Schutz que data del 31 de agosto.

En los debates se trabajó en un clima de gran libertad, de “des- organización constructiva” y de “sistemática espontaneidad”, co- mo subrayaron con insistencia Marina Bandeira y Julio Munaro en algunos testimonios brindados hace años, habiendo estado com- prometidos respectivamente en las comisiones sobre educación y sobre el tema de los laicos. Un clima que muchos protagonistas luego identificaron como el verdadero “secreto” de una experien- cia que no se iba a repetir. “Haz que todos comprendamos que nuestra fuerza está en nuestra unión contigo, y que de ti proviene como fuente única, la gracia de nuestra cohesión”, escribía el 30
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  1. 8  Sigla de la Conferencia Nacional dos Bispos do Brasil (nota de los editores).
  2. 9  La referencia es evidentemente a las conferencias de Puebla y Santo Domingo
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  1. de agosto en su diario Gerardo Valencia Cano, quien al día si- guiente rezaba todavía diciendo:

  2. No permitas que por buscarte y mirarte en mi prójimo po- bre pequeño enfermo deje de amarte en los sucesores de Pedro y los apóstoles que tú dejaste como fundamento de tu Iglesia. Enséñame a dar a cada cual el tributo que merece, la gracia que en él depositaste: al doctor tributo de doctor, al profeta su equivalente y así a todos. Dame Señor, si te parece, el don de descubrirte descubriste en cada cual como has llegado a él.
    A través de diferentes dinámicas, el trabajo de las comisiones logró comprometer a los participantes de la Conferencia los días 30 y 31 de agosto, para luego ser interrumpido al día siguiente, un domingo, reservado para la visita a las parroquias de la ciudad que los obispos y peritos se distribuyeron con la finalidad de encontrarse con grupos y comunidades.
    Sobre estos encuentros, de denso significado pastoral, no hay disponibles muchas fuentes, salvo una breve anotación en el diario de Bogarín, quien fue a una parroquia periférica de la ciudad donde celebró la misa y cenó con el párroco, con quien tuvo un intercambio acerca del clero colombiano, y por una referencia de Câmara en una carta circular, donde afirmaba haber quedado tonto con tantas invitaciones que tuvo: “el arzobispo de aquí, mi amigo monseñor Tulio Botero Salazar, eligió por mí: la mañana será pasada si Dios quiere (inclusive la santa misa) en la sede de la JOC y la JUC”10.


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  4. 10 La sigla JOC se refiere a la Juventud Obrera Católica, mientras que JUC corres- ponde a la Juventud Universitaria Católica (nota de los editores).

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  6.  También los observadores fueron a algunas parroquias de la ciudad antioqueña. Robert Giscard, de Taizé, escribía con entu- siasmo el 3 de septiembre:

  7. Hace dos días, el domingo, fui a una parroquia pobre de Medellín. Cada obispo deseoso de celebrar en una de las numerosas parroquias de esta ciudad podría inscribirse previamente. Yo tam- bién lo había hecho, de tal modo que me uní a un obispo de Hondu- ras, catalán de origen, muy simpático.
  8. Fuimos juntos a un barrio de casas en ruinas, que ya ni si- quiera son ranchos, ahí en esa parroquia un sacerdote activo y bri- llante ha sabido verdaderamente realizar la plena promoción humana y espiritual con la ayuda de una pequeña fraternidad de benedictinas americanas, viviendo muy simplemente; y más tarde con la ayuda de un grupo de laicos, los primeros formados por ese sacerdote, que tienen un celo apostólico impresionante.
    La misa fue muy comunitaria. Yo estaba con un alba rodea- do de una simpática rueda de niños, con muchachos de todos los colores con los ojos brillantes. En fin, esa amistad que yo deseaba y que me llegaba como un sacramento de la presencia Cristo a través de esos niños.
    4. los 16 textos y las Primeras votaciones
    Luego de la pausa dominical el clima de gran libertad que había caracterizado los trabajos dentro de las comisiones se prolongó en la asamblea plenaria, en la que se presentaron los primeros resultados del debate en los grupos.
    En la tarde del 1o de septiembre, y al día siguiente, los relato- res dieron lectura a los primeros Informes, o sea a las síntesis escritas elaboradas a partir de las reflexiones y debates desarrollados dentro de cada una de las comisiones. Se trató de una primera exposición de los temas tratados, para lo cual no estaba prevista ninguna votación sino solamente una libre evaluación de conjunto por parte de la asamblea.

