El Kairos y Centroamérica
Pedro Casaldáliga
-Para poder relacionar ambas realidades, el kairos y Centroamérica, podríamos comenzar aclarando el término: ¿qué es un «kairos»?
-Fundamentalmente, un kairos es una «hora» o un tiempo que pro-voca, que con-voca. Un tiempo de gracia, de desafío, de conversión. Un tiempo revolucionario. Una circunstancia providencial, en el mejor sentido de la palabra.
El evangelio de Juan es un evangelio típicamente kairótico: «no había llegado su hora», «cuando llegó su hora»... Cuando precisamente llegó la gran hora del Padre, la hora de Jesús, la hora para la cual El vino... Es intere- sante ver incluso cómo no sólo hay un Kairos de Dios, del Bien, de la Vida, sino que hay también un kairos de Satán, del Mal, de la Muerte: «ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas»...
En este sentido, ciertamente, hemos de decir que el kairos es perso- nal, porque cada persona tiene su hora, como Jesús. Podemos decir que to- dos hemos venido para nuestro kairos. Pero, más fundamentalmente mirado, el kairos es siempre comunitario, colectivo, y propiamente no podríamos ha- blar de un kairos individual... Toda nuestra actual literatura teológica refleja muy claramente este valor comunitario, colectivo, de sociedad, de Iglesia, que el kairos tiene.
El kairos es un tiempo «ya nuevo», podríamos decir, por el hecho de que exige renovación. Nunca pensaremos en un kairos que se vuelva hacia atrás, en un kairos «conservador», reaccionario... El kairos siempre es una llamada a ir hacia adelante, hacia la conversión, a la «revolución», hacia el Reino...
Creo que significa también una hora que despierta, que ilumina, que
sacude, que trae a luz, que aviva la conciencia, que hace caer en la cuenta,
diríamos. Una serie de circunstancias históricas -políticas, eclesiales...- que
se conjugan y estallan, como un volcán, y obligan a todos los circundantes
que no estén dormidos a ver la llamarada, la llamada...
Creo que el kairós, una vez visto y, sobre todo, una vez asumido es también poder, fuerza... Por eso decía que es una convocación. No es sólo un hacer caer en la cuenta, sino también un empujar. Jesús mismo hablaba de la pasión con la que El esperaba su «hora», el bautismo que había ansiado siempre, la «hora» aquella que ardientemente había deseado... O sea, en el kairós hay también estímulo, impulso.
El kairós es avance de la historia de la Salvación, momentos más den- sos en los que avanza la historia, momentos cruciales, pascuales. Momentos que encierran cambios profundos, cambios cualitativos, que se convierten en puntos de partida mayores, finalización de periodos históricos, cambios de marcha, reorientaciones del rumbo, crisis donde se gesta algo nuevo, coyun- turas del Espíritu donde fermenta más decisivamente el futuro...
Para nosotros el kairós es también una nueva lectura, una nueva ver- sión, mucho más acoplada, menos dicotómica y más sintética, de la coyun- tura-estructura. Fácilmente nos sentimos motivados y hasta sacudidos por las coyunturas y olvidamos la estructura permanente. La coyuntura sería un poco como la ola, en medio de un mar que continúa ahí...
El kairós sería a la vez coyuntura y estructura, dinámicamente conjugadas. A la luz de la fe, claro. A la luz de una fe que nos pide estructuras nuevas y que nos exige y que nos llama y nos convoca a través de coyunturas mayores.
Un mártir, por ejemplo, es una coyuntura de una estructura de domina- ción, de represión... Para no ir más lejos, los seis jesuítas asesinados ayer, 16 de noviembre, de madrugada. Ahí se juntan los dólares norteamericanos, el ejército salvadoreño , los paramilitares, la oligarquía y el gobierno de Cris- tiani con D'Abuison como sombra mayor. Y al mismo tiempo se junta la es- tructura permanente del evangelio y de la voluntad de liberación del pueblo. Y esa ola de sangre nos llama, nos sacude.
