SABOREAR LO QUE SOMOS


Mateo concluye su evangelio nombrando a Jesús con el mismo nombre que le había atribuido al comienzo de su escrito, apelando al texto del profeta Isaías (7,14): “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel (que significa: «Dios con nosotros»)” (Mt 1,23).

Para el evangelista, Jesús es, desde el principio al fin, “Yo estoy con vosotros” (“Emmanuel”). Parece que no podía haber encontrado otra expresión que otorgara una confianza mayor.

Porque la profundidad de la expresión es infinitamente más grande de lo que las palabras pueden expresar. La mente –siempre inevitablemente separadora- entiende el “estar” también en forma de separación, por más intimidad que quiera poner en la relación. La realidad, sin embargo, es bien diferente. No se trata de una presencia que esté o camine “a nuestro lado”, sino de ser lo mismo.

Cuando se nos ha regalado vivir una experiencia estrictamente no-dual en una relación interpersonal, el contenido de esa expresión nos resulta fácil de captar. Sin negar las diferencias aparentes, somos uno y lo mismo, algo parecido a como mis dos manos se saben –y se viven- como un solo y mismo cuerpo.

El poeta Pablo Neruda lo canta de este modo: “Y desde entonces soy porque tú eres, / y desde entonces eres, soy y somos, / y por amor seré, serás, seremos”. Las palabras no pueden llegar a más; la mente tampoco. No cabe sino acallar el pensamiento y conectar, de una forma no-mediada, con esa Realidad una que compartimos con todos los seres. Y, estando ahí, volver a escuchar de nuevo las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días”.

No quieras procesarlas mentalmente, no intentes “atrapar” su significado. Permite, simplemente, que resuenen dentro de ti, en el silencio de todo, y entrégate por completo a ese Abismo (Vacío que es Plenitud) en el que te introducen.
Nota cómo todo se detiene; queda únicamente Presencia, presencia compartida, que se halla siempre a salvo y que es la fuente de toda sabiduría y de toda acción.
No quieras entender nada, hacer nada, concluir nada, avanzar nada… Solo saborea –sin pensamientos- lo que ahí se te regala. Confórmate con sencillamente estar, permanecer, descansar… En la certeza de que todo, absolutamente todo lo demás, “se te dará por añadidura” (Mt 6,33).

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