  9. La presentación de estos primeros textos y el debate que siguió constituyeron un momento importante para la autopercepción de la asamblea. 
  10. El Documento de trabajo había sido rápidamente dejado de lado y los textos en borrador habían sido redactados en poquísimo tiempo y no sin tensiones. En algunas comisiones resultaron elaborados totalmente de nuevo, dando la pauta de la voluntad de la mayoría de los participantes de imprimir a la Conferencia lo que el diario El Tiempo11 definió el 3 de septiembre como la clara fisonomía de una Iglesia en camino audaz hacia su renovación. “En Medellín todo va magníficamente. La línea de avanzada en punta. No faltan ‘francotiradores’”, escribía el mismo 3 de septiembre el obispo de San Juan Bautista de las Misiones, Bogarín, presidente de la comisión de juventud, a algunos de sus colaboradores.

  11. Los contenidos que iban tomando forma en las comisiones –sobre los que evidentemente no podemos detenernos en es- te espacio– no dejaron de cristalizar también las líneas de tensión que, como es sabido, habían caracterizado la preparación de la Conferencia.
    Gutiérrez, en un largo testimonio del año 2003, me recordó en este sentido cómo algún obispo insatisfecho con el desarrollo de los trabajos buscó ponerse en contacto con la Santa Sede para presentar sus propios temores ante el contenido demasiado avanzado de algunos Informes; otros evitaron ‘movilizarse’ con- fiando más bien en la posterior revisión del Documento final por parte de Roma.
    El área de disenso explícito en el conjunto de orientaciones emergentes en la asamblea quedó, de todos modos, reducida y bastante circunscripta a determinados sectores del episcopado


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  13.  11 Históricamente El Tiempo ha sido uno de los periódicos de mayor circulación en Colombia (nota de los editores).
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  15.  colombiano. Un grupo no claramente identificado de obispos, entre los cuales se encontraba el administrador apostólico de Bo- gotá, entregó en particular a la presidencia un largo escrito no firmado que se presentaba esencialmente como una especie de réplica al Documento de trabajo de la Conferencia.

  16. El ‘contradocumento’ colombiano, como fue definido, pro- vocó vivaces reacciones en la asamblea. Algunos, como Bogarín, lo vieron como un abuso y solicitaron un rechazo formal. Otros, como los colombianos Botero Salazar y Valencia Cano, expresa- ron todo su malestar subrayando que no habían sido nunca con- sultados ni puestos al corriente de ese escrito. En este como en otros momentos fue muy importante la habilidad diplomática del presidente del CELAM, Brandão Vilela, quien dijo que estaba dis- puesto a distribuir el texto en la asamblea si sus autores lo hubieran firmado, cosa que no sucedió y por eso resolvió dejar de lado el mismo.
    A pesar de que persistían reducidas zonas de resistencia, los primeros resultados del trabajo de las comisiones fueron recibidos con sorpresa y satisfacción por parte de la mayoría de los participantes, que comenzaron a percibir la fecundidad de los debates de la primera semana en torno a las ponencias introductorias y el ‘valor agregado’ de trabajar juntos, algo que muchos no veían como probable.
    Ante la variedad y la riqueza de los Informes, los organizadores de la Conferencia volvieron a poner en discusión la idea original de hacer un único Documento final. No sólo por la presión del tiempo sino, sobre todo, por el temor de que una síntesis de los diversos textos con la previsible yuxtaposición de frases y pasajes, podía diluir los contenidos más originales e innovadores de algunos de ellos. Es así que el 3 de septiembre Pironio propuso a la asamblea, con éxito, optar por un Documento final constituido por el conjunto de los 16 textos, tal como emergieran del trabajo de las comisiones, presentados separadamente y votados en plenaria, para luego revisarlos a la luz de las propuestas de modificación que surgieran en las primeras votaciones.