Dentro de ese kairós centroamericano hay momentos más altos, claro. Continúa el kairós centroamericano. El martirio de estos hermanos es un oleaje, una ola que llama, que convoca de un modo especial. Quizá muchos han vivido mucho tiempo sin percibir un kairós, durante años, y un día deter- minado, por la muerte de seis compañeros jesuítas, descubren ese kairós asombrados, como quien descubre una evidencia que había tenido hasta en- tonces ante los ojos sin darse cuenta... A Mons. Romero concretamente le hizo descubrir kairós el martirio de Rutilio Grande, como ya sabemos.
El kairós es como la crisis iluminada, diríamos. Tú puedes vivir la crisis sin saber muy bien qué es lo que estás viviendo: simplemente sientes la sa- cudida... El kairós ya significa una luz, una percepción. Aunque uno puede permanecer ciego ante el kairós, podemos pasar de largo ante el kairós, que deja de ser entonces «oportunidad de gracia» para los que pasan de largo...
Creo que el kairós, una vez visto y, sobre todo, una vez asumido es también poder, fuerza... Por eso decía que es una convocación. No es sólo un hacer caer en la cuenta, sino también un empujar. Jesús mismo hablaba de la pasión con la que El esperaba su «hora», el bautismo que había ansiado siempre, la «hora» aquella que ardientemente había deseado... O sea, en el kairós hay también estímulo, impulso.
El kairós es avance de la historia de la Salvación, momentos más den- sos en los que avanza la historia, momentos cruciales, pascuales. Momentos que encierran cambios profundos, cambios cualitativos, que se convierten en puntos de partida mayores, finalización de periodos históricos, cambios de marcha, reorientaciones del rumbo, crisis donde se gesta algo nuevo, coyun- turas del Espíritu donde fermenta más decisivamente el futuro...
Para nosotros el kairós es también una nueva lectura, una nueva ver- sión, mucho más acoplada, menos dicotómica y más sintética, de la coyun- tura-estructura. Fácilmente nos sentimos motivados y hasta sacudidos por las coyunturas y olvidamos la estructura permanente. La coyuntura sería un poco como la ola, en medio de un mar que continúa ahí...
El kairós sería a la vez coyuntura y estructura, dinámicamente conjugadas. A la luz de la fe, claro. A la luz de una fe que nos pide estructuras nuevas y que nos exige y que nos llama y nos convoca a través de coyunturas mayores.
Un mártir, por ejemplo, es una coyuntura de una estructura de domina- ción, de represión... Para no ir más lejos, los seis jesuítas asesinados ayer, 16 de noviembre, de madrugada. Ahí se juntan los dólares norteamericanos, el ejército salvadoreño , los paramilitares, la oligarquía y el gobierno de Cris- tiani con D'Abuison como sombra mayor. Y al mismo tiempo se junta la es- tructura permanente del evangelio y de la voluntad de liberación del pueblo. Y esa ola de sangre nos llama, nos sacude.
Dentro de ese kairós centroamericano hay momentos más altos, claro. Continúa el kairós centroamericano. El martirio de estos hermanos es un oleaje, una ola que llama, que convoca de un modo especial. Quizá muchos han vivido mucho tiempo sin percibir un kairós, durante años, y un día deter- minado, por la muerte de seis compañeros jesuítas, descubren ese kairós asombrados, como quien descubre una evidencia que había tenido hasta en- tonces ante los ojos sin darse cuenta... A Mons. Romero concretamente le hizo descubrir kairós el martirio de Rutilio Grande, como ya sabemos.
El kairós es como la crisis iluminada, diríamos. Tú puedes vivir la crisis sin saber muy bien qué es lo que estás viviendo: simplemente sientes la sa- cudida... El kairós ya significa una luz, una percepción. Aunque uno puede permanecer ciego ante el kairós, podemos pasar de largo ante el kairós, que deja de ser entonces «oportunidad de gracia» para los que pasan de largo...
Podríamos recordar aquí a san Agustín, en aquello que él decía: «Timeo le-
sum transeuntem», temo a Jesús que pasa de largo... O el profeta Elias:
«¿será en el vendaval, será en la brisa...?»; él podía haberse quedado sin
saber que era Yavó quien pasaba, pero el reconocerlo fue un kairós para él y
para el pueblo de Israel.
