Ernesto Cardenal: El poeta que unió a Dios y a la ciencia





Ernesto Cardenal
Ernesto Cardenal en su casa en Los Robles. Por las tardes le gustar acostarse a leer en su hamaca. Franklin Villavicencio | Niú
Ernesto Cardenal tiene una personalidad insondable. Revolucionario, religioso, escultor, pintor y maestro; de ideología marxista pero fiel a Dios. Este es Ernesto Cardenal según las personas que lo conocen y han trabajado con él.
Un hombre de cabellera larga, barba poblada y anteojos de montura se prepara para iniciar un bautizo. No es un sacerdote convencional, de homilías largas o excesiva solemnidad. El padre se salta el ritual que realizaría cualquier otro presbítero y ora para que los espíritus del “somocismo, el capitalismo y la codicia”no formen parte de la vida del pequeño ser que está por recibir su primer sacramento.
El sacerdote es Ernesto Cardenal, un hombre que habla del cosmos en medio de sus prédicas, que lee libros de divulgación científica porque lo unen más a Dios y que creyó en la Revolución Sandinista, aunque eso le costó salirse de los cánones de la Iglesia.
El círculo más cercano a Ernesto Cardenal contó a Niú la vida del sacerdote. Cada anécdota es una pincelada del lienzo de uno de los vates más importantes de la poesía latinoamericana. Revolucionario, religioso, escultor, pintor y maestro; de ideología marxista pero fiel a Dios. Este es Ernesto Cardenal según las personas que lo conocen y han trabajado con él.

Los primeros versos

La poesía de Pablo Neruda guio al joven Ernesto Cardenal en la búsqueda de su estilo. La lozanía de las muchachas y los amores no correspondidos, conformaron la métrica de sus primeros versos. Pero también estaba Dios, quien lo “perseguía”. En medio de estos dilemas, deseó tener dos vidas: “una conyugal y otra religiosa”, escribió en su autobiografía Vida Perdida, publicada en 1999. Cualquier opción la creía catastrófica, pues significaba una renuncia.


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Ernesto Cardenal leyendo sus versos en el Festival de Poesía en Granada. Foto: Carlos Herrera | Niú

Optó por la entrega a Dios y la vida monástica bajo la Orden Trapense. Llegó al monasterio de Gethsemani, Kentucky, en 1956 y desde el vuelo sentía que se desligaba del mundo y se unía más con Dios. “¡No pueden imaginarse qué viaje más feliz! Hagan de cuenta exactamente un viaje de bodas”, narró en una carta que escribió días después de llegar al claustro.
La Orden Trapense es una institución religiosa basada en la contemplación y una vida austera. Sus religiosos no pueden ser fotografiados y se les prohíbe publicar y escribir libros. Sin embargo, Thomas Merton, quien fue el maestro espiritual de Ernesto Cardenal, era la excepción. Tenía varios libros publicados.
La conexión entre Cardenal y Merton no nació en el monasterio, sino mucho antes. Mientras estudiaba Literatura Americana en Columbia, había leído en reiteradas ocasiones al monje trapense que años después se toparía en el monasterio de Kentucky.

La entrega a Dios

En todo el trayecto del viaje hacia su nueva vida religiosa, Ernesto Cardenal sentía que era «la mano de Dios» la que lo conducía. Al llegar a su destino, un hombre casi calvo, se le presenta: “Yo soy el maestro de novicios”. El poeta se dio cuenta después que ese hombre era Thomas Merton.
La condición para que entrara al monasterio era dejar de escribir. Cardenal le contestó a Merton que incluso antes de entrar a la orden ya había hecho esa renuncia. “Para entregarme realmente a Dios —escribió en su autobiografía—, yo debía renunciar a todo”.
Ya había renunciado a mucho en su pasado: primero a una vida burguesa (nació en el seno de unas de las familias más respetadas del país y creció en la Casa de los Leones, una mansión neoclásica que es conocida como Casa de los Tres Mundos, en Granada), después a la belleza de las muchachas y ahora a su arte. Su carácter rebelde coincidía con el de su mentor, Thomas Merton, y este le dijo en reiteradas ocasiones que tratara de cumplir con los preceptos para ser religioso y así fundar en Nicaragua una comunidad contemplativa autorizada por la Iglesia. Este fue el preludio de Solentiname.

