Teología y política en el discurso del papa Francisco. ¿Dónde está el pueblo?


De la secularización de la teología a la teologización de la cultura
En los documentos y homilías de la Teología del Pueblo pueden observarse otras categorías teológicas redefinidas localmente a partir de la cultura como práctica y lugar de lo político. Por ejemplo, la categoría de «cultura» cobra el sentido de «cultura del resistir» en Justino O’Farrel; la categoría de «pobreza» aparece redefinida como «negatividad» en Gera; la de «liberación», como «cambio total de las estructuras» en el documento de San Miguel; la de «fe», como categoría revolucionaria en Fernando Boasso; la de «historia», como «proceso escatológico de justicia» en Gera; y la de «pecado», como «opresión» por la Coepal. El MSTM define cultura como «todo aquello que el hombre, o un pueblo, realiza para superar la muerte, optando por la vida y la libertad, sepa o no leer y escribir». La Teología del Pueblo privilegia el concepto de pueblo trabajador por sobre el de clase trabajadora y rescata la importancia de la religiosidad y la mística popular partiendo del principio de que es el pueblo pobre el auténtico intérprete del evangelio, con su tradición espiritual y su sensibilidad para la justicia.
Sin embargo, Bergoglio hará su propia recategorización de pueblo como «pueblo fiel» y como «reserva religiosa», aclarando que «‘pueblo’ es ya –entre nosotros– un término equívoco debido a los supuestos ideológicos con que se pronuncia o se siente esa realidad del pueblo. Ahora, sencillamente, me refiero al pueblo fiel». En 2010, aclarará nuevamente ese término equívoco de otro modo, y dirá que «Ciudadanos es una categoría lógica. Pueblo es una categoría histórica y mítica», y agrega: «Pueblo no puede explicarse solamente de manera lógica. Cuenta con un plus de sentido que se nos escapa si no acudimos a otros modos de comprensión, a otras lógicas y hermenéuticas». Mientras «pueblo» remite a una continuidad histórica, «ciudadano» hace referencia a aquellos que son «citados» a comprometerse por el bien común, y aclara Francisco que «[c]iudadano no es el sujeto tomado individualmente como lo presentaban los liberales clásicos ni un grupo de personas amontonadas, lo que en filosofía se llama ‘la unidad de acumulación’». De ese modo, pone en relación los conceptos de ciudadano y pueblo: «El desafío de la identidad de una persona como ciudadano se da directamente proporcional a la medida en que él viva su pertenencia. ¿A quién? Al pueblo del que nace y vive», y agrega: «Necesitamos constituirnos ciudadanos en el seno de un pueblo».
Que la Teología del Pueblo sea denominada también Teología de la Cultura, tanto por Scannone como por otros teólogos contemporáneos, se debe a que la idea de cultura remite a práctica y dinamismo, al movimiento que deja siempre la posibilidad de nuevas interpretaciones y reinterpretaciones de la realidad y del evangelio. Un dinamismo cultural cuyo acontecimiento fundante es la encarnación del Logos. La Teología Latinoamericana de la Liberación, en todas sus modalidades, se identifica con la cultura del pobre, y busca cambiar la Iglesia hasta que deje de ser Iglesia de los sectores altos de la sociedad, para ser Iglesia de los pobres. Es así como en los años 60, un grupo de teólogos latinoamericanos –Gera, Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo– decide «plantar» la Iglesia latinoamericana entre los pobres. Hoy el papa Francisco, un pastor latinoamericano, decide plantar toda la Iglesia católica entre los pobres, articulando nuevamente categorías teológicas en el discurso político, dada la enorme repercusión mediática de su palabra pública. ¿Es esto teología secularizada? A mi modo de ver, es cultura teologizada.
La Teología del Pueblo, en lugar de secularizarse, es decir, de secularizar sus conceptos teológicos insertándolos en la cabeza del nuevo príncipe moderno, como si fuese la peluquera del partido –apodo que recibe Eusebio de Cesarea por su acción teológico-política sobre Constantino para dar los fundamentos del Imperio–, se incultura. Esta categoría, la de «inculturación», no significa imponer lo religioso como hábito de la virtud a modo de fin ético o sostén del sistema republicano liberal y democrático, ni tampoco imponer lo teológico como principio o fundamento trascendente de lo político en sistemas totalitarios. La sentencia de Carl Schmitt en 1923 dice que: «todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados». De acuerdo con esto, en el caso de la Teología de la Liberación, parecería que los conceptos teológicos se secularizarán al entender pueblo como clase. Pero en Argentina, entre 1966 y 1980, la fórmula schmittiana parece que se invierte. Al desplazar al teólogo del lugar de sujeto político –es decir, del saber iluminado–, y por el contrario, colocar al pueblo en ese lugar, la Teología del Pueblo no tomará los conceptos de la política –ni liberal, ni marxista–, es decir, no cambiará unos principios trascendentes por otros inmanentes pero puestos como trascendentes, sino que los construirá a partir de la cultura del pueblo como principios trascendentes pero contingentes –esto es, como parcialidad y no como totalidad–. La fórmula schmittiana invertida podría ser, en el contexto argentino abierto por la Teología del Pueblo a partir de los años 70, que los conceptos teológicos son conceptos culturales teologizados desde una hermenéutica evangélica. Para Bergoglio, «[n]uestro pueblo tiene alma, y porque podemos hablar del alma de un pueblo, podemos hablar de una hermenéutica, de una manera de ver la realidad, de una conciencia», y agrega que «Dios está en el corazón de nuestro pueblo».
La Teología del Pueblo logra inspirar el resto de la teología latinoamericana con la idea de inculturación. Así, Gera fue el inspirador y redactor de los números centrales de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla sobre «evangelización de la cultura» en 1979, y Bergoglio, el de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil, en 2007 –como coordinador y destacado integrante de la comisión encargada de redactar el documento conclusivo–. A diferencia de la definición iluminista europea, la Teología del Pueblo define cultura como práctica cultural, esto es, como modo de vivir, como estilo o ethos de un pueblo. La cultura se va haciendo en la práctica de un pueblo, se construye desde el pueblo y en el tiempo. La cultura no se instituye desde el saber de los iluminados. De este modo, dice Gera, «el único sujeto y agente de la historia humana es el pueblo, y el pueblo está vinculado a la historia de la salvación, ya que los signos de los tiempos se hacen presentes en sus acontecimientos».

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