El kairós es hora del Espíritu, manifestación del Espíritu, afloración del Espíritu, en el tiempo.
-El lenguaje sobre el kairós es moderno. Un concepto teológico clásico en el que podríamos encontrar una cierta semejanza con lo que hoy llamamos kairós sería el de «lugares teológicos». ¿Podríamos decir que tos kairós se- rían tos «tiempos teológicos», «las horas teológicas»?
-Sí, los kairós son horas teológicas, horas históricas, horas geopolíti- cas, horas -culturales, horas geopolítico-teológicas... porque en esas horas de Dios y de la humanidad todas esas vertientes y todos esos desafíos se conjugan simultáneamente...
Claro, nuestra visión actual es distinta a la de hace unos siglos, cuando los teólogos hablaban de "lugares teológicos" simplemente como de fuentes para hacer teología... Ellos no tenían la conciencia histórica y política que nosotros tenemos, y eran además bastante dicotómicos.. Nosotros ne- cesitamos hablar de «lugares» teológicos y de «horas» teológicas, de las dos cosas, y con un sentido nuevo.
Para nosotros la revelación no está sólo en la biblia escrita. Esta es la revelación canónica, modélica, típica, asumida oficialmente por las Iglesias... Pero Dios sigue revelándose, desvelando su misterio. El kairós -manifestación, revelación de Dios- es simultáneamente lugar y hora teológi- cos. Por eso yo insisto siempre mucho en los «signos de los tiempos» y los «signos de los lugares».
Porque, incluso, en algún sentido, es cierto que una misma «hora» tiene diferentes «lugares». Por ejemplo, este kairós de final de siglo, en la perspectiva de los 500 años o en cuanto vísperas del año 2000, es una misma hora que se viste de lugar diferente en América Latina o en todo el ter- cer mundo, o en Europa, aunque para todos es kairós. Para todos es hora, porque es una hora para todos. Sólo que tiene una densidad distinta en cada lugar, y a cada uno le desafía de forma diferente según dónde se ubica. Unos tendrán que hacer una aportación y otros otra. La conversión a la que nos llama también tendrá que ser diferente: unos tendrán que dejar una actitud y otros otra.
El «lugar» no es aquí simplemente este estrecho lugar geográfico en el que estoy. Es más. Y hoy, con el desarrollo del mundo, y al hacerse más evidente la radical solidaridad que nos une a todos los humanos, los «lugares» se están acercando y unificando. Hoy día, para el primer mundo, la referencia al tercero es necesariamente significativa y relevante, e impres- cindible, porque hoy ya es evidente para nosotros que el tercer mundo forma una unidad con el primero, forma parte de su propio «lugar», porque sólo hay un mundo real. No hay tres mundos. De forma que los «lugares», en cierto sentido, forman parte de un mismo lugar mayor, del lugar-hogar de la familia humana, la casa única de los hijos de Dios. Por eso, también es verdad que un mismo kairós, una misma hora, a pesar de la variedad de los diversos lugares, tiene también una universalidad radical que afecta a toda la familia humana. Nadie puede decir: eso a mí aquí no me afecta.
El kairós es hora del Espíritu, manifestación del Espíritu, afloración del Espíritu, en el tiempo.
-El lenguaje sobre el kairós es moderno. Un concepto teológico clásico en el que podríamos encontrar una cierta semejanza con lo que hoy llamamos kairós sería el de «lugares teológicos». ¿Podríamos decir que tos kairós se- rían tos «tiempos teológicos», «las horas teológicas»?
-Sí, los kairós son horas teológicas, horas históricas, horas geopolíti- cas, horas -culturales, horas geopolítico-teológicas... porque en esas horas de Dios y de la humanidad todas esas vertientes y todos esos desafíos se conjugan simultáneamente...