El archipiélago místico



Ernesto Cardenal
Iglesia en Solentiname donde se reunían Ernesto Cardenal, campesinos y artistas. Foto: Carlos Herrera | Niú

Bosco Centeno llegó a Solentiname en 1973 enamorado de Esperanza Guevara, una lugareña. En esos años, Ernesto Cardenal ya había establecido una comunidad contemplativa en la zona que albergaba a artistas y guiaba a campesinos a conocer el arte.
Centeno era un muchacho de ciudad que trataba de ser rural. Se hizo pescador y cazador, luego impartió clases a los lugareños e incluso aprendió a elaborar artesanías. Antes de llegar al archipiélago, había escuchado hablar de un sacerdote poeta que había fundado una comunidad contemplativa en un archipiélago «místico».
En la zona se topó con un pequeño mundo sostenido por jóvenes de cotona blanca, bluyín y caites que se sentaban a leer el Evangelio y a comparar cada pasaje con la situación política de aquella época: los romanos eran el imperio yanqui y Herodes solía ser Anastasio Somoza Debayle.
Pero la mayor hazaña que dejó Solentiname a Bosco Centeno fue decidir ser parte de la Revolución Popular Sandinista. Esta decisión fue influenciada por su estadía en el archipiélago, donde permanecía rodeado de libros «prohibidos» por ser comunistas, y de largas pláticas filosóficas sobre los devenires del país convulso que era Nicaragua en aquel entonces.


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En esta habitación dormía Ernesto Cardenal cuando estableció su comunidad contemplativa en Solentiname. Foto: Carlos Herrera | Niú

En 1977, Ernesto Cardenal le comentó a Centeno que había una misión encabezada por el Frente. Enseguida se preparó junto con otros jóvenes de la comunidad para atacar San Carlos, hazaña que fue una de las chispas que avivaron el fuego de la insurrección.
Cardenal comprendía que la única manera de acabar con los años de dictadura era mediante las armas.
«Él sabía que contra Somoza no había otra opción», comenta Centeno.
La Revolución triunfó y con ella entró una nueva etapa para el poeta. Bosco Centeno se convirtió en teniente coronel y Ernesto Cardenal en ministro de cultura.

La revolución de la cultura

Pareciera que la vida del padre y poeta ha estado hilada por el destino, así lo cree Luz Marina Acosta, asistente de Cardenal desde hace 38 años.
Después de la caída del régimen del último de los Somoza, vino el reencuentro entre todos los que optaron por la clandestinidad en aquel entonces. Luz Marina conocía a Cardenal desde antes y se acercó a él un mes después del triunfo de la Revolución para saludarlo y compartir el “sentimiento del reencuentro”.
Al ver de nuevo a su vieja amiga, Cardenal le preguntó: “¿Qué vas a hacer?” Ella le contestó que no sabía. Luego la invitó a quedarse en el Ministerio de Cultura recién fundado, pues buscaban a personal para que colaborara en la institución. El poeta le dijo que fuera donde Vidaluz Meneses, viceministra de Cultura, para que le asignara una plaza.


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En 2017, después de la demanda interpuesta contra él por «daños y perjuicios», Ernesto Cardenal dijo a los medios nacionales que era un perseguido político. Foto: Carlos Herrera | Niú

Meneses, al ver que Acosta conocía a Ernesto Cardenal, consideró que ella era la indicada para ser su asistente. Desde ese día a finales de julio de 1979, se ha mantenido en ese cargo.
Ernesto Cardenal es descrito por Acosta como un hombre excepcional, introvertido, austero. Solo dos cosas pueden alegrar al poeta: sus libros y su hamaca. No le gusta el ruido y a sus 93 años, cumplidos el 20 de enero de 2018, sigue llevando una vida monástica. Su asistente cree que una parte de él quedó ligada al monasterio trapense al cual perteneció.
Mientras Acosta trabajó con él en el Ministerio de Cultura, “el padre”, como lo llamaban sus subalternos, solía devolver el dinero sobrante de sus viáticos y gastaba lo mínimo en los viajes que realizaba como ministro.
El trabajo en el Ministerio de Cultura era complicado. Había muchas limitaciones de personal y sobre todo económicas. Era la primera vez que en Nicaragua se fundaba una institución designada a la promoción cultural del país. Para aquellos años, el gobierno central creía que “cultura” era solo “arte” y al equipo dirigido por Cardenal le tocó cambiar este esquema.
Amelia Barahona trabajó en la Dirección de Patrimonio mientras Cardenal era ministro. Narra que el poeta nunca fue autoritario ni impositivo. Él les daba “cancha” a todo lo que las direcciones proponían. “El trabajo de Ernesto, además de ministro, era ser promotor de la Revolución en el exterior”, asegura Barahona.


