TESTAMENTO - + JORGE NOVAK - PRIMER OBISPO DE QUILMES










+ JORGE NOVAK
29 de enero / 4 de marzo 1928 - 91° aniversario de su natalicio - 2019
Nacido el 29 de enero de 1928 en San Miguel Arcángel, Buenos Aires, Argentina ( partido de Adolfo Alsina, Buenos Aires, Argentina, fue anotado en el registro el 4 de marzo del mismo año, en Carhué, como nacido en esa fecha y en esa cabeza de partido.
TESTAMENTO - + JORGE NOVAK - PRIMER OBISPO DE QUILMES
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. El Señor de la Vida me hizo misericordia de devolverme la salud corporal, luego de llevarme a los límites mismos de la eternidad. Me siento plenamente interpretado por la oración del salmista “tu convertiste mi lamento en júbilo, me quitaste el luto y me vestiste de fiesta para que mi corazón te cante sin cesar. Señor Dios mío, te daré gracias eternamente!” (Salmo 30,12-13)
Conciente del don de la salud recuperado, quiero vivir el resto de mis días, más que nunca, total y exclusivamente consagrado a Dios. Como sucesor de los Apóstoles espero de la bondad del Padre se cumpla en mi persona la súplica sacerdotal de Jesús: “conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad. Así como Tú me enviaste al mundo yo también los envío al mundo” (Jn 17,18).
Todo lo temo en mi fragilidad, todo lo espero de la gracia. Mucho medito estas palabras de Pablo: “Sé en quien he puesto mi confianza, y estoy convencido de que Él es capaz de conservar hasta aquel día el bien que me ha encomendado” (2 Tim 1,12).
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1. Profesión de fe
Considero que la fe salvífica en Jesucristo ha sido el don más insigne recibido de Dios. Renuevo pensando en mi muerte, la profesión de fe muchas veces reiterada en mi peregrinación terrena.
1.1. La fe de los Apóstoles
Renuevo la profesión de mis padres, padrinos y demás participantes de la celebración de mi bautismo. Renuevo la fe profesada cada domingo, al celebrar la resurrección del Señor. Renuevo la fe de los Apóstoles, tantas veces actualizada en mi ministerio episcopal. La fe de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente” (Mt 16,16). “Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6,69); “Señor, Tú lo sabes todo, sabes que te quiero” (Jn 21,17). Confiado en el poder de la gracia he tratado de hacer de esta profesión de fe un seguimiento de Cristo que llevará hasta las últimas consecuencias: “yo daré mi vida por Ti” (Jn 13,37); “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte” (Lc 22,33).
1.2. La fe de los Concilios
Renuevo mi profesión de fe según la formulación de los Concilios Ecuménicos, muy particularmente el Credo llamado Niceno-Constantinopolitano. Durante largos años he recitado y cantado este texto de la más auténtica tradición como respuesta a la proclamación de la Palabra de Dios de los domingos. He asumido con plena convicción de su importancia el pedido de Juan Pablo II en 1989 de que no lo relegáramos al olvido disponiendo que fuera recitado todos los domingos en nuestra Iglesia Catedral de Quilmes. He visto esplendor en este credo de modo explícito e inequívoco la fe que en los primeros siglos cristianos profesaban en los misterios de la Santa Trinidad y de la admirable Encarnación del Verbo Eterno de Dios.
1.3. La fe del pueblo de Dios
Sobre la base de mi fe bautismal por don del Dios santo y misericordioso, proclamando en las Asambleas litúrgicas mi profesión religiosa en la Congregación Misionera del Verbo Divino, y mi profesión de fe con ocasión de mi ordenación sagrada para el Diaconado, Presbiterado y Episcopado. Renuevo con alegría esta creciente testificación de fe y lo hago en comunión con la fe del Pueblo de Dios. Maestro de la fe, como representante de Cristo, en mi condición de sucesor de los Apóstoles, me siento como discípulo del único verdadero Maestro, Jesús, parte del pueblo creyente y peregrino. Animador de la fe de este pueblo, confieso que he recibido de los mismos ejemplos admirables de entrega obediente a la voluntad del Padre, según la santidad del evangelio de Cristo por la asistencia manifiesta del Espíritu Santo.