  17. Aún mientras se trabajaba en un Mensaje final a los pueblos de América Latina en el que se haría una síntesis de los puntos sobre- salientes que emergieran de la Conferencia –sin saber cuándo y con qué filtros los textos de Medellín serían luego divulgados– y, sobre todo, antes de conocer cómo sería una introducción a los documentos finales que enunciaría la orientación de conjunto de la asamblea, leyendo la historia social y política del continente como historia de la salvación –y por tanto su método de aproxi- mación al texto histórico–, la opción elegida fue la de concluir con un documento que contuviese cada uno de los 16 informes en forma íntegra.
    A partir de ese momento se retomó el trabajo por parte de las comisiones, que se dedicaron a revisar los textos trabajando a un ritmo intenso, en un clima de gran responsabilidad, para lo cual siguió siendo importante el acompañamiento de la liturgia coti- diana, una liturgia que, más de una vez, se detuvo en particular sobre la responsabilidad de los pastores como colaboradores del misterio de la salvación. Este fue en particular el tema central de la liturgia del 2 y del 3 de septiembre.
    La liturgia del 3 de septiembre, en particular, invitó explícita- mente a los participantes de la Conferencia a situar la experiencia que se estaba viviendo en la matriz de la gran tradición conciliar de la Iglesia, desde el Concilio de Jerusalén hasta el Vaticano II. Como se leía en la guía litúrgica de ese día, el objetivo primario de la asamblea era verificar la fidelidad personal y comunitaria al Evangelio y a la persona de Cristo, identificando las decisiones y actitudes que podían guiar a la Iglesia del continente según su ver- dad, ya que quien era consagrada en la verdad era precisamente la Iglesia, cada vez que ella se reunía en el nombre de Cristo para tomar decisiones.

  18. La introducción a la liturgia del día subrayaba que, tal como había sucedido en Jerusalén y en el último Concilio, de la misma manera estaba sucediendo en cierta forma en la misma asamblea de Medellín, que quería recuperar del Vaticano II su capacidad para discernir en medio del debate y el diálogo intraeclesial los instrumentos privilegiados para profundizar en cada momento la actualidad salvífica de la Palabra de Dios.
    El 3 de setiembre fue un día de intensa evocación conciliar, también por el carácter ecuménico que tuvo la decisión de sustituir la celebración matutina de las laudes con una celebración ecuménica de la Palabra, culminando con la renovación de la pro- fesión de fe por parte de todos los presentes y con el intercambio de un abrazo fraterno luego de la lectura de la oración universal, con la invocación a la unidad por parte del hermano Robert de Taizé. Este había podido leer la mañana precedente un mensaje de Roger Shutz a la asamblea que tuvo un fuerte eco entre los participantes, al menos si nos atenemos al entusiasta relato hecho ‘en caliente’ por Robert al hermano Roger:
    Desde que se anunció el nombre de Taizé, antes de que yo siquiera hubiera subido la tribuna, explotaron los aplausos; al final tu mensaje fue saludado de la misma manera y monseñor Avelar Brandão te agradecía en términos muy tocantes. Muchos obispos, sacerdotes o laicos de la Conferencia vinieron a agradecerme y me compartie- ron su alegría por haber escuchado tu mensaje. Entre otros el mismo cardenal Samoré, que aparece poco pues generalmente permanece en su cuarto más que en la reunión de la asamblea. Él se acercó a mí durante una de las sesiones y, poniéndome la mano sobre él hombro, me dijo en voz baja un ¡‘gracias’! muy sentido.