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Semanas después de la demanda interpuesta en 2017, Ernesto Cardenal recibió varios reconocimientos a nivel internacional. Foto: Carlos Herrera | Niú

El cierre del ministerio

El Ministerio de Cultura cerró en 1988 por “falta de presupuesto”. Al menos esas fueron las razones que comunicó el gobierno de aquel entonces, donde Daniel Ortega ejercía como presidente. Lo primero que preguntó Amelia Barahona era si el ministro estaba enterado. Él no sabía nada al respecto.
Desde ese episodio, cuenta Barahona, empiezan una serie de “encontronazos” con Rosario Murillo, hoy vicepresidenta de Nicaragua, pues en 1989, un año después del cierre del Ministerio dirigido por Cardenal, se instauró el Instituto Nicaragüense de Cultura, dirigido por ella.
Para Barahona, el cierre del ministerio no fue por falta de presupuesto. Había algo detrás de aquella «maniobra política».
«Si vos no tenés dinero para manejar una institución, ¿por qué creás otra igual con los mismos contenidos y con la misma gente?», cuestiona.
Ernesto Cardenal al darse cuenta del cierre de su proyecto, no se inmutó. Su naturaleza espiritual lo hacía aceptar los acontecimientos de la vida como parte de un ciclo natural. Cuando volvió de Japón, encontró el Ministerio desmantelado. Solo le dejaron un carro, su asistente y una “oficinita” ubicada en el kilómetro 14 de carretera a Masaya, mientras el Instituto de Cultura, manejado por Murillo, nacía y se redactaban decretos para oficializarlo.

Un “perseguido político”

El día que Luz Marina Acosta se dio cuenta de la demanda interpuesta al poeta, en febrero de 2017, donde Ernesto Cardenal debía pagar una deuda de 17 millones 222 mil córdobas (800 mil dólares) a Nubia del Socorro Arcia Mayorga en concepto de “daños y perjuicios”, temió decírselo y matarlo de un susto. Recurrió al escritor Sergio Ramírez, amigo y vecino de Cardenal. Ramírez salió de su casa, se cruzó a la de Ernesto y lo encontró en su dormitorio “conventual”: conformado por un catre, una mecedora y un estante de libros.


Ernesto Cardenal
Ernesto Cardenal llega a sus 93 años con una memoria lúcida, dijo Luz Marina Acosta, su asistente, a Niú. Foto: Carlos Herrera | Niú

«No hay (nada) más (qué hacer) poeta», le dijo. «Son unos pocos pasos, se viene para mi casa con sus libros. Tulita, mi mujer, estará feliz de recibirlo», comentó en tono irónico.
Era la forma menos cruda para darle la noticia.
Desde ese día, Cardenal, se llenó de preocupaciones. Su asistente pensó en llevarlo a su residencia, pero temía que se enfermara todavía más.  Él ama su soledad e independencia sobre todas las cosas.
El poeta vive solo en su casa en Los Robles y a sus 93 años no ha parado de escribir. Se levanta todos los días a las tres de la mañana a realizar sus oraciones. Vive como si estuviera en el monasterio trapense de Gethsemani: entregado a la contemplación. Solo algo cambió de su vestuario: dejó sus sandalias por Crocs y fue porque Luz Marina lo convenció: una tarea difícil.
A inicios de marzo de 2017, después de la demanda legal, Cardenal fue de visita a Alemania. Se mostraba reacio a ir pero Luz Marina le dijo que fuera. En esa visita recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Wuppertal.
«Yo le dije andate (a Alemania). Para que el mundo siga viendo que tiene honores en todos lados y aquí le echan mierda… le tienen una vida de hostigamiento», sentencia su asistente.
Su mente, a pesar de la edad, sigue lúcida. Tanto así que en pocos días terminó El cielo llora por mí, la última novela de su amigo y vecino, Sergio Ramírez. También se ha adaptado a leer desde su iPad otro tipo de literatura que le encanta: la divulgación científica. Semanalmente descarga los números y ediciones de todos los avances científicos publicados por las academias. Tampoco ha dejado de escribir y es posible que este año publique una nueva obra de su autoría.
Su cuarto mantiene la misma esencia de cuando dormía en Solentiname: una cama pegada a la pared, un estante de libros, un crucifijo y su escritorio. Por las tardes, el poeta pasa acostado en su hamaca, también dispuesta en las cuatro paredes donde suele dormir. Entre esas paredes se compone el universo de Ernesto Cardenal. Los demás rincones de su modesta casa, llenos de esculturas y hermosas pinturas primitivista, le son ajenos.

«Yo siempre estoy escribiendo. No me queda otra cosa. Leyendo bastante y escribiendo cuando tengo algo que decir».
«Mi poesía es original. No sé de nadie en el mundo que esté escribiendo una poesía inspirada en la ciencia. Uno de esos poemas que son científicos, es el que acabo de escribir (Así en la Tierra como en el Cielo), que es sobre el cosmos, el misterio de la creación, la creación de Dios que cada vez se nos revela más grande».
«A mi edad no planeo nada. Pero escribo siempre que tengo algo qué escribir. Cada vez menos, y con menos frecuencia».
Entrevista a Ernesto Cardenal el 19 de enero, 2018

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