2. Comunión con la Iglesia
2.1. Comunión con la Iglesia Universal
He vivido y muero en perfecta comunión con la iglesia, una, santa, católica y apostólica. He actuado pastoralmente y muero en comunión plena con el Colegio Episcopal y, de modo particular en cordial comunidad de espíritu con el Obispo de Roma y sucesor de Pedro, Cabeza del Colegio de los Obispos. Como obispo he ejercido mi ministerio en absoluta fidelidad al Concilio Vaticano II. Al morir reitero una consigna muchas veces explicitada ante el Pueblo de Dios: “mi originalidad consiste en no ser original, sino en inspirar cada uno de mis pasos y gestos en las orientaciones espirituales, doctrinales y pastorales del Concilio Vaticano II”. He hallado en este acontecimiento salvífico toda la luz, toda la seguridad, todo el estímulo que necesitaba para ser obispo de la porción de fieles confiada a mi responsabilidad, en este último cuarto de siglo XX. He vivido y muero en comunión con los hermanos de las demás Comunidades cristianas no católicas a las cuales el Señor me llevó a conectarme en la oración y en la acción evangelizadora, aunque no haya podido celebrar esta comunión de modo perfecto, pues todos esperamos todavía la iniciativa del Espíritu que nos permita superar las diferencias existentes, considero una gracia insigne haber dedicado mi vida y ofrendar ahora mi muerte, para que la hora feliz de la plena comunicación de los bienes espirituales se anticipe.
2.2. Comunión con el Consejo Episcopal Latinoamericano
Expreso de modo irrevocable, mi comunión con la iglesia que peregrina en América Latina. He asumido con alegría los compromisos que los Obispos reunidos en Medellín y en Puebla estipularon para que con el pueblo creyente de nuestras comunidades diocesanas y para con la opinión pública en general. El primer Sínodo Diocesano de Quilmes ha sido mi mayor testimonio de adhesión a una visión y acción pastoral suscitadas providencialmente del Espíritu Santo en nuestro sub-continente, he brindado y sigo brindando mi vida para que fuese y sea cada vez más realidad mi opción preferencial por los pobres, iluminada por la Teología de la Liberación alentada por el Papa y vivida de modo ejemplar en las comunidades eclesiales de base. He tratado de verificar en mi persona la aseveración del Documento de Puebla N° 260: “En América Latina desde el Concilio y Medellín se nota un cambio grande en el modo de ejercer la autoridad en medio de la Iglesia, se ha acentuado su carácter de servicio y sacramento como también su dimensión de afecto colegial. Esta última ha encontrado su expresión, no sólo al nivel del Consejo presbiteral diocesano, sino también a través de las Conferencias Episcopales y el CELAM.
2.3. Comunión con la Conferencia Episcopal Argentina
Muero en firme comunión con todos los obispos que integran la Conferencia Episcopal Argentina. En ese marco de la colegialidad encontré afecto, luz y valor para ejercer mi ministerio en la Diócesis de Quilmes, dejo constancia de mi respeto y gratitud para cada uno de los obispos. Salvo por razones de enfermedad, he hecho acto de presencia en las Asambleas plenarias, experimentando siempre en ellas la presencia viva del Señor y Esposo de la Iglesia, Jesucristo Salvador. Acepté gustoso la colaboración en comisiones y equipos episcopales según acuerdo de la CEA. Comisión “ad-hoc” del Congreso Nacional Mariano de Mendoza (1980), Equipo Episcopal de Educación (1982-1985), Equipo Episcopal de Pastoral Social (1985-1988). Impulsé en la diócesis, en la medida de mis posibilidades, las Acciones Pastorales Conjuntas programadas por el CEA: Congresos Nacionales Marianos (1980) y Eucarístico (1984), Prioridades “Matrimonio y Familia” y “Juventud”, Visitas Apostólicas de Juan Pablo II a la Argentina (1982 y 1987). Igualmente acepté de corazón y divulgué abundantemente en nuestra diócesis la documentación emanada de las asambleas Plenarias de la CEA o de los Equipos Episcopales de la misma.
