Así explicaba el p. Tello el “misterio” de Luján y el carisma de la Cofradía:



Así explicaba el p. Tello el “misterio” de Luján y el carisma de la Cofradía:

“La Virgen de Luján atrae interiormente a sus hijos, les toma el corazón, y en la intimidad de ese encuentro anida secretamente un don de su gracia. 
Por esto todo lo que haga la Asociación en último término tiende sólo a que todos, los más que se pueda, “se pongan” simplemente frente a la Virgen.
 Ella es Madre amorosa, sabia y poderosa, que se quedó en Luján por nosotros. Todo lo que pasa después está en sus manos.

Este sentido último de la acción parece medular en la vida de la Asociación, pero es tan invisible, humanamente tan pobre, que es difícil mantenerlo con firmeza y con pureza.

Sabemos que el fruto y el don de la Virgen es Cristo.
 Ese calar en gentes cada vez más numerosas reuniéndolas alrededor de la imagen y uniéndolas desde dentro es en verdad un crecimiento hacia la unidad en Cristo por María.

Tenemos que penetrar en ese movimiento histórico de crecimiento hacia la unidad para saber ser dóciles a la Virgen.

Todo el proceso se desarrolla a partir del milagro de 1630 cumplido calladamente entre unos troperos, en medio del campo pobre y despoblado (Anales 1637), donde a la imagen se le dedica un negrito esclavo y se le hace luego un oratorio “muy corto”, no pasaría de ser un modesto rancho (Anales 1633), en el cual sólo había “un Cristo crucificado, de altor de una cuarta y una hechura de Nuestra Señora de bulto, de barro, de altor de media vara” (An. 1645).

Pero al tiempo, “era incesante el concurso de gente que venía de lejos en romerías a visitar a la imagen” (An. 1657; cf. 1668) para verla y estar, aunque “padecían los peregrinos algún desconsuelo por no haber en aquel paraje casa ni rancho donde hospedarse y frecuentar las visitas” (An. 1670; cf. 1744).

Desde allí se extiende la devoción a personas de más alta posición social (An. 1671 ss.), y así por su intervención la imagen comienza a congregar a su alrededor un pueblo (An. 1687) del que Ella será fortaleza y “abrigo contra los alborotos de los enemigos”. 
Y este pueblo congregado a su amparo (An. 1765) son hoy naciones, conformadas por una misma matriz, que pertenecen por ello a una misma Patria Grande.

La Asociación tiene que afirmarse en la convicción de que por los caminos de la Virgen de Luján se llega a tocar la matriz cultural, las raíces primeras de la unidad del pueblo.

Los caminos y el rumbo son claros: reunir; reunir a todos, a muchedumbres, con espíritu católico, sin excluir a nadie, y a partir de los más pobres: el negro, los troperos, el rancho.”

Pero a este punto de partida hay que ser fiel como lo fue la Virgen:
 cuando la señora de Matos se la llevó dejando al esclavo, Ella se volvió una y otra vez para estar a su lado.

Sin excluir a nadie. Tampoco a los que nos parece que “tan mal la tratan” (An. 1681), sin escandalizarse de que también los “malos” se sientan atraídos y quieran acercarse a la Purísima; “¿y cómo sois tan amiga de los pecadores que salís en busca de ellos cuando veis que os tratan tan mal?” (An. 1681); “el bachiller Juan de Oramas, presbítero… fue siempre un fiel administrador, pero no muy allegado a la causa de Ntra. Sra. de Luján porque… ‘se persuadía que los concurrentes a la capilla le robaban el ganado de la estancia’” (An. 1662). Su persuasión no debía ser infundada; “no puedo expresar la emoción… ¡allá en el desierto! … unos gauchos matreros… en otros tiempos salteadores, perseguidos ahora por la humana justicia… dando al aire sus quejas delante de una vieja y denegrida imagen de la Virgen de Luján en quien sólo se atreven a poner su confianza…” (P. Salvaire).

Por caminos escondidos.
 La fe inconmovible, la esperanza confiada, y el amor cariñoso a “la Virgencita”, silenciosamente, insensiblemente, por caminos escondidos, se derraman en los corazones y crecen en las multitudes de un pueblo sencillo y humilde, que a su modo –que no siempre parece el mejor a la razón reflexiva- va practicando, expresando y trasmitiendo su fe. 
“Puede asegurarse que el Negro Manuel fue el primero que fabricara las velas negras de Ntra. Sra. de Luján con la cera oblada a la Virgen y los cabos de cirios encendidos ante la sagrada imagen (An. 1650); “la gente de campo llevaba cintas azul-blanca… que se llamaban ‘medidas de la Virgen’ por ser cortadas de la altura de aquella imagen y ser del color del manto y túnica de la misma” (An. 1806); “Fueron a pie a Luján desde la Capital al Santuario para agradecer al cielo” (An. 1822); “el templo está lleno de ex-votos… mejor sería la confesión pero por ahora no hay costumbre” (An. 1876); “En todas las habitaciones de la localidad, sin excluir la más humilde choza del pobre campesino, se halla expuesta en el sitio principal de la casa la imagen de esta Soberana Señora, en donde con frecuencia se celebran novenas particulares y otros cultos de su devoción” (An. 1882).

Transmisión por medios muy pobres y humildes que hacen crecer la fe en las verdades fundamentales: 
Dios, Cristo, la Virgen, sin que se note, pero que manifiestan su valor cuando la Iglesia convoca y aparecen multitudes que sorprenden y admiran “… fue un descubrimiento de la fe que había en el pueblo” (An. 1871; cf. 1895,2).

De ese pueblo que se sabe de la Virgen brotan los esclavos voluntarios de Nuestra Señora: 
“el Negro se defendía diciendo ser de la Virgen nomás” (Maqueda).

En esta profunda relación secreta y amorosa entre la Virgen y su pueblo, entre la Virgen y su esclavo, se entreven las líneas de una auténtica contemplación, que la Asociación debe saber asumir. 
Se va a Luján a ver a la Virgen, se va al camarín para ser visto por Ella (An. 1847,1). 
Verla y ser visto (conocer y ser conocido dice San Pablo) ¿es posible una mejor formulación de lo que es la contemplación cristiana? 
Ciertamente es verdad de Luján lo que atestigua Juan Pablo II de Jasna Gora: 
“Generaciones enteras de hombres se han formado mirando el rostro de la Virgen”.

Estos rasgos contemplativos se delinean más aún en la experiencia del dolor, la soledad, el desamparo, y la presencia amorosa de la Virgen, más allá de que se vea o no su auxilio: 
“Padrecito, todas las noches alumbro a mi Madre y Señora, la Virgen de Luján, le enderezo mis cuitas, para que Ella me mire siquiera con lástima, ya que los demás no quieren acordarse de mí, sino para molerme. 
La Virgen de Luján es mi compañera en las desagracias, van como unos 20 años que me acompaña” (An. 1875).

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