Claro, nuestra visión actual es distinta a la de hace unos siglos, cuando los teólogos hablaban de "lugares teológicos" simplemente como de fuentes para hacer teología... Ellos no tenían la conciencia histórica y política que nosotros tenemos, y eran además bastante dicotómicos.. Nosotros ne- cesitamos hablar de «lugares» teológicos y de «horas» teológicas, de las dos cosas, y con un sentido nuevo.
Para nosotros la revelación no está sólo en la biblia escrita. Esta es la revelación canónica, modélica, típica, asumida oficialmente por las Iglesias... Pero Dios sigue revelándose, desvelando su misterio. El kairós -manifestación, revelación de Dios- es simultáneamente lugar y hora teológi- cos. Por eso yo insisto siempre mucho en los «signos de los tiempos» y los «signos de los lugares».
Porque, incluso, en algún sentido, es cierto que una misma «hora» tiene diferentes «lugares». Por ejemplo, este kairós de final de siglo, en la perspectiva de los 500 años o en cuanto vísperas del año 2000, es una misma hora que se viste de lugar diferente en América Latina o en todo el ter- cer mundo, o en Europa, aunque para todos es kairós. Para todos es hora, porque es una hora para todos. Sólo que tiene una densidad distinta en cada lugar, y a cada uno le desafía de forma diferente según dónde se ubica. Unos tendrán que hacer una aportación y otros otra. La conversión a la que nos llama también tendrá que ser diferente: unos tendrán que dejar una actitud y otros otra.
El «lugar» no es aquí simplemente este estrecho lugar geográfico en el que estoy. Es más. Y hoy, con el desarrollo del mundo, y al hacerse más evidente la radical solidaridad que nos une a todos los humanos, los «lugares» se están acercando y unificando. Hoy día, para el primer mundo, la referencia al tercero es necesariamente significativa y relevante, e impres- cindible, porque hoy ya es evidente para nosotros que el tercer mundo forma una unidad con el primero, forma parte de su propio «lugar», porque sólo hay un mundo real. No hay tres mundos. De forma que los «lugares», en cierto sentido, forman parte de un mismo lugar mayor, del lugar-hogar de la familia humana, la casa única de los hijos de Dios. Por eso, también es verdad que un mismo kairós, una misma hora, a pesar de la variedad de los diversos lugares, tiene también una universalidad radical que afecta a toda la familia humana. Nadie puede decir: eso a mí aquí no me afecta.
Los 500 años son un kairós en este Continente mal descubierto, inva-
dido, agredido, colonizado, mal evangelizado, que viene resistiendo, que se
une en luchas de liberación, que tiene una teología y una espiritualidad de la
liberación, que borbotea sangre mártir... Y, en ese sentido, claro, el lugar por
excelencia de los 500 años continúa siendo el Continente americano. Pero en
los lugares de la península ibérica o de toda la Europa colonizadora, o del
Vaticano -que a lo largo de los siglos ha propiciado aquí de un modo o de otro
una evangelización compulsiva, impositiva- el kairós también se hace hora y
lugar.
-Aclarado el término kairós, relacionémoslo con Centroamérica. Si afirmamos que Centroamérica es un kairós es porque sentimos que en ella están en juego realidades y perspectivas decisivas para los intereses de Dios y de los hombres. Entremos en ese surco: ¿por qué Centroamérica es un kairós? O lo que es lo mismo, ¿qué es lo que está enjuego en esa coyuntura de kairós que vive Centroamérica?
-Están en juego los derechos históricos de Dios que son los derechos humanos. Lo cual no significa que los humanos, también, en nuestra propia historia, no debamos reconocer ese supremo derecho otro, derecho del Otro, mayor. Pero en última instancia, su máximo derecho es su Reino, aquí, hoy.
En Centroamérica está en juego, fundamentalmente, la dignidad de unas personas y de unos pueblos. La alteridad de estos pueblos y de estas personas. Su libertad plena. Su derecho fundamental a una vida digna, autó- noma, libre. El deber y el derecho que esos pueblos tienen a contribuir con otros pueblos al caminar de la humanidad, en la creciente liberación de los hijos de Dios.