3. Sentimiento de Gratitud
3.1. Hacia mi familia
Dejo constancia de mi gratitud emocionada a la familia cristiana en cuyo seno Dios quiso que yo naciera. Agradezco a mis venerables padres el ejemplo de fe, de oración de sentido de Iglesia, de laboriosidad, de caridad cristiana, de respeto a todos los hombres que humilde y silenciosamente me brindaron. Sobrellevando con esperanza cristiana la pobreza y el rigor de los tiempos, me transmitieron la experiencia de una felicidad que sólo podía venir de Dios. Ellos alentaron mi propósito de entrega absoluta y exclusiva a Cristo y a la Iglesia. En todo momento la memoria de mis padres supo despertar en mi vida y en mi ministerio generosidad, sencillez, desinterés. Agradezco a mi hermano y a mis hermanas el inmenso afecto que me demostraron en todo momento. Me he sentido unido a ellos con los lazos indestructibles en el respeto a nuestros padres, de la sobriedad en el estilo de vida y, sobre todo, del espíritu de fe en que crecimos desde los más tiernos años y que nos llevó a descubrir en la cruz de las pruebas de la vida, la presencia misteriosa y luminosa del Señor.
3.2. Hacia la comunidad parroquial
Evoco agradecido a la comunidad parroquial en la que fui admitido al bautismo y en la que quedé ulteriormente iniciado en Cristo por la Confirmación y la Eucaristía en esa piadosa feligresía de la que Dios suscitó tantas vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa, mi corazón se fue moldeando espontáneamente en la visión cristiana de la vida y mi espíritu se sintió fácilmente llevado al culto eucarístico pleno y al culto mariano pleno. Destaco también con viva gratitud al Colegio de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción de Bonlanden en el que los gérmenes de mi vocación eclesial pudieron desarrollarse en un ambiente ideal.
3.3. Congregación del Verbo Divino
Expreso mi más sincero reconocimiento a la Congregación Misionera del Verbo Divino. Desde muy temprano mi vida eclesial quedó marcada indeleblemente por los ideales apostólicos que el Señor había comunicado como carisma propio al Fundador y padre de la Congregación, el beato Arnoldo Janssen. Mi espiritualidad fue compenetrada totalmente por el culto asiduo, bíblico y litúrgicamente fundamentados al Espíritu Santo. En la Congregación del Verbo Divino profesé la Vida Religiosa, viviendo con alegría el compromiso consagrado de los votos de castidad, pobreza y obediencia, en el marco de la comunidad que me edificaba por su excelente espíritu.
3.4. Hacia la Comunidad Diocesana
Al llegar a Quilmes como primer obispo de la recién creada diócesis, me sentí acogido con actitudes de fe y de afecto, que consideré como una gracia excepcional para el ejercicio de mi ministerio. Agradezco a los ministros sagrados y a las personas consagradas y a todos los demás fieles esa actitud, que percibí como una constante inalterada a lo largo de estos diez años. Hemos vivido, en tan breve período, situaciones cambiantes que desafiaban nuestra fidelidad al Evangelio. Más de una vez las decisiones se han parecido a verdaderos estados agónicos. Con la luz del Espíritu Santo, a cuyo particular impulso confié mi episcopado, y con la comprensión y acompañamiento de la comunidad diocesana, hemos podido “dar testimonio de la Buena Noticia de la Gracia de Dios” (Hch 20,24).
3.5. Reconocimiento especial a determinados colaboradores
Sin poder hacer nombres porque la lista sería muy larga y correría el peligro de omisiones involuntarias, quiero dejar constancia de mi gratitud especialísima en aquellos colaboradores en el testimonio y en la acción apostólica que más han debido y sabido compartir conmigo los trabajos y las angustias. Algunos ya han sido llamados por el Padre Dios a su Casa donde gozan merecidamente de la luz y de la paz eterna. Otros peregrinan aún, entre las penas del mundo y los consuelos de Dios. Pienso en los integrantes de las Comisiones Diocesanas, en los sinodales y asambleístas, en los voluntarios de la campaña de la Solidaridad, en los bienhechores del Seminario y en muchísimos más. El Apóstol me ayuda a dar cabal expresión a mis sentimientos: “Yo doy gracias a Dios cada vez que los recuerdo. Siempre, y en todas mis oraciones pido con alegría por todos ustedes, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión del Evangelio desde el comienzo hasta ahora” (Filipenses 1,3-5).
