Barricada, por Ernesto Cardenal




Barricada 


Fue una tarea de todos. 
Los que se fueron sin besar a su mamá 
para que nos supiera que se iban. 
El que besó por última vez a su novia. 
Y la que dejó los brazos de él para abrazar un Fal. 
El que besó a la abuelita que hacía las veces de madre 
y dijo que ya volvía, cogió la gorra, y no volvió. 
Los que estuvieron años en la montaña. Años 
en la clandestinidad, en las ciudades más peligrosas que la montaña. 
Los que servían de correos en los senderos sombríos del norte, 
o choferes en Managua, choferes de guerrilleros cada anochecer. 
Los que compraban armas en el extranjero tratando con gánsters. 
Los que montaban mítines en el extranjero con banderas y gritos 
o pisaban la alfombra de la sala de audiencias de un presidente. 
Los que asaltaban cuarteles al grito de Patria Libre o Morir. 
El muchacho vigilante en la esquina de la calle liberada 
con un pañuelo roji negro en el rostro. 
Los niños acarreando adoquines, 
arrancando los adoquines de las calles 
—que fueron un negocio de Somoza— 
y acarreando adoquines y adoquines 
para las barricadas del pueblo. 
Las que llevaban café a los muchachos que estaban en las barricadas. 
Los que hicieron las tareas importantes, 
y los que hacían las menos importantes: 
Esto fue una tarea de todos. 
La verdad es que todos pusimos adoquines en la gran barricada. 
Fue una tarea de todos. Fue el pueblo unido. 
Y lo hicimos. 


«Por estos muertos, nuestros muertos...» 


Cuando recibís el nombramiento, el premio, el ascenso, 
pensá en los que murieron. 
Cuando estás en la recepción, en la delegación, en la comisión, 
pensá en los que murieron. 
Cuando has ganado la votación, y el grupo te felicita, 
pensá en los que murieron. 
Cuando te aplauden al subir a la tribuna con los dirigentes, 
pensá en los que murieron. 
Cuando te llegan a encontrar al aeropuerto en la gran ciudad, 
pensá en los que murieron. 
Cuando te toca a vos el micrófono, te enfoca la televisión, 
pensá en los que murieron. 
Cuando sos el que da los certificados, las cédulas, el permiso, 
pensá en los que murieron. 
Cuando llega donde vos la viejita con su problema, el terrenito, 
pensá en los que murieron. 
Miralos sin camisa, arrastrados, 
echando sangre, con capucha, reventados, 
refundidos en las pilas, con la picana, el ojo sacado, 
degollados, acribillados, 
botados al borde de la carretera, 
en hoyos que ellos cavaron, 
en fosas comunes, 
o simplemente sobre la tierra abono de plantas de monte: 
Vos los representás a ellos. 
Ellos delegaron en vos, 
los que murieron.



Ernesto Cardenal nació en Granada, Nicaragua, en 1925. Sacerdote católico heterodoxo, militante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, es el más célebre poeta nicaragüense después de Rubén Darío. Con un marcado registro narrativo, su poesía articula la indagación y el rescate de las raíces aborígenes, de la geografía, la fauna y la historia de su país, con la denuncia de las injusticias sufridas bajo la larga dictadura de la familia Somoza. Después de la guerra popular que derrocó al somocismo, Cardenal fue nombrado Ministro de Cultura. En 1994 renunció al FSLN por discrepancias con su conducción y, junto a otros escritores disidentes, apoya al Movimiento Renovador Sandinista. Estos dos poemas pertenecen a su libro Vuelos de victoria (1984).


*Poema incluido en Poesía social y revolucionaria del Siglo XX (Editorial Agora, 2012)

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