Hablando un poco en negativo ahora, diríamos que en Centroamérica está en juego el fin del imperialismo, el fin del colonialismo, el fin de la miseria, el fin de la oligarquía, el fin de «la muerte antes de tiempo», el fin de la prohi- bición de ser indígena, o negro, o mujer...
Está en juego en Centroamérica una solidaridad efectiva que supere todo tipo de asistencialismo, de paternalismo, o incluso de ayudas de emer- gencia, por muy generosas y hasta conscientes que sean. La solidaridad ha de ser más y más ese caminar «in solidum» de toda la humanidad, de los di- ferentes pueblos, todos iguales.
Me parece que, por todo ese kairós, está en juego también un nuevo derecho de los pueblos, un nuevo derecho internacional.
-Aclarado el término kairós, relacionémoslo con Centroamérica. Si afirmamos que Centroamérica es un kairós es porque sentimos que en ella están en juego realidades y perspectivas decisivas para los intereses de Dios y de los hombres. Entremos en ese surco: ¿por qué Centroamérica es un kairós? O lo que es lo mismo, ¿qué es lo que está enjuego en esa coyuntura de kairós que vive Centroamérica?
-Están en juego los derechos históricos de Dios que son los derechos humanos. Lo cual no significa que los humanos, también, en nuestra propia historia, no debamos reconocer ese supremo derecho otro, derecho del Otro, mayor. Pero en última instancia, su máximo derecho es su Reino, aquí, hoy.
En Centroamérica está en juego, fundamentalmente, la dignidad de unas personas y de unos pueblos. La alteridad de estos pueblos y de estas personas. Su libertad plena. Su derecho fundamental a una vida digna, autó- noma, libre. El deber y el derecho que esos pueblos tienen a contribuir con otros pueblos al caminar de la humanidad, en la creciente liberación de los hijos de Dios.
Hablando un poco en negativo ahora, diríamos que en Centroamérica está en juego el fin del imperialismo, el fin del colonialismo, el fin de la miseria, el fin de la oligarquía, el fin de «la muerte antes de tiempo», el fin de la prohi- bición de ser indígena, o negro, o mujer...
Está en juego en Centroamérica una solidaridad efectiva que supere todo tipo de asistencialismo, de paternalismo, o incluso de ayudas de emer- gencia, por muy generosas y hasta conscientes que sean. La solidaridad ha de ser más y más ese caminar «in solidum» de toda la humanidad, de los di- ferentes pueblos, todos iguales.
Me parece que, por todo ese kairós, está en juego también un nuevo derecho de los pueblos, un nuevo derecho internacional.
Y, traduciendo todo lo que acabo de decir a lenguaje eclesial, en
Centroamérica está en juego la autoctonía de las Iglesias centroamericanas,
la «popularidad» de esas Iglesias, o sea, el que esas Iglesias sean los pue-
blos centroamericanos, bautizados, seguidores de Jesús, que esas Iglesias
no sean oligarquía eclesial o privilegio eclesiástico, que estas Iglesias no
sean europeizantes, que esas Iglesias opten realmente por la mayoría pobre,
oprimida, prohibida.
En Centroamérica el kairós no puede dejar de tener un carácter específicamente político. Hay un capitalismo que se permite el lujo de trans- formar a unos países en su «patio trasero», incluso para sus experiencias mortíferas de dominación secular. Y por otra parte hay unas revoluciones que tienen toda la carga del antiimperialismo de ¿andino, por ejemplo, o de José Martí y -antes- de los viejos líderes indígenas, o negros, y que al mismo tiempo han recibido una contribución del marxismo, del socialismo, pero asi- milados muy latinoamericanamente. En Nicaragua, por ejemplo, hay un san- dinismo que no es ni una cosa ni otra, sino la conjugación de esos varios va- lores de un modo muy autóctono.
Para las Iglesias de Centroamérica el kairós significa responder evangélicamente a las revoluciones. A la revolución sandinista, a la revolución salvadoreña, guatemalteca, a la nueva postura del pueblo panameño ante el canal.