4. Perdón, pedido y ofrecido
4.1. Ideales apostólicos
Muchas veces recordé este testimonio de San Pablo, para transformarlo en programa de mi ministerio episcopal: “Por mi parte, cuanto los visité para anunciarles el testimonio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada fuera de Jesucristo y Jesucristo Crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana sino que eran demostración del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1Cor 2,1-5).
4.2. Pido perdón a Dios
El Señor me ha ido llevando interiormente a comprender cada vez más la gravedad del pecado; me ha infundido en forma creciente grandes deseos de purificación; me ha hecho experimentar, sobre todo durante la grave enfermedad que me afectó en 1985, la inefable grandeza de sus entrañas paternales de misericordia. Al avizorar el momento de mi muerte, pido ante todo, perdón a Dios. Le pido perdón por el mal cometido y por el bien omitido. Le pido perdón por la indiferencia, la tibieza, la pereza en corresponder a las constantes insinuaciones de su gracia. Le pido perdón por mis muchas infidelidades frente a su amor fiel nunca desmentido. Le pido perdón por mi superficialidad en vivir la profesión religiosa. Le pido perdón por no haber vivido con toda la coherencia debida el Evangelio que prediqué tantas veces. Le pido perdón por no haber llevado, hasta las últimas consecuencias, el lema del ministro sagrado: “lo santo santamente”.
4.3. Pido perdón a la Iglesia
Aunque mi propósito de vivir la comunión en el colegio episcopal ha sido firme y constante, pido humildemente perdón si empañé la fuerza de esta unidad con gestos, actitudes y declaraciones personalistas. A lo largo de mi ministerio episcopal he observado que excelentes colaboradores se alejaban o se sentían alejados: les pido perdón por lo que hubo en mí de falta de diálogo, de servicialidad, de espíritu de reconciliación. Pido perdón a quienes más esperaban de mi aliento, cercanía y ejemplo y no supe prodigarles este testimonio. Pido perdón por mi falta de sobriedad y de austeridad, que tan legítimamente me podían reclamar los jóvenes, los obreros y los pobres.
4.4. Pido perdón a la comunidad humana
El Espíritu del Señor me hizo avanzar en la captación del valor del hombre concreto, envuelto en el dinamismo de una historia acelerada, compleja y hasta opresiva. Si bien fui dando mi respuesta al requerimiento de esta evolución, considero que mucho he dejado de realizar, en intensidad, amplitud y coherencia plena. Pido perdón a los hombres que, en situaciones extremas de angustia (familiares de desaparecidos, familiares de combatientes en la guerra de Malvinas, familias desocupadas, familias de los asentamientos, familias sin vivienda, niños abandonados, jóvenes drogadictos, ancianos desesperados), esperaban justificadamente mi anuncio profético, mi presencia amiga, mi participación valiente y servicial y me vieron retaceando el esfuerzo y la fatiga del Evangelio. Pido perdón a quienes creyeron que yo no promovía cabalmente las causas que los angustian, conmueven y comprometen hoy al hombre: la verdad, la justicia, la paz.
4.5. Ofrezco mi perdón
Dejo constancia que me siento libre de todo rencor, odio y deseo de venganza. Considero como un don eximio de la gracia haber vivido y actuado con esa soberana libertad que caracteriza a quien tiene el amor como única fuerza determinante. Por eso ratifico mi ofrecimiento de perdón a quienes me han calumniado y perseguido, a quienes me han infamado en los medios de comunicación social, a quienes me han traicionado. Ruego por todos ellos, para que abandonen las vías de la mentira y el odio y experimenten la alegría y la paz de los hijos de Dios.
