PEDRO, DEFENSOR DEL OTRO













Homenaje de Amigos

PEDRO CASALDÁLIGA

LAS CAUSAS QUE DAN SENTIDO A SU VIDA RETRATO DE UNA PERSONALIDAD





PEDRO, DEFENSOR DEL OTRO

Adolfo Pérez Esquivel

ADOLFO PÉREZ ESQUIVEL nace en Buenos Aires el 26 de noviembre de 1931. Profesor durante 23 años en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de la Plata y en otras Escuelas e Institutos. Cesa duran­ te la dictadura (1976). Como artista desarrolla una intensa actividad realizando exposiciones, murales y monumentos. En 1980 recibe el Premio Nobel de la Paz por su defensa de los Derechos Humanos. Hoy sigue su trabajo en defensa de la vida y de los Derechos Humanos y participa en misiones internacionales.



En los caminos del continente Abya Yala, los peregrinos de la vida se van encontrando en cruces de otros caminos, encrucijadas, conflictos y esperan­zas; ese entramado  que se va tejiendo junto a los pueblos en la solidaridad y presencia de saber que no se está en soledad y el olvido en la lucha por cons­truir nuevos espacios de libertad, de participación junto a los pueblos en la resistencia y la creatividad que permita alcanzar a construir los derechos que hacen a la vida y dignidad de las personas.

Don Pedro Casaldáliga, hermano obispo de São Félix do Araguaia, abrió caminos y las puertas hacia la solidaridad para compartir el pan y la libertad. El pan que alimenta el cuerpo, necesario para aquellos que no lo tienen, y el pan que alimenta el espíritu en la fuerza de la libertad del amor en acción; junto a los más pobres y desposeídos, que a través de su vida asumió junto a los pueblos del Brasil y el continente Abya Yala; caminos transitados entre angustias y esperanzas desde la fe, en la Prelatura de São Félix do Araguaia; enfrentando conflictos frente a las injusticias y desarrollando la capacidad en la resistencia social, cultural, espiritual y política.

Asumir el desafío de vivir el Evangelio junto a los pobres lo llevaron a soportar las persecuciones de la dictadura militar brasileña y de los terrate­nientes de la región.



Sufrir la muerte de hermanos en la fe que dieron su vida para dar vida y multiplicar la esperanza.

En ese caminar nos hemos encontrado en diversos caminos en el conti­nente, donde la presencia de Pedro Casaldáliga se manifestó siempre solida­ria, acompañando las luchas populares por construir sociedades más justas y fraternas; podría señalar su aporte y acompañamiento durante la Revolución Sandinista, en Nicaragua, en el ayuno del padre Miguel D’Escoto; denun­ciando los ataques de la Contra desde la frontera de Honduras apoyadas por los Estados Unidos a través de la CIA.

Las denuncias frente a las injusticias de los terratenientes y políticas del gobierno que costaron mucho sufrimiento y muertes.

El apoyo permanente a los reclamos de los hermanos indígenas y campe­ sinos por las tierras, como al Movimiento de los Sin Tierra en Brasil y a los movimientos sociales.

El Encuentro del Pueblo de Dios en Ecuador y el lanzamiento del “Macro ecumenismo”, abrir las puertas y ventanas del espíritu para que entre la luz a la conciencia y corazón de las diversas manifestaciones culturales y religiosas.

La presencia y la voz de Pedro siempre estuvieron y están en el acompa­ñamiento solidario junto a los pueblos a través de sus poemas y testimonio de vida, haciendo caminar la palabra, en búsqueda de la “Tierra sin males”, la tierra de la libertad y solidaridad entre las personas y los pueblos.

Aportando y reflexionado sobre el martirologio latinoamericano de monse­ñor Oscar Romero, monseñor Enrique Angelelli y tantos otros hermanos y hermanas que dieron su vida.

Lo que más me impresiona del hermano Pedro Casaldáliga es su coheren­cia entre el decir y el hacer, su humildad y solidaridad con el prójimo. Su vida personal y compromiso con el pueblo están presentes en sus actos cotidia­nos, en su opción de vida.

Permítanme compartir algunas experiencias personales con Pedro, que marcan en cotidiano su forma de ser.

Algunas fechas están borrosas en el tiempo, no así el sentido y vivencias compartidas.

Durante la dictadura militar brasileña Don Pedro no quería salir del país, temía que los militares le impidiesen el regreso. Durante largos años no pudo ver a su familia en Balsareny, el pueblo catalán que lo vio nacer; no le fue posible viajar a ver a su madre y familiares. Su opción como cristiano y obis­po estaba en no dejar la Prelatura y al pueblo.


No recuerdo bien el año, creo que fue en 1981; viajamos en un pequeño avión y como piloto iba Don Tomás Balduino, obispo de Goias, compañero de caminada, hasta São Félix do Araguaia. 
Nos recibió Don Pedro con su amistad y cálida sonrisa, recorrimos y navegamos por el río Araguaia y por la tarde compartimos la Eucaristía y presencia del pueblo, fue muy emotivo y ahí pudi­mos apreciar la relación entre el hermano obispo y los hermanos en la fe, en ese caminar conjunto de la Iglesia Pueblo de Dios que construye la esperanza.

Su casa humilde y sin puertas permanecía abierta a todos y todas, era un acercamiento permanente de campesinos, niños y niñas que entraban y sa­lían, sintiendo que ese espacio era también el de cada uno de ellos. 
Con Amanda, mi esposa, llegábamos de Cataluña y habíamos visitado en Balsareny a la familia de Pedro. Amanda había comprado en Cataluña unos turrones de Alicante que sabíamos que le gustaban; cuando se los entregó, Pedro estaba contento del regalo y esperaba saborearlo. Abrió el paquete del turrón y en ese momento por la puerta y ventana aparecieron como por arte de magia varias cabecitas de niños y niñas que miraban con sus grandes ojazos el turrón de Alicante. Pedro comenzó a repartir pedacitos de turrón a los niños y no reservó nin­guno para él.

-Pedro, reserva un pedacito para ti -le reclamaba Amanda- "En otra oportunidad, respondía Pedro... en otra oportunidad...”. Esos pequeños gestos, que parecen sin importancia, marcan su actitud de vida, así como ese acto cotidiano de desprendimiento se manifiesta en cada acto de su vida. 

El amor al prójimo, el compartir el pan y la libertad, la solidaridad con los pue­blos de nuestro continente y el mundo; su mirada y compromiso como cris­tiano está en la cruz; que, como dice San Pablo, para algunos es locura. Para los cristianos es vida y resurrección.

Pedro al cumplir 80 años pertenece a la Iglesia que busca renovar y forta­lecer su misión evangelizadora a la luz de los acontecimientos y vida de la humanidad.
 Muchos hermanos y hermanas en el continente han marcado caminos de vida y compromiso en la fe a la luz del Evangelio, del Vaticano II, de Medellín y Puebla, construyendo y compartiendo ese caminar a través de las comunidades eclesiales de base, el acompañamiento a los grupos y movimientos sociales en Brasil y en todo el continente.




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