Significa incluso una nueva conciencia centroamericana: aglutinar fuerzas. Los sucesivos imperios, los sucesivos intereses oligárquicos han ido dividiendo esos pueblos entre sí y, además, a lo largo de la historia, los han ido echando uno contra otro. Aquí, aquél sueño de Morazán, purificado , sería también un desafío para esas Iglesias. Si la solidaridad ha de darse, en primer lugar deberá darse una solidaridad intracentroamericana: como pue- blos, y como Iglesias también.
Me parece que está en juego también -y ése es un desafío del kairós para las Iglesias tanto de Centroamérica como de toda América Latina, y de todo el mundo- un ecumenismo eficaz, diario, y no sólo de diálogos intelectuales. No un ecumenismo de gestos esporádicos de solidaridad, sino de convivencia comunitaria diaria.
Está también ahí el gran kairós de la sangre martirial, que chorrea por los cuatro costados en Centroamérica y que nos obliga al despojamiento, a la autenticidad y a responder al clamor de los pobres, de los prohibidos, de los mártires, y de los mártires colectivos y de los mártires anónimos.
Creo que incluso en Centroamérica se viene elaborando una nueva teología, hasta con matices propios para la misma teología de la liberación, así como se está viviendo una nueva pastoral. Los delegados de la Palabra, por ejemplo, son una figura en ciertos aspectos diferente de la de los animadores de las comunidades que conocemos en otras comunidades eclesiales de América Latina. Quizá no ha habido tiempo todavía de sedimentar todo lo que hay de riqueza en Centroamérica.
Es muy interesante que se haya podido escribir el documento «kairós centroamericano» inmediatamente después del «documento kairós cano» y que a partir de la experiencia de esos dos documentos se haya podido lanzar el «documento kairós internacional» o «camino de Damasco», con la perspectiva además de esos otros documentos kairós que se preparan: el europeo, el norteamericano, el de África austral y, también, el latinoameri- cano. Es la hora de los kairós. Es la hora de las horas... La hora de reconocer y acoger la hora decisiva que vivimos en nuestra historia...
En Centroamérica el kairós no puede dejar de tener un carácter específicamente político. Hay un capitalismo que se permite el lujo de trans- formar a unos países en su «patio trasero», incluso para sus experiencias mortíferas de dominación secular. Y por otra parte hay unas revoluciones que tienen toda la carga del antiimperialismo de ¿andino, por ejemplo, o de José Martí y -antes- de los viejos líderes indígenas, o negros, y que al mismo tiempo han recibido una contribución del marxismo, del socialismo, pero asi- milados muy latinoamericanamente. En Nicaragua, por ejemplo, hay un san- dinismo que no es ni una cosa ni otra, sino la conjugación de esos varios va- lores de un modo muy autóctono.
Para las Iglesias de Centroamérica el kairós significa responder evangélicamente a las revoluciones. A la revolución sandinista, a la revolución salvadoreña, guatemalteca, a la nueva postura del pueblo panameño ante el canal.
Significa incluso una nueva conciencia centroamericana: aglutinar fuerzas. Los sucesivos imperios, los sucesivos intereses oligárquicos han ido dividiendo esos pueblos entre sí y, además, a lo largo de la historia, los han ido echando uno contra otro. Aquí, aquél sueño de Morazán, purificado , sería también un desafío para esas Iglesias. Si la solidaridad ha de darse, en primer lugar deberá darse una solidaridad intracentroamericana: como pue- blos, y como Iglesias también.
Me parece que está en juego también -y ése es un desafío del kairós para las Iglesias tanto de Centroamérica como de toda América Latina, y de todo el mundo- un ecumenismo eficaz, diario, y no sólo de diálogos intelectuales. No un ecumenismo de gestos esporádicos de solidaridad, sino de convivencia comunitaria diaria.
Está también ahí el gran kairós de la sangre martirial, que chorrea por los cuatro costados en Centroamérica y que nos obliga al despojamiento, a la autenticidad y a responder al clamor de los pobres, de los prohibidos, de los mártires, y de los mártires colectivos y de los mártires anónimos.
Creo que incluso en Centroamérica se viene elaborando una nueva teología, hasta con matices propios para la misma teología de la liberación, así como se está viviendo una nueva pastoral. Los delegados de la Palabra, por ejemplo, son una figura en ciertos aspectos diferente de la de los animadores de las comunidades que conocemos en otras comunidades eclesiales de América Latina. Quizá no ha habido tiempo todavía de sedimentar todo lo que hay de riqueza en Centroamérica.
Es muy interesante que se haya podido escribir el documento «kairós centroamericano» inmediatamente después del «documento kairós cano» y que a partir de la experiencia de esos dos documentos se haya podido lanzar el «documento kairós internacional» o «camino de Damasco», con la perspectiva además de esos otros documentos kairós que se preparan: el europeo, el norteamericano, el de África austral y, también, el latinoameri- cano. Es la hora de los kairós. Es la hora de las horas... La hora de reconocer y acoger la hora decisiva que vivimos en nuestra historia...
En este sentido, a pesar de que hay en el mundo tantas señales de
pesimismo, y tantos signos de cansancio en la vieja querida Europa y hasta
en muchos ámbitos de Iglesia, y aunque pueda parecer que en la misma
América Latina estamos de vuelta también -hasta muchos revolucionarios
parece que están de vuelta- y volvemos a las seudodemocracias, a las democracias formales... a pesar de todo eso yo pienso que hay una conciencia
nueva, una voluntad popular de transformaciones realmente radical en muchos grupos de solidaridad y en muchas comunidades eclesiales, incluso en
Europa. Acabo de leer ahora, por ejemplo, un informe sobre «los vagabundos
de Dios» en los países nórdicos, vagabundos que hacen hincapié en vivir al
margen de la vida cómoda e indiferente de Finlandia, de Noruega o de Suecia.
Estos vagabundos no son ya los «pasotas» de hace unos años, no. Ahora
estos «vagabundos» se hacen indiferentes a los privilegios, «pasan de» el
lujo de la sociedad en que están, para poder compartir con los hermanos del
tercer mundo mediante una vida más austera y frugal, y para contestar incluso ese primer mundo que es, en última instancia, el gran deudor de la
deuda externa que quiere que nosotros paguemos y que nosotros no podemos ni debemos ni queremos pagar.
-De lo que vamos diciendo se podría deducir que la percepción del kairós, en Centroamérica o en cualquier parte del mundo, no es tanto un asunto teológico, cuanto sobre todo un problema espiritual, o de espiritualidad. ¿Se podría decir que la espiritualidad de la liberación es una espiritualidad de kai- rós, una espiritualidad kairótica?
-Evidentemente. En primer lugar porque es una espiritualidad que surge de las raíces telúricas de nuestro mundo indígena, de nuestro mundo negro, de nuestros pueblos criollos... Es una espiritualidad que arranca de la historia y se vive en la historia. Es una espiritualidad que se confronta con la realidad, que intenta responder a las exigencias de la realidad. Es una espiritualidad que hace historia respondiendo a la historia. Es una espiritualidad conflictiva precisamente porque vive los desafíos de la sociedad y de la Igle- sia. Es una espiritualidad de frontera, de vanguardia, en el mejor sentido de la palabra.
Es una espiritualidad revolucionaria. Si algo tiene el kairós, lo tiene de revolucionario, como hemos dicho. Un verdadero kairós intenta convulsionar, insurreccionar, revolucionar a las personas, a la sociedad y hasta a la Iglesia misma. Podríamos decir que el permanente kairós de Dios, al que muchas veces no prestamos atención, es el Reino. Jesús precisamente anunció ese kairós: "ha llegado el Reino de Dios"....
-De lo que vamos diciendo se podría deducir que la percepción del kairós, en Centroamérica o en cualquier parte del mundo, no es tanto un asunto teológico, cuanto sobre todo un problema espiritual, o de espiritualidad. ¿Se podría decir que la espiritualidad de la liberación es una espiritualidad de kai- rós, una espiritualidad kairótica?
-Evidentemente. En primer lugar porque es una espiritualidad que surge de las raíces telúricas de nuestro mundo indígena, de nuestro mundo negro, de nuestros pueblos criollos... Es una espiritualidad que arranca de la historia y se vive en la historia. Es una espiritualidad que se confronta con la realidad, que intenta responder a las exigencias de la realidad. Es una espiritualidad que hace historia respondiendo a la historia. Es una espiritualidad conflictiva precisamente porque vive los desafíos de la sociedad y de la Igle- sia. Es una espiritualidad de frontera, de vanguardia, en el mejor sentido de la palabra.
Es una espiritualidad revolucionaria. Si algo tiene el kairós, lo tiene de revolucionario, como hemos dicho. Un verdadero kairós intenta convulsionar, insurreccionar, revolucionar a las personas, a la sociedad y hasta a la Iglesia misma. Podríamos decir que el permanente kairós de Dios, al que muchas veces no prestamos atención, es el Reino. Jesús precisamente anunció ese kairós: "ha llegado el Reino de Dios"....
Es una espiritualidad que trata de vivir el hoy de Dios, que trata de vivir
la única historia. Para nosotros no hay dos planos, como no hay dos dioses:
el Dios creador es el Dios salvador, el Dios liberador. El Dios de la tierra es el
Dios del cielo. El Dios «Padre nuestro» es también Dios del «pan nuestro».
En todo caso la espiritualidad de la liberación quiere evitar todo esca- pismo y toda dicotomía, de un lado y de otro: ni los verticalismos ni los hori- zontalismos. Queremos ensamblar simultáneamente lo que de hecho somos: humanos e hijos de Dios, tiempo y eternidad.
En este sentido deberíamos decir que el kairós es típicamente «pascual». Porque es muerte y es vida. Y es también típicamente «encarnacional»: el misterio de la encarnación, Dios que se viene a nosotros, nosotros que vamos yendo hacia Dios... El kairós es también típicamente «kenótico»: en el doble movimiento de descender, hasta la carne, hasta la cruz, hasta la muerte, y de ascender a la conciencia, a la vida, a la liberación, a la gloria.
Podríamos decir también que el kairós es muy «doxológico», es decir, representa la «doxa», la manifestación de la vida de Dios en medio de nosotros... Yo he dicho muchas veces que a mí, cuando era niño, me llamaba mu- cho la atención que nosotros diéramos gracias a Dios «por su gran gloria». Yo pensaba: darle gracias por la creación, por la vida y hasta por la gloria futura, sí, ¿pero por su inmensa gloria? Y es que no entendía todavía que la gloria de Dios se manifiesta en nuestra vida en la gracia que vivimos, en la esperanza por la que luchamos, en el Reino que viene aconteciendo.
Entrevista realizada por José María Vigil.
En todo caso la espiritualidad de la liberación quiere evitar todo esca- pismo y toda dicotomía, de un lado y de otro: ni los verticalismos ni los hori- zontalismos. Queremos ensamblar simultáneamente lo que de hecho somos: humanos e hijos de Dios, tiempo y eternidad.
En este sentido deberíamos decir que el kairós es típicamente «pascual». Porque es muerte y es vida. Y es también típicamente «encarnacional»: el misterio de la encarnación, Dios que se viene a nosotros, nosotros que vamos yendo hacia Dios... El kairós es también típicamente «kenótico»: en el doble movimiento de descender, hasta la carne, hasta la cruz, hasta la muerte, y de ascender a la conciencia, a la vida, a la liberación, a la gloria.
Podríamos decir también que el kairós es muy «doxológico», es decir, representa la «doxa», la manifestación de la vida de Dios en medio de nosotros... Yo he dicho muchas veces que a mí, cuando era niño, me llamaba mu- cho la atención que nosotros diéramos gracias a Dios «por su gran gloria». Yo pensaba: darle gracias por la creación, por la vida y hasta por la gloria futura, sí, ¿pero por su inmensa gloria? Y es que no entendía todavía que la gloria de Dios se manifiesta en nuestra vida en la gracia que vivimos, en la esperanza por la que luchamos, en el Reino que viene aconteciendo.
Entrevista realizada por José María Vigil.
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