5. Disposiciones diversas
5.1. Efectos personales
He nacido en una familia pobre donde no faltó –gracias al trabajo de nuestro papá– lo necesario para vivir. Profesé la pobreza evangélica en la Congregación del Verbo Divino, donde pude apreciar el valor apostólico de la puesta en común de los bienes, fui obispo fundador de una diócesis caracterizada por muchas situaciones de pobreza en el marco más basto de una América Latina, en la que los obispos habíamos comprometido públicamente nuestra opción preferencial por los pobres. Muero pobre, por la gracia de Dios. Testifico con el Apóstol: “En cuanto a mí, no he dejado ni plata, ni oro, ni bienes de nadie” (Hechos 20,33). Sucesor de los Apóstoles y fiel a la consigna dada por ellos, desde la primera hora de la Iglesia: “Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de los pobres” (Gálatas 2,10), dispongo que lo que quede de dinero de uso personal y de ropa a mi muerte, sea distribuido entre los pobres a través de Cáritas. Los libros de mi biblioteca personal fueron instrumentos auxiliares de mi ministerio: quiero que pasen a la biblioteca del Seminario.
5.2. Escritos personales
Siguiendo las indicaciones del manual de los obispos, he tomado muy en serio mantener contacto con la comunidad diocesana por medio de mis Escritos Pastorales. Al redactarlos sólo me he sentido impulsado por el propósito de evangelizar, teniendo bien grabadas en mi corazón la exhortación de San Pablo: “Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable o con afán de enseñar” (Tim 4,2). Dejo mis escritos pastorales –en su casi totalidad inéditos– a la Curia Diocesana. Aunque no se editaren, espero que su eventual consulta ayude en el futuro a conocer y comprender mejor la forma y el espíritu con que han sido colocados los cimientos de la Iglesia particular de Quilmes.
5.3. Restos mortales
Pido que mis restos mortales sean inhumados en el Cementerio local de Quilmes (Ezpeleta, entre los demás sepulcros, con la mayor sencillez), si ello no pareciere conveniente y se creyere necesario seguir el uso común de sepultar al obispo en el templo catedralicio, pido se coloque mi cuerpo a los pies del Señor cargando con la cruz, cerca de la puerta derecha del acceso. En la misa de despedida ruego que el ataúd sea colocado sobre el pavimento, como signo de penitencia con que recurro a la misericordia de Dios y a la oración de sufragio de los fieles, apelando a la caridad con que me ha tratado siempre el pueblo de Dios, pido humildemente que hagan frecuentemente memoria de oración por mi purificación ya que me considero un gran pecador al que la bondad divina supo sostener, elevar y hacer fiel.
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En mi ministerio episcopal hice en varias ocasiones oblación pública de mi vida: con ocasión de amenaza de guerra con Chile, cuando la batalla de las Malvinas; al iniciar las misas mensuales con las familias de desaparecidos… NO eran gestos improvisados, sino seriamente ponderados en la oración. Aunque sentía por una parte, temor por lo que ofrecía, superé con decisión este sentimiento con alegría y gran seguridad interior, bajo la acción del Espíritu Santo. Pienso que la grave enfermedad que me postró en cama por largos meses a partir de septiembre de 1985, fue un signo de que Dios aceptaba mi reiterado ofrecimiento sacrificial para aliviar el sufrimiento de nuestro pueblo. Juzgo consecuentemente con la espiritualidad madurada por el Espíritu Santo en mi ministerio episcopal, aceptar mi muerte como una entrega libre, espontánea e incondicional a la santa voluntad de Dios como la mejor expresión de mi amor de Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Habiendo tomado por lema “Ven Espíritu Santo”, uno mi ofrenda a la de Cristo “que la obra del Espíritu Eterno se ofreció sin mancha a Dios” (Hebreos 9,14).
Confío mi testamento al Inmaculado Corazón de María. Estoy seguro de que Ella ruega por mí “ahora y en la hora de mi muerte”. Tengo plena confianza de que Ella, “después de este destierro” me mostrará a Jesús, su Hijo bendito. En su afecto de Madre descanso, ya que es la “clementísima, la piadosa, la dulce Virgen María. Amén”.
+ Jorge Novak
Obispo de Quilmes
Quilmes, 8 de Diciembre de 1986.
(Confirmado con ocasión de su operación -22 de Junio de 2001)

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