  19.  5. el Momento más álgido de la conferencia

  20. El estudio de las propuestas de corrección y modificación, así co- mo del proyecto de Documento final, ocuparon la atención y la labor de las comisiones a lo largo del 3 y 4 de septiembre. Mientras tanto algunos obispos, como dijimos, trabajabaron en la elabo- ración de una introducción a las conclusiones y un mensaje a los pueblos de América Latina. Los textos fueron luego impresos durante la tarde del 4 de septiembre y, desde entonces, y a lo largo de todo el día siguiente, fueron presentados en plenaria por los relatores y sometidos a la primera votación.
    Se trató, evidentemente, de la etapa más crítica de la Conferencia también porque se acercaba la clausura de la misma. Según los testimonios de algunos protagonistas el clima no registró, sin embargo, particulares nerviosismos, y en general parece haber dominado la conciencia de que la Iglesia latinoamericana estaba llamada a dar un testimonio profético.
    Entre todas las exigencias planteadas por la necesaria renovación eclesial a favor de un efectivo servicio a los hombres del continente, la pobreza fue sin duda el tema central y el más afirmado a nivel transversal. La promoción de un auténtico espíritu de po- breza se presentará, en muchos casos, como la mejor síntesis de la reflexión global de la Conferencia sobre el significado que asumía para la Iglesia latinoamericana el ser sacramento de salvación en un contexto marcado por la miseria y la injusticia.
    La imagen del Cristo pobre y servidor de los hombres con la que concluía el texto sobre la pobreza, fue el hilo conductor de la liturgia del último día de la asamblea. La misma terminó, como se sabe, con la participación en la Eucaristía de cinco observadores no católicos todavía presentes en Medellín.
    Fue el momento más álgido de la Conferencia que marcó “el auge de nuestra conmoción”, como se lee en la página del 5 de septiembre del diario de la religiosa brasilera Irany Bastos. Fue efectivamente al término de la tour de force de los trabajos de las comisiones, antes de las últimas votaciones del Documento final y la clausura de la Conferencia que, en una celebración eucarística, ‘se consumó’–con la autorización de los observadores a participar de la comunión, por parte de la Presidencia– esa unidad que estuvo prácticamente ausente de las preocupaciones y los debates de la asamblea.
    Fue gracias a este compartir eucarístico –una experiencia in- olvidable en las palabras del pastor Kurtis Naylor, del National Council of the Churches of Christ– que la Conferencia, que había concluido sin un documento expresamente dedicado el tema del ecumenismo, hará posible una “experiencia de unidad” mayor y mejor que las logradas en las reuniones posteriores del episcopado latinoamericano. Una unidad que apareció como resultado del todo imprevisto y no preparado de la convivencia fraterna experi- mentada en esas dos semanas, del común esfuerzo de discernimiento de las propias responsabilidades en la construcción del Reino, de una actitud buscada e invocada de docilidad al Espíritu en el arriesgar las respuestas a las interpelaciones que la gravedad de los problemas del continente planteaban a las iglesias y a sus pastores.
    La cuestión de una participación en la comunión eucarística por parte de los observadores se había planteado, en realidad, des- de los primeros días de la asamblea, cuando dos de ellos –el obispo anglicano Benson Read y el pastor luterano alemán Manfred Kurt Bahamann– manifestaron a algunos miembros de la Conferencia su deseo de participar en la celebración de la Eucaristía.
    El secretario del Departamento para el Ecumenismo del CELAM, Jorge Mejía, había descorazonado, sin embargo, cualquier pedido o solicitud ulterior en este sentido. Lo que en los pri- meros días de la Conferencia había parecido impracticable y poco prudente, se transformó en cambio en algo posible en la vigilia de la clausura, luego de la experiencia de una acogida evangélica que  había permitido a los observadores presentes en Medellín la libre participación en los trabajos de la asamblea y por tanto una identificación personal con las decisiones de la misma.
    Así lo manifestaron, en un balance general de su presencia en la asamblea, los cinco observadores que participaron en la comunión eucarística del 5 de septiembre. El día anterior, 4 de septiembre, los cinco observadores que no habían dejado Colombia –Ba- hamann, Read, Giscar, Naylor y todavía la pastora Dana Green, de la sección continental de la National Council of Churches of Christ– reunidos para estudiar un texto común de gratitud por la acogida que se les reservó en Medellín, dirigieron una carta for- mal a la terna presidencial de la asamblea (Brandão Vilela, Landá- zuri Ricketts, y el prefecto de la Congregación para la Disciplina de los Sacramentos, el cardenal Samoré), para solicitar excepcionalmente la posibilidad de ser admitidos a la Eucaristía, luego de haber compartido varios días en plena comunión espiritual.
    El pedido –escrito esencialmente por Robert Giscard “inspira- do creo por el Espíritu Santo”, como escribió “en directo” a Schutz la tarde del 5 de septiembre– recordaba en particular el número 55 del Directorio ecuménico, según el cual, por motivos considera- dos suficientes, se admitía que un hermano separado fuera admi- tido a los sacramentos y se precisaban algunos casos de “necesida- des urgentes”.
    En Medellín, afirmaron los cinco observadores, la solicitud para participar en la Eucaristía fue motivada por la razón más ur- gente de la caridad que impulsaba a compartir el signo eficaz y seguro de la presencia de Cristo en persona. Como se sabe, en forma inesperada ante todo para los propios firmantes de la carta, la Presidencia acogió la solicitud de los cinco observadores con el consentimiento del cardenal Samoré y del ordinario de Medellín, Botero Salazar. La sorpresa fue grande para todos. En un cálido  relato dirigido a Schutz, el hermano Robert en la tarde misma del 5 de septiembre afirmaba:
    Yo vi a los tres presidentes, mientras estaban en la mesa principal sobre la tribuna, interesados en consultarse mutuamente de manera muy animada; yo suponía, no sin razón, que discutían acerca de nuestra solicitud. Pero todo estaba en las manos de Dios...
    A la salida, a eso de la una de la tarde, Mejía [...] muy emo- cionado nos conduce a los cinco a un rincón y nos dice “¡no lo puedo creer yo mismo! contra toda esperanza la Presidencia los autoriza a comulgar esta tarde y les pide solamente que lo hagan con discre- ción mezclándose con los fieles y no formando un grupo compacto”.
    Explosión de alegría para todos nosotros. [...] Mejía nos decía: “es increíble y yo no lo reconozco a Samoré, él ha cambiado completamente en unos pocos días”. Al final de la cena me crucé con el cardenal Samoré y me acerqué a él para agradecerle calu- rosamente; estaba muy emocionado y me apretaba las manos. “Sí, me dijo, simplemente háganlo con discreción”. “Entonces es mejor que yo hoy participe sin usar vestimentas litúrgicas... Sí, es eso”. Algunos segundos más tarde es monseñor Abelar Brandão que se me acerca y yo le repito mi agradecimiento. La misma emoción.
    Al día siguiente, el 6 de septiembre, en la jornada de clausura de la Conferencia, agregaba todavía en una carta al hermano Roger:
    A la salida de la misa hubo grandes manifestaciones muy tocantes de fraternidad y emoción por parte de los obispos, sacerdo- tes y laicos: grandes abrazos y lágrimas: dom Hélder Câmara, entre otros, y un obispos brasileño que conocía bien a los hermanos (no sé su nombre ni su diócesis, pero me dijo que vivía a 120 kilómetros de Recife), dijo que indudablemente este acontecimiento va a alentar a muchos obispos presentes ¡a imitar el ejemplo! El obispo brasilero (se trata de José María Pires) me lo decía: “ahora yo no dudaré más  en proponer la comunión a los hermanos cuando vengan a mí dióce- sis”. Anoche dormí poco, ¡tanta era mi alegría!
    El impacto de la decisión –que sería pronto llamada, inapropiadamente, la intercomunión de Medellín– fue claramente enorme: es evidente que este gesto compromete seriamente a la Santa Sede por la participación de monseñor Samoré, escribió Robert Giscard poco después de la finalización de la misa.
    Si antes muchos protestantes habían efectivamente participado en la comunión en las iglesias católicas y muchos católicos habían participado en la cena de las iglesias protestantes, eso siempre ha- bía sucedido sin permiso. En este caso, como notó el secretario general de la Federación Luterana Mundial, André Appel, cuya fuente era el pastor Bahmann, hubo, en cambio, un permiso ofi- cial autorizado y por lo tanto el episodio asumía una gran impor- tancia ecuménica. Nunca antes la Iglesia Católica Romana había autorizado oficialmente a observadores no católicos el participar en la comunión. Como muchas veces ha sucedido en la historia, también en la historia de la Iglesia –agregaba–, este acontecimiento no había sido planificado como tal.
    6. una exPeriencia Pentecostal
    La participación de los observadores en la eucaristía del 5 de septiembre, también por su carácter de inesperada, fue el momento en el que mejor se manifestó el espíritu de la Conferencia para muchos de los protagonistas. Un espíritu de fraternidad y colabo- ración al que hizo referencia también el Mensaje a los pueblos de Amé- rica Latina, leído inmediatamente antes de las votaciones finales.
    Preparado para no dar la impresión de que la asamblea terminaba en un vacío, el Mensaje pasó a un segundo plano por la inesperada autorización dada por Pablo VI de divulgar de inmediato el Documento final antes de ser revisado por Roma, según preveían  el reglamento y la costumbre. Aún posponiendo la edición oficial hasta la aprobación formal por parte de la Santa Sede, la autorización fue comunicada por Samoré durante la sesión dedicada a las últimas votaciones y fue saludada con un fuerte y prolongado aplauso por parte de la asamblea.
    Un momento marcante de Medellín –anotará al final de su crónica la religiosa Irany Bastos– fue cuando Pablo VI aprobó por teléfono la publicación de los resultados de la asamblea aún sin ha- ber visto los textos, porque confió en sus hermanos del episcopa- do latinoamericano. Caso único y no reiterado posteriormente, la autorización del Papa para divulgar inmediatamente el Documento final de la Conferencia fue acogida cálidamente por los representantes de la prensa, pero catalizó sobre todo el entusiasmo de los propios miembros de la asamblea.
    Al día siguiente de la Conferencia Mejía anotó en Criterio que la decisión fue saludada como el signo de una progresiva convergencia de movimientos y, a su vez, como expresión de un nuevo modelo de responsabilidad local en el seno de la Iglesia universal; una convergencia que se dio en el clima de una gran obediencia al Espíritu y que hizo leer la experiencia de aquellos días en el seminario de Medellín esencialmente en términos de una gracia.
    Se repitió el milagro del Concilio, como escribía el 6 de septiembre en una carta circular Hélder Câmara. Y ese mismo día Valencia Cano confiaba a su diario en forma de oración el sentido de profunda gratitud por la experiencia vivida en Medellín, que reforzaba aún más su compromiso de pobreza radical:
    Señor cómo te voy a agradecer tantos y tan grandes beneficios. Aquí me tienes hoy al final de esta importantísima asamblea. Cuán bueno has sido conmigo. Hoy nuevamente me consagro a ti con todas las fuerzas para seguirte pobre, desprendido de todo con  una cruz a cuestas hasta donde quieras, teniendo cada día un ánimo mayor de ser como tu hijo Jesús.
    La lectura de la Conferencia como una consecuencia del influjo activo del Espíritu fue seguramente la característica dominante de su clausura, y se repitió en varias de las intervenciones llevadas a cabo en el acto de clausura.
    En su discurso de clausura el presidente del CELAM habló expresamente de una ‘experiencia pentecostal’ para la cual ha- bía sido esencial la conciencia de las expectativas de innumerables grupos humanos y la convivencia fraterna entre todos los presentes y con Dios en el misterio inefable de la liturgia.
    También el presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana, Márquez, a quien se solicitó un discurso conclusivo en nombre de todos los participantes de la asamblea, hablo de días de Pentecostés, motivo luego retomado en forma bastante más fuerte y ar- ticulada en el discurso final de Landázuri Ricketts, la intervención quizá más densa de toda la Conferencia, en cuya elaboración el cardenal de Lima recurrió nuevamente al apoyo de Gustavo Gutiérrez
    Al culminar las tareas, el primado de la Iglesia peruana y co-presidente de la asamblea invitó a leer algunos hechos –el diá- logo y la reflexión común, la participación en la liturgia cotidiana, los temas afrontados– a la luz de la imagen siempre nueva de la primera comunidad cristiana en cuyo centro estaba la comunión. Una comunión que emergía de la escucha de la Palabra y de la Eucaristía. Landázuri Ricketts habló luego de la asamblea de Medellín como de un ‘nuevo Pentecostés’ para la Iglesia continental:
    El ‘nuevo Pentecostés’ del que varias veces hemos hablado con ocasión de esta reunión es la gran idea, el gran acontecimiento. La conciencia profética que en estos días despertó y se vivificó es la nueva luz para la Iglesia, el ‘nuevo Pentecostés’ para la Patria Grande.

  21. Un ‘nuevo Pentecostés’ que se dio en el momento mismo en que la Iglesia latinoamericana decidió mirar a la cara la nueva rea- lidad latinoamericana en vez de mirarse a sí misma:
  22. Hay algo muy característico en los cuestionamientos que nos hemos hecho a lo largo de estos días[...] al enfrentar nuestros propios problemas. Hay un servilismo que no es comunión. Hay una dependencia psicológica o sociológica que no responde a la ínti- ma unión con el cuerpo del Señor. Encarar nuestros propios proble- mas exige madurez. Al hacerlo encontramos la dimensión adecuada de nuestro episcopado ya que cada uno de nosotros es guía de una determinada y concreta Iglesia local y todos juntos de este nuestro irreversible momento histórico latinoamericano[...].
    Tratamos de buscar soluciones dentro de nuestras realidades y posibilidades; esto permitirá a la Iglesia universal, como en otras etapas históricas, enriquecerse con nueva formas eclesiales y pastora- les. Es la hora de retomar la línea de aquellos grandes concilios crea- dores de Lima y México[...], este momento es igualmente